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  • Magdalena Patiño*

Creatividad, salud mental y transformación social


Fotografía: Magdalena Patiño

Nos proponemos dialogar con Claudia Bang** acerca de las prácticas comunitarias, las diferentes concepciones de salud, salud mental y comunidad que son parte del trabajo con problemáticas psicosociales complejas. Planteamos cuestiones relativas a la problematización del rol ético político de las Universidades públicas en la formación y prácticas profesionales orientadas a la transformación social. Nos interrogamos sobre las posibilidades de los abordajes colectivos de los padecimientos subjetivos la perspectiva de la Salud Mental Comunitaria. Así como invitamos a reflexionar sobre las posibilidades de las prácticas artísticas participativas, la creatividad y la afectividad en los procesos comunitarios.

Magdalena Patiño (MP): ¿Cuál es tu mirada sobre el rol que cumple la Universidad pública en prácticas orientadas a la transformación social?

Claudia Bang (CB): Considero que la relación entre universidad pública y transformación social representa una tensión histórica. Desde la modernidad, la universidad pretende ser el lugar por excelencia de la producción y reproducción de conocimiento científico, concentrando el prestigio en la investigación pura en desmedro de la investigación aplicada, participativa, y todo otro acercamiento a la realidad social. Podemos encontrar ahí el origen de la dicotomía entre teoría y práctica, y la absoluta primacía histórica de la primera en el ámbito universitario. En América Latina, además, la universidad ha representado históricamente un modo más de colonización a través de la imposición de la legitimidad de una forma de conocer como válida: la de la ciencia universal y “objetiva”. Estas formas de ejercicio del poder–saber han tenido también fuertes cuestionamientos desde sectores de la propia institución universitaria desde hace décadas. Es así que, a partir de los años 60, se realiza un fuerte llamado a la práctica, cuya vertiente sociopolítica se tradujo en la crítica al aislamiento de la universidad. En este contexto nacen las políticas de extensión y articulación con instituciones y organizaciones comunitarias en las que trabajamos junto a otros/as trabajadores, docentes y estudiantes, entendien­do que la política de la universidad debe combinar el máximo de calidad académica con el máximo de compromiso social. Desde este marco, trabajamos fuertemente por la formación de profesionales comprometidos con la realidad social, con la necesidad de la ampliación de derechos, con la transformación de las realidades sociales, económicas y culturales que, en muchos territorios son cada vez más injustas y desiguales. Entiendo que este es un rol central que debe cumplir la Universidad Pública bajo un modelo crítico que construya sus espacios de formación profesional a partir de las problemáticas reales y concretas de la sociedad en la que se encuentra. Sin embargo, este modelo está aún hoy en tensión con formas a-históricas y a-culturales de transmisión lineal de conocimiento, que reproducen relaciones sociales de poder opresivas, en vez de cuestionarlas. En la práctica, las actividades de extensión universitaria muchas veces procuran “extender” la universidad sin transformarla, traduciéndose en aplicaciones técnicas y no en aplicaciones edificantes de lo nuevo, producto de un encuentro.

En este escenario plagado de intereses contrapuestos y tensiones es en el que trabajamos diariamente, apoyándonos y construyendo marcos epistémicos y conceptuales que nos permitan sostener una posición política comprometida con la realidad social. En el campo de la formación y extensión universitaria múltiples entramados conceptuales dialogan en la construcción de una trama crítica de pensamiento y acción. En el campo específico de salud mental comunitaria, la psicología social-comunitaria aporta un gran compromiso con la trasformación social, impulsando prácticas profesionales y comunitarias participativas, críticas y liberadoras. El movimiento de salud colectiva latinoamericano nos aporta también construcciones conceptuales y prácticas que se integran en su articulación con múltiples saberes: académicos, populares, comunitarios y territoriales. Desde estas dos líneas, y enriquecidas por muchas otras, defendemos la idea de que la formación de trabajadores y profesionales del campo de la salud mental no puede dejar de abordar críticamente los condicionantes socio-históricos, económicos y culturales en los que se entrama nuestra salud y nuestra vida. La lucha antimanicomial que llevamos adelante en la articulación entre múltiples actores sociales, centrada en la trasformación de prácticas de salud mental basadas en el encierro y el destrato hacia un modelo de abordaje integral y comunitario, se da en este marco institucional. La Universidad juega un papel central en esto, impulsando profesionales activos, curiosos, comprometidos con la transformación social y dispuestos a realizar acciones en esta vía. Sin embargo, en gran parte de Facultades y Universidades seguimos siendo grupos minoritarios lo que trabajamos desde esta perspectiva, posicionándonos como alternativas a la formación hegemónica, verticalista y reproductiva. Con avances y retrocesos apostamos a seguir produciendo saberes y prácticas transformadoras en el seno de la universidad pública.

MP: En la actualidad ¿de qué forma la Universidad y las prácticas profesionales contribuyen al abordaje colectivo de los padecimientos subjetivos? En este sentido, ¿qué lugar ocupan nuestros preconceptos de comunidad y salud mental en las prácticas comunitarias?

CB: En el campo de prácticas en salud mental comunitaria entendemos el sufrimiento humano no como un hecho individual y aislado, sino como emergente de una trama histórico-social compleja. Se trata de problemáticas, muchas veces portadas por cuerpos singulares, que resultan de situaciones vividas de forma colectiva, que exceden la posibilidad del abordaje puramente individual. En consecuencia, entendemos que las prácticas en salud mental deben ampliar su mirada y campo de acción hacia abordajes comunitarios, complejos e integrales, que acompañen procesos de organización y problematización conjunta sobre los procesos de salud-enfermedad comunitarios. Apostamos a una formación profesional que nos prepare para analizar críticamente la determinación social de la salud, que nos permita desnaturalizar la opresión que viven comunidades y pueblos como condicionantes de sus procesos de salud y enfermedad. Sólo en la construcción de una mirada compleja, integral y contextuada de las problemáticas psico-sociales de padecimiento subjetivo podremos realmente contribuir a un verdadero abordaje colectivo de los mismos.

Sin embargo, la formación universitaria y las prácticas del sistema de salud siguen siendo hegemonizadas por un modelo biomédico de atención de los padecimientos mentales. Se trata de una mirada centrada en la práctica médica, biologicista, a-histórica, a-social y a-cultural de las problemáticas de salud, que tiende a la medicalización de la vida. Diversos actores macroeconómicos e institucionales, entre ellos la industria farmacéutica y las corporaciones médicas, sostienen un sistema centrado exclusivamente en la atención individual, que tiende a reducir los tiempos de consulta, minimizar el vínculo entre profesional y paciente, generando formas rápidas de diagnóstico que dejan por fuera toda subjetividad que pueda estar contenida en el sufrimiento psíquico. En este escenario complejo de prácticas en tensión, defendemos espacios de formación y prácticas que revaloricen la importancia de los vínculos en la atención y la historización conjunta de las problemáticas a abordar. Apostamos a la construcción de una ética profesional comprometida con la realidad social y las problemáticas comunitarias, empapada del entrecruzamiento socio-histórico donde se ancla el padecimiento humano.

En el campo de formación y prácticas de la psicología se particulariza esta tensión a través de la creación y sostenimiento del dualismo clínico-comunitario como dos áreas diferentes y separadas de intervención: en “lo clínico” se ubicarían los procesos de atención individual en consultorio, y en “lo comunitario” se ubicaría todo el resto. “Lo clínico” pasa a hegemonizar la formación y prácticas, legitimando un perfil liberal de la profesión, que no se condice con la complejidad de las problemáticas de salud mental, tal como se presentan en los territorios. “Lo comunitario” suele quedar relegado a prácticas aisladas, a la buena voluntad o compromiso de profesionales “comprometidos/as” o “interesados/as” en “lo comunitario”. En mi experiencia de trabajo territorial y de acompañamiento de equipos comunitarios, noto que se nos sigue adjudicando una mirada caritativa a quienes entendemos integralmente a la salud mental, y entendemos que la integración y articulación entre diversas prácticas, entre ellas las llamadas clínicas y comunitarias, es la única vía para la ampliación de derechos de las personas, los grupos y las comunidades con las que trabajamos. Queda mucho camino por recorrer. En nuestro país, hacia fines del año 2010 se sancionó una Ley Nacional de Salud Mental centrada en la defensa de los derechos de pacientes y usuarios/as de servicios de salud mental, herramienta fundamental hoy para impulsar y defender la centralidad de prácticas comunitarias.

Cuando abrimos la puerta del consultorio y nos animamos a preguntarnos qué sucede más allá de las personas que llegan a la consulta, se abre un mundo nuevo para muchos/as profesionales y trabajadores. Me ha tocado acompañar y participar en la capacitación de equipos de salud mental que comienzan a trabajar comunitariamente y, a pesar de compartir una mirada compleja e integral, carecen de herramientas prácticas. Cuando comenzamos a construir algunos ejes posibles de intervención comunitaria, una de las primeras cosas que surgen como obstáculo son los propios preconceptos de salud, salud mental y comunidad. Visiones simplistas y estáticas de estos conceptos suelen ser las que operan en las prácticas, más allá de las definiciones teóricas aprendidas que podamos repetir. La comunidad suele ser vista, a priori como una masa homogénea de personas con intereses, deseos, motivaciones comunes, que desean el bien común y estarían dispuestas a participar de acciones que, a nuestro entender, mejorarían su salud o salud mental. En este sentido, necesitamos romper con visiones idealizadas y románticas de las realidades comunitarias, reconociéndolas como entramados vivos, móviles, cargados de relaciones de poder y conflicto. El reconocimiento de esta complejidad es la puerta de entrada al trabajo comunitario. La posibilidad de que las prácticas institucionales de salud y salud mental traspasen los rígidos muros institucionales para incluirse en estos complejos entramados es la única vía posible para la generación de estrategias comunitarias de salud colectiva.

MP: ¿Cómo se incluye la dimensión afectiva en la formación y prácticas de la Salud Mental Comunitaria? ¿Qué rol tiene lo vincular en las intervenciones psicosociales? ¿Se puede pensar este aspecto como una forma de posicionamiento político?

CB: En salud mental comunitaria y en consonancia con el movimiento de salud colectiva defendemos la centralidad de la dimensión vincular y afectiva, trabajamos en prácticas centradas en la generación de espacios de encuentro, acompañando procesos de organización comunitaria, que permitan un posicionamiento activo en la problematización de situaciones generadoras de malestar y la elaboración de estrategias colectivas para la transformación de dichas realidades. Se trata de una tarea principalmente vincular, que requiere de permanencia en los territorios, de construcción de relaciones de confianza y de circulación afectiva. Una de las problemáticas colectivas de salud mental a la que nos referimos es, por ejemplo, la fragilización de lazos sociales y redes de contención comunitaria. Nuestra sociedad se caracteriza por haber transitado un largo y complejo proceso de desarticulación de sus formas de organización colectiva, proceso que se agudiza en situaciones de crisis socio-económica, como la que vivimos actualmente en Argentina, con una creciente desafiliación laboral y precarización de recursos en instituciones de salud y educación.

En consecuencia, entendemos a la salud mental desde una perspectiva vincular, donde el fortalecimiento de redes comunitarias e institucionales resulta una tarea central. La soledad relacional y el aislamiento tienen un alto poder patologizante. No es lo mismo transitar situaciones de crisis de forma individual y pasiva, que hacerlo contando con una trama de afectos y cuidados que arman una red de vínculos de contención. Nuestra vida transcurre en tramas de vínculos que sostenemos y nos sostienen a su vez, perderlas tiene un costo subjetivo muy alto. Cuanto más fuerte son los vínculos que sostienen esas tramas en una comunidad, cuantos más espacios de encuentro y participación tengamos, cuanto más posible sea la organización comunitaria, en mejores condiciones estaremos para afrontar los avatares de la salud de forma colectiva. Un desafío significativo sigue siendo que instituciones y trabajadores de salud formen parte de dicho entramado. Para ello, resulta necesario incluir una mirada de cuidados en las relaciones que establecemos entre profesionales y pacientes, entre instituciones de salud y comunidad. La perspectiva de cuidados en salud y salud mental recupera una mirada que da lugar a la subjetividad y al sufrimiento subjetivo, que va más allá de diagnósticos y medicaciones, que subraya el valor de los afectos en la construcción del vínculo en la atención. Claramente esto constituye un fuerte posicionamiento ideológico y político que impulsa la transformación de las prácticas de salud y salud mental. En ese sentido, entendemos que no hay salud mental sin prácticas comunitarias transformadoras. En este camino encontramos como tareas fundamentales la generación de espacios de encuentro comunitario que promuevan vínculos solidarios, la participación y la posibilidad de sostener espacios de alegría compartidos colectivamente para la reconfiguración de redes barriales.

MP: ¿Cuál es el lugar de la creatividad en las prácticas comunitarias que involucran arte, política y transformación social?

CB: En este campo de prácticas encontramos que el arte y el juego tienen grandes potencialidades, cuando logran articularse en procesos creativos colectivos para la transformación social. Estos procesos participativos son posibles a partir de la apertura de espacios de encuentro comunitario en los que, a través del arte y el juego, se construyen colectivamente estrategias para el abordaje de las problemáticas comunitarias. En este proceso vamos tejiendo identidades colectivas, lazos de colaboración mutua y capacidades creativas. Se comparten experiencias de resolución de situaciones a partir de la imaginación, la ficción y la creatividad, donde los actos colectivos y la corporeidad de la experiencia que trasciende la enunciación, van dejando profundas marcas en la subjetividad. Se parte de miradas críticas y reflexivas sobre los propios condicionantes de la salud y la vida, apostando al sostenimiento de espacios colectivos que nos permitan desnaturalizar procesos opresivos y construir alternativas en que podamos posicionarnos como sujetos históricos de transformación social.

En estos entramados invitamos muchas veces a proyectarnos colectiva y creativamente a través de la creación conjunta de pequeñas escenas teatrales, poesías, canciones, juegos cooperativos, entre tantos otros. Ya no pensamos al arte con el sólo objetivo de producir un bien cultural, sino como un medio posibilitador de pensar y crear nuevas realidades, por lo que se convierte en generador de nuevos imaginarios y paradigmas sociales. Se crean así espacios de libertad donde la gente puede dar rienda suelta a sus recuerdos, emociones, imaginación, pensar en el pasado, en el presente, e inventar su futuro en lugar de sentarse a esperarlo de brazos cruzados. El trabajo colectivo en el abordaje comunitario posibilita, en sus participantes, la reflexión sobre elementos del propio cotidiano, incorporando la posibilidad del cuestionamiento crítico de sus determinantes. Esto está dado por la posibilidad de encontrarse con otros y otras para pensar, pensarse y construir futuros posibles a abordar conjuntamente, conformando un lazo basado en la solidaridad y el compromiso con el otro/a, y con la tarea.

En este marco considero que la creatividad ocupa un lugar central, en tanto capacidad universal, potencia que conjuga novedad y valor. La creatividad como proceso subjetivo e intersubjetivo complejo es un recurso humano prácticamente inagotable, es una potencia transformadora, liberadora y subjetivante. La creatividad es una capacidad que tenemos en muchos aspectos dormida, por ello es importante el ejercicio que permite ponerla en marcha. A través de actividades comunitarias lúdico-artísticas que promocionan el desarrollo de capacidades creativas colectivas, se abre la posibilidad de generar nuevas respuestas a las problemáticas existentes, como huellas creativas de acción desde donde poder abordar nuevas situaciones.

Entonces la creatividad se expresa en esta dimensión relacional intersubjetiva, que abre espacios donde poner en juego la capacidad de creación junto a otros/as. Es justamente en esta dimensión donde tiene lugar el trabajo artístico comunitario y las experiencias de arte colectivo. En las prácticas creativas colectivas, la creatividad se expresa en la capacidad que tenemos para captar la realidad y transformarla, generando y expresando nuevas ideas. El acto creativo no es pura improvisación, es inspiración e intuición que descubre algo nuevo, que antes era desconocido, pero también es conocimiento, experiencia y esfuerzo. La imaginación es una potencia clave aquí, es más que la combinación de objetos ya dados, ya que genera la capacidad de plantear figuras e imágenes nuevas. De esta forma, la creación pertenece de manera densa y masiva al ser socio-histórico, es decir que el sujeto, embebido en el imaginario social es producto y productor de sí mismo. Esto también constituye un fuerte posicionamiento político que apuesta a la transformación colectiva.

En este sentido, las prácticas artísticas colectivas permiten poner en marcha la posibilidad de transformación de las propias realidades a través de poder imaginar colectivamente otros mundos posibles, y crearlos junto a otros/as en un primer ensayo ficcional del cambio potencial. Es un primer poner el cuerpo en la transformación, poner la imaginación en acto al encontrarse con otros y otras, y de a poco comenzar a pensarse y sentirse colectivamente como sujeto activo de transformación de las propias realidades, creando una posibilidad de cambio y generando una confianza colectiva en esa posibilidad. En este sentido, las experiencias de intervención comunitaria a través del arte y el juego, son estrategias privilegiadas de desarrollo de la creatividad, ya que están orientadas a desarrollar recursos creativos inter-subjetivos para poder enfrentarse y resolver luego las exigencias cotidianas de forma activa y novedosa.

MP: ¿Qué atributos caracterizan a las prácticas que involucran arte y juego en el espacio público como formas de resistencia y creación en nuestra vida cotidiana?

CB: Venimos trabajando mucho con la propuesta de generar espacios de encuentro a través del arte y los juegos callejeros. En diferentes territorios acompañamos a instituciones de salud y educación, y organizaciones sociales en el armado de eventos participativos callejeros, que puedan articular procesos creativos colectivos. Se despliegan juegos tradicionales callejeros y se comparten las producciones artísticas resultantes de procesos de creación colectiva en cada organización. Estas prácticas son estratégicas en términos de participación comunitaria y encuentro entre referentes institucionales y comunidad. La utilización de la calle como espacio privilegiado representa una apuesta política concreta: lograr, a través de un arte compartido, la sensibilización y reflexión colectiva sobre las problemáticas sociales que nos atraviesan, impulsando una toma de posición activa ante las mismas. Hoy el espacio público urbano está signado por las políticas del miedo: el temor, la desconfianza y la “inseguridad” serían sus características principales. Nos proponemos entonces resignificar y reapropiarnos del espacio callejero como un espacio posible de encuentro, de generación de vínculos afectivos, un espacio cuidado y generador de placer. En este sentido, entendemos que la alegría colectiva es un derecho al que no debemos renunciar.

La actividad en la calle como espacio público nos da esa posibilidad de reflexionar y transformarnos conjuntamente. Se trata de abrir espacios de recreación comunitaria y arte participativo, conformando así hechos artísticos que involucran activamente a la comunidad, utilizando los espacios concretos y reales donde transcurre la cotidianidad, incluyendo múltiples lenguajes e invitando abiertamente a la participación y la inclusión transformadora. Se presenta así una forma colectiva de acción comunitaria, en que artistas comprometidos socialmente y sectores de la comunidad se piensan creativamente, y piensan sus problemáticas y temáticas compartidas a través de un proceso creativo colectivo. La cualidad participativa de estas propuestas es un empuje para que las decisiones en la comunidad se conciban como un proyecto colectivo e interdisciplinar, construidas desde las experiencias y las ideas comunitarias.

En este sentido, encontramos que cada propuesta artística se presenta como una forma de resistencia creativa. La inclusión de procesos de creación lúdica y artística colectiva en prácticas comunitarias de salud y salud mental nos invita a abandonar el lugar de individuos aislados, cuya posibilidad más cercana de satisfacción de necesidades vinculares y afectivas está mediatizada por el consumo, como ocurre cada vez más en los centros urbanos. En nuestra sociedad actual, en la que prima el individualismo y el aislamiento social, estos abordajes se presentan como espacios de resistencia que privilegian lo vincular, inclusivo y territorial, un auténtico espacio de encuentro.

Entendemos que este espacio de creación compartido genera en la territorialidad comunitaria lo que podríamos llamar como producción micropolítica de subjetividad, una “otra” subjetividad, alternativa a la que intenta hegemonizar hoy al sujeto social. Sabemos que la producción de subjetividad propia de esta época tiende a una estandarización global de maneras de pensar, una sobrevaloración del consumo, una pérdida de solidaridad y una agudización del narcisismo. La comunicación global privilegia canales virtuales e impone una lógica temporal de velocidad e inmediatez. Desde la perspectiva de salud colectiva, las prácticas que confrontan el individualismo y la competencia, propios de la sociedad de mercado, para sustituirlos por la solidaridad y la cooperación son prácticas que promueven la salud. Entendemos que hay resistencia en todas las nuevas formas de solidaridad que se despliegan a contrapelo de estas tendencias hegemónicas. La resistencia se manifiesta de múltiples maneras, por ejemplo en la capacidad de rescatar la felicidad en los vínculos humanos aún en situaciones de carencia.

Sabemos que en el campo de prácticas en salud mental, estos territorios de producción de subjetividad muchas veces tienen lugar en las grietas, en los márgenes, haciéndose lugar desde los bordes. Se constituyen en espacios de búsqueda, de creación, de hallazgos de nuevos tipos de solidaridad, de nuevas formas de ser en los grupos, nuevos territorios existenciales a inventar una micropolítica de ensayo, tal vez para el futuro. Sería deseable que, a pesar de las dificultades y resistencias institucionales, se pudiera avanzar por el camino de encontrar vías y contextos de acción, para que la creatividad penetrase cada vez más en los, todavía rígidos y poco permeables, espacios en los que se gestiona y decide sobre la forma de la vida social.

* Magdalena Patiño es Licenciada en Psicologia (UdelaR). Fotógrafa.

** Claudia Bang es Licenciada y Doctora en Psicología, Master en Salud Pública Internacional y Psicodramatista. Docente de grado y postgrado en la Universidad de Bueno Aires y otras Universidades Nacionales, es investigadora de la Facultad de Psicología UBA y coordinadora de proyectos de extensión universitaria.

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