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María Noel Curbelo y Gonzalo Gutiérrez Nicola

Pobreza naranja




Los asentamientos en Salto se han hecho muy presentes en el departamento y puede verse cómo en los últimos años, se han extendido de forma exponencial. Uno de los barrios más antiguos y de ocupación irregular, data del año 1979. Diversas intervenciones estatales y de conectividad a servicios básicos cuando este barrio ya se constituía como parte de la ciudad, llevaron también a una ocupación cada vez más extensiva de las familias que, a falta de tierras para vivir, ocuparon espacios considerados para el esparcimiento como plazas y lugares “verdes”.


Los asentamientos son también espacios que tienen una constitución diversa y también una multiplicidad de relatos en torno a los lugares que los ocupan. Aunque no todos los asentamientos irregulares del país tienen las mismas lógicas y estructuras habitacionales, algunas características de Salto resuenan también en otros lugares por ejemplo, de la capital. La exclusión que conlleva una alta exigencia de formalidades para acceder a puestos de trabajo, la baja escolarización, el acceso a mercados ilegales entre ellos los mercados ilícitos de sustancias como formas de provisión inmediata, la presencia de programas sociales y de iglesias evangelistas, la precariedad de las viviendas y el acceso a ellas también de formas irregulares que acentúan la precariedad. Ocupar el suelo también se vincula a un crecimiento continuo de las familias con una alta natalidad y una alta movilidad de sus lazos familiares.


Con una cantidad que ronda los 124.000 habitantes y con una gran población joven, la distribución de las ramas de actividad según sexo evidencia claras diferencias. En el caso de los varones ocupados de Salto, la actividad que más realizan es la producción agropecuaria, ganadería y pesca, en segundo lugar, los varones ocupados se encuentran concentrados en la rama de comercio, las mujeres la rama principal es el comercio y las actividades del hogar en calidad de empleadoras. Esta actividad históricamente está vinculada al rol femenino.


En un trabajo de recorridas en la ciudad de Salto, hacer ladrillos era otro de los oficios de alguno de nuestros interlocutores. Cerca de la cañada donde vive, hace barro, los ladrillos, los corta y los vende. Uno de sus hijos en edad escolar, le pide que le enseñe el oficio y ha empezado a trabajar con él. Su esposa, ama de casa dedicada a la crianza y al cuidado de los hijos y del hogar.


En una familia donde los hombres proveen y las mujeres cuidan, los hijos varones ven en el trabajo la posibilidad inmediata de cumplir con esta provisión por lo que la pronta deserción educativa es algo corriente. Así también, el acceso a un mercado laboral informal puede suponer también, tener algunos intercambios en el mercado ilegal donde la venta de sustancias y el acceso a ellas, predispone cierta manera de “hacer dinero fácil”.


Conviven así, dos formas de masculinidad de provisión en una misma familia: un padre que tiene un oficio e intenta traspasarle a los hijos varones los “valores del trabajo”, y los hijos quienes ven en los mercados informales un acceso inmediato a esta provisión, donde la educación es visualizada también como un sinsentido en la inmediatez que requiere la cotidianeidad de vivir.


En esto, pequeños almacenes en el barrio vendiendo dos o tres cosas y otros con productos más variados, emergían en los asentamientos de forma constante. La venta de helados palitos por ejemplo en verano, kioscos que solo vendían vino y cigarrillos fraccionados y otros pequeños negocios que surgían de forma informal y que luego cerraban. También existían aquellos de mayor permanencia en el tiempo que utilizaban el fraccionamiento de los productos para que las personas que compraban los productos en cantidades reducidas.


El llamado “hipermenudeo” que va de la mano de la inmediatez de ciertas formas de obtener dinero y que con cierto tiempo, termina siendo más caro para los compradores que no consiguen salir de esa lógica de mercado barrial pero que permite acceder a ciertas cosas necesarias para la vida: 100 gramos de azúcar, un pan, dos cigarrillos sueltos, cuarto litro de vino. También funciona en las bocas de venta de sustancias. Para muchos usuarios de pasta base por ejemplo, esta sustancia termina siendo cara a largo plazo debido a las lógicas también de este hipermenudeo.


Hace un tiempo, uno de nosotros conversaba con un muchacho que trabajaba cuidando autos en el centro de Montevideo. Tenía poco menos de cuarenta años y había terminado allí porque de su barrio natal “lo habían corrido” por una deuda generó por consumir más pasta base de la que podía pagar. Su actual trabajo rondaba en la inmediatez de hacer unos pesos y comprarse un poco de vino y algún chasqui por la noche, antes de irse a dormir a un refugio de cartones por la antigua estación de trenes. Esperaba todos los días el llamado para irse a Salto a trabajar “en la naranja”. Hace un tiempo, incalculable ahora, había estado trabajando allí cuando también lo habían “corrido” y cuando ese espacio le daba el trabajo rescate que necesitaba: por un tiempo tenía comida y techo, y algo para hacer durante el día. El dinero vendría después y con él, de nuevo, el correteo entre gastos y deudas que no podía nunca cubrir del todo. Pero ese durante fue de rescate y el muchacho lo recordaba como un momento feliz. No usar sustancias, tener un trabajo aunque con un final fechado y con dinero a cobrar en esas fechas finales, tener un lugar para dormir y una comida asegurada, conformaban para el muchacho un bienestar inmediato. Y el trabajo. El trabajo ese que con solo nombrarlo parece quedar lleno de flores y morales debidas. Proveer y pagar. Aunque luego se endeude de nuevo porque las “giras” tienen comienzos pero difíciles finales y promesas impagables. El trabajo en la naranja también trajo un especial momento donde el muchacho dice haber conocido a Dios. En su estadía zafral fue a Beraca y encontró en la iglesia una manera de rezarle a alguien por las buenas cosas que en ese momento, asegura que le pasaban. Allí también lo ascendieron y fue pastor de otros y “palabra santa”. Proveer, pagar deudas, ser alguien en una comunidad de fieles. Hombre de casi cuarenta años en el mundo salteño. Cobró y volvió a Montevideo y se fue derecho al cante. Y cuando me dice cante me dice consumo interminable y deudas de nuevo. De las de poner el cuerpo y retirarlo de nuevo al anonimato del Centro de la capital y a esperar el llamado de nuevo, de alguien que le quedó debiendo dinero aún.


Las colectividades que emergen de la iglesia evengelista en Salto, también son parte de ciertas particularidades de las personas que viven en estas zonas de asentamientos. Una muchacha nos contaba junto a su marido que se habían mudado de Paysandú a Salto siguiendo su reciente adscripción religiosa a una iglesia donde lo habían ascendido a él para ser pastor. Esto coincidió con una compra de una vivienda precaria ofrecida a la familia. La vivienda, de extrema precariedad, también forma parte de ese hipermenudeo: por un valor muy bajo, la familia compra una casa de manera informal en un terreno de ocupación irregular e inundable, con condiciones de infraestructura extremadamente precarias, pero que les permite moverse rápidamente de ciudad hacia donde querían ir en un principio. La adhesión a la iglesia supone un fuerte arraigo territorial y las iglesias en estos asentamientos han proliferado en los últimos años. En varias recorridas pudimos ver iglesias cada pocas cuadras, además de un sincretismo del evangelismo con prácticas de la religión umbanda.


El muchacho con quien conversábamos creía solo en el dios que le habían enseñado en Salto. El resto eran cuestiones raras. Su religión iba de la mano con el trabajo. No importa si es zafral y con pocas exigencias de sus derechos. Trabajo. A veces el trabajo se necesita en lo discursivo como si sólo el hecho de haber trabajado por un tiempo, eximiera de una vida errante de giras y sus consecuentes deudas en mercados ilegales. Al muchacho le costaba verse fuera del mundo laboral que tanto lo ordenaba en el mundo todo. Cuando llegaban los fines de semana le generaba culpa enroscarse con los demás en las obligaciones recreativas de los días de las semanas que terminan para quienes cumplen regímenes laborales de lunes a sábado al mediodía. Para el muchacho cuidar autos no era un trabajo y seguía esperando la zafra de la naranja para irse pronto a la salvación que le ofrecía su dios salteño.




* María Noel Curbelo y Gonzalo Gutiérrez Nicola. Antropólogos. Este artículo es parte de una investigación etnográfica con un equipo interdisciplinario que trabajó en el año 2020 en asentamientos irregulares en la ciudad de Salto.



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