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  • Alejandro Casas**

Luchas por la hegemonía y bloques históricos en el Uruguay contemporáneo y en la actual coyuntura (P


Se trata en este artículo de intentar analizar la constitución de bloques históricos y de luchas por la hegemonía en el Uruguay contemporáneo, con foco en la coyuntura actual. Es una primera aproximación a un debate conceptual e histórico, de mucha complejidad, y que aquí abordaremos sólo en algunos trazos muy preliminares, precisando seguramente de posteriores revisiones y ampliaciones.

1. Precisando algunos conceptos y debates a la luz de categorías gramscianas(1)

Nos apoyaremos para el análisis en algunos conceptos y categorías, desde la concepción del propio Antonio Gramsci(2), para llevar a cabo esta tentativa. Para ello partimos de varios conceptos fundamentales interrelacionados: el de hegemonía (en el marco de su concepto de sociedad civil y de su relación con el Estado), el de revolución pasiva, el de transformismo, el de cesarismo y el de bloque histórico. Asumimos el desafío de no pensar dichos conceptos como construcciones ahistóricas, válidas para cualquier espacio/tiempo de la modernidad capitalista (lo que iría por otra parte contra el propio método gramsciano); aún asumiendo dichos riesgos nos parece importante, y de fertilidad interpretativa, recurrir a ellos, en sus variantes y eventuales “adaptaciones” (o incluso para reconocer también sus limitaciones), para intentar comprender mejor nuestros procesos socio/históricos y realidades actuales.

Dirá Gramsci sobre el Estado y sus relaciones con la sociedad civil, donde el primero aparece no solamente asociado a su contenido coercitivo (como aparecía en lo fundamental en el análisis de Marx, Engels o Lenin), sino también a la disputa por el consenso o la hegemonía:

(…) ciertas determinaciones del concepto de Estado, que de costumbre es comprendido como sociedad política o dictadura, o aparato coercitivo […] y no un equilibrio entre la sociedad política y la sociedad civil (hegemonía de un grupo social sobre toda la sociedad nacional ejercida a través de las llamadas organizaciones privadas, como la Iglesia, los sindicatos, las escuelas, etc.) y precisamente es en la sociedad civil en la que sobre todo actúan los intelectuales. (Gramsci, 1998)

Para Gramsci la sociedad civil estará vinculada a la búsqueda de la hegemonía, entendida fundamentalmente como lucha ideológica, búsqueda de la dirección o “reforma intelectual y moral”, en el marco de los llamados “aparatos privados de hegemonía”. La misma se basa en la relativa autonomía que adquiere la sociedad civil en los tiempos de nuestro autor (escribiendo sus Cuadernos de la Cárcel en la transición de la década del 20 al 30 del siglo pasado), lo que implica su caracterización como una nueva esfera del ser social, estando asociada a los procesos de “socialización de la política”. (Cf. Coutinho, 1999)

Por su parte el Estado en sentido estricto, involucra los aparatos coercitivos, que remiten en lo fundamental a los aparatos de dominación, encarnados en grupos burocrático-ejecutivos relacionados a las fuerzas armadas y policiales, y a la imposición y aplicación de las leyes. No existe una separación clara entre Estado en sentido estricto y sociedad civil (Estado en sentido amplio equivale a la suma de la sociedad política y la sociedad civil), aunque mantienen relativa autonomía(3): “Estado es todo el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados” (Gramsci, 1998)

Gramsci introduce además otros conceptos, para distinguir las relaciones entre sociedad civil y Estado en las sociedades contemporáneas. Es en las sociedades “occidentales” donde más claramente pueden apreciarse aquellas nuevas determinaciones, en oposición a las llamadas “sociedades orientales”. En las primeras se ha operado un proceso de “socialización de la política” que se vincula con el desarrollo y expansión de distintas instituciones y funciones sociales: sistema escolar, iglesias, partidos políticos, organizaciones profesionales, científicas y artísticas, medios de comunicación popular y masivos, etc. En estos aparatos privados la adhesión a los mismos es voluntaria y no coercitiva, teniendo además una dimensión pública y política.

En Oriente el Estado era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo el temblor del Estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado sólo era una trinchera avanzada, detrás de la cual existía una robusta cadena de fortalezas y casamatas. (Gramsci, 2003: 83)

Por su parte este nuevo concepto de Estado, supone también una nueva teoría de la revolución, que contrapone explícitamente a la concepción de la “revolución permanente”(4), tal como fuera formulada por Marx y Engels en 1850 y defendida luego por Trotski. (cf. Coutinho, 1994: 59 y ss). Es en el plano de la sociedad civil donde las fuerzas revolucionarias y el movimiento de los trabajadores deben guiarse por la llamada “guerra de posiciones”, intentando la conquista progresiva del consenso y de la dirección político-intelectual en una sociedad; mientras tanto la “guerra de movimiento”, en términos de una guerra frontal contra y para tomar el poder del Estado central, pierde centralidad, aunque no importancia (como sí la tuviera para los bolcheviques y en general para las sociedades que no habían desarrollado este relativo equilibrio entre Estado y sociedad civil). Como sintetiza Coutinho:

(…) Gramsci quiere destacar el carácter procesual y molecular de la transición revolucionaria en las sociedades “occidentales”: la expansión de la hegemonía de las clases subalternas implica la conquista progresiva de posiciones a través de un proceso gradual de agregación de un nuevo bloque histórico, que inicialmente altera la correlación de fuerzas en la sociedad civil y termina por imponer la ascensión de una nueva clase (o bloque de clases) al poder del Estado. (Coutinho, 1994: 60, trad. propia)

Para Gramsci la hegemonía supone una “reforma intelectual y moral”, e incorpora la cuestión de una “voluntad colectiva nacional y popular”. Pero ello no implica que la hegemonía para Gramsci se desligue de la transformación de las relaciones de producción capitalistas. Para Gramsci la esfera de la sociedad civil no es una esfera estrictamente autónoma, sino que está articulada de diferentes formas con el ámbito de la producción y reproducción de la vida social, y por lo tanto tampoco se desliga drásticamente de las luchas de las clases sociales fundamentales. Es más bien el escenario en que las luchas de clase toman forma político-ideológica.

Dicha hegemonía remite directamente al análisis de las “relaciones de fuerza” en una sociedad, desde una concepción procesual y conflictiva que desarrolla nuestro autor. Partiendo del primer nivel o momento, más propiamente estructural, es necesario abordar/analizar luego el plano más propiamente político, y fundamentalmente el plano de lo ético-político que supera el momento “económico-corporativo”, siendo lo medular del plano de la hegemonía:

1) una relación de fuerzas sociales estrechamente ligadas a la estructura objetiva, independiente de la voluntad de los hombres (...) 2) un momento sucesivo es la relación de las fuerzas políticas; es decir la valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diferentes grupos sociales. (...) 3) el tercer momento es el de la relación de las fuerzas militares, inmediatamente decisivo según las circunstancias. (Gramsci, 2003: 56-9)

En síntesis, el concepto de hegemonía, sustentado en las transformaciones operadas en las formaciones capitalistas centrales y en las llamadas “sociedades occidentales”, puede ser tanto referenciado para analizar las relaciones de hegemonía que establecen las clases y fracciones dominantes o hegemónicas, como para tematizar la búsqueda de una (contra)hegemonía, llevada adelante por las clases y grupos subalternos, los trabajadores o el pueblo trabajador, incluyendo allí las luchas que se traban en el seno de los aparatos privados de hegemonía, junto con un conjunto de intelectuales orgánicos y grupos sociales aliados. Un componente central de la misma es la “reforma intelectual y moral”, junto con la construcción de una “voluntad colectiva nacional-popular”.

En cuanto al concepto de revolución pasiva dirá Gramsci en los Cuadernos:

Tanto la “revolución-restauración” de Quinet como la “revolución pasiva” de Cuoco expresarán el hecho histórico de la falta de iniciativa popular en el desarrollo de la historia italiana, y el hecho de que el progreso tendría lugar como reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico e inorgánico de la masas populares como “restauraciones” que acogen cierta parte de las exigencias populares, o sea “restauraciones progresistas” o “revoluciones-restauraciones” o también “revoluciones pasivas” (Gramsci apud Modonesi, 2013: 212)

Dicho concepto es aludido por Gramsci fundamentalmente en relación al proceso de unificación italiana bajo el Risorgimento en la segunda mitad del siglo XIX, y lo utilizará también en referencia a procesos como la restauración en la Revolución francesa, o el New deal norteamericano y el “americanismo” como nueva forma de organización productiva y disciplinamiento obrero y social. (cf. Modonesi, 2013: 211) El concepto alude fundamentalmente a transformaciones económicas y socio/políticas significativas, desde acuerdos y concesiones entre las clases dominantes y dirigentes o entre algunas de sus fracciones, pero que se producen sin amplia participación popular, por “lo alto”, con un importante papel del Estado. Excluye expresamente procesos de democratización y participación de las amplias masas populares, pero al mismo tiempo supone algún grado mínimo de concesiones realizadas a las clases subalternas. En este sentido son para Gramsci respuestas de las clases dominantes al “subversivismo esporádico e inorgánico de la masas populares”. No se trata meramente de contra-revoluciones, sino lo que Gramsci llama “revoluciones-restauraciones”, “revoluciones sin revolución”, o articulaciones entre “conservación e innovación”. Lo nuevo surge pero en una re-articulación con lo viejo, en el marco de una “modernización conservadora”. Gramsci lo analiza como una vía de desarrollo diversa a la tradicional del capitalismo en los países centrales europeos, sobre todo de la versión “jacobina”. Aunque mantiene similitudes con el concepto de “vía prusiana” de Lenin, en este último caso se vinculaba más al modo en que el capitalismo “resolvió” la cuestión agraria en Alemania, para adecuarlo al desarrollo de la acumulación de capital. (Cf. Coutinho, 2006: 143-7)

Dirá Gramsci también al respecto, enfatizando en el concepto de revolución pasiva como criterio de interpretación histórica, y asociado a transformaciones moleculares:

Se puede aplicar el concepto de revolución pasiva (...) el criterio interpretativo de las modificaciones moleculares que en realidad modifican progresivamente la composición precedente de las fuerzas y se convierten por lo tanto en matrices de nuevas modificaciones. (2003: 85)

Dicho concepto está vinculado al de transformismo, como una forma particular de revolución pasiva. Al decir de Coutinho, el transformismo en Gramsci tiene que ver con la asimilación por el bloque en el poder, tanto de fracciones rivales de las clases dominantes como de las propias clases subalternas. Gramsci indica dos períodos de “transformismo” en la historia de Italia: uno entre 1860 a 1900, de transformismo “molecular”, o sea cuando personalidades políticas de los partidos de oposición se involucran individualmente en la clase política conservadora moderna; y otro a partir de 1900, donde se da un transformismo de grupos radicales enteros, que pasan a incorporar el campo llamado moderado. (Coutinho, 1999)

En cuanto al cesarismo, que Gramsci equipara al de “bonapartismo” analizado por Marx, el mismo puede tener tanto un contenido progresista o regresivo. El mismo puede ser el resultado de una “crisis orgánica” o crisis de hegemonía, o de “autoridad”, o “crisis del Estado en su conjunto”:

Cuando la crisis no encuentra esta solución orgánica, pero sí la de un jefe carismático, esto significa que existe un equilibrio estático (...), que ningún grupo, ni el conservador ni el progresista, dispone de la fuerza necesaria para vencer y que hasta el grupo conservador tiene necesidad de un señor. (Gramsci, 2000: 61, trad. propia)

Este implica que previamente las fuerzas en lucha se “equilibran de modo catastrófico, esto es, se equilibran de forma tal que la continuación de la lucha sólo puede terminar con la destrucción recíproca”. El cesarismo supone una solución “arbitral, confiada a una gran personalidad”, pero no tiene siempre el mismo significado histórico. Puede haber un “cesarismo progresista y uno regresivo”. El primer caso es para Gramsci el ejemplo de César o del primer Napoléon. El segundo caso lo ejemplifica con Napoleón III en Francia o Bismarck en Alemania. (Gramsci, 2000: 76-7). El mismo está estrechamente vinculado a la revolución pasiva: “Se trata de ver si, en la dialéctica revolución-restauración, es el elemento revolución o el elemento restauración el que predomina, ya que es cierto que, en el movimiento histórico, jamás se vuelve atrás y no existen restauraciones in totum”. (Gramsci, 2000: 76-77, trad. propia)

Gramsci aclara que en el mundo moderno este cesarismo ha cambiado mucho. El mismo no representa necesariamente la emergencia de una personalidad “heroica” y representativa, ni golpes o intervenciones militares clásicas, aclarando que el sistema parlamentario creó algunos mecanismos para tales “soluciones de compromiso”, por ejemplo al desarrollar coaliciones de carácter económico-sindical y político-partidario, sin que haya necesidad muchas veces de acciones militares o de golpes de Estado clásicos, etc. (cf. Gramsci, 2000: 77). Esto tiene que ver nuevamente con las transformaciones indicadas anteriormente por Gramsci sobre los cambios operados en las sociedades occidentales y los procesos de socialización de la política.

Sobre el concepto de bloque histórico, el mismo se vincula centralmente con su concepción de la hegemonía, tanto en el plano del análisis de la realidad social bajo una perspectiva de totalidad, como en sus implicancias políticas. Siguiendo a Coutinho, quien retoma el análisis de Hughes Portelli, el concepto tuvo en la obra de Gramsci dos acepciones fundamentales, aunque interconectadas. En primer lugar, se puede entender como la totalidad concreta formada por la articulación de la infraestructura material y las superestructuras político-ideológicas, que reniega de las interpretaciones economicistas o reduccionistas presentes en diversas lecturas del “marxismo vulgar”. En segundo lugar, como una alianza de clases bajo la hegemonía de una clase fundamental en el modo de producción, cuyo objetivo es conservar o revolucionar una formación económico-social existente. “La relación dialéctica se da en la medida en que la construcción de un “bloque histórico”, en el segundo sentido, implica la creación de una nueva articulación entre economía y política, entre infraestructura y superestructura” (Coutinho, 1999: 153, trad. propia)

2. Luchas hegemónicas en el Uruguay a fines de siglo XIX y comienzos del XX (5)

Tomando en cuenta algunos de dichos conceptos y marco categorial desarrollados desde la perspectiva gramsciana, a la vez que partiendo del análisis de algunos trazos de la formación social uruguaya, intentaremos dar cuenta del de algunos procesos socio-políticos y económicos desarrollados en el Uruguay del siglo XX y comienzos del XXI.

En nuestro país es posible hablar de la constitución progresiva de un bloque histórico hegemónico que atraviesa buena parte del siglo XX, a la vez que se dan crecientes fisuras en el orden hegemónico, crisis orgánicas, diversas modalidades de revoluciones pasivas con modalidades cesaristas, y recomposiciones de las relaciones de fuerza entre los actores económicos y socio-políticos.

Dicho bloque histórico tuvo sus momentos de constitución moderna en las primeras décadas del siglo, pero se articulaba ya con un proceso creciente de modernización capitalista que se arrastraba al menos desde las últimas décadas del siglo XIX. Como indica Panizza, “el período que va desde el militarismo hasta la primera presidencia de Batlle fue uno en el cual los ganaderos gozaron de mayor influencia en la historia uruguaya” (Panizza, 1990: 25). Estuvo articulado, en términos de clases, bajo la hegemonía de las viejas clases latifundistas, comerciales y financieras, con un predominio originariamente conservador y componentes liberales, junto con una todavía incipiente y débil burguesía, y se amparó en un creciente rol unificador y centralizador del Estado (incluyendo el importante aporte de la reforma educativa vareliana), articulado con los intereses de la hegemonía británica a nivel global y local. Al mismo tiempo se comienza a perfilar en el último tercio del siglo, la construcción de una discursividad y narrativa que empieza a postular y resignificar la cuestión de “lo nacional”, en un contexto pautado por las guerras civiles, la intromisión de las grandes potencias vecinas y diversas formas de imperialismo económico y penetración cultural de las grandes potencias europeas. Si bien ello no logra constituir una voluntad colectiva nacional popular, en términos de Gramsci, sí sienta las bases para su posterior solidificación en décadas posteriores, hablando en este caso desde las clases dominantes hacia el conjunto de los grupos y clases sociales.

Por otra parte se produjo la emergencia (aunque todavía minoritaria) de una clase obrera de fuertes influencias anarquistas, cristianas, socialistas y marxistas (aunque minoritarias) en base al importante flujo migratorio europeo, con influencia no menor en el conjunto de las clases trabajadoras o populares.(6) No debe desconocerse el significativo aporte que en términos de cultura y (auto) organización popular aportaron dichas camadas de trabajadores inmigrantes, tanto en términos de sus aprendizajes de oficios, del aporte a la producción familiar, sus sociedades mutuales, sus centros de estudio y formación, etc., que se sumaron en una síntesis nueva junto a otras tradiciones populares preexistentes.

Luego del período de la pacificación política y el fin de las guerras civiles, el primer batllismo expresó en buena medida un proyecto modernizador y protector, impulsado desde las capas hegemónicas de la pequeña burguesía industrial, pero con una relativa autonomía del Partido Colorado en el gobierno y del Estado, que articuló diversos ámbitos de negociación y conciliación entre capital y trabajo, en base al desarrollo de una abundante legislación laboral y social y de un intervencionismo estatal creciente. El mismo se ve tensionado entre las demandas de la vieja oligarquía de raíz básicamente agropecuaria, y la creciente presión de capas medias (que crecen también al amparo del empleo estatal) y de las luchas obreras y sindicales (que van a procesar una creciente hegemonía comunista al interior del movimiento obrero luego del triunfo de la revolución bolchevique de 1917). Los grupos políticos de izquierda eran en este momento claramente minoritarios, pero ya tienden importantes lazos con las luchas obreras y populares.(7)

Un dato no menor es el proceso creciente de secularización, no tanto de la sociedad pero sobre todo del Estado, que atraviesa en buena medida la historia moderna del Uruguay, que enfrenta al bloque batllista con posicionamientos más conservadores. Ejemplo de ello son la separación de la Iglesia católica y el Estado, el divorcio por sola voluntad de la mujer así como el temprano voto femenino en el contexto mundial. Por otra parte se desarrollan crecientemente mecanismos de ampliación de la participación democrática, en términos de un proceso como el indicado por Gramsci de “socialización de la política”. El liberalismo conservador adquiere crecientemente algunos rasgos democráticos, con componentes republicanos no menores en el caso del primer batllismo(8), y se dará en el marco de un protagonismo y una coparticipación creciente de los partidos tradicionales luego de la Constitución de 1917, siempre con hegemonía colorada, hasta al menos 1959.

Siguiendo el análisis de Panizza, la sociedad uruguaya procesa una “modernización temprana”, con un alto grado de urbanización (Montevideo era a comienzos de siglo la quinta mayor ciudad de América Latina) donde se conjugaron tempranamente la concesión de ciertas demandas popular-democráticas, que precedieron a la expansión de la ciudadanía electoral que se consagra en 1917. Dichas demandas originarias del Partido Nacional (PN), por las cuales se levantan en armas en 1897, 1903 y 1904, tenían que ver básicamente con los límites tradicionales del orden político liberal, la coparticipación, contra el fraude electoral, los abusos y corrupción estatal, etc. Cuando el gobierno colorado aceptó muchas de las exigencias del PN para lograr la institucionalización política, su “implementación se llevó a cabo en un contexto totalmente diferente al restringido contexto conservador del cual eran originarias.

Ahora las exigencias de participación política expresarían también a nuevos sectores sociales y sus reivindicaciones específicas”. En este doble proceso de institucionalización y democratización social y política, tuvo un papel clave el Estado. (cf. Panizza, 1990: 32-3)

En cuanto a la orientación “intelectual y moral” de dicho bloque hegemónico, cabe resaltar, como veíamos, una base fuertemente urbana, pero también europeizada, liberal, racionalista y cientificista, vinculada al desarrollo de la “civilización” contra la “barbarie” que también expresara la reforma vareliana (aunque no en los términos más extremos que lo colocara Sarmiento en Argentina), en un liberalismo que incorpora algunas demandas democráticas, que daría como síntesis más bien un “republicanismo liberal” (cf. Caetano, 2011).

Aparecen en el discurso de Batlle y Ordóñez no sólo elementos que se vinculan con una posición conciliatoria entre clases, sino que también lo plantea en el plano de acortar las relaciones entre gobernantes y gobernados, siempre partiendo de una concepción de la política representativa, pero que se vincula con una concepción más deliberativa de la política:

El gobierno de todos, que nosotros vamos a realizar, es el gobierno de todos ejercido por ellos mismos, mediante representantes que cumplen su voluntad; porque todos se equivocan con más dificultad que uno sólo. Generalmente la opinión de todos es la opinión verdadera. (Batlle, discurso de 1922, cit. en Panizza, 1990: 48)

Tomando en cuenta estos elementos, nos parece posible indicar que se producen, ya a partir de la consolidación del primer batllismo, dimensiones que hacen posible pensar, a la formación social uruguaya, en términos de un tipo de sociedad más cercana al tipo “occidental” caracterizada por Gramsci. Varios elementos dan cuenta de ello. Por un lado la hegemonía llevada adelante por las clases dominantes (crecientemente dirigentes)10, con un peso relativo de sectores de la burguesía urbana sobre los intereses propiamente oligárquicos y del imperialismo británico, se vincula con el desarrollo de un Estado con orientación social y entendido como “escudo de los débiles”(10), bajo el liderazgo del gobierno de Batlle y Ordóñez y de los sectores más liberales y democráticos dentro de su partido. Al mismo tiempo se da el desarrollo creciente de mecanismos de organización socio-política de las clases subalternas (resultado también de sus luchas)(11) a la par de la ampliación de las libertades políticas y de los mecanismos institucionales tendientes hacia la ampliación y representatividad del sufragio que se concretarán en la Constitución de 1917 y que recogerá demandas del Partido Nacional. Todo ello hace posible pensar en dicho proceso temprano de “socialización de la política”. De esta manera es posible hablar de la emergencia de una temprana “sociedad civil” en nuestro país, tal cual el concepto gramsciano, hecho que por otra parte diferenciará por aquel entonces a nuestra formación social de buena parte del resto de los países latinoamericanos.

Consideramos que cabría hablar en el caso uruguayo de un proceso de revolución pasiva “amortiguada”, entendida en tanto que modalidad de consolidación capitalista pautada por un desarrollo “no clásico” y dependiente (con la permanencia de rasgos no menores de dominación neocolonial), que al mismo tiempo que mantiene y desarrolla niveles de ampliación de la cobertura educativa y de la participación y socialización política, no logra romper con la dominación de las clases oligárquicas dominantes (ganaderas, comerciantes, financieras, etc.) en el plano económico-social, aún con un crecimiento de una naciente burguesía y la expresión política creciente de los trabajadores organizados. Por otro lado se procesa ciertamente como un proceso de transformaciones “por lo alto”, sin participación popular masiva ni un liderazgo claro de las clases dominantes, quienes van delegando, en un Estado que procesa una relativa ampliación de sus funciones, las cuestiones que hacen a la legitimidad y reproducción del orden social.

*El presente texto fue elaborado para el Cuaderno de investigaciones Nº 1 Sujetos colectivos populares, disputas hegemónicas y Trabajo Social

** Asistente Social Universitario, Máster y Doctor en Servicio Social por la Universidad Federal de Río de Janeiro. Prof. Agregado del Departamento de Trabajo Social -DTS (FCS, UdelaR). Docente de Ética Filosófica y del Proyecto Integral Sujetos colectivos y organización popular de la Licenciatura en Trabajo Social. Investigador en temas de movimientos sociales, pensamiento crítico en América Latina y Trabajo Social. Coordinador del Grupo I+D "Sujetos colectivos populares, autonomía y hegemonía: mundo del trabajo y territorios en el Uruguay 2005-2014" (CSIC-UdelaR) Ex. Coordinador de la Maestría en Trabajo Social. alejandro.casas@cienciassociales.edu.uy

Notas

1. Hemos abordado algunos de estos aportes conceptuales y debates en otros trabajos (2014 y 2016)

2. Sabida es la potencialidad del análisis gramsciano para el análisis de las formaciones sociales y de los procesos político/pedagógicos, aunque no siempre coinciden los analistas en cuanto al alcance o interpretación de algunas categorías centrales de su pensamiento. Han habido múltiples lecturas sobre el alcance de su obra y sus categorías, tanto desde América Latina como desde una perspectiva más global. Así pueden recuperarse aportes desde la perspectiva del neomarxismo italiano de posguerra (P. Togliatti, P. Ingrao, etc.), desde la propuesta de N. Bobbio o de G. Liguori, de los británicos P. Anderson, R. Williams o E. P. Thompson, o del último Poulantzas, entre muchos otros. Desde América Latina podemos nombrar al boliviano R. Zavaleta, los argentinos J.C. Portantiero o J. Aricó, en Uruguay J. L. Rebellato, F. Panizza y A. Rico, C.N. Coutinho o R. Braga en el Brasil, las perspectivas “posmarxistas” de N. Laclau, o más recientemente del italiano-mexicano M. Modonesi, de la argentina M. Thwaites Rey o del mexicano L. Oliver, entre muchos otros. Otras perspectivas han planteado algunas categorías para el plano de las relaciones internacionales, como las de G. Arrighi o I. Wallerstein. Intentaremos aquí dar cuenta de las contribuciones originales de Gramsci, apelando también a algunos aportes de la perspectiva de Coutinho.

3. Como indica Coutinho, Gramsci no pierde de vista el momento unitario y dialéctico entre sociedad política y civil, a través del concepto de “supremacía”, que unifica, sin homogeneizar, la hegemonía y la dominación, el consenso y la coerción, la dirección y la dictadura: “La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como ´dominio´ y como ´dirección intelectual y moral´. Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a ´liquidar´o someter también por la fuerza armada; y es dirigente de los grupos afines y aliados” (Gramsci apud Coutinho, 2006: 37-8)

4. Dice Gramsci: “Se reproduce en este campo la misma situación a propósito de la fórmula de la llamada “revolución permanente”, típica de los jacobinos y de 1848. La técnica política moderna cambió completamente después de 1848, luego de la expansión del parlamentarismo, del régimen asociativo sindical y partidario, de la formación de vastas burocracias estatales y “privadas” (político-privadas, partidarias y sindicales), bien como a partir de las transformaciones que se verificaron en la organización de la policía en sentido amplio, esto es, no sólo del servicio estatal destinado a la represión de la criminalidad, sino también del conjunto de fuerzas organizadas por el Estado y los particulares para defender el dominio político y económico de las clases dirigentes” (Gramsci, 2000: 77-8, trad. propia)

5. Retomamos aquí, aunque con cambios sustantivos y de forma más sintética, producto entres otros del paso del tiempo y el análisis de nuevos procesos sociales del Uruguay y América Latina, algunos desarrollos realizados en el marco de la Tesis de la Maestría en Trabajo Social (UFRJ/UR) (2000). También incorporamos aportes de los debates y encuentros con compañeros/as docentes del Área Académica Deliberación(DTS/FCS) y del propio Grupo de investigación, en estos últimos años.

6. Sobre este punto es importante cuestionar el carácter de la “excepcionalidad” uruguaya vinculado a una supuesta homogeneidad racial y cultural, donde se enfatiza en la conformación de una sociedad con fuerte peso de la inmigración europea. Al haber prácticamente aniquilado la población originaria no sólo durante la dominación colonial sino también en los inicios de nuestra vida independiente, ello se ha constituido en un sentido común que se utiliza muchas veces para diferenciarnos de otros países latinoamericanos. Ello implica obviamente algunos rasgos de racismo no plenamente asumidos en el discurso sobre la configuración de la identidad nacional y de la sociabilidad. Al mismo tiempo deja de lado el significativo peso de la población negra o afrodescendiente que aportó su mano de obra esclava y su cultura en la construcción nacional. También implica, como sostiene Menéndez Carrión, no reconocer suficientemente que la población europea que pobló nuestras tierras “no cancela las exclusiones que marca su arribo”, habiendo recibido “población europea sobrante (incluyendo la políticamente inconveniente)” en un contexto de fuertes tensiones internas, luchas obreras y la existencia de las dos grandes guerras mundiales. (2015: 355)

7. “Dentro de las condicionantes rígidas impuestas por el carácter dependiente del país [...] el llamado “modelo batllista” se caracteriza por haber maximizado el espacio de acumulación de la burguesía local o “interior”, tanto ganadero-exportadora como industrial y comercial que produce para el mercado interno. Gracias a un intervencionismo estatal muy acentuado [...] lo original es que se estimula el desarrollo simultáneo tanto de las exportaciones primarias [...] como de la industria de bienes finales para el consumo de los sectores urbanos y de la importante capa de agricultores familiares que rodea la capital”. (De Sierra, 1988: 434)

8. Ver al respecto el análisis de Gerardo Caetano en “La República Batllista” (2011), que privilegia los rasgos republicanos del batllismo en cierta oposición a la consideración de su ideología como meramente reformista o liberal.

9. Cabe acotar, que a diferencia por ejemplo del caso argentino o brasileño, se ha sostenido en dicho período y como una marca en la formación social moderna de nuestro país, “la debilidad política relativa de las clases dominantes”, a partir de los enfoques de Real de Azúa y más tarde desarrollados por Barrán y Nahum. Esto no implica desconocer que en nuestro país los ganaderos y los sectores urbanos del alto comercio y la banca fueron en aquel período, como en el resto del continente, la fuerza económicamente dominante, pero no tuvieron el mismo grado de centralidad política que en otros contextos. (cf. Panizza, 1990: 25)

10. Esto queda claro por ejemplo en esta cita de Batlle sobre la importancia de que el Estado regule de cierta manera las relaciones entre capital y trabajo, más allá de la propia ley de 8 horas que se promulgara durante sus gobiernos: “Las fábricas, entregadas a sí mismas, sin la fiscalización del estado, devoran a los hombres que las sirven y el estado tiene que intervenir para que esos crímenes no se cometan” (cit. En Panizza, 1990, discurso en 1920)

11. Cabe reconocer también el protagonismo creciente de dicha emergente “sociedad civil” y de las luchas populares y de los trabajadores organizados en general, a la hora de considerar los avances político-sociales de la época, y su incidencia en los cambios en la configuración estatal. Como indica Menéndez Carrión, “contrariamente a los relatos establecidos acerca de los rasgos sobresalientes de esta experiencia (que típicamente enfatizan el papel central del Estado como hacedor de bienestar “desde arriba”, y/o el papel del sistema de partidos en vertebrar la “nación”), los espacios que los ciudadanos de a pie construyeron por y para sí mismos, sus luchas “desde abajo” y los resultados de esas luchas -incluyendo la ciudadanización del Estado- constituyen, tal vez, el rasgo más notable de la historicidad uruguaya”. (2015: 47)

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