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Hemisferio Izquierdo

Entrevista a Daniel Erosa*

Hemisferio Izquierdo (HI)- Una de las características más notorias de la coyuntura política latinoamericana es la fuerte relación entre medios masivos de comunicación y ascenso de las derechas a través de procesos de desestabilización de los gobiernos de izquierda o progresistas (tanto en Venezuela, como en Brasil, Argentina o Ecuador). ¿Cuál es la situación de la relación entre medios, masas, política y democracia en Uruguay?

Daniel Erosa (DE)- Aunque creo que es innegable la presión que ejercen algunos medios de comunicación en las agendas políticas de casi todos los países donde existe la libertad de prensa, también es cierto que la relación de los medios y la política es una ruta de doble mano, una relación a menudo carnal, muchas veces un negocio, un toma y daca explícito y evidente, porque el poder político utiliza a los medios tanto para que actúen en su favor, como para demonizarlos cuando no consigue lo primero.

Hay como una moda últimamente de los gobiernos progresistas de la región que consiste en echarles la culpa de sus fracasos o frustraciones a los medios; y la verdad, resulta una artimaña facilonga y difícil de tragar. Es cierto que los medios masivos de comunicación (dependiendo del poderío y la concentración que tengan en cada país: Globo en Brasil filtra a través de radios, portales, televisión y prensa escrita, un porcentaje enorme de la información que circula) arman agenda, generan estados de opinión pública, instalan o silencian temas, informan con sesgo, hacen mandados, benefician a un candidato en una elección cobrándole menos dinero por el espacio publicitario, etc. Pero no me atrevo a sentenciar una relación tan mecánica entre el accionar de los medios y el ascenso de las derechas. Si eso fuera así de lineal, si los medios fueran los verdaderos dueños de la opinión pública y por tanto “decidieran” lo que votan los ciudadanos, y suponiendo que son todos de derecha –por eso estarían ahora siendo funcionales a su ascenso–, uno se pregunta por qué esperaron más de una década para actuar en esa dirección. Sin negar el peso que tienen, no creo que sea una ecuación tan fácil de explicar. Es un fenómeno mucho más complejo, porque además en estos tiempos existe una fragmentación evidente de todos los discursos a través de otros actores de la comunicación con peso creciente –como las redes sociales– y a caballo de esta idea de democracia salvaje aplicada al ágora mundial.

No es comparable lo que pasa en Venezuela entre el poder político y el poder de los medios con lo que pasó en Brasil con el impeachment, o la lucha a muerte que tuvo y tiene el grupo Clarín con las figuras más relevantes de la década K. Los medios machacan con medias verdades, se escandalizan en una sola dirección o ridiculizan los gestos de los líderes que no apoyan. Pero fue Maduro quien dijo que hablaba con pajaritos, fue el PT el que entró en el juego corrupto de la compra de votos, y fueron unos cuantos cuadros del kirchnerismo los que andaban trasladando montañas de billetes en los bolsos.

Las izquierdas o las progresías han intentado crear medios fieles o direccionados a defender sus gestiones y en general han fracasado, porque son publicaciones que nadie lee o programas que tienen cero audiencia porque no cuentan con credibilidad ni despiertan interés. O han intentado cooptar a los existentes con base en generosas pautas publicitarias o dándoles primicias todo el tiempo. Resulta paradigmático en ese último sentido la relación del ex presidente José Mujica y el semanario Búsqueda, que salió casi todas las semanas durante su mandato con información “fresca” proveniente de “altas fuentes de la Torre Ejecutiva”, o simplemente la palabra en directo del propio mandatario. “Preferimos darles una primicia por semana que tener todas las semanas una tapa en contra”, le oí decir a un asesor en comunicación hablándome sobre el tema. Además, la izquierda gobernante, al menos en Uruguay, ha utilizado a los medios masivos muchas veces para zanjar diferencias internas, dinamitar una decisión del ejecutivo, hacer perfilismo, presionar a su propio gobierno, y en esos casos las filtraciones y maniobras se operan con la complicidad de los medios pero se generan lejos de las redacciones. Los políticos se quejan de los medios sobre todo cuando no los favorecen, pero hacen cola para aparecer un minuto en horario central o para que los entrevisten en el diario más rancio del status quo, legitimando el mismo esquema que denuncian cuando los perjudica. Y se enojan con los medios de izquierda cuando actúan con independencia y los critican, o cuando no les hacen el caldo gordo ni actúan como sostenes de su propaganda.

Las presiones de la política hacia los medios siempre existirán, pero si de algo no nos podemos quejar en Uruguay es de que no exista libertad de expresión, plural e irrestricta.

HI- ¿Qué valoración hace de la política de medios impulsada por el progresismo en Uruguay y qué líneas de acción se deberían impulsar para transformar la situación actual en un sentido democratizante?

DE- No me queda clara cuál ha sido la política de medios impulsada por el progresismo. Si bien se han dado pasos en la aprobación de una ley regulatoria, no se vislumbra una actitud vigorosa del elenco político oficialista en esa dirección. Han optado por no innovar y certificar la receta del libre mercado y el mandato del rating, y han repartido la torta publicitaria estatal con métodos que no se diferencian de las tácticas marketineras de los que venden jabones o refrescos.

Tampoco se han impulsado acciones para proteger la existencia de la prensa escrita, proveedora fundamental de noticias, fuente de la que abrevan –y son subsidiarios– casi todos los otros medios en materia informativa, vehículo natural de la opinión, el debate y el pensamiento. Hay litros de tinta escritos sobre la necesidad de tener medios fuertes para contar con democracias más sólidas, sobre la importancia de que esos medios sean independientes del poder de turno y actúen como fiscales en favor del ciudadano, y sobre cómo los gobiernos tendrían que preocuparse por garantizar la polifonía informativa y crítica, incómoda, pero potencialmente fermental y creadora de ciudadanía. Pero muchas veces da la impresión de que les alcanzaría con conseguir un conjunto de medios controladitos y sumisos que no les hagan olas, que no los cuestionen o que estén dispuestos a transar. Parece que no existe esa preocupación democratizante, ni la intención política de alterar el esquema de “libre competencia”, donde los más ricos siempre se imponen, porque tienen más espalda, porque pueden pagar mejores salarios o diseñar artefactos de infoentretenimiento que les garantizan abundantes regalías.

Pero a la vez esos medios poderosos, que se mueven básicamente por intereses comerciales, venden avisos disfrazados de noticias, hacen notas a pedido, adulan al poder para conseguir millonarias pautas publicitarias, se prestan a operaciones políticas, son dóciles y suaves con el mercado –son la caja de resonancia del mercado, con todo lo ideológico que eso implica– y no profundizan mucho en sus investigaciones si para eso deben pelearse con algún anunciante.

Cuestionar cómo gira esa noria sería la primera línea de acción que impulsaría.

* Director del Semanario Brecha

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