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  • Luisa Paulini

Gurisas desaparecidas, pobreza y redes de trata*

Ilustración: Natalia Comesaña

“están en algún sitio / nube o tumba están en algún sitio / estoy seguro”

M. Benedetti

Hoy hice la cuenta de las gurisas desaparecidas (1). Según la página de personas ausentes del Ministerio del Interior(2) no hay ninguna ausencia en 2018, y tan solo tres jóvenes mujeres desaparecieron en 2017. Sin embargo, contando las publicaciones de las propias familias y aquellas que figuran en grupos de personas desaparecidas, obtengo un total de once chicas, de las cuales tres desaparecieron en enero de este año. Las edades van desde los 11 a los 30, pero la enorme mayoría se ubica entre los 15 y los 17. Desconsideré a aquellas que desaparecieron y días después fueron halladas, así como también a las que aparecieron sin vida tras un feminicidio o alguna situación poco clara (como el “suicidio” de Virginia Telis).

Hay una historia, entre tantas, que quedó irresuelta, -al menos frente a la opinión pública- y que en algún punto se conecta con las anteriores: la de una chiquilina de 14 años que apareció atada de pies y manos en la escalera de un puente en Sauce. La noticia salió en los medios, al día siguiente informaron que estaba internada en el Pereira Rossell en estado de shock y el resto fue silencio. ¿A qué voy con todo esto? Por un lado, a que es muy probable que mi cálculo sea erróneo, y en realidad, las desapariciones superen ampliamente este conteo. Por otro, y creo que es lo fundamental, a que están desapareciendo gurisas.

El ministro del Tribunal de Apelaciones en lo Penal, Luis Charles, clasificó las recientes desapariciones en tres tipos: las voluntarias, las vinculadas a problemas de salud mental y las que son producto de promesas y engaño, seguidas de coacción y violencia (3). En este último punto alude, sin lugar a dudas, a los casos de trata, sin especificar los fines (explotación sexual o laboral).

Volviendo atrás en el tiempo, conecto estos datos con una situación que presencié en el Cerrito de la Victoria en 2016. Entrando a una papelería escucho la conversación de la vendedora con una vecina que entre llantos le contaba que el día anterior habían drogado a su hija en la parada del ómnibus, y cómo la adolescente había logrado regresar a su casa y llamarla por teléfono antes de quedar completamente inconsciente. Además, se quejaba de que la policía, que había estado allí luego de lo ocurrido, le había pedido que guardara silencio sobre el tema para no generar alarma pública, pero al mismo tiempo le comunicaban que estaban investigando a una red de trata de mujeres que operaba en el barrio. La señora insistía en que esto tenía que saberse para que no le sucediera a otras chiquilinas. Y evidentemente, tenía razón. Esto ocurría mientras en la televisión y la radio salían expertos de todo tipo a desacreditar a una chica que días atrás había denunciado un caso similar en un ómnibus de Cutcsa.

Hay algo que llama la atención, que se relaciona con este hecho, y es que son pocas las familias de desaparecidas que salen públicamente a contar su historia y exigir justicia, me pregunto si la policía les recomendará también mantener silencio, o si estarán bajo amenaza. Por otro lado, pienso: ¿quién puede asegurarnos que haya sido desarticulada esta red, si ni siquiera se informó a la población de su existencia?, ¿cuántas chicas como ella no habrán podido huir a tiempo y cayeron en manos de las mafias?, ¿qué hay detrás del silencio y el ocultamiento de los funcionarios policiales?, ¿cómo es posible desarrollar desde el Estado estrategias de prevención y combate, cuando se niega el problema?, ¿cuántas desaparecidas hoy en Uruguay son víctimas de trata?.

Eso acá no pasa…

Raramente el tema de la trata con fines de explotación sexual se presenta como objeto de debate público, lo que contribuye a alimentar la falsa sensación de que no es una problemática que nos afecte directamente, sino más bien algo lejano, que ocurre en otras latitudes. Según afirma Andrea Tuana, directora de la organización El Paso e integrante de la Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual, Uruguay es un país de origen, tránsito y destino de la trata de personas (4).

En el caso de las menores de edad, lo más recurrente, explica, es que las redes operen a nivel nacional, trasladándolas a diferentes departamentos dentro de las fronteras, lo que no significa que no existan casos en que sean llevadas al exterior. Uno de los mecanismos de captación más recurrentes, aunque no sea el único, es el enamoramiento; generalmente se trata de un hombre adulto que supera a la adolescente en 15 o 20 años, y que aprovecha la situación de vulnerabilidad en que esta se encuentra (pobreza, adicción, problemas familiares, violencia doméstica) para introducirla al circuito de explotación, a través de promesas de cariño y de un futuro mejor (5).

La trata con fines de explotación sexual constituye una de las formas más extremas de violencia hacia las mujeres, - junto al feminicidio -, en la que estas son convertidas en objeto de intercambio comercial entre hombres. La mujer, o adolescente, arrancada de su condición de sujeto, pasa a ser concebida como una mercancía, valorada en la medida en que se torna redituable para el proxeneta, y logra satisfacer la demanda sexual del prostituyente (el que paga por sexo). Es así como los deseos, las voluntades, y los sentires de la mujer explotada quedan completamente anulados. Esta supresión de la persona se produce a través de amenazas, violencia física y psicológica, y el constante atropello que se ejerce sobre su cuerpo día a día, a través de las reiteradas relaciones sexuales no consensuadas (y por lo tanto, abusivas).

Ejemplo de esta situación, representa el siguiente testimonio, de una uruguaya que con tan solo 15 años viajó a Italia, engañada por una oferta de trabajo de niñera:

[…] al llegar fue horrible, porque no entendía nada, me cortaron todo tipo de comunicación, me hicieron una tinta en el pelo, me pusieron tacos y me vistieron como una puta, yo no entendía nada. Hasta que bueno, pasó. […] me tuvieron encerrada un mes al oscuro, en una pieza chica, venían una vez por día a darme de comer, me drogaban. Me violaron y golpearon reiteradas veces. Me dijeron que mi vida podía cambiar y que podía ganar dinero y me sacarían del cuarto solo si yo aceptaba prostituirme. Era lo mismo que me hacían solo que ganaría dinero. Bueno, ta, ya sabes, me comencé a prostituir, a drogarme. Un día logré escapar del control al que me tenían sujeta. Fui a la policía y me “repatriaron” (6).

La escena que describe se enmarca en lo que los tratantes denominan “el ablande”, momento posterior a la captación o el secuestro, en que las víctimas son sometidas a todo tipo de torturas y obligadas a consumir sustancias psicoactivas, como forma de doblegar su voluntad y capacidad de resistencia, para luego ser prostituidas.

En efecto, hay una cantidad de actores involucrados que hacen posible el traslado y la explotación, sin los cuales dicha actividad no podría efectuarse. Las redes mafiosas, como bien demostró la investigación de María Urruzola (7) se articulan con agencias de viajes, inmobiliarias, funcionarios públicos, policías, abogados, jueces, políticos, dueños de hoteles, bares, portales de internet, entre otros; además de que suelen estar asociadas, cuando no directamente implicadas, con el narcotráfico. Se trata de uno de los negocios ilegales que más cantidad de dinero mueve en el mundo, por lo tanto, los intereses y las conveniencias son múltiples.

En el Encuentro de Mujeres del Uruguay (EMU), que ocurrió en octubre de 2017, una madre, venida desde Argentina, participó de la ronda “Explotación sexual/trabajo sexual”, y denunció lo que había ocurrido con su hija. Valery era uruguaya, había crecido en Buenos Aires y vivía con su padre en Maldonado, allí conoció a un hombre con el que comenzó una relación de pareja, el mismo que terminaría siendo su proxeneta. Su madre contaba que varias veces ella quiso escapar de la situación en que se encontraba, le decía por teléfono que no aguantaba más, que no le daba el cuerpo, sin embargo, no podía volver a la Argentina porque le habían quitado sus documentos. Cuando en 2014, con 30 años, decidió escaparse a la casa de un familiar que vivía dentro de Uruguay, la mataron. Valery Medina apareció muerta con una puñalada en el corazón cerca de la Sociedad Nativista El Ceibo, en camino Aparicio Saravia. Hasta el día de hoy no hay ningún procesado por su asesinato.

Esto demuestra la ineficiencia de la justicia, al mismo tiempo que revela el poder que tienen las redes de trata y explotación sexual para incidir en los procesos judiciales. Por otro lado, Punta del Este se presenta como un polo fundamental del turismo sexual, a través del cual ingresan importantes divisas a nuestro país. Poco tiempo atrás se descubrió una ruta de trata de adolescentes que eran traídas desde el norte argentino para ser explotadas sexualmente en el balneario, la misma que servía para trasladar mujeres adultas, con iguales fines (8). No sorprende, siguiendo esta línea de razonamiento, que sean casi nulos los procesamientos que se produjeron por esta causal en los últimos años, sin contar, que no ha habido ninguna condena a funcionarios públicos cómplices del delito (9). La falta de estadísticas precisas acerca del fenómeno, el hecho de que ninguna campaña apunte a disminuir o desincentivar el consumo de sexo pago, así como los insuficientes programas de atención a las víctimas, indica sino la connivencia del Estado, al menos un marcado desinterés en combatir efectivamente este flagelo.

La cultura de la deshumanización de las mujeres

Uno de los cimientos sobre los que se sostiene la trata de mujeres es el alto grado de cosificación del cuerpo femenino en la sociedad contemporánea. Si bien es cierto que desde tiempos pretéritos, la sexualidad y reproducción de las mujeres han sido terrenos privilegiados para ejercer el control y el poder masculino (principalmente de los varones de la clase dominante), en la actualidad, con el capitalismo global, las formas de mercantilización de la vida se han multiplicado y algunas de ellas se han tornado poco nítidas.

Nos acostumbramos al uso, por parte de las empresas publicitarias, de cuerpos femeninos semidesnudos –alineados al canon de belleza occidental-, para promocionar cualquier tipo de productos, de modo a que las fronteras entre objeto y sujeto se desdibujan y tanto la cosa como la mujer pasan a ser pasibles de operaciones de compra-venta.

La misma idea es vehiculada por la pornografía, en que la complejidad de la relación sexual entre dos personas (o más) se ve reducida a una serie de actos genitales estandarizados, que enfatizan el rol de sumisión de la mujer, frente al papel dominador del hombre, y construye determinadas pautas sexuales que inciden en los modos de relacionamiento entre los géneros. El cuerpo femenino se presenta segmentado (senos, ano, vagina, boca) y desmembrado de la mente que lo acompaña; convirtiéndolo así en objeto (que no piensa, no desea y no interpela la acción del otro) a disposición del deseo (y el morbo) del observador.

Algo similar ocurre en la prostitución. El prostituyente (llamado cliente por la lógica de mercado) considera que tiene derecho a obtener sexo a cambio de dinero, y que debe haber mujeres disponibles para ello. Este, no concibe a esa otra como una igual, sino que se vincula con ella de modo jerárquico, es él quien tiene el deseo sexual a satisfacer y el dinero, por lo tanto, quien establece las condiciones, y ella la que tiene la necesidad. En cualquier caso, los motivos por los que esa mujer se encuentre allí (adicción, pobreza, trata) poco importan, porque la humanidad de la mujer prostituida no está en juego, ya que precisamente es de su humanidad que se la ha despojado.

De esta forma, la industria del sexo se refuerza y renueva infatigablemente, utilizando los mecanismos que tiene a su disposición –medios de comunicación, asociaciones de “trabajadoras sexuales” integradas por proxenetas, organismos internacionales, el aval de los Estados- para hacernos creer que lo que ha oprimido históricamente a las mujeres constituye hoy una forma de liberación sexual. Al mismo tiempo que tranquiliza a los hombres que pagan por sexo, y recluta jóvenes mujeres, con el argumento neoliberal de que quienes están allí lo eligen libremente, de que es un trabajo como cualquier otro y que incluso puede ser más provechoso, eliminando de la ecuación la pobreza, la violencia, la desigualdad estructural y el machismo acérrimo que sostiene estas instituciones.

En este marco, la trata con fines de explotación sexual no es sino un eslabón más de dicha industria. No existe trata sin prostitución, una posibilita la existencia de la otra, y los fines son los mismos. En las periferias de Montevideo, así como a las afueras de la ciudad, conviven en prostíbulos, whiskerías, bares, apartamentos privados, legalidad e ilegalidad, mujeres adultas y menores, aquellas que el Estado habilita como “trabajadoras sexuales” y las que llegaron allí por engaños, palizas, drogas. El que paga no diferencia, elige –como se escoge un producto en un supermercado- a la que considera más atractiva, más dócil, o más niña…(en este último aspecto la pornografía juega un rol fundamental). El proxeneta tampoco, saca rédito de una y de otra. Apuesta al lucro, pero al mismo tiempo se asegura la permanencia de su negocio. Los pilares sobre los que se sostiene dicha actividad no varían, la masculinidad hegemónica actuando en el capitalismo voraz sostiene la esclavitud (legal e ilegal) de mujeres y niñas.

Las desapariciones como hechos políticos

Además de ser mujeres, lo que vincula a la mayoría de las gurisas desaparecidas es la pobreza. En el caso de los tratantes, cuanto mayor es el grado de vulnerabilidad de la víctima, mayor la impunidad con la que gozan. Cuando las desapariciones culminan en feminicidio, se aplica la misma lógica, a mayor pobreza, menor acceso a la justicia, y por lo tanto, mayor impunidad para el asesino. De no ser así, no se explicarían la cantidad de casos sin resolver, que quedan archivados durante años.

Sucede, además, que cuando las familias denuncian en la comisaría una desaparición, sufren el destrato y la estigmatización de los funcionarios policiales, que lejos de actuar de acuerdo a la normativa, prefieren hacerlo basados en prejuicios de índole machista, racista y de clase. No es raro que ellos mismos se encarguen de afirmar el mito de que “hay que esperar 24 hs para denunciar”, o que sugieran que la chica se fue voluntariamente con un novio.

Otro aspecto, igualmente grave, es que no se le brinda información a las familias sobre cómo debe proceder la justicia, a qué instancias recurrir para acompañar el caso, cómo acceder al expediente judicial, de qué forma obtener asesoramiento jurídico. Esto suele provocar desorientación y desánimo, y años de espera sin respuesta alguna.

Nancy Baladán, la madre de Milagros Cuello Baladán, adolescente desaparecida en Pando desde el 3 de diciembre de 2016, ha vivido en carne propia esta forma de violencia del Estado. Hace más de un año que Mili falta de su hogar, y al día de hoy no ha tenido acceso al expediente (las traba en el juzgado han sido innumerables), lo que significa, que como denunciante desconoce cuál es el curso que ha seguido la investigación para encontrar a su hija. A esto hay que sumarle las reiteradas amenazas sufridas, por vía telefónica y personalmente, mientras recorría el barrio buscándola, sin recibir ningún tipo de protección.

Frente a esta cadena de injusticias, en lugar del silencio Nancy optó por la movilización social, organizando cortes de ruta y concentraciones, tanto en Pando como en Montevideo, reclamando por la aparición de Mili. De este modo, el tema comenzó a aparecer en los medios de comunicación, y otras familias de desaparecidas se acercaron y se animaron a compartir su historia. Dejó de ser un caso aislado, y se convirtió en un hecho político, en su dimensión de clase y de género. Esto ocurrió gracias a los esfuerzos de Nancy y su voluntad por no resignarse, y la acción colectiva de vecinos, vecinas, y compañeras feministas que se organizaron para decir “ni una desaparecida más”.

La calle parece ser el mejor lugar para denunciar las desapariciones y las redes de trata. Mientras las voces de las mujeres gritan “¿Dónde está Mili?”, “¿Dónde está Alison?”, “¿Dónde está Mayte?”, me pregunto: ¿dónde estarán los otros movimientos sociales? No creo que sea posible avanzar en justicia, en materia de desapariciones, si no se produce una articulación entre el movimiento feminista y sindicatos, gremios estudiantiles, organizaciones barriales, de derechos humanos, ecologistas, de la disidencia sexual. Y para ello, es cabal, que exista una comprensión de cómo el capitalismo y el patriarcado se entrelazan sobre el cuerpo de las mujeres, niñas y adolescentes pobres.

La lucha por una vida digna para todos y todas debe apuntar a que las mujeres dejen de ser las más pobres entre los pobres, las que sostienen las familias, las que se ven obligadas a depender de un varón, o de un miserable plan del Estado, para sobrevivir, a las que se les ofrece como “salida” a la pobreza el trabajo doméstico o la prostitución. Debe incluir también la pelea por el acceso a una educación de calidad, que informe a adolescentes y niños sobre el consentimiento, de forma que la masculinidad deje de reafirmarse en la dominación de las mujeres; la batalla por trabajos no precarizados, que no reproduzcan los roles de género y posibiliten ciertos grados de autonomía; el reclamo por el desmantelamiento de las redes de trata, la abolición de la prostitución y de todas las formas de sometimiento sexual. Para construir una sociedad sin explotación ni opresión de ningún tipo.

* Artículo publicado en el número 19 de Hemisferio Izquierdo: 8M- Revueltas feministas

 

Notas:

1- Este conteo fue realizado a mediados de febrero del 2018.

2- https://www.minterior.gub.uy/index.php/component/content/article/2-uncategorised/1986-personas-ausentes

3- https://ladiaria.com.uy/articulo/2017/8/en-lo-que-va-de-2017-desaparecieron-285-personas-en-uruguay-y-hubo-98-procesamientos-por-explotacion-sexual-de-ninos/

4- https://www.youtube.com/watch?v=ZOIJCW8GcwQ

5- https://www.youtube.com/watch?v=ZOIJCW8GcwQ

6- Guerra, P. (2014) Trata de personas con fines de explotación sexual. Opiniones y vivencias de mujeres en situación prostitucional del Uruguay. Serie Documentos de Trabajo, N°11. Recuperado de: http://publicaciones.fder.edu.uy/index.php/sdt/article/view/16/11

7- Urruzola, María (2001). El huevo de la serpiente. Tráfico de mujeres Montevideo –Milán, Montevideo, Ediciones del caballo perdido.

8- González D., Tuana A. (2006) Invisibles y silenciadas. Aportes y reflexiones sobre la trata de personas con fines de explotación sexual comercial en Uruguay, OIM, Avina, Ministerio de Educación y Cultura.

9- https://uy.usembassy.gov/es/informe-sobre-trata-de-personas-2017-segmento-de-uruguay/

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