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Mariana Escobar y Estefanía Pagano Artigas*

Destellos: arte y feminismos


Ilustración: Gabriela Sánchez

Pensemos juntas, acerquémonos y conversemos de esto, indaguemos en nuestra memoria, qué aparece cuando pensamos en arte y feminismo, ¿qué imágenes, sonidos y palabras surgen? ¿qué nombre, qué caras? En esos recuerdos es que está la raíz de cómo aprehendemos y concebimos el arte y encontrarnos con esos registros es la evidencia de que es necesario desandar esas formas.

Tenemos la costumbre de pensar que la ideología no está presente siempre. Degustamos “los grandes clásicos”, aprendemos “los cánones” y no nos preguntamos por qué esas manifestaciones artísticas, esos autores tienen ese “prestigio”. Desde la infancia, por ejemplo, nos enseñan más sobre el arte europeo que el indígena latinoamericano y muchas veces no nos hemos preguntado: ¿por qué? o ¿qué ideología promueven de forma agazapada o por el contrario, de forma desnuda, sin problema alguno?

El arte, o los artes (conocida es la polémica entorno a pensar si existe un arte, o una única mirada o perspectiva para apreciar, observar, pensar, sentir este/os fenómeno/s), aquellas diversas manifestaciones o expresiones artísticas forman parte de las prácticas culturales, de la cultura que cada sujeto, cada grupo social genera. Éstas prácticas producen sentido y la significación del mismo tienen una implicancia ideológica. No existe lo “aideológico”. Así como se escucha decir, en tono irónico, que es de derecha aquella persona que expresa: “Yo no tengo ideología” o “Yo no soy de izquierda ni de derecha”, lo mismo podemos pensar para todo lo que nos rodea. Por eso volvemos a repetir, “no existe lo aideológico”. El arte también tiene una ideología, a veces explícita, a veces solapada, pero ideología al fin.

Si pensamos la ideología no sólo como un conjunto de ideas, si no como forma de mediación y representación de relaciones sociales habilitamos a hacer visible el rol del arte y de las representaciones culturales y su carácter “ideológico”. El arte, la crítica de arte se mueven junto con las prácticas políticas no a consecuencia de ellas, por lo que la transformación del arte es en permanente diálogo con los otros aspectos sociales. Es por eso que muchas veces, estas manifestaciones reproducen situaciones de dominación y subordinación. Manifestaciones que cuentan con el aval de las grandes instituciones culturales, manifestaciones, al fin y al cabo, hegemónicas.

Una de esas situaciones de dominación y subordinación se relaciona con el patriarcado y el machismo. Hagamos el ejercicio juntas: ¿cuántas mujeres artistas recordamos? ¿cuántas clásicas conocemos? En cualquiera de las expresiones artísticas: literatura, cine, pintura, dibujo, fotografía, música, teatro, carnaval… Con esas simples preguntas ya podemos aseverar algunas cuestiones y es que en el mundo del arte las mujeres han sido invisibilizadas, históricamente. Pero la teoría y la historia también las omiten o las colocan como casos aislados en un mar de artistas varones. El arte, su rescate y cómo es transmitido, ha contribuído a la instalación y mantenimiento del sistema patriarcal, machista que acompaña y hace sostener al sistema capitalista.

Si la mujer ha aparecido fue como musa, como puta, como santa, como sirvienta o como asistente. Es presentada pocas veces como artista y demasiadas como objeto. Hagamos el ejercicio nuevamente: recordemos cuántas pinturas de desnudos de mujeres vimos una y otra vez: “El nacimiento de Venus” de Boticelli, “La maja desnuda” de Goya, “Olympia” de Manet, una detrás de otra. No importa la mujer, importa el cuerpo, la desnudez, la cosa. Las Guerrilla girl lo vienen denunciando con contrastantes cifras desde 1985: en los museos hay pocas artistas mujeres y muchos desnudos femeninos. Se presentan desde el feminismo liberal argumentos que justifican esta falta de las artistas en la historia del arte por el poco acceso a las academias por parte de las mujeres a lo largo de la historia. Darle esa respuesta al problema es no resolverlo, las mujeres no dejaron de crear por no acceder a las instituciones artísticas pero probablemente no la hicieron de la manera en la que lo hacían los artistas varones.

No basta con recordar a las mujeres que cumplieron con los requisitos para entrar excepcionalmente al mundo del arte para cambiar de paradigma porque muchas veces esas artistas reproducen en sus obras el mismo ideal que los artistas varones sin embargo existen otras que los desafían y lo desafiaron, que crean desde la paradoja. Rescatar esas experiencias tiene un efecto político, presentar a las mujeres desde la diferencia mostrando otras dimensiones. Incluir a mujeres artistas sin cambiar la narrativa hace que la obra sea otra mercancía más. Griselda Pollock [1] (que con sus planteos guía estas reflexiones) nos advierte que incorporar a las mujeres dentro del mismo canon masculino con su estructura mítica del genio individual es apoyar el discurso en el que se apoya el patriarcado como estructura psicosocial romper esa idealización fantástica, esta leyenda del artista es una tarea permanente.

Es cierto, el sistema del arte ha ignorado masivamente a las mujeres artistas o las a tratado como excepciones y objetos, pero los feminismos deben no solo reconocer a esas mujeres, también redefinir el concepto de arte cuya estructura considera al artista como el genio, varón, blanco y burgués. Incluir mujeres no puede ser un injerto, o un aplique (exposiciones eventuales de artistas mujeres o un pequeño boom editorial, tampoco publicar algunos artículos sobre mujeres artistas) es imprescindible reemplazar el paradigma del arte existente y sus estructuras jerárquicas.

Una visión feminista del arte cuestiona a las nociones aceptadas de arte en su totalidad y esta postura específica demanda una versión distinta del arte y de la historia del arte que debe estar trenzada con los estudios culturales y la teoría crítica del arte. El feminismo provoca a todas las áreas del conocimiento, abre espacios de significación política alineados con movimientos e ideas radicales. La creación es su potencialidad transformadora porque crear también es parte de su supervivencia.

La presente sección, busca entonces, ser una vislumbre, un destello de tanta luz que ha permanecido excluída durante muchísimos años. La luz del fuego del arte y del feminismo. Busca ir a contrapelo de lo hegemónico, rescatar algunas de las tantas historias y las experiencias de las mujeres artistas. Sus dificultades, sus experiencias, sus sueños desde la diferencia. Ellas como productoras de arte y no como objeto o excepción . Productoras y promotoras del feminismo. Presentamos cuatro textos. Uno sobre el Nuevo Cine Latinoamericano y las mujeres inviables escrito por Pepi Goncalvez, otro texto de Lourdes Peruchena, compuesto de poemas que versan sentires en torno a este 8 de marzo, una pieza teatral, “Rajando el silencio”, sobre un posible futuro, entre la represión y el feminismo, de Sabrina Speranza y por último, la canción “Mujer murguista” de la murga Cero Bola que relata la situación que vive la mujer murguista en un ámbito puramente de varones. Por último resaltar que las imágenes que acompañan los textos del presente número fueron creadas por ilustradoras: Natalia Comesaña, Mariana Escobar, Rocío Piferrer, Verónica Panella y Gabriela Sanchez. Nos quedamos cortas, queda mucho que pensar en torno a este tema, se abrirán nuevas preguntas, haremos juntas el ejercicio de ensayar y crear nuevas respuestas y sobre todo quedan en el camino un montón de artistas y de manifestaciones artísticas necesarias a ser visibilizadas, a destellar de luz. A ellas, nuestra invitación. Sección que queda abierta para que la luz feminista del arte siga irradiando y haciéndose sentir.

*Integrantes del Consejo Editor de Hemisferio Izquierdo

Notas:

[1] Pollock, Griselda. Visión y diferencia. Feminismo, feminidad e historia del arte. fiordo, 2013, Buenos Aires.

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