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María José Bolaña*

El fenómeno de los “cantegriles” montevideanos a través de la memoria: discriminación y estigmatiza


Fotografía: Unidad Casavalle 2 (ca. 1962-1964).

Introducción: testimonio, espacio y memoria

A través de la memoria reconstruimos y buscamos comprender el fenómeno de los denominados “cantegriles”[1] desde sus habitantes, militantes sociales y maestras que trabajaron en escuelas cercanas a esas zonas de Montevideo. El trabajo con fuentes orales refiere específicamente a una zona de Montevideo ubicada sobre Bulevar Aparicio Saravia entre el Arroyo Miguelete y General Flores. Allí se encuentra uno de los “cantegriles” que comenzó a formarse con viviendas de materiales de desecho a fines de los años cuarenta, también la mayoría de las viviendas de emergencia construidas por el municipio de Montevideo para “abolir rancheríos” entre 1950 y 1955, el “centro de recuperación social” Unidad Casavalle Nº 2 de 1958, su segunda etapa de 1962 y, el complejo habitacional Unidad Misiones de 1972. Por tanto, es una zona importante de Montevideo por la antiguedad de los “cantegriles”, mediados del siglo XX, así como lugar de desarrollo de la mayoría de las políticas sociales y de viviendas que realizaron los gobiernos municipales y nacionales entre 1946 y 1973. En ella aún viven la mayoría de los testimonios entrevistados siendo la “trama socio-cultural”[2] donde se desarrolla sus vidas dentro del espacio urbano montevideano. Lugar que sigue caracterizado por la pobreza de los “cantegriles” y estigmatizado en la actualidad como “zona roja”[3] de Montevideo.

Esta identificación actual de la zona estudiada explica la reacción de los testimonios de vecinos y vecinas al comenzar la entrevista cuando se utilizó la palabra “cantegril”. El encuentro con los entrevistados comenzaba con la presentación de los motivos de la entrevista, leyéndose el siguiente texto: “Hoy […] nos encontramos en […] para realizar una entrevista que forma parte de la investigación que […] está realizando para su tesis de maestría, titulada “Montevideo (1946-1973): “cantegriles” como discusión urbana”. El uso de la palabra “cantegril” generó rechazo, resistencias, expresadas en silencios prolongados, gestos de desagrado, de incomprensión, miradas de desconfianza, en todos los testimonios excepto en el del más anciano.

Sin embargo de los once testimonios de la zona solo tres conocían el origen de la palabra, aunque seis consideraban que había sido inventado y utilizado por los de “afuera” para nombrar a aquellos que vivían en “ranchos” en forma despectiva, denigrante. Por lo tanto, a partir de la ubicación que los testimonios le dan al origen de la palabra “cantegril” como algo que viene de un “afuera”, utilizaremos la categoría “adentro” para el análisis de la memoria de la palabra “cantegril” desde testimonios de antiguos pobladores de "cantegriles" y sus descendientes.

Memoria de la palabra “cantegril” desde adentro

Luis Alberto[4], que vivió desde los años cincuenta, con su padre y tíos en un “cantegril” en la zona de Aparicio Saravia y San Martín, comenzó la entrevista hablando de la experiencia de haber conocido al Padre Cacho[5] y lo que significó en sus vidas. Desde que murió su madre, cuando él tenía 13 años, en 1960, vivió la mayor parte del tiempo en viviendas de materiales de desecho de la zona junto a sus tíos, primo y padre. Solamente un tiempo corto, siendo el adulto, vivió en las viviendas de emergencia de Marconi, hasta que en 1982 adquiere una de las viviendas del barrio San Vicente construidas por ayuda mutua en la comunidad del Padre Cacho, del que él y su esposa participaban. Al preguntarle por la palabra “cantegril” negó conocerla: “Yo nunca lo sentí. Nunca". En su memoria estaba claro que “él” no usaba esa palabra y que sí se asociaba a “ranchitos”: “Habría ranchitos, no le digo que no”. Pero en principio prefería negar su uso y afirmaba que “eran casitas, era gente pobre”.

Norma y Juana, hermanas que llegaron con su familia siendo niñas a una vivienda de materiales de desecho en 1968 em la zona de Enrique Castro y Aparicio Saravia, tuvieron reacciones diferentes[6], ninguna hizo comentarios al escuchar la palabra “cantegril”. En la memoria de Norma, el “cantegril” “era mucho rancho” y estaba asociado a algo “feo”, al empobrecimiento de su familia, la pérdida de su casa. Caer en el “cantegril” fue sinónimo de empobrecimiento para ella y su familia y, de ir a vivir a un lugar peligroso, con “malandros” donde nadie se animaba a entrar.

Juana, que tenía trece años cuando llegó al lugar, al igual que los otros dos testimonios comenzaba la descripción del lugar a través de los “ranchitos”, agregaba la falta de urbanización y la basura. La palabra “cantegril” no la conocía como el nombre del lugar, en un principio, porque ella se identifica con la denominación puesta al establecer la comunidad San Vicente. Sin embargo, a lo largo de la entrevista, cuando comenzó a contar la época en que llegaron, cómo era el lugar, utilizó la palabra “cantegril” con naturalidad, hasta que al explicar los motivos por los que tuvieron que ir a vivir allí dijo:

“Y no teníamos de qué vivir […] no podíamos pagar ahí el alquiler […] no lo pudimos pagar nos echaron, porque dicho sea la palabra nos echaron, y terminamos acá […] en un cantegril [..]”

Los testimonios de Juana y Norma son el ejemplo de las numerosas familias que en la segunda mitad de los sesenta fueron desalojadas por no poder pagar un alquiler. Demostrando la realidad que las discusiones parlamentarias a fines de esa década planteaban: el problema de “los desalojos masivos” que aumentaban la población de los denominados “cantegriles”. La experiencia del desalojo para las familias significaba el descenso social pero también la expulsión de la ciudad, “nos echaron”, una expulsión acentuada con la carga simbólica de “caer” en el “cantegril”.

Al preguntarle el origen de la palabra “cantegril”, Juana recuerda una anécdota: “nosotros embromábamos mucho, no sé si será por ahí que habrá salido también, viste que en Punta del Este hay un lugar, un barrio que se le llama cantegril […] Y nosotros siempre embromábamos […] cuando empezaron a abrir la calle esta Timbúes, "Ahora tenemos la avenida Gorlero de cantegril"”. Y en el momento del recuerdo reflexiona “yo creo que nosotros más lo tomamos porque era una faceta y la otra, una cara y la otra. La cara de la riqueza, la abundancia y la cara de la pobreza total viste” y aclara “pienso yo que habrá sido por eso, no tengo ni idea por qué se le puso cantegril a los ranchos”.

La anécdota que cuenta Juana de la ironía con que celebraron la inauguración de una de las calles principales del barrio, además de Aparicio Saravia, no la recordaba ninguno de los testimonios entrevistados de San Vicente. La relación entre esa palabra y la denotación de desigualdad, injusticia, contradicción está olvidada en todos los testimonios, aunque parecería, por el recuerdo de Juana que en algún momento se conoció. Lo que sí está claro en todas las memorias es que viene de “afuera”.

El testimonio de Luis también forma parte de esas familias que no podían sostener el pago de una vivienda en la ciudad y debieron buscar “la posibilidad de hacer un rancho, en aquel entonces había muy poquitos ranchos no. Era en el 64 por ahí”. Él tenía catorce años cuando construyó el “rancho” en Aparicio Saravia y Enrique Castro, donde vivieron con su mamá adoptiva, quien al separarse de su pareja debió afrontar el mantenimiento de tres hijos trabajando como lavandera.

Con respecto a la palabra "catnegril" comentó: “Siempre, siempre se dijo cantegril”, ratificando que lo “decía la gente de afuera, no nosotros”. Al igual que Juana y Norma, reconoce la palabra como forma negativa, “mala”, de nombrar “El rancho […] el barrio” por “la gente de afuera […] que tenía plata”.

Juan, no pertenece a la misma comunidad barrial que los anteriores. Llegó a las viviendas de emergencia de la Unidad de Habitación Nº2 de Casavalle cuando se inauguraron, en 1959, él tenía dos años, y provenía, con sus dos hermanos y padres de un “cantegril” conocido como Chacarita, ubicado en Camino Maldonado y Camino de los Padres de la Chacarita. Su papá había llegado desde Santa Ana do Livramento y su madre era montevideana. Ambos trabajaban, su padre en la construcción pero al sufrir un accidente se dedicó a lustrar zapatos. Su madre como empleada doméstica. Si bien la mayor parte de su vida vivió en las viviendas de emergencia, fue uno de los testimonios que más demostró sentirse ofendido por el uso de la palabra “cantegril”. Para Juan, la palabra existe pero está cargada de elementos negativos, de ahí el “mote” que proviene de “afuera”.

La connotación negativa de la palabra “cantegril” es lo que permanece en la memoria desde “adentro”, la conformación de esa identidad responde a la experiencia social de la discriminación, por diversos motivos, común a todos los testimonios. Ese es el fundamento para el uso de la palabra “ranchos” como forma de identificar a un conjunto de "casas de gente pobre", a diferencia de aquellos que son de “afuera”, tienen “plata”, están “más arriba” y lo llaman “cantegril”.

Sin embargo, para Benito, quien construyó su “rancho” junto a otros pocos que había en la zona en 1947, a sus catorce años de edad, la palabra “cantegril” le trajo recuerdos de su llegada a Montevideo desde la ciudad de Treinta y Tres. Para él no viene “de afuera”, no está cargada de elementos peyorativos y estigmatizadores como en los testimonios más jóvenes de los años sesenta. .

Como en otros testimonios la viudez del hombre o de la mujer, la separación de las parejas donde las mujeres quedan con sus hijos, la orfandad fue, también, un factor de empobrecimiento. Estas situaciones muestran el desamparo de algunos sectores sociales a mediados del siglo XX, cuya respuesta a la situación de pobreza fue construir un “rancho” en un terreno cerca de la ciudad.

El testimonio de Benito, está despojado del estigma que parece haberse profundizado en los años sesenta y setenta y, por esa razón, hallarse más vivo en los más jóvenes. Probablemente la estructuración de una relación antagónica entre pobres del “cantegril” y “habitantes de la ciudad” esté relacionada con los procesos de pauperización vividos en la década del sesenta por importantes sectores de asalariados de la ciudad de Montevideo e inquilinos que fueron desalojados. Ese antagonismo seguramente se profundizó en los años setenta con el aumento del autoritarismo y la violencia estatal, que oficializó el nombre de “poblaciones marginales urbanas”[7] llamadas “Cantegriles” para los pobres de la ciudad.

Elena nació en Barrio Sur en 1970, residió desde sus dos años de edad, cuando se mudó con su madre y hermana, en el barrio Plácido Ellauri que no identifica como viviendas de emergencia. Cuenta que su abuelo había accedido a esas viviendas por ser retirado militar[8]. Sin embargo, relata que a su barrio “le llamaban el cantegril” aunque ella no sabe por qué, “en realidad no habían ranchos”, “los ranchos vinieron después. Años ochenta”.

Julia nació en 1976 en las viviendas de emergencia Marconi. Al igual que Elena asoció la palabra “cantegril” a un fenómeno más reciente que no tiene que ver con el origen de su barrio: “los que vos decís cantegriles se armaron después” debido a que “la misma gente” de las viviendas se “iba reproduciendo”, “iba creciendo” y “esas familias tenían que vivir en algún lado”. Sin embargo a lo largo de la entrevista junto a su hermano Julián nacido en 1986, recordó la historia de su familia y la antigüedad del “cantegril”[9]. Su padre había sido trasladado en 1961 cuando tenía nueve años con padre y hermanas desde “un rancho” que se encontraba en la zona de Avenida Burgués al lado del Cementerio del Norte[10]. Ambos recuerdan esta historia a través del relato familiar y al hacerlo Julia reconoce el uso de la palabra “cantegril” en su abuelo y padres pero aclara que “así nos nombraban”. Julián afirma que “le llamaron cantegril al barrio también pero en realidad el cantegril fue invento del gobierno” y considera que los conventillos también eran “cantegriles” siendo las viviendas de emergencia “Solución habitacional para los cantegriles. O sea era algo después del cantegril estos barrios, ellos le siguen diciendo cantegril por una cuestión de costumbre”.

En ambos hermanos, el proceso del “cantegril” a las viviendas de emergencia es descripto en concordancia con el proceso político de los programas gubernamentales para la población de “cantegriles”. Si bien el barrio Marconi se programó a principios de los cincuenta para “abolir el rancherío”, se concretó a fines de esa década, cuando ya se estaba consolidando a nivel gubernamental la idea de los “Cantegriles” como fenómeno social, programándose el “Centro de recuperación social” de Unidad Casavalle. Al construirse la extensión de esta última Unidad de Habitación, a mediados de los sesenta, gran parte de las familias trasladadas provenían de conventillos, como el caso de Cecilia, la esposa de Juan. Por último, la Unidad Misiones fue construida en el contexto de los programas para “erradicación de agrupamientos habitacionales marginales urbanos denominados cantegriles” a principios de los setenta. Por lo tanto, el relato de Julián, quien nació a mediados de los ochenta, reconstruye la memoria del barrio a través de los diversos vecinos que llegaron a la zona realojados en distintos momentos y complejos habitacionales, conformando lo que él reconoce como "cantegril".

En la memoria de Elena, Julia y Julián, quienes vivieron en viviendas de emergencia, a las que como vimos se denomina “cantegriles” también, de allí la dificultad para ellos de encontrarle sentido a la palabra y origen, la construcción temporal del espacio donde habitan está distorsionada en su memoria. Los tres asocian al inicio del relato la llegada del “cantegril” con la construcción de los “ranchos” en los años ochenta y noventa, cuando en realidad todos los testimonios que analizamos, Luis, Luis Alberto, Norma, Juana y el mismo padrastro de Elena, Benito, construyeron sus “ranchos” en la zona entre los años cuarenta y fines de los sesenta, y el padre de Julia y Julian había nacido y vivido en un “rancho” en los años cincuenta, antes de ser trasladado a la viviendas del Marconi.

Lo mismo sucede con el origen de la palabra “cantegril”. Julia y Julián no lo conocen. Sin embargo, Elena recordó sobre el significado lo siguiente: “yo supongo que era porque era mucha gente que tenía carro y caballo y vivía de de esto no […] No con glamour, […] porque no es el cantegril de Punta del Este […]”.

En su memoria, al igual que en la mayoría de los testimonios, se mantiene vivo pero opaco el “vínculo” de la pobreza del “cante” con el “glamour” del “cantegril de Punta del Este”.

Sin embargo Juana recordaba: “yo creo que nosotros más lo tomamos porque era una faceta y la otra, una cara y la otra. La cara de la riqueza, la abundancia y la cara de la pobreza total”.

La memoria de la desigualdad permanece guardada en el olvido producido por una historia de exclusión, discriminación y estigmatización generada en las relaciones sociales entre los pobres y la ciudad.

La memoria de la mayoría de los testimonios permite observar un proceso de construcción hegemónica de la identidad del otro por parte de los habitantes de la urbe. El relato oral pone en cuestionamiento la visión sobre los orígenes de sus pobladores en el período estudiado. Como puede observarse a través de las historias individuales la mayoría de los testimonios no provienen del medio rural.

A excepción de Benito que venía de una ciudad del interior, todos los testimonios nacieron en Montevideo. Según relatan también militantes sociales que trabajaron en la zona en los años cincuenta y sesenta, hacia 1955 los habitantes de los “cantegriles” donde ellos trabajaban eran “segunda y tercera generación en el cantegril”, “ya llevaban años en el barrio, no sé cuántos años llevaba ya formado el cantegril”, eran personas que la ciudad “expulsaba hacia las afueras, hacia formar los barrios […] la población era muy heterogénea”[11].

Desde el relato oral y la memoria desde “adentro” puede observarse, por un lado la construcción de un discurso estigmatizador sobre el significado del “cantegril” desde los años cincuenta. Por otro la contradicción entre la idea de que se trataba, a mediados del siglo XX, de recién llegados del medio rural, lo cual le generaba dificultades de adaptación e inserción en la vida urbana, y las historias de testimonios que hablan de desalojos, realojo y movilidad dentro de la ciudad hacia el empobrecimiento.

Otras memorias de la palabra “cantegril”

La memoria de la palabra “cantegril” como estigma no sólo aparece en los testimonios desde “adentro” sino también en los relatos de militantes sociales entrevistados que trabajaron en esos barrios de Montevideo. Ellos conocen el origen irónico relacionado a la inauguración del barrio Cantegril en Punta del Este sin embargo señalan la estigmatización que el mismo conllevaba para sus habitantes[12].

A pesar de que los militantes conocían la palabra y su origen, y al decir de uno de ellos, Efraín[13], “era la única palabra que definía esos lugares no tenían otro”, ellos no la querían usar, sentían que era parte de la forma de rechazo que la sociedad establecía sobre los pobres que habitaban en viviendas de emergencia o viviendas de materiales de desecho.

El problema era el efecto del uso de ese nombre cuando sus habitantes debían conseguir trabajo, en su relacionamiento con los vecinos de la zona que no eran del “cantegril”. Los cinco testimonios de la organización Emaús coinciden en que el “cantegril” era visto como algo malo, peligroso. Según Mariana para la sociedad “Ahí estaba lo peor”, “en el barrio decían […] la gente no nos quiere”, “tenían claro que eran rechazados por la sociedad”. Esa era una vivencia cotidiana al buscar empleo, al andar en ómnibus, al cruzarse con un vecino de la zona que no habitaba los “cantegriles”.

Pero el miedo y rechazo también se manifestaba en ocasiones especiales, por ejemplo al realizarse el censo de 1962-63. Mariana relata que cuando se iba a hacer el censo les “llegó la información de que en los cantegriles los censos los iban a hacer los milicos, el ejército, porque los funcionarios públicos no querían ir a trabajar a los cantegriles […] Entonces nos ofrecimos los que éramos funcionarios públicos que trabajábamos en Emaús”.

La experiencia del censo que cuenta Mariana desde su testimonio personal como integrante de Emaús y funcionaria pública demuestra una faceta de las dificultades de relacionamiento entre estado y “cantegriles” y, da cuenta de algunos problemas que presentó la realización del censo de población y vivienda de 1962, a partir del cual se buscaba conocer la situación social y económica del Uruguay y elaborar planes de desarrollo económico y social.

La construcción de una identidad urbana de los “cantegriles” parecería tener un punto de inflexión entre 1955 y 1965. Hasta 1955 el gobierno no usaba esa palabra sino que denominaba “rancheríos” a los “cantegriles”, luego los identifica y cataloga como fenómeno social adjudicándole diversos adjetivos descalificativos. Coincidentemente los militantes sociales de fines de los cincuenta comienzan a rechazar esa palabra que en sus orígenes podría haber tenido otras connotaciones. Algo había sucedido. Parecería que el discurso dominante, estigmatizador, elaborado por las autoridades y técnicos encontraba eco en la sociedad montevideana, ubicando a los pobres del “cantegril” en un lugar negativo de la ciudad. Para comprender parte de ese proceso es interesante lo que aportan otras fuentes.

En 1957 en un documento publicado por los Equipos del Bien Común sobre la VIII Semana Social del Uruguay organizada por la iglesia católica entre el 22 y 29 de julio de 1956 en Montevideo, hay un informe de la mesa redonda sobre la situación de la vivienda donde participó el sacerdote jesuita Atanasio Sierra, coordinador de los voluntarios de Emáus en los diversos barrios de emergencia y “cantegriles”. En él el nombre que utiliza el sacerdote para describir los lugares donde trabajaban es “Cantegriles” así presenta la obra de Emaús: “Yo vengo a hablaros de una obra […]: casi un centenar de jóvenes generosos que hace tiempo visitan periódicamente los “Cantegriles” y rancheríos suburbanos […] me refiero a Emaús, la obra social de los “Cantegriles”[14] .

La diferencia que establecía Atanasio Sierra entre “cantegriles” y “rancheríos suburbanos” se refería a que su “campo de acción” es con “los más pobres y abandonados, los que nadie atiende […]”. La “acción” se realizaba en los diversos “cantegriles” “de Villa Española, en el Camino del Andaluz y en el primer “rancherío” que se llamó “Cantegril” y dio su nombre genérico a los demás, como muestra de sarcasmo y sangrienta ironía frente a los lujosos “Cantegriles” de Punta del Este”[15] El testimonio del sacerdote coordinador de Emaús utilizaba el nombre sin prejuicio y sin miedo en 1956 al hablar de la cuestión de la vivienda, como decía uno de los militantes “era la única palabra que definía esos lugares”, pero la realidad de un fenómeno que crecía a mediados de los cincuenta frente a la riqueza dejaba la sensación de una “sangrienta ironía”[16].

En 1958 Alberto Miller realizó el documental “Cantegriles”[17] filmando la vida cotidiana en el “cantegril” de Enrique Castro y Aparicio Saravia. No conocemos el motivo de la elección del lugar pero en una entrevista que se le realizó en el programa Documentalistas de TVCiudad en 1991 Alberto Miller cuenta lo que recuerda de la experiencia de la filmación y de la presentación del mismo. Se presentó en “20 funciones […] facultades e instituciones culturales”, ganó y fue visto como un “best seller en algunos sindicatos”. La presentación era precedida de una charla dada por Andrés Castillo[18] y luego de ver el documental se realizaba un debate. Sin embargo, narra el documentalista: “A pesar de que el público acompañó, que se publicitó y que ganó el premio a la Universidad de la República, se achacó siempre que la película era un testimonio frío, que no atacaba las raíces del problema”. Para el realizador, la intención de la obra era “mostrar la vida de los cantegriles, la miseria en que viven […] Esa realidad no gustó, porque muchos decían que yo tenía que poner a los culpables”[19]. La reacción en los círculos universitarios y sindicales frente al documental “Cantegriles” a fines de los cincuenta, que recordaba Alberto Miller en 1991, mostraba la necesidad de denunciar el por qué esas personas vivían así, los responsables, “culpables” de esa situación. Era la propia denominación “cantegril” la que estaba en juego, una palabra que en sus inicios buscaba denunciar la desigualdad, la injusticia, la ironía de la abundancia representada en el Cantegril Country Club de Punta del Este con su contracara de las viviendas de materiales de desecho montevideanas.

En 1960 el sacerdote coordinador de Emaús, Atanasio Sierra, en un reportaje periodístico decía

“Queremos hacer entender a la prensa: 1) que no hay que hacer sensiblería barata con los necesitados porque esto es destructivo, empequeñece a quien esgrime el argumento todos somos seres humanos […] 3) hay que destruir el mito que ha creado la “gran prensa” : los barrios pobres son habitados por criminales, viciosos y vagos”.[20]

Los prejuicios y estigmas que aparentemente aparecían en la prensa según el sacerdote, eran parte de prácticas cotidianas de discriminación. Así recuerdan los testimonios orales el menosprecio y destrato que recaía en los habitantes de “cantegriles”.

El maestro director de la escuela Nº178, creada para el “centro de recuperación social” Unidad Casavalle, denunciaba en su libro diario de setiembre de 1958 el problema de las inscripciones cuando aún no habían sido trasladados los habitantes a las viviendas: “hago saber de los ataques injustificados de los miembros de un colegio religioso distante una cuadra de esta escuela y de la campaña iniciada para que los vecinos no inscriban a los hijos en este centro docente argumentando para ello que tendrán que estar en compañía de los niños de los “cantegriles”[21].

Memoria y “cantegril”

A principios de los sesenta la palabra “cantegril” parecía nombrar una zona, un territorio de Montevideo un tipo de “gente”. En 1961 un periodista de la Revista Reporter que había visitado la escuela anteriormente nombrada, bajo el subtítulo “La civilización para en la esquina” comenzaba diciendo “El cantegril con minúscula es ya una ironía macabra incorporada al léxico nacional” y luego contaba: “Días pasados mi diario me envío a una escuela en Aparicio Saravia y Burgués, “Zona de cantegriles” agregó en tono intranquilizador el secretario de redacción”[22]. La preocupación del periodista era la paradoja de la cantidad de viviendas económicas vacías que según él había y “la miseria y el hacinamiento de los cantegriles”. Sin embargo su artículo permite observar la transformación del significado socio-urbano de la palabra “cantegril” que se refleja en la memoria de los testimonios de militantes y de habitantes de “cantegriles” en la década del sesenta.

El recorrido por la memoria de la palabra “cantegril” en los testimonios “desde adentro” y, desde “otras memorias” urbanas, da cuenta de un proceso histórico socio-urbano de discriminación y estigmatización, que colocó a los pobres de la ciudad en un lugar e hizo olvidar la ironía de la desigualdad. Del recuerdo de Alberto Miller a principio de los noventa, al contar las discusiones sobre los “responsables”, los “culpalbes” de la existencia de los “cantegriles” en sindicatos y en la universidad a fines de los cincuenta, la memoria de los testimonios, desde el presente, recuerda las experiencias de discriminación en la ciudad, que fueron ubicando el problema de la pobreza urbana en los “pobres del cantegril”.

* Profesora de Historia, FHCE, Udelar.

Notas:

[1]El origen de la denominación "cantegril" es discutido, algunos lo atribuyen a la prensa, otros a la ironía popular, es difícil aún establecer desde dónde comenzó a utilizarse por primera vez. Pero sí conocemos el contexto y la ironía a la que hacía referencia: la contradicción del barrio Cantegril Country Club que se inauguró en 1947 en Punta del Este con un festival de cine internacional, que significó un negocio inmobiliario en el principal balneario del Uruguay y, la formación de “rancheríos suburbanos” o poblados de viviendas de materiales de desecho en la ciudad capital.

[2]Arfuch, Leonor (1995), “La entrevista, una invención dialógica”, Ed. Paidós, Barcelona, España. Pág. 3-4.

[3]Este es un calificativo cuyo origen no ha sido rastreado, pero que se utiliza desde los años noventa para barrios considerados peligrosos por la delincuencia o la violencia.

[4]A lo largo del artículo utilizamos solamente los nombres de pila de los testimonios orales. La entrevista y su transcripción han sido realizadas por la autora del artículo.

[5]El sacerdote católico Isidro Alonso (conocido como Padre Cacho, 1929-1992) fue un sacerdote del clero uruguayo que se fue a vivir al “cantegril” de Enrique Castro y Aparicio Saravia en 1979, cuando sus habitantes corrían el riesgo de ser desalojados. Promovió junto a profesionales que se comprometieron con la situación de esas familias, la construcción de viviendas por ayuda mutua y la organización de los recicladores.

[6]Las entrevistas se realizaron en forma individual, cada una nos recibió en su vivienda.

[7]Los decretos del poder ejecutivo en 1972 al establecer planes de viviendas como la Unidad Misiones, declaraban que estas eran para "poblaciones marginales urbanas denominadas Cantegriles".

[8]Las viviendas de emergencias de Plácido Ellauri fueron unos de los conjuntos habitacionales construidos hacia 1955 por la intendencia dentro del plan de “abolición de rancheríos”, junto con otros cuatro complejos. El hecho de que el abuelo materno de Elena recibiera esa vivienda demuestra el destino de muchas de las viviendas de emergencia, que no necesariamente fueron distribuidas a habitantes de “rancheríos”, sino que operaron otros mecanismos en su distribución.

[9]Esta entrevista fue realizada con ambos, Julia y Julián, por decisión de Julia. El padre de ambos, llegó en 1961 a las viviendas de emergencia de Marconi y su mamá a principios de los setenta, pero ninguno accedió a la entrevista personal.

[10]El relato coincide con el objetivo de la creación de viviendas de emergencia por el municipio de Montevideo para “abolir rancheríos” en los cincuenta. No concuerdan las fechas que manejan ellos con la proyectada construcción del complejo en 1952, pero a través de fotos aéreas tomadas por la intendencia de la época hemos podido observar que en 1954 el barrio Marconi, como la mayoría de las “viviendas de emergencia” de esa zona no estaban construidas. Sus edificaciones pueden observarse en la foto de 1962. Entre 1954 y 1962 no hemos hallado fotografías.

[11]Testimonio de Oscar y Mariana integrantes de la organización Emaús de la Iglesia Católica, que trabajaron como voluntarios en la zona de Aparicio Saravia entre San Martín y General Flores desde 1956 a 1970.

[12]La presencia de Emaús en los barrios de emergencia y los “cantegriles” estuvo desde mediados de los cincuenta hasta el golpe de estado de 1973, cuando la organización se desintegró y retomó sus actividades, con otras características, a fines de los años ochenta. Su trabajo en los “cantegriles” consistía en visitar las familias semanalmente, construir un “centro de barrio” para actividades sociales y culturales, una policlínica barrial y realizar campamentos con niños, niñas y adolescentes. El objetivo era la promoción social de sus habitantes y la transformación de la sociedad, basados en las ideas del Abate francés Lavepier. Uno de los testimonios del barrio, Benito, recordaba la presencia de la organización en la zona de Aparicio Saravia y Jacinto Trapani como “la escuelita” que ellos habían construido “eso lo hicimos nosotros”, se trataba del “centro de barrio”, que era edificado por los voluntarios y vecinos. También recordaba las visitas “venían todos los sábados […] ocho o diez personas y recorrían el barrio haciendo una cosa común entre todos me visitaban a mí, visitaban al que vivía al lado” y a Matilde, una de las militantes sociales entrevistadas, porque visitaba su casa (en ningún momento de la entrevista con Benito fue nombrada la organización ni sus integrantes, fue él quien lo trajo como recuerdo de su juventud en el barrio de emergencia Plácido Ellauri hacia mediados de los cincuenta).

[13]Militante de la organización Emáus desde los años sesenta hasta el presente.

[14]Informe realizado por los Equipos del Bien Común, publicado en “Tribuna Católica” Nº1/1957. Pág. 205. Donación archivo personal de Mariana y Oscar, testimonios de la organización Emaús.

[15]Idem. Págs. 205-206

[16]Informe realizado por los Equipos del Bien Común, publicado en “Tribuna Católica” Nº1/1957. Págs. 205-206. Donación archivo personal de Mariana y Oscar, testimonios de la organización Emaús.

[17]Alberto Miller fue cineasta, fotógrafo y docente uruguayo, nació en Montevideo 1927 y falleció en el 2000. La localización del “Cantegril” que filmó Alberto Miller en 1958, la conocemos por una entrevista que le realizaron José Pedro Charlo y Carlos Lazo el 22 de febrero de 1991 en el programa Documentalistas de Tv Ciudad realizado por Aldo Garay. Videoteca TV Ciudad.

“Cantegriles” fue su primer documental. Libreto: Andrés Castillo, Nelson Minello. Música Enrique Almada. Colaboraron: Alfredo Castro, Mario Handler y José Wainer. Información extraída del documental. Archivo General de la Universidad.

[18]Andrés Castillo, abogado y actor uruguayo (1920-2004).

[19]Entrevista realizada por José Pedro Charlo y Carlos Lazo el 22 de febrero de 1991 en el programa Documentalistas de Tv Ciudad realizado por Aldo Garay. Videoteca TV Ciudad.

[20]Transcripción de una nota periodística encontrada en los archivos de la organización Emaús. Archivo personal de Oscar y Mariana.

[21]Maestro director Edison Andriotti, 9 de setiembre 1958, Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal (1960). Libro para Diario Provisorio de la Escuela N° 178 de 1er. grado. Pág. 13. Archivo de la escuela.

[22]Ruegger, Gustavo Adolfo, “Cantegriles insalubres; viviendas económicas”, Revista Reporter, VII, Nª14, 31 de mayo 1961. Pág. 9

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