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  • Florencia Thul*

“El abajo que se mueve”. Proletarización y formas de resistencia de los trabajadores en el Uruguay d


Imagen: "El matadero" (Charles Pellegrini)

En 1837 peones de varios saladeros de la ciudad de Montevideo paralizaron sus actividades. Ante la solicitud de sus patrones, fueron enviados a la cárcel. Algunos años antes, en 1830, Quiterio Larrionda terminó preso por haber sido uno de los responsables del motín ocurrido en el saladero de Juan Miguel Martínez, en el que trabajaba; dos hombres más, cómplices del mismo hecho, eran perseguidos por la Policía.

Estas situaciones, entre otras tantas que se pueden registrar en las fuentes de la época, han merecido poca atención de los historiadores. La historiografía uruguaya inicia la historia del movimiento obrero, las clases trabajadores y los trabajadores en las últimas décadas del siglo XIX. Carlos Zubillaga refiere como movimiento “proto-sindical” a la formación de las primeras sociedades de socorro mutuo y las sociedades de resistencia hacia 1870.(1) Las primeras huelgas, son fechadas en la década de 1880 y se considera que la inmigración europea jugó un rol fundamental en el surgimiento del movimiento sindical uruguayo. (2)

Varias preguntas surgen ante esto: ¿qué ocurrió con los trabajadores antes de estos años? ¿cuáles fueron sus márgenes de acción en una sociedad diferente, en donde el capitalismo estaba en proceso de convertirse en el modo de producción dominante? Sabiendo que el trabajo asalariado no predominaba y que coexistía con las más diversas formas de obtención de la fuerza de trabajo ¿cómo captar los diferentes modos de resistencia de esclavos, trabajadores forzados y asalariados “libres”?

Este artículo es un intento de visibilizar esas prácticas, de rescatarlas y discutir su significado en cuanto experiencias de lucha de los trabajadores. Nuestro punto de partida es que la resistencia al capital es previa a la constitución de los trabajadores como “movimiento real”. Es necesario entonces viajar allá donde el capitalismo aún no se había consolidado como modo de producción dominante. Acercarnos a momentos históricos en los que los asalariados, eran una minoría dentro del sector de los trabajadores y en los que el salario, era solo una fracción de los ingresos totales del trabajador.

En otras latitudes, la preocupación por las acciones de los trabajadores en las etapas anteriores al movimiento sindical, ha sido parte de la historiografía desde mediados del siglo XX. Eric Hobsbawm nos habló de los “rebeldes primitivos”, Edward Thompson del “movimiento obrero primitivo”, James Scott de las “formas cotidianas de resistencia”, y así, otros quienes se han dedicado a la historia social. En Uruguay, en cambio, es todavía un terreno poco trillado.(3)

Este texto presenta un enfoque relacional entre las estrategias de coacción de los sectores dominantes y las estrategias de resistencia de los trabajadores en el Montevideo de los siglos XVIII y XIX. Tomando como tarea central la identificación de los impulsos y los frenos del proceso de transición al capitalismo ocurrido en estas latitudes, rescatando uno de sus elementos: la proletarización de la fuerza de trabajo.

La propuesta enfrenta el mismo problema de todos aquellos que se dedican a hacer una “historia desde abajo”. Los casos que presenta- a decir de Gramsci- son “disgregados y episódicos”.(4) Las fuentes con las que trabajamos los historiadores suelen ser bastante esquivas al rescatar la voz de quienes no eran escuchados. La información que se obtienen de ellos, en general, proviene de la mirada que tenían las clases dominantes de los sectores populares (y no hace falta aclarar por qué esto es un problema). Los casos a los que aquí nos referimos son aislados y tenemos de ellos poca información. Hechas las advertencias, seguimos considerando que es fundamental darle espacio en la Historia a aquellos cuya voz nos habla de que la lucha popular viene de lejos.

Relaciones de producción precapitalistas y proletarización de la fuerza de trabajo

Para preguntarse por las prácticas asociativas de los trabajadores durante los siglos XVIII y XIX, lo primero que debemos definir es quiénes eran esos trabajadores y cuáles eran las características de sus relaciones de trabajo en la sociedad pre capitalista en la que se insertaban.

El trabajo asalariado constituía solo una de las formas de trabajo en las economías pre-capitalistas sin ser la más extendida. Junto a este tipo de vínculo convivían el trabajo esclavo, el forzado (de presos, de indígenas, de colonos europeos) y el familiar (destinado sobre todo a la subsistencia).

Para los trabajadores asalariados, el salario monetario no era necesariamente su único ingreso. Parte de su tarea solía pagarse en especie, otorgándoseles el alimento, el alojamiento e incluso la vestimenta en algunos casos. Además, los ingresos en “moneda” se podían complementar con otras formas de subsistencia.

El vínculo con el “mercado de trabajo” solía ser bastante intermitente: los trabajadores podían entrar y salir del mercado laboral conforme evolucionara la demanda de mano de obra o según sus propios intereses. En las épocas en las que no trabajaban por un salario podían dedicarse a otro tipo de tarea o incluso optar por el ocio algunos meses al año.

Una de las condiciones necesarias para el desarrollo del modo de producción capitalista es la existencia del trabajador asalariado que vende su fuerza de trabajo, aunque esto no supone que no puedan convivir con este tipo de relaciones de producción, otras que estén en transición hacia esta forma. En las sociedades en transición hacia el capitalismo- como la que aquí estudiamos- el elemento distintivo de las relaciones laborales es el uso de la fuerza, o sea la coacción extraeconómica.

Uno de los aspectos fundamentales del proceso de transición que tuvo lugar en las sociedades latinoamericanas durante el siglo XIX fue la proletarización de la fuerza de trabajo. La misma obedece, de acuerdo a la concepción marxista, al proceso de separación entre el productor independiente y sus medios de producción o sus condiciones de existencia. O sea, la transformación de un productor independiente en un trabajador asalariado, un movimiento que implica tanto la expropiación material así como también el disciplinamiento.(5) O sea que no bastaba con quitarle al artesano sus medios de producción, había además que convencerlo de que convertirse en un asalariado de una industria manufacturera era su mejor (y única) opción.

Por otra parte, esta sociedad pre capitalista se enfrentaba a la escasez e inestabilidad de la mano de obra. Desde el período colonial y hasta finales del siglo XIX, los empleadores de los territorios al norte del Rio de la Plata (que en 1830 se conformaron como Estado Oriental del Uruguay) debieron afrontar esta carencia e intentaron mitigarla de formas diversas. Esta realidad pareció extenderse desde el período colonial hasta finales del siglo XIX, cuando hay algunas evidencias que hablan de un “país lleno”.(6)

¿Cómo se explica la escasez y las dificultades para sujetar a los trabajadores a sus puestos de trabajo? Por la poca población, las diversas alternativas laborales, la competencia de los ejércitos por los brazos disponibles y las formas de subsistencia alternativas al trabajo asalariado. A partir de la década de 1820, debemos sumar a estos motivos, los avances en el proceso de abolición de la esclavitud que se concretaría en 1842.

Las estrategias empleadas para dar solución a este inconveniente fueron al menos tres: el acudir al trabajo forzado, el aumento de los potenciales trabajadores (mediante la continuidad del ya prohibido tráfico de esclavos y del arribo de inmigrantes europeos) y el “disciplinamiento” de los disponibles. En todos los casos, la coacción fue la protagonista.

El período colonial se caracterizó por la existencia de variadas formas de trabajo forzado. Durante la construcción de las fortificaciones de la ciudad de Montevideo (1740-1810), por ejemplo, se echó mano a presos y a indígenas sometidos. Las disposiciones reglamentarias de las autoridades coloniales disponían que aquellos apresados por “vagos” fueran destinados al trabajo público e incluso, se recibían presos desde Buenos Aires. En cuanto a los indígenas obligados a trabajar, los indios tapes llegaban a la ciudad bajo la supervisión de los jesuitas; mientras que la presencia de los guaraníes aumentó tras la expulsión de aquellos en 1767, al organizarse partidas desde las Misiones.

Durante el siglo XIX, el problema continuó. La promoción del arribo de extranjeros hacia el país y el disciplinamiento a los residentes que se negaban a asalariarse constituyeron las principales propuestas para intentar resolver dicha problemática.

¿Por qué eran necesarias políticas para aumentar la fuerza de trabajo disponible? Una abundancia de brazos crea las condiciones para bajar los salarios y para desarticular la resistencia a integrarse como mano de obra, ya que hay competencia por los puestos de trabajo. Por esto era necesario contar con una gran masa de trabajadores disponibles para poder pagarles menos. En otras palabras, crear el “ejército industrial de reserva”.

Los extranjeros llegaron al país desde la década de 1830 bajo dos modalidades. La primera de ellas, significaba una extensión del ya prohibido tráfico de esclavos, mediante la introducción de "colonos africanos". La segunda fue el arribo de colonos europeos de diferentes regiones, aunque fundamentalmente canarios, vascos y gallegos.

En cuanto a las formas de lograr que los brazos “locales” se volcaran al mercado laboral, las estrategias del nuevo Estado fueron varias, aunque muchas de ellas ya venían siendo implementadas desde la colonia. Uno de los recursos a los que se apeló, fueron las disposiciones sobre el control de la vagancia. A través de varias leyes se castigaba al "vago"- o sea todo aquel que no contara con una papeleta de conchabo emitida por la Policía donde acreditara contar con un trabajo- y se lo destinaba a los "trabajos públicos" o al "servicio de las armas".

El ocio era condenado por un sistema que tendía a convertir al criminal en un hombre moral, laborioso y pacífico, virtudes que se adquirían, si no por inclinación, por la fuerza de la necesidad y la costumbre de años de sumisión, trabajo y arrepentimiento.

En relación al disciplinamiento en pos del trabajo, el historiador uruguayo José Pedro Barrán ha señalado que el Estado “bárbaro” trató de apresar y obligar a trabajar a las clases populares porque la vagancia perjudicaba los intereses de las clases dominantes; y se creía que la coacción extra-económica era el único medio que podía convertir en mano de obra útil a los “hombres sueltos” de la campaña y la ciudad.

En un contexto donde la mano de obra escaseaba, el Estado tomó medidas en pos de la creación de hábitos de trabajo coincidentes con el sistema económico capitalista que avanzaba en las relaciones sociales de producción. A aquellos individuos que se apartaban del “mercado de trabajo” las medidas coercitivas los integraba forzosamente a éste, dado que los estímulos exclusivamente económicos no bastaban para acercarlos al sistema.

Los esfuerzos del Estado por controlar el valor de los salarios y restringir el movimiento de los trabajadores- como señala Maurice Dobb- serán mayores cuando "está agotada la reserva de trabajo que cuando ella es abundante". El control que el Estado realiza del funcionamiento del “mercado de trabajo” es mayor en los períodos de escasez de mano de obra: "la libertad florece en grado máximo bajo el capitalismo cuando por existir un proletariado superabundante el modo de producción está seguro", mientras que cuando la demanda de trabajo es mayor que la oferta y el modo de producción pierde estabilidad aumenta la "compulsión legal".(7)

Formas de resistencia de los trabajadores

Lo primero que debemos señalar acerca de las estrategias de coacción impulsadas por los sectores dominantes- y que acabamos de detallar- es que tuvieron, hasta las últimas décadas del siglo XIX, un éxito relativo. Varios son los factores que explican esto.

El Estado que las impulsaba mediante leyes y decretos era un Estado recientemente creado, con enormes dificultades para ejercer su poder, con problemas financieros importantes, inserto en constantes guerras internas y regionales; y con un débil aparato represivo.

Los aspectos estructurales de la economía de la región hacían que todavía existieran opciones para sobrevivir sin someterse al trabajo asalariado de forma constante, y las fluctuaciones de la demanda de mano de obra aportaban en este sentido. En una economía con escasez de trabajadores, éstos tenían más opciones de negociar sus condiciones de trabajo ante empleadores deseosos de contratarlos. Cuando sé que puedo encontrar un trabajo con facilidad, no me será tan difícil dejar el que tengo. Pero además, si tengo la posibilidad de asalariarme solo durante una parte del año porque el resto del tiempo tengo otras alternativas de supervivencia ¿por qué no lo haría?

Pero a estos aspectos estructurales (que consideramos determinantes) debemos agregarle el accionar de los trabajadores. La resistencia a la coacción, la búsqueda de mejores condiciones de trabajo y de vida, las prácticas asociativas en defensa de sus intereses estuvieron presentes y fueron determinantes para el relativo fracaso de las estrategias de coacción.

Quienes fueron expuestos a estas medidas coercitivas, reaccionaron ante ellas. Quienes vieron sus derechos vulnerados, adoptaron diversas formas de resistencia que nos hablan de su insatisfacción, de su búsqueda de mejores condiciones de trabajo y de vida. Y sí, mucho antes de que el movimiento sindical diera forma a los reclamos de los trabajadores, estos ya ensayaban prácticas asociativas que les permitían sino eliminar, al menos mitigar la situación de explotación a la que eran sometidos.

Resulta complejo encontrar una única forma de acción, sobre todo si se tiene en cuenta la convivencia de distintos tipos de trabajadores y de relaciones contractuales: esclavos, "colonos", trabajadores forzados, asalariados libres. En esta compleja estructura social, cada grupo logró "acomodarse" a la situación que le tocaba vivir, con los recursos con los que contaba y siempre atentos a las estrategias de coacción que los amenazaban. Veamos algunas de las acciones.

En 1775, los operarios encargados de la construcción de la fortaleza de Santa Teresa, reclamaron “horas por lluvia” (si, 233 años de que se convirtiera en una conquista del SUNCA). En una carta presentada al Comandante del Fuerte, bajo cuyas órdenes se encontraban, establecían que fueron contratados para trabajar mensualmente a cargo de un sueldo. Sus trabajos se habían visto atrasados debido a la falta de carbón y a los sucesivos temporales, y los jornales perdidos por estas causas, estaban siendo descontados de su salario. La carta, tiene como objetivo solicitar que se terminara con esta práctica, ya que en ninguno de los dos casos, los obreros consideraban ser los culpables del enlentecimiento de los trabajos.

El rechazo ante el reclamo por parte del Comandante quedó documentado en la misma carta, agregando que seguirían descontándoles los días que no trabajaran por falta de carbón, ya que eran ellos quienes debían acopiar lo necesario. Nada declara acerca de las pérdidas por mal tiempo, pero se presume que tampoco ese reclamo fue atendido: fueron necesarios más de doscientos años para que en el 2008, se conquistara este antaño reclamo sindical.

Es este un caso en donde la acción es colectiva y el reclamo es salarial. Se trataba de trabajadores asalariados libres, quienes consideraron que su voz debía ser escuchada y sus reclamos atendidos. ¿Habrá sido este reclamo una excepcionalidad histórica o, como advirtiera Gramsci, la excepcionalidad tiene mucho de “escasez de fuentes”?

Los esclavos, quienes tenían totalmente reprimida su movilidad, acudían a las fugas como forma de evadir la brutal condición a la que eran sometidos. Los casos sobre fugas de esclavos en el Montevideo colonial son muchísimos y muy bien los ha documentado la historiografía. Algunos lo hacían de forma individual y otros, como los 16 esclavos que fugaron del saladero de Chaves ubicado en el Cerro en 1837, de forma colectiva. Pero no solo los esclavos veían mermada su movilidad, también lo sufrían aquellos colonos canarios, quienes estaban obligados a permanecer en su trabajo hasta que saldaran la deuda del pasaje que los había traído desde Europa. También ellos, optaron por la fuga como forma de evadir la coacción.

Pero las prácticas asociativas de los trabajadores en años previos al movimiento sindical incluyen también estrategias que serían una de las principales formas de acción de los sindicatos desde su creación: la paralización de actividades en los lugares de trabajo.

En diciembre de 1830 fue preso Quiterio Larrionda “por ser uno de los cabezas del motín de peones que hubo en el Saladero de Don Juan Miguel Martínez”. Además se habían liberado las órdenes para la aprehensión de Bernardo Rodríguez e Ignacio Pereyra cómplices del mismo hecho.

En marzo de 1837 se inició un proceso judicial por la detención de las actividades en varios saladeros. Los peones de los establecimientos de salazones "han parado la tarea" provocando "grandes perjuicios a sus patrones" ya que "hay días que no han podido trabajar y los establecimientos han quedado paralizados”. La referencia es a que la paralización ocurrió en varios saladeros simultáneamente, aunque no se especifican los motivos de la detención de actividades. Varios saladores paralizados al unísono, ¿no permiten sospechar de una coordinación más o menos fuerte?

Ante esta situación el comisario decidió remitir a los involucrados al departamento de Policía para que se les aplicara alguna pena “a fin de que sean laboriosos y se contraigan a la industria y al trabajo”.(8)

Estas acciones eran respondidas con una fuerte represión por parte de los empleadores y autoridades policiales. Apartarse de lo que se consideraba bueno (el trabajo) era motivo suficiente para marchar preso. Además, las autoridades solían vincular al ocio con otras prácticas como la ebriedad y el juego, lo que lo volvía un enemigo aún mayor.

En agosto de 1835 el Jefe de Policía de la capital informó de la existencia de “algunas casas de juego de envite, en las que varias personas decentes de la sociedad se han desmoralizado y pervertido abandonando al extremo de derrochar hasta la mayor parte de lo que constituye su subsistencia”. Considerando que el juego de azar y envite estaba prohibido por las normativas vigentes y que “la tolerancia de él por más tiempo, sería autorizar la desmoralización” se solicitaba que se pusiera especial atención en informar acerca de la existencia de esas casas de juego para tomar las medidas pertinentes.

Cuando la propensión al juego se juntaba con la distracción del trabajo la Policía ejercía una represión aún mayor. En febrero de 1836 se prohibió el juego de pelota los días de trabajo, quedando permitido solo para los de descanso. Esta resolución ocurrió tras la constatación de que concurrían diariamente hombres asalariados, niños y sirvientes "que cada uno en su línea faltan a su deber por el aliciente que presenta aquella casa a distracciones que resultan en perjuicios no solo de ellos sino a los que de ellos dependen o a cuyo cargo se hallan”.

Otra circunstancia de este tipo ocurrió en 1838 cuando desde la Policía se denunciaba que en los saladeros del Cerro y Pulperías contiguas "se reúnen los días festivos muchos peones con cuchillos, con el objeto de entretenerse en juegos prohibidos y beberajes”. Dadas las prohibiciones vigentes debían “ser remitidos presos al Departamento”.(9)

Este artículo intentó dar cuenta de las prácticas de lucha de los trabajadores antes de que el movimiento sindical surgiera en el país. Identificó algunas de las formas de resistencia ensayadas por los diversos tipos de trabajadores que convivían en Montevideo durante los siglos XVIII y XIX. Junto con estas prácticas, hemos señalado los esfuerzos de las clases dominantes por proletarizar la fuerza de trabajo y sus formas de hacerlo.

Los trabajadores que en el transcurso del siglo XIX fueron sometidos a la proletarización, no eran sujetos pasivos, ni permitieron que se les impusieran nuevas formas de vida y de trabajo, sin resistir y luchar. Sus reclamos no siempre estaban bien especificados ni eran colectivos. No obstante, sus acciones contribuyeron a conformar una experiencia de lucha en común. Todos los esfuerzos por historizar esta lucha, deberían ser bienvenidos.

(1) Zubillaga, C, Pan y trabajo. Organización sindical, estrategias de lucha y arbitraje estatal en Uruguay (1870-1905), Montevideo, FHCE, 1994.

(2) Un repaso por la historiografía sobre esta temática puede leerse en el artículo de Rodolfo Porrini publicado en el primer número de Hemisferio Izquierdo: http://www.hemisferioizquierdo.uy/#!Historiografías-militantes-y-profesionales-sobre-movimiento-obrero-clases-trabajadoras-y-trabajadores-en-el-Uruguay/nnsaa/572e4afa0cf25326f6c7e473

(3) Quiénes más se han dedicado al tema son los historiadores que han estudiado a los afrodescendientes y sus formas de resistencia. Puede destacarse el trabajo de Borucki, A, Chagas, K y Stalla, N, Esclavitud y trabajo. Un estudio de los afrodescendientes en la frontera uruguaya, 1835-1855, Montevideo, 2004.

(4) Gramsci, A, "Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos", en Antología, T. II, Madrid, Siglo XXI, 1972.

(5) Salvatore, R, "Reclutamiento militar, disciplinamiento y proletarización en la era de Rosas", Boletín del Instituto Ravignani, Tercera Serie, Número 5, 1992, p. 28.

(6) Rial, J, "Población y mano de obra en espacios vacíos: el caso de un pequeño país, Uruguay 1870-1930", en Sánchez Albornoz, N. Población y mano de obra en América Latina, Madrid, Alianza Editorial, 1985.

(7) Dobb, M, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, pp. 39-40.

(8) Todos los casos sobre paralización de actividades detallados provienen del Archivo General de la Nación, Archivo del Ministerio de Gobierno y Hacienda, varias cajas, años 1830 a 1837.

(9) Todos los casos sobre intervención de la Policía para reprimir la vagancia, el juego y la ebriedad provienen del libro 946 del Archivo General Administrativo, Archivo General de la Nación.

* Historiadora, docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UDELAR).

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