Ilustración: Julio Castillo
Hemisferio Izquierdo: ¿Quién fue Luis Alberto de Herrera? ¿Qué representó para la política uruguaya?
Gerardo Caetano: Antes que nada debe decirse que fue una figura fundamental de la política uruguaya del siglo XX, no solo como caudillo civil de su partido sino como protagonista directo de la política de coparticipación entre los partidos tradicionales, cogobernante y líder influyente en los rumbos del Estado en muchas oportunidades. Luis Alberto de Herrera comenzó su largo trajinar en la vida pública nacional durante la última década del siglo XIX. Orientado a la vocación política desde su nacimiento, desde “la raíz” (como a él le gustaba denominar su matriz familiar, título además de uno de sus textos más queridos en el que expresó muy bien el culto por su tradición patricia y por sus antepasados), se crió en un hogar presidido por la figura de su padre, Juan José de Herrera, diplomático y canciller de Berro en la dramática coyuntura que desembocó en la Guerra de la Triple Alianza. Sería sin suerte siete veces candidato a la presidencia de la república, la primera en 1922, cuando ya lideraba a la mayoría de su partido tras ganar unas elecciones internas y la última en 1958, ya octogenario, en un diferendo electoral en el que el P. Nacional arrollaría finalmente al P. Colorado pero sin lograr la aprobación de la reforma presidencialista que hubiera terminado con el colegiado integral. Fue consejero de gobierno, legislador, constituyente, periodista, historiador y ensayista doctrinario, con una especial vocación por el pensamiento estratégico en materia de política internacional. A esto último refieren muchas evidencias, desde la publicación en París en 1912 de su libro El Uruguay Internacional, hasta su rol protagónico en la definición de muchas de las premisas más perdurables y centrales de la política exterior uruguaya. Murió el 8 de abril de 1959, tras más de seis décadas de compromiso en las primeras filas de su partido. Terminó sus días duramente enfrentado con Benito Nardone, Chico-Tazo, a quien le había abierto “las tranqueras del lema” antes de las elecciones pero del que se distanció luego del triunfo, días, afirmando que una “comadreja colorada” se había metido en su partido y desde allí en el gobierno que surgía, de mayoría herrero-ruralista.
Él fue una de las figuras más emblemáticas y tal vez el líder político fundamental en la contestación política del “liberalismo conservador” frente al “republicanismo batllista”. En una confrontación franca y muy dura, el líder nacionalista replicó siempre, sin vacilaciones y en todos los escenarios las propuestas batllistas, ufanándose además de combinar una triple condición: de “escéptico tolerante” en el plano religioso, “conservador” en lo social y de “tranquilo liberal” en lo político. Como político y como destacado intelectual que también era, Herrera, más allá de sus notorios vínculos con la política y la academia francesas, nunca ocultó su clara preferencia ideológica por la escuela anglosajona, en especial por Edmund Burke, de quien se sentía auténtico discípulo en el plano del pensamiento político, económico y social.
Fue a partir de su protagonismo político que se configuró la fracción hegemónica dentro del P. Nacional durante casi todo el siglo pasado y que llega hasta nuestros días, con el interregno del “momento” del liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate entre 1971 y 1988. Fue así el constructor del sector mayoritario del nacionalismo y también la fuente de su matriz ideológica principal, por cierto que no sin controversias. No resulta entonces casual que su nieto Luis Lacalle Herrera haya sido presidente entre 1990 y 1995 y que su bisnieto, Luis Lacalle Pou, ocupe en la actualidad la presidencia de la República de Uruguay, al frente de la llamada “Coalición Multicolor”.
HI: ¿Qué es el herrerismo? ¿Es posible hablar de un linaje herrerista?
GC: Respondamos en principio lo del “linaje Herrerista”, que de algún modo ya hemos anticipado. Los Herrera provenían de una vieja familia andaluza originaria de Jerez de la Frontera. Ya en 1749 puede ubicarse por estas tierras rioplatenses al primero de su familia en llegar, Antonio de Herrera, que se afincó en Buenos Aires donde desempeñó funciones en la burocracia gubernamental y también en la eclesiástica. Su hijo Luis de Herrera e Izaguirre fue un pionero de los saladeros bonaerenses, aunque sus fracasos empresariales lo llevaron a trasladarse a Montevideo, en donde fue designado como funcionario de la Real Hacienda. En 1811 fue expulsado de la Montevideo españolista y sitiada, acusado de simpatizar con los revolucionarios. De ese modo iniciaba la trayectoria política de la familia. Uno de sus hijos, Luis de Herrera y Basavilbaso, fue soldado en Ituzaingó y en la campaña de las Misiones, luego senador, Jefe Político de Montevideo y Ministro de Guerra y Marina bajo los gobiernos de Bernardo Berro y de Atanasio Aguirre. Llegó a coincidir en ambos gobiernos con su hijo Juan José de Herrera, padre de Luis Alberto y una figura fundamental en su vida. Además de diplomático y canciller, fue revolucionario en 1870, en 1886 y en 1897, legislador y miembro destacado de los llamados “directorios pelucones” del nacionalismo finisecular. Fue esa la matriz que Herrera siempre reivindicó como el sustento de su vida y de sus definiciones.
Luis Alberto de Herrera fue sin duda el que construyó al “herrerismo” como grupo político (siempre dentro del P. Nacional aunque con ramificaciones connotadas que derivaron hacia otras tiendas) y como corriente ideológica, que llegó a trascender también en su protagonismo intelectual en el campo historiográfico. Fue un persistente historiador de perfil revisionista, autor de más de una docena de libros sobre temas de historia uruguaya y regional. De ese modo a su condición de militante político sumó con destaque la de intelectual y “hombre de ideas”, con una larga obra como “ideólogo”, doctrinario, historiador como vimos, ensayista, periodista y estudioso de las relaciones internacionales. En ese marco, su estudio restringido como dirigente político no resulta el más adecuado y no alcanza para aquilatar la integralidad de su influencia. Aunque se ufanaba de ser pragmático y de rechazar todo academicismo, su dimensión intelectual y hasta ideológica fue consistente. En ese sentido, figuras como Methol Ferré o Real de Azúa han referido la existencia de un “herrerismo intelectual”, tal vez genérico pero efectivo.
En cuanto a qué fue el herrerismo, puede empezarse por el inicial, entendiendo por tal al que se despliegue desde sus orígenes políticos hasta la mitad de la década de 1920. En la consideración de esta primera construcción ideológica, debe enfatizarse en tres orientaciones fundamentales, que coinciden además con la publicación de tres de sus obras principales: “La Revolución Francesa y Sudamérica” (1910), “El Uruguay Internacional” (1912) y “La encuesta rural” (1920). Esa matriz inicial combinó “liberalismo conservador” y “antijacobinismo”, nacionalismo y realismo geopolítico, con ruralismo militante.
HI: ¿Qué lo distingue de otras derechas o sectores conservadores en Uruguay?
GC: Tal vez lo que más lo distinga sea la persistencia y coherencia de su visión emblemática como defensor del liberalismo conservador. En relación a esta definición como “liberal” y “conservador”, Herrera no rehuyó definirse –sobre todo durante este primer período de su vida política- como perteneciente “a las clases conservadoras”, desde la afirmación orgullosa de un liberalismo “conservador y antijacobino”, que ostentó siempre como la contracara del batllismo. Al considerar el carácter liberal y conservador del “primer herrerismo”, resulta ineludible mencionar también su preocupación por la cuestión social, traducida en proyectos de ley que presentó como diputado en 1905, sobre temas como indemnización por accidentes de trabajo, establecimiento de un régimen de previsión social, recurso al arbitraje social, extensión de la jornada de trabajo, descanso semanal, regulación del trabajo infantil y femenino, entre otros, en los que todavía imperaba un vacío legal en el país. Debe decirse también que el contenido de esos proyectos tenía perfiles conservadores y paternalistas.
Otra de las particularidades del pensamiento de Herrera fue desde el comienzo su esfuerzo por inscribir sus reflexiones políticas y doctrinarias en el marco de una visión histórica y geopolítica que inscribiera al Uruguay en su región, la cuenca platense, sobre todo a partir de su ubicación entre los gigantes vecinos de Brasil y Argentina, desde una lógica de pensamiento que definió como la de “los círculos concéntricos”. Por su parte, su ruralismo militante emergió de su temor ante lo que calificaba de “políticas confiscatorias” o la expansión de una suerte de “igualitarismo comunista” al “tranquilo” medio rural. Para frenar las reformas resultaba indispensable la organización gremial y política de los productores (fue uno de los más prominentes fundadores de la Federación Rural en diciembre de 1915), así como una propuesta alternativa para mejorar la situación del pobrerío rural, por lo general unido por tradición a las huestes del P. Nacional. Lo que él llamaba “la alianza de los estancieros” constituía en su perspectiva un núcleo especialmente relevante para frenar el impulso “jacobino” del batllismo, a la vez que un puntal en la proyección social de su “nacionalismo agrario”. Asimismo, desde esa misma perspectiva, concebía a la estancia como un “escudo de la civilización” que había que preservar de lo que llamaba “verbas socializantes” y “demencias ácratas”.
El tiempo, el ejercicio de la política de masas y del liderazgo partidario, en especial en la parte final de su vida, lo harían enorgullecerse de ser “un hijo de la multitud”, más sabio, moderado y pragmático en la aplicación práctica de sus ideas, que sin embargo no cambiaron en lo fundamental. Se volvió más negociador y popular, en una rara mezcla de orgullo “patricio” y de sensibilidad popular. Aunque lo llegaron a calificar de “camaleón”, por sus cambios tácticos en una vida política tan larga, en lo fundamental no cambio.
HI: ¿Cuál ha sido la relación del herrerismo con la democracia y con los golpes de Estado del siglo XX?
GC: Aunque como se ha anotado, Herrera siempre se reivindicó como “un buen y tranquilo liberal”, a comienzos de los años treinta no vacilaría en apoyar de manera protagónica el “golpe de Estado” del entonces presidente Gabriel Terra en marzo de 1933 y en participar con su sector en el régimen dictatorial que devino a continuación. Esto sin duda constituyó una contradicción con sus posturas políticas anteriores y posteriores. Tampoco ocultaría sus simpatías con el franquismo y con el fascismo, desde adhesiones inequívocas que impulsó el propio Herrera. Durante la segunda Guerra Mundial llegó a ser acusado por sus detractores de “nazi fascista”, aunque a menudo esa etiqueta, devastadora en un país tan “aliadófilo” como el Uruguay de entonces, encubrió el rechazo a su militante postura “neutralista”, en tiempos en que al menos en dos instancias (en 1940 y en 1944), los EEUU soñaron con establecer bases militares en el territorio del país.
Rechazó el llamado “golpe bueno” de Baldomir en febrero de 1942, del que sin duda fue el más damnificado. En ocasión del golpe de Estado de 1973 y del régimen que se instauró desde entonces, el herrerismo se dividió ante la dictadura emergente. Algunos de sus líderes más prominentes la apoyaron sin reservas (Martín R. Echegoyen fue presidente del Consejo de Estado), aunque también muchos de sus dirigentes y militantes la resistieron con firmeza. Aunque la división ante el régimen se mantuvo, el nuevo herrerismo que se confirmó en el primer lustro de los 80 apoyó el No en el plebiscito de reforma constitucional y fue uno de los grupos que protagonizó la transición posterior. El Consejo Nacional Herrerista, cuyo líder emergente Lacalle Herrera nunca ocultó sus diferencias con Wilson Ferreira Aldunate, terminó apoyándolo en su retorno en 1984 y también rechazó el pacto del Club Naval ante la prisión del líder nacionalista.
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