top of page
  • White Facebook Icon
  • White Twitter Icon
  • Blanco Icono de Instagram
  • White YouTube Icon

Fascismos cotidianos y futuros posibles

  • Marcelo Rossal*
  • 22 oct 2018
  • 12 Min. de lectura

Dibujo: Julio Castillo

Introducción[1]

El prohibicionismo en relación al uso de drogas se ha ido conformando como un complejo poderoso y multiforme, entre sus elementos, el discurso del odio le ha sido consustancial. En Sudamérica, el complejo prohibicionista produce daños importantes en sus poblaciones más vulnerables, tanto en lo que refiere a daños directos por la represión estatal como por el aumento de la violencia interpersonal entre las personas vinculadas al mercado ilícito. Por otra parte, la estigmatización de los usuarios de drogas más vulnerables alimenta discursos de odio contra ellos. Discursos de odio que tienen un correlato político en la reacción conservadora actualmente en curso en la región. El discurso del odio que en Europa o en Estados Unidos afecta principalmente a los inmigrantes, en Sudamérica encuentra en los usuarios de drogas más pobres un objeto privilegiado. A continuación planteo una reflexión sobre el discurso del odio que construye en los usuarios de drogas más vulnerables como una alteridad radical, epítome de la “pérdida de valores” que estaría, en este discurso alterofóbico, en la base del aumento de la violencia en las sociedades contemporáneas de Sudamérica.

Nuestra experiencia del fascismo

El fascismo es una suerte de cancelación del espacio público en tanto que lugar de encuentro entre extraños, en tanto que espacio de alteridades (Menéndez Carrión, 2015). Sabemos de ello en América Latina, en Uruguay por ejemplo, esta cancelación del espacio público fue muy radical puesto que en un país con un Estado fuerte de llegada capilar a cada espacio del territorio bajo su soberanía, con una policía capaz de controlar hasta las reuniones en casas de familias (durante la dictadura debían comunicarse a las comisarías reuniones sociales en las casas de familia), había censores que iban a teatros y recitales, cercenándose primero la participación política y sindical, y luego las expresiones culturales como el rock nacional y hasta mantener cerrada la Escuela Nacional de Bellas Artes. Entre la cárcel, el exilio y el insilio de la mayoría de los productores culturales, el espacio público fue obliterado, ritualizándose un conjunto de escenas patrióticas, festivales de folklore tradicional y fiestas organizadas por el régimen. En ese contexto (1974) fue que se dictó la ley de estupefacientes que tiene como peculiaridad la no penalización de los usos de drogas a la vez que prescribió el tratamiento médico para los usuarios que fuesen reputados como “toxicómanos” por parte de jueces asesorados por psiquiatras. Al mismo tiempo, a instancias de la presión norteamericana, se creó una Brigada de Narcóticos desde las entrañas de la Dirección de Inteligencia de la policía (Castro, 2015). Esta dependencia policial trabajó codo a codo con Toxicomanías del MSP y el Poder Judicial a los efectos de encerrar a los usuarios de drogas en los manicomios. Ya al final de la dictadura, uno de los basquetbolistas más importantes de Uruguay de todos los tiempos, Horacio “Tato” López fue encerrado y judicializado bajo ese régimen, que enfocó para la represión cultural en los jóvenes que expresaban alteridades al orden dominante, como ser los “extraños de pelo largo“.

En esos años ochenta, la salida de la dictadura ofrecía una primavera democrática, con una presencia juvenil en el espacio público contrastaba con un aparato policial acostumbrado a las prácticas propias de una dictadura. Sucedía que los sábados al mediodía en lugares como la feria de Villa Biarritz eran plenos de libertad, discusión pública y difusión de fanzines y nuevas bandas de rock con integrantes de “raros peinados nuevos”, mientras que en la noche, como cantaban Los Estómagos, “sentirás miedo”[2]. En la noche había aún una atmósfera dictatorial en la cual si eras joven, eras sospechoso y podías sufrir la violencia estatal. La sospecha ya no era sobre el joven políticamente subversivo, sino sobre el joven culturalmente subversivo: dionisíaco, rebelde y drogón.

Ya en los años 2000, con un proceso de normalización sociocultural de los usos de drogas iniciado, el aumento de los delitos y la irrupción de la pasta base de cocaína en un contexto de crisis socioeconómica muy radical (2002) la interpretación dominante (por derecha e izquierda) desde los medios de comunicación resitúa en lo moral y lo sanitario la interpretación de los usos de drogas entre los pobres y se desarrollan demandas de separar del espacio público a los usuarios de pasta base de cocaína. Ya en el 2013, los nuevos planteos de internación compulsiva, los aumentos de penalización para el mercado de pasta base y una ley de faltas que penaliza vivir en la calle fueron el lado oscuro de una política de regulación del cannabis que protegió a sus usuarios.

Si en Uruguay su Estado logró obliterar el espacio público -sepamos que esto no se puede lograr del todo, pero sí en una muy intensa medida- durante más de una década, hoy amanecen perspectivas ominosas de erradicación de sujetos o descalificación de sus voces. Si durante un tiempo avanzamos en un proceso civilizatorio que pasó a ampliar las voces en el espacio público y consolidó nuevos derechos a mujeres, usuarios de marihuana, diversidades sexuales y niños, niñas y adolescentes; hoy distintas voces plantean, sin timidez alguna, la descalificación de algunas voces en el espacio público mediante el aumento de la presión punitiva así como, directamente, el exterminio de personas que delinquen. Si bien estas voces no tienen una expresión política clara, distintos políticos realizan gestos en la dirección del aumento de la presión punitiva en un contexto en el sistema penal inquisitivo ha sido sustituido por uno acusatorio, dando lugar a que los detenidos puedan acceder a una defensa justa y, por tanto, muchas a veces a quedar libres cuando hasta hace no mucho, iban presos sin remedio. El espejamiento entre las noticias de prensa y sus comentaristas produce un sentido social de caos que sería producto de “los derechos humanos de los delincuentes”, procesándose una suerte de recurrente atentado anticivilizatorio, a veces cínico a veces directo, que recupera expresiones de las dictaduras y que las añora al modo Bolsonaro en Brasil: Derechos humanos para los humanos derechos, como decía la consigna de la dictadura argentina. El fascismo cotidiano comenta las noticias policiales y revictimiza a los más pobres y a las minorías cuando alguna noticia refiere a costumbres alternativas o a cambios en el campo educativo en temáticas de género o sexualidad. Un reensamblaje conservador del liberalismo lo oblitera en sus aspectos socioculturales y el sujeto diferente pasa a ser responsable de un caos producto de la “pérdida de valores”. Este fascismo también podría verse como una radicalización de los “valores tradicionales”, esos que dan como resultado femicidios, lesiones y también muertes de los varones que los sostienen. Ayer un joven afirmó haber matado a otro porque “miró a la novia de su amigo”[3].

La construcción del fascismo

Por otra parte, junto a este populismo punitivo que añora dictaduras y festeja las ejecuciones sumarias, tenemos el avance de tecnologías de biocontrol y psicopolíticas (Han, 2014), algunas en manos del Estado y otras en el marco de grandes empresas con el poder que de ejercer el control global de las subjetividades a partir tanto de los grandes datos como de la mirada capilar a pequeñas comunidades e incluso individuos relevantes de alguna forma u otra. (Entiendo que más que pasar del biocontrol a la psicopolítica tenemos un ensamblaje complejo entre ambas formas de control, de vínculos entre Estados y mercado global; incluso, no lo olvidemos, de formas de trabajo bajo control panóptico en cárceles privatizadas y torpes avanzadas de soberanía sobre territorios de impugnación del Estado, sea por alteridades indígenas o de la pobreza extrema).

Al aumento de las capacidades de control sobre la subjetividad y los cuerpos de los individuos (sujetos, personas, actores red) también alborea una neurobiopolítica que puede proclamarse sin reflexión a la vista, en un nuevo higienismo del cerebro.

En un contexto alterofóbico, junto a discursos que añoran dictaduras, ciertos enfoques científicos parecen procurar una nueva eugenesia, conformando un escenario tan interesante como aterrador.

A la pornografía de la violencia (Bourgois, 2010) podría aunarse una neurobiología de la incapacidad que reestablezca legitimidad a una tutela, necesariamente violenta, hacia los sujetos ya castigados por la brutalidad policial, la ideología de género de los valores tradicionales (el machismo que castiga de forma brutal, tanto material como simbólica, a sus sostenedores cuando se trata de varones pobres que no pueden cumplir con las exigencias morales de la provisión económica) y las condiciones de miseria en la cual han vivido.

Al continuo de la violencia se podría aunar una suerte de retorno del tutelarismo reprimido en el campo médico, uno que se encontraría ínsito en el “habitus asistencial autoritario” (Romero, 2006).

Pero volviendo a la dictadura uruguaya, aún hoy hay psiquiatras que se reivindican discípulos de una tal Dra. Bachini, que formó parte del dispositivo represivo que encerró a Tato López, entre otros tantos jóvenes, en un evento organizado por la Academia Nacional de Medicina (Da Silva, 2013, p. 40, el resaltado es mío):

Fíjense que interesante, en el Hospital Vilardebó durante cinco años, entre el 69 y el 74, ingresaron 114 pacientes por consumo de drogas. Es, yo creo la consulta de hoy en un día, en uno solo de los distintos centros. Del 75 al 80 se generó pánico en las autoridades del Ministerio de Salud Pública porque se multiplicó por cinco. Imagínense que cualquier enfermedad, que cualquier trastorno se multiplique por cinco. Hubo 584 casos en cinco años. Cien casos por año. Uno cada tres días. Ahora vemos uno cada 30 minutos. Me acuerdo que este trabajo lo hicimos con la Doctora Ofelia Bachini, mi maestra, tengo que reconocerlo públicamente, la doctora me decía se te escapó de la hoja. La parte de arriba de la columna de marihuana no se ve porque se me escapó prácticamente de la hoja. O sea que aumentó la marihuana, aumentó el consumo, y aumentó el ingreso al Hospital Vilardebó. Y ¿quiénes ingresaban? Pacientes que tenían trastornos por consumo de marihuana. Es decir cuadros sicóticos, delirantes, depresivos.

La presentación de este doctor llega a un impresionismo ridículamente falaz cuando plantea que el “adicto”: “cuando empieza a fumar marihuana o tomar cocaína no se puede detener hasta que no termina con la bolsita” (p. 36) ¿Será el habitus asistencial autoritario el que permite olvidar el razonamiento más simple cuando compara las internaciones en el Vilardebó durante la dictadura, que eran en base a órdenes judiciales expedidas en función a un dispositivo represivo, con las distintas formas de atención para usos problemáticos de drogas que ocurren hoy día. No sólo asusta que un psiquiatra reivindique su genealogía con una “maestra” que era parte fundamental de un dispositivo que encarcelaba y torturaba a jóvenes usuarios de drogas, sino también que la Academia Nacional de Medicina publique en el año 2013 sus atentados contra el más elemental razonamiento.

Este psiquiatra omite decir que en el aumento de las internaciones influía directamente la metodología de vigilancia y torturas de esa policía de la dictadura y que el registro, tal vez delirante, de “cuadros sicóticos, delirantes y depresivos” era parte de ese dispositivo. Hoy día no son habituales tales cuadros médicos en usuarios de cannabis y los usuarios son muchísimos más que antes, siendo los trastornos y las consultas, en general, por el uso de otras sustancias.

¿Hacia una neurobiopolítica?

En el principal centro de tratamiento a usuarios de drogas de Uruguay se celebró una conferencia de celebración de su primera década de actividad en la que participaron Luis Barbeito y Marcelo Viñar. En su presentación, el Dr. Barbeito mostró daños que producen las drogas, especialmente cuando son usadas desde la adolescencia.

Los argumentos civilizatorios frente a la brutalidad alterofóbica que provinieron del propio Barbeito para demostrar que no tenía asidero criminalizar a los adolescentes[4] ahora parecen descalificar como sujetos a los usuarios de drogas más vulnerables: ¿qué se ofrece para ellos desde esta perspectiva neurocientífica? no mucho, puesto que es en la niñez y hasta la adolescencia que se desarrollaría el grueso de la salud cerebral de cada sujeto, por otra parte si las drogas hacen daño se trata de lograr que nadie las use. Según las neurociencias, el daño y la vulnerabilidad de estos sujetos es aterrorizante. Aunque debo decir que he tenido diálogos muy inteligentes con usuarios de pasta base de cocaína que hace una década la consumen casi a diario, estos cerebros deberían estar terriblemente dañados, ¿qué debemos hacer como sociedad? En su presentación, el Dr. Barbeito reivindica a Pasteur, al concepto de higiene y a la posibilidad de una higiene del cerebro.

En otras presentaciones neurobiológicas, las imágenes de ratas que van compulsivamente a la cocaína se vinculan a imágenes cerebrales humanas con naturalidad, mostrándose cómo los cerebros de los “dependientes químicos” cambian de color al compás de afectaciones que se refrendarían en test de inteligencia. Estos enfoques suelen terminar en un mensaje esperanzador: podemos prevenir todo esto si no se usan drogas y también podemos utilizar estas “evidencias” para defender políticas de protección a la infancia, como hace encomiablemente el Dr. Barbeito.

Sin embargo, a juzgar por (i) las sensibilidades alterofóbicas de muchos ciudadanos, (ii) las miradas tutelares que provienen del modelo médico hegemónico[5] y (iii) las ambiciones biopolíticas que podrían infundir construcciones neurocientíficas alejadas de un trato comprensivo con los sujetos de carne y hueso, podrían ser posibles derivas bastante ominosas, basadas en la eficacia, ya que, por ejemplo, una terapia como el psicoanálisis, según Hagner:

Ha resultado demasiado elitista y complicado, demasiado tedioso, impracticable y difícil de manejar. Sus resultados no son lo bastante elementales y sí demasiado complejos para resultar operacionales en una determinación general de perfiles de personalidad. Las imágenes del cerebro son mucho más apropiadas para este propósito. Muestran aspectos mucho menos complejos de la personalidad y son por tanto más fácilmente adaptables a propósitos biopolíticos. Las imágenes del cerebro podrían servir para inscribir normas, consultar, controlar, hacer sugerencias, proporcionar pautas para la autoevaluación y planes de acción. Así como un electrocardiograma advierte si un paciente que ha sufrido un ataque al corazón está recuperado para el ajetreo del acto sexual, las imágenes del cerebro determinarían si alguien está más dotado para la música o para las matemáticas. Por supuesto, una sola imagen no es suficiente para tal propósito. En el transcurso de un determinado período de tiempo, imágenes adicionales podrían dar cuenta de los progresos y ser grabadas en chips de datos personales, listos para ser consultados en cualquier momento y lugar. (Hagner, 2010, p. 445)

Esto aún no sería posible, pero tal vez lo sea pronto; lo que sí proclaman algunos neurocientíficos es una suerte de una nueva política del cerebro[6]. Frente a algunas conclusiones del prevencionismo neurocientífico y su posibilidad de transformarse en una nueva forma de normalización más eficaz que las anteriores, me asalta el recuerdo de una entrevista realizada en una comisaría de Montevideo. El viejo policía, formado durante la dictadura, me decía:

Ahora estoy feliz con mi nuevo trabajo como policía comunitario, ahora trabajo para mejorar la vida de estas personas que tienen sus casas nuevas; pero esto no es por sus padres, que ya están perdidos, es por los niños que todavía podrán salir adelante.

La confluencia de perspectivas entre una sociológica proveniente del sentido común más conservador junto a un higienismo neurocientífico, ratificando que hay sujetos definitivamente deteriorados en sus funciones mentales, podrá desafiar a la democracia y los derechos humanos por venir, relegitimando la antigua pregunta sobre la completitud de la humanidad de los Otros.

La construcción del fascismo apila Otros a excluir de distintas formas, no se ahorra el exterminio si es necesario para resolver problemas, por ejemplo los delitos, y ofrece soluciones drásticas y simples que ilusionan a muchos individuos que anhelan un pasado exento de violencia que en verdad nunca ocurrió.

Entre las ficciones fascistas, retropía[7] y utopía se retroalimentan: se añora un pasado mientras se imagina un futuro en el que las máquinas de normalizar se exprimen al máximo para generar espacios de confort para los dóciles.

* Marcelo Rossal es antropólogo, docente en el CEIL y el Departamento de Antropología Social, integrante del Sistema Nacional de Investigadores.

Notas

[1] Algunas partes de este texto dialogan con: Rossal, M. (2018). El Uruguay progresista: entre la soberanía y el biocontrol. Athenea digital, 18(1), 71-89.

[2]“En la noche sentirás miedo”, dice la letra, textualmente. Esa generación rocanrolera, no muy bien considerada por sus mayores, no sólo expresaba su disidencia en términos culturales sino que, además de denunciar a la violencia policial que los afectaba también cantaba sobre las miserias socioeconómicas de los trabajadores, como dice la letra de “No hay clemencia”: “Tantos líos ya no entiendes / para ti nunca hay dinero / pero puntualmente / se le paga al extranjero”. Las dos canciones pertenecen a Los Estómagos. http://www.musica.com/letras.asp?letra=1478349 Acceso: 14/04/17.

[4] Me refiero al plebiscito sobre la baja de la edad de imputabilidad penal, derrotado por escaso margen y para el cual la “ciencia” in toto defendió la opción vencedora.

[5] En Uruguay la historia de la medicina registra importantes adeptos de la eugenesia (Silva, 2016).

[6] Ángel Martínez-Hernáez (2016) plantea la emergencia de una neuropolítica que describiría tiempos contemporáneos de self neuronal y uso masivo de fármacos encuadrados en neuronarrativas. Esta sería una segunda biopolítica que en vez de operar con amenazas se movilizaría mediante positividad y neuronarrativas. De todas formas, me resulta necesario reconocer, como lo hace Philippe Bourgois (2010, p. 369), “el efecto disciplinario de la biomedicina sobre los cuerpos y las mentes indóciles”. [7] Bolsonaro dice que quiere volver a hacer el Brasil de hace cuarenta o cincuenta años atrás.

Referencias bibliográficas

Bourgois, P. (2010) En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

Castro, G. (2015) Narcotizando la guerra fría: orígenes históricos del control de drogas en Uruguay. Contemporánea. Historia y problemas del Siglo XX. 6.

Da Silva, F. (2013). Diagnóstico de situación. La evolución del consumo de drogas en el Uruguay. En Conceptualización y criterios. Actas, conferencias, recomendaciones. Jornada Académica acerca de la vulnerabilidad a desarrollar Conductas Adictivas: Abordaje y Respuestas. Montevideo, Octubre.

Hagner, M. (2010). Cómo funciona la mente: la representación visual de los procesos cerebrales. Arbor, 186(743), 435-447.

Han, B. C. (2014). Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Herder Editorial.

Martínez-Hernáez, A. (2016). ‘O segredo está no interior’. A neuropolítica e a emergência das neuronarrativas no consumo de antidepressivos. En Sandra Caponi, María Vásquez-Valencia & Marta Verdi (Eds.), Vigiar e medicar: estratégias de medicalização da infância (pp. 61-72). São Paulo: LiberArs

Menéndez-Carrión, A (2015) Memorias de ciudadanía. Los avatares de una polis golpeada. La experiencia uruguaya (tomo 1), Fin de Siglo, Montevideo.

Romero, S. (2006). Modelos culturales y sistemas de atención de la salud. En José Portillo & Joaquín Rodríguez (Eds.), Las otras medicinas (pp. 47-56). Montevideo: Instituto Goethe

Rossal, M. (2018). El Uruguay progresista: entre la soberanía y el biocontrol. Athenea digital, 18(1), 71-89

Silva Forné, D. (2016). Drogas y derecho penal en el Uruguay. Montevideo: FCU

Comentarios


bottom of page