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  • Buenaventura

Yo a-firmo: contra la militarización de la seguridad ciudadana


Imagen: Las moscas (Julio Castillo)

Prólogo: Tormenta

Afirmo que el zigzagueo de la historia es caprichoso porque todos los jugadores pujamos y lo que en abstracto parece principal y ordenador, en lo concreto social no siempre explica el movimiento de la realidad. Los proyectos políticos en disputa se mueven haciendo palanca sobre los conflictos sociales concretos. Cuando el viento cambia es de sabio mover la vela y la violencia social hoy es la tormenta que sacude la lucha de clases.

La derecha está navegando con ventaja. Sin embargo, amplifican un problema para el que no tienen solución sincera. La deshonestidad se les vuelve en contra como un tentempié que asumen en el piso tras el primer golpe, pero siempre retorna con la rabia de las leyes de la física. Vinieron por lana y saldrán esquilados.

Es una picardía utilizar una reforma constitucional como excusa para que la seguridad sea el eje sobre el que se mueva la agenda electoral. Convendremos fácilmente que el mayor de los problemas constitucionales es incumplir lo que ya acordamos. Cualquier hijo de vecino entenderá que estos señores bien empilchados y puchereados, tienen que pagar lo que deben antes de llevar fiada una nueva reforma.

Afirmo que siempre hay revancha y si ganaron la cuereada al instalar un tema que nos duele, hay que aguantar el dolor. Más aun, debemos cortar, profundizar y que caiga quien no aguante la toma. Nada de rascar la superficie del relato, para eso están los peces saltarines o los peces mariposa. Lo nuestro es barrer, cual peces limpiadores sin demasiado colorido, el piso fangoso donde se esconde la mierda originaria de la violencia social.

La tarea de nosotros es vociferar la verdad: el deseo de que la violencia desaparezca, el uso inobjetable de la autoridad colectiva para hacer respetar las reglas de juego, señalar la incapacidad colectiva de responder a tiempo ante las penurias sociales, el drama moral y práctico que significa todos los días la victoria aplastante de la mercantilización de la vida, la pobreza del proyecto pedagógico-económico carcelario y el inequívoco camino de mayor igualdad para mayor armonía.

Afirmo que sobra experiencia continental para probar la ineficacia de su propuesta de solución militar. Sobra experiencia mundial alternativa a la redención de la montonera enjaulada. Ese camino es de ida: guerra para más guerra. Guetos de pobres para más guetos de todos los estratos sociales. Encierro para más encierro. Miedo para más miedo. Más poder militar para más poder. Piensa mal y corto quien siga buscando ahí la solución a la tristeza que reina cuando la violencia social se hace moneda corriente.

La derecha debe temer los reveses de su propia arenga. Navega a gran velocidad. Las carcajadas triunfalistas resuenan en el viento, mientras prende la mecha del cañón de su barco pirata. La bola los va a hundir. Exaltan el coraje popular y el pueblo enardecido no sólo doblegará al lumpenaje, irá después por la verdadera causa de nuestras miserias: la desigualdad. Vinieron por lana y quedarán trabajando de benteveos.

 

Siete: Dignidad

Afirmo con vehemencia que la distancia con el artículo 7 de la Constitución es, fue y será la sentencia de muerte de todos los malos gobiernos de la Nación. No es casual que quepan en un mismo artículo el derecho al trabajo y el derecho a la seguridad. Afirmo siete veces que no es casual tampoco que el mismo artículo defienda la vida, el honor, la propiedad y la libertad y aclare que todos estos derechos deben ser protegidos por la República.

Afirmo que en ejercicio pleno de la Constitución, el trabajo vuelto derecho, se vuelve deber y que aquel que no haga su parte debe ser forzado a hacerla. No es una opción libre negarse a hacer la parte que nos toca, como no es pensable una asociación sin cabida para todos. No es esperable armonía en la sociedad uruguaya tal cual es porque niega el orden de mínima: su propio marco constituido.

Trabajo y seguridad, libertad y propiedad, vida y honor. Todos garantizados, todos protegidos. La constitución debe ser esencialmente ordenadora y naturalmente jerárquica. Afirmo, porque la violencia no surge del vacío, ni hemos sido invadidos por extraterrestres, que somos responsables de la basura que generamos y que a la postre, ha sido el desequilibrio concreto en los componentes de este artículo el causante de los desequilibrios sociales y su cara violenta.

La libertad y la propiedad de los más, nada atentan contra el bien común. Pero el acaparamiento glotón de la libertad y la propiedad en unos pocos, cavan la tumba de la armonía social. Nada tiene que ver la apropiación privada del trabajo propio, con la apropiación privada del trabajo ajeno y su consecuente desigualdad en las libertades de los individuos. El mismo artículo que protege estos atributos prevé limitaciones cuando atentan contra el interés general.

No hay honor fundante cuando se nace al descampado y quien crece sin honor, no tendrá pudor de arrebatar el ajeno. No hay honor en la opulencia cuando hay un socio en la miseria. El deshonor se hace norma al tiempo que decrece la empatía y se incrementa el encierro. La violencia noticiosa es deshonor acumulado por la creciente desafiliación de nuestro contrato social por parte de los ciudadanos de todos los estratos sociales. Afirmo que no habrá honor que proteger mientras no reine la dignidad.

Artículo 7: Los habitantes de la República tienen derecho a ser protegidos en el goce de su vida, honor, libertad, seguridad, trabajo y propiedad. Nadie puede ser privado de estos derechos sino conforme a las leyes que se establecieren por razones de interés general.

 

Cincuenta y tres: Changa

Afirmo cincuenta y tres veces que la ley no ha “protegido” demasiado bien al trabajo de su enemigo irreconciliable. Dicho enemigo no es el ocio libre, sino la ausencia de orden social que garantice la tarea para todos. Habiendo experimentado durante casi dos siglos al mercado como garante del artículo 53, ya es tiempo de que probemos otra forma de garantizar el empleo y exigir contrapartida a los ciudadanos.

Afirmo que eficacia y eficiencia son cosas distintas y en cualquier empresa la segunda se subordina a la primera. La eficacia se mide por la capacidad de cumplir el objetivo buscado y el mercado es probadamente incapaz de asegurar la changa y más aún de discernir su pertinencia social.

Afirmo que el objetivo de este artículo constitucional ha sido ordenado mediante la ley de oferta y demanda y que todos los gobiernos que conocimos han encomendado al mismo capataz su monitoreo: la mano invisible. En el laberinto del mercado, nos ofrecemos como mano de obra y si no nos compran nuestro precio cae. El consejo de salario pone un marco pero no resiste ésta ley y si no cae en blanco, lo hace en negro: como empleado, cuentapropista, artesano, cuidacoche, ambulante o reciclador. El trabajo mercancía no se archiva en un galpón, la fábrica no reduce la producción de acuerdo a la tasa de venta, la gerencia de marketing de la empresa no tiene como propagandear las virtudes de su producto y promover su compra. La violencia social es trabajo-mercancía no vendido cuya fecha de vencimiento caducó hace rato.

Afirmo que el ser humano vuelto cosa, vale decir, el ser humano hoy, lógicamente se degrada. El ser humano vuelto insumo, recurso, servicio, ese nosotros-mercancía que es la forma de nosotros que conocemos, es el origen de la violencia social noticiosa. El trabajo-mercancía, es el antagonista de nuestro propio orden constitucional, es el verdadero ladrón de la armonía social: en lenguaje mediático, ese nosotros-mercancía es quien rapiña nuestra seguridad.

Artículo 53: El trabajo está bajo la protección especial de la ley. Todo habitante de la República, sin perjuicio de su libertad, tiene el deber de aplicar sus energías intelectuales o corporales en forma que redunde en beneficio de la colectividad, la que procurará ofrecer, con preferencia a los ciudadanos, la posibilidad de ganar su sustento mediante el desarrollo de una actividad económica.

 

Cincuenta y cinco: Despido

Afirmo cincuenta y cinco veces que debe ser el Estado el que garantice el derecho al trabajo y el cumplimiento del deber de trabajar. La sociedad debe repartir la riqueza que es capaz de generar con los criterios que entienda pertinente, con los niveles de diferenciación que entienda conveniente, pero jamás debe negar a ninguno de sus socios una retribución por hacer su parte.

Afirmo con el artículo 55 de la Constitución, que la ley debe reglamentar la distribución equitativa del trabajo de modo de eliminar el ocio impuesto, padre, madre y tutor de todos los vicios, a esta altura, tatarabuelo buscado del caos selecto de pedigrí liberal.

Afirmo el fracaso estrepitoso del libre mercado como organizador del trabajo socialmente necesario. Afirmo su fracaso rotundo a la hora de repartir el esfuerzo y el producto del esfuerzo. Afirmo su burreza y falta de talento directriz para identificar problemas y organizar soluciones mediante las capacidades humanas disponibles en la República.

En los tiempos que corren la productividad del trabajo es infinitamente mayor que décadas atrás, que el Uruguay no ha cambiado demasiado su población, ni demasiado su matriz productiva. Pese a ésto, seguimos trabajando las mismas horas que a principios de siglo XX y seguimos dejando afuera del reparto del esfuerzo a demasiados socios de nuestra sociedad.

El mercado no reconoce constitución, ley, ni ética. Las violenta a todas. No distingue importancia social. Se te ríe en la cara. Funciona con la matraca del dinero. Nos arrastra al caos travestido de eficiencia. Nos ofende desechándonos, mientras alardea productividad. Claro está que no es su problema, el problema ha sido el dogmatismo liberal acumulado en nuestros dirigentes, que han asignado semejante rol de dirección social a un capataz sin formación para la tarea como es la mano invisible.

Afirmo que cada cual tiene su puesto. Por más bueno que sea Suarez, no juega de zaguero, ni abarca toda la delantera, mucho menos hace de maestro Tabarez. Es hora de despedir a la mano invisible. Las cosas en su sitio, el mercado jamás debió hacerse cargo de organizar el grueso del trabajo social.

Artículo 55: La ley reglamentará la distribución imparcial y equitativa del trabajo.

 

Uno: Duele sobrar

Afirmo que cada estadística repetida sin pudor hablando de desocupación, sea ésta de uno o dos dígitos, comunica la desafiliación tácita de un conjunto muy amplio de compatriotas del contrato social. Afirmo con el artículo uno que la República Oriental del Uruguay es la asociación política de todos los habitantes comprendidos en el territorio.

Un individuo sin laburo es negado como ser social, vale decir, como ser. Si existimos en tanto somos reconocidos por otros, la negación del nicho, del laburo, del respeto, del intercambio comercial, opera como una patada en el orto de los incluidos hacia los excluidos. Ese desprecio se devuelve violentamente desde el afuera hacia el adentro con robo, rapiña y asesinato.

Afirmo que ayer y hoy, en el Uruguay criollo fundacional y en el Uruguay del Siglo XXI, nadie dejará que lo señalen como sobra. Esa sobra, esa mano de obra excedente que deprime el precio del trabajo, ese ejército de reserva, se cansa de estar en el banco de suplentes, se agota de tener la ñata contra el vidrio y toma lo que desea a la fuerza. Ese tránsito ha sido gradual y sostenido, al igual que lo ha sido el desprecio.

Artículo 1: La República Oriental del Uruguay es la asociación política de todos los habitantes comprendidos dentro de su territorio.

 

Ocho: Guerra sin aviso

Afirmo que el ser humano vuelto sobra, naturalmente se organiza y violenta al ser humano incluido. Hay una guerra entre la población sobrante mundial y la población incluida mundial. Esa guerra fue originada por quien acapara y desplaza, por quien niega la posibilidad de asiento, comunidad y sustento a un pedazo de humanidad.

Esa guerra instalada sin aviso, sin consentimiento pleno de cada uno de nosotros, no conoce de leyes, ni códigos. Esa guerra nos embrutece como lo han hecho todas las guerras. Afirmo que la iniciamos nosotros, los incluidos y no al revés. Afirmo que en el espejo del baño de quien lee estas líneas, como en el mío, aparece un fusil y un soldado, tal vez un carcelero.

En esta guerra pocos quieren, pero todos peleamos, desde el garrote o el punto muerto. Nos armamos hasta los dientes, el día que lanzamos un “ojalá termine” o rogamos a una deidad como si pudiera desaparecer la violencia por arte de magia. Aunque no queramos ganar ni perder, habrá vencedores y aunque no queramos empuñar un arma, habrá caídos. Afirmo que nadie ha ofrecido una tregua, una bandera blanca, un pacto que organice las condiciones para la paz.

Esta guerra sólo acabará cuando la causa que la origina deje de existir. Afirmo ocho veces que la causa originaria de esta guerra es la inequidad en el ejercicio de la ciudadanía: jamás conocimos la verdadera igualdad ante la ley, la verdadera igualdad de oportunidades, la verdadera igualdad de poder de todos los ciudadanos. Nuestro pueblo y nuestros dirigentes aún deben aprender a ser demócratas.

Artículo 8: Todas las personas son iguales ante la ley no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes.

 

Veintiséis: Mierda

Afirmo veintiséis veces que una prisión que sea jaula para matar el tiempo de condena, garantiza la degradación humana, incrementa la enfermedad y el odio social. Afirmo con el artículo 26 de la Constitución que la reclusión debe basarse en la educación y el trabajo.

El dominio de la mercancía es la trampa del uso productivo del tiempo carcelario. Un trabajador preso, no tiene costo de oportunidad para venderse y en consecuencia altera la forma en que se fija el precio de su trabajo. Un capitalista no querrá competir con una empresa carcelaria si ésta no debe pagar por el trabajo lo mismo que ella.

El trabajo productivo carcelario alterará el precio de aquellas mercancías que produzca y vuelque al mercado. Quitará espacio a otras empresas que vendan los mismos productos que allí se produzcan. Afirmo que la competencia no es solo virtud productiva, es también perversión social que altera los objetivos y medios constituidos por la República. La lógica mercantil es la que ha dinamitado la función pedagógica y económica del trabajo presidiario, único garante de sanidad física, mental y económica de los recluidos durante la condena y al salir.

La hegemonía mercantil en la vida política y estatal, es la antagonista de nuestro orden constitucional y que el trabajo presidiario debe tener su propia regulación, su propio consejo de salario y debe garantizarse sin miramientos respecto a los intereses empresariales en juego y teniendo como máxima el agregado de valor que permita a la sociedad recuperar parte de la inversión realizada en la reinserción social.

Artículo 26: A nadie se le aplicará la pena de muerte. En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí sólo para asegurar a los procesados y penados, persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito.

 

Pi: Gestión

Afirmo que venimos invirtiendo demasiado tiempo, demasiado dinero, demasiada tecnología, demasiados vehículos, demasiada ropa y combustible, demasiadas preocupaciones en esta guerra y quien se presenta en escena mediática como nuestro enemigo no para de combatir con métodos de difícil pronóstico. Hemos encarcelado y degradado a sus miembros sin descanso y no hemos hecho más que incrementar su enojo, su encuentro y su organización.

Cada cámara, cada reja, cada guardia de seguridad privado, cada policía, cada alarma, cada minuto de noticiero dedicado al combate a la delincuencia, cada reunión de las cámaras de representantes para tratar el asunto, es remunerado por la riqueza social que genera el trabajo de todos nosotros. Hemos sido tremendamente imbéciles en la asignación de recursos y tremendamente ineficaces para ganar posiciones.

Además de indigno, es un pésimo negocio para la mayoría dejar afuera a un pedazo de pueblo. Lo que no retribuimos por trabajo garantizado, lo gastamos muchas veces más para protección. Afirmo que para ser los abanderados de la gestión, para presentarse ante la masa electoral con rostro de empresariado eficiente, el Balance se les tapó de pasivos con el pueblo y el Estado de Resultados de costos inconvenientes.

Somos muy burros y que hace rato, en lugar de trabajar menos y repartir más, sumamos tareas innecesarias y gastos innecesarios para oficiar de perro guardián de una riqueza ajena a las mayorías. Ningún “buen gestor” aconsejaría a su pueblo-patrón una superestructura controladora tan costosa. Ningún “buen gestor” neutralizaría tanta potencia humana de su propia empresa-societal, en lugar de ponerla a producir socialmente. Ningún “buen gestor” desobedecería el mandato de su puesto porque va para la calle. En el concurso que se viene el año próximo, el alardeo represivo deberá pasar el filtro de la conveniencia y el grito de ajuste, el del interés de las mayorías.

Afirmo que todo lo que ves al amanecer nos pertenece. Este pedazo de mundo, su tierra, sus aguas oceánicas y sus ríos están bajo nuestro cuidado. En esta patria manda el pueblo y los dirigentes obedecen. Nada de lo que pase o deje de pasar aquí está fuera de nuestra responsabilidad. Habrán de rendir cuentas!

 

Herida

Afirmo que la herida social llegó al hueso hace rato y no es fácil de coser. El zurcido invisible no es para cualquier tela, cualquier hilo, ni cualquier costurero. Ni el desprecio repetido ni la violencia sanan así nomás y ciertamente es imperiosa la desinfección repetida. No sana con disculpas. No sana con diagnósticos. No sana con la solidaridad discursiva. No sana con arengas de clase. No sana con fraseo antirepresivo. No sanará con estas palabras ni toda la tinta derramada por el periodismo de izquierda. Hay un parteaguas entre pueblo que no es otra cosa que una batalla ganada por el enemigo. Viene ganando cuando provoca la herida. Confirma su victoria cuando agranda el boquete y nos atonta cuando amplifica los miedos a sus efectos en el resto del cuerpo. La consciencia de que venimos perdiendo nos obliga a dedicar energía a algo que solemos eludir porque el pensamiento profundo nos pone ante soluciones difíciles, nos coloca en contradicción con el macanudismo.

Nuestro pueblo es diverso por razones variopintas. La diversidad sólo se vuelve conflicto violento cuando el pensar y el sentir son hijos de vivencias radicalmente distintas, cuando los intereses efectivamente chocan, cuando la empatía se hizo añicos. Habrá chispas y golpes entre pueblo durante más tiempo y que deberemos instituir la democracia radical a la fuerza. Afirmo que la lucha contra toda forma de parasitismo nos obligará a garantizar la changa y hacerla cumplir usando la autoridad colectiva. Es y será traumático, pero no hay un camino más corto a la construcción de códigos comunes que pongan en igualdad de condiciones a todos los individuos.

 

Macanudo

Afirmo que el macanudismo es el rostro deformado de la acción social militante, es el resultado postoperatorio del accidente progresista. Al macanudo lo preña el reunionismo y lo pare el Estado cuando la zafra es larga. El macanudo se pone la gorra y a mayor institucionalización, mayor moralización de los instrumentos de política pública que genera y usa para la transformación social. Cuando fracasa una política, el problema es de los individuos. Cuando tiene éxito, el mérito es del gobierno.

Se horroriza el macanudo con el desdén del pobrerío que no termina de incluirse a pesar de que trabajan para ellos. Se ofende y grita “muerden la mano que le da de comer”. Afirmo que el profesional macanudo es la forma popular de la mediocrización intelectual de la izquierda, su pérdida de rigor teórico y metodológico. Es un hincha. Siente que es buen profesional por no despreciar a los pobres, por entreverarse con ellos mientras dura el tiempo de trabajo. Eso lo conforma, lo anestesia, le impide pensar su práctica sin moralina, ni asuntos de merecimiento.

El macanudo cree que no merece el desplante rapiñero del lumpenaje. Siente que el cinturón de pobreza está en deuda con él y su institución. Es religioso y su iglesia es el Estado. Su caridad, la política social. En lugar de sacerdotes, funcionariado. En lugar de Diáconos, ONG’s. En lugar de misas, periódicas reuniones y ritos de “gestión participativa” que giran en el vacío de pensar por los demás. Misa de cuadros podrían llamarle, porque en ella jamás participa la masa.

Afirmo que el macanudo pasa de bonachón a botón cuando no aguanta la frustración de perder una batalla que pelea con escarbadientes. El macanudo se corrompe si se acostumbra a fracasar y a pesar de ello naturaliza que su negocio, su campo de servicios, es la perpetuación de la pobreza. Si hay deuda, es del pueblo con el pueblo. Nunca con funcionariado ni gobierno alguno. Afirmo que no habrá profesional radical sin conducta autodestructiva, vale decir, sin un profundo deseo de que su puesto deje de existir porque la miseria debe desaparecer.

 

Consumo

Afirmo que la cultura lumpen se infiltra mediante la propaganda sistemática del capital, es el resultado transversal del consumismo y la exaltación del individuo por sobre las nociones de comunidad. Cualquier trabajador se vuelve lumpen cuando el guiño del mercado "lo hipotecó por completo", o lo corrompe el vicio, o es tomado por la furia insegura del patriarcado en jaque.

La lumpenización es el resultado práctico del mercadeo desbocado. Las nociones morales implícitas al sistema de competencia calan hondo y nos conducen a un estado de violencia permanente. A nivel de las naciones la competencia intercapitalista deviene en guerras e invasiones, a nivel doméstico a la consolidación de la violencia individual (rapiñas) u organizada (pandillas). Más tarde a la violencia institucional. Todas son caras de la misma moneda. Cuando la civilización elige abonar sistemáticamente a través de los crecientes medios de comunicación y propaganda existentes un sistema que premia la propiedad y el egoísmo, que enuncia que la carrera atrás de la guita deviene en mejores cosas para todos, la encerrona es evidente y el resultado cantado.

El capitalismo es joven aunque lleve más tiempo en la tierra del que quisiéramos y haya hecho más daño del imaginable. Asistimos crecientemente al resultado de su hegemonía cultural planetaria. Cuanto más joven es un pueblo, cuanto más devastadora fue la conquista colonizadora, más débil es su identidad y su cerno y mayor la degradación social hija del capital. La "moral" instituida por la competencia adquiere distintas formas según el estrato social. El rico comprará a los jueces. El acomodado con sonrisa de piedra le pisará la cabeza a cuantos pueda por el puesto. El arribista se hartará de lamber patas. El dotado de inteligencia y capacidad vociferará merecimientos y encontrará tranquilidad en el mérito para justificar el tendal de "cadáveres perdedores" que quedan por el camino. El pobre trabajará como burro y será el empeño el que justifique su paraguas mientras camina por las veredas rotosas viendo al vecino ensoparse. El outsider aprenderá a prevalecer a la fuerza tras haber crecido a garrotazo limpio. Cada uno echa mano a lo que tiene cerca y se prueba como Alfa ante los suyos con las armas que dispone. Afirmo que la violencia noticiosa creciente es la expresión de la moral mercantil con rostro popular.

Nota al pie: extracto de "Lumpenaje". Buenaventura. Artilleria liviana. Serie los militantes.

 

Cero: La misma piedra

Afirmo que somos un país récord: mayor número de presos y mayor número de efectivos por habitante. Sólo un tonto pensaría que gozando de dicho galardón la solución a la violencia social pasa por seguir ampliando la ventaja numérica con el resto del mundo.

En números gruesos hay en Uruguay unos 12.000 presos, 25.000 policías y 25.000 trabajadores de la seguridad privada. Ajenos mayormente a la seguridad interna pero participes de la escena del debate público sobre el asunto tenemos unos 28.000 militares y 50.000 jubilados del ejército. Seguramente centenas de empresas brinden servicios de alarma, comercien cámaras y artículos de protección. Otros tantos sitios brindarán clases de autodefensa. Decenas de periodistas viven de la crónica roja. La seguridad es un enorme empleador y fuente de lucro de un sinnúmero de empresas.

Afirmo que toda institución tiende a reproducirse y toda empresa a acumular. Cada empleado defiende su puesto con uñas y dientes porque ahí está su sustento. La rosca de la seguridad ha logrado un sólido engranaje que ha multiplicado su campo económico a una velocidad asombrosa. Más ineficaz se presenta como solución, más se incrementa la rosca económica, política y mediática que maneja.

No son necesarios 50.000 hombres para combatir 30.000 rapiñas anuales. La trampa es la repetida solución ensayada. En todos los casos, la riqueza que generamos se seguirá dinamitando, en lugar de ser usada para garantizar el empleo, la vivienda, la educación, la integración a la vida social y deportiva, el decoro y la belleza de los sitios donde vivimos. En lugar de financiar tareas de mayor utilidad para las mayorías, incrementaremos un control probadamente ineficaz para solucionar la violencia.

Afirmo que con este contingente récord cualquiera es guapo. No hay virtud en el grito patriarcal de Lacalle Pou “a la delincuencia se le acabaron las vacaciones” porque acá “hay un hombre que sabe mandar”, “alguien que sabe ejercer la autoridad”. Si existe un vicio intrínseco en la democracia partidocrática, es la falta de lealtad social en la crítica y verdadera vocación superadora de los problemas en las propuestas. Loco o incapaz es aquel que niegue hoy el problema de violencia social, tanto como aquel que sin pudor repite envalentonado que haciendo lo mismo que se viene haciendo, obtendremos resultados diferentes.

Afirmo que el artículo cero de nuestra constitución podría establecer como máxima: El pueblo oriental caminará sin sobresaltos hacia una mejor civilización, el día que logre superar la eterna torpeza que nos ha caracterizado y evitemos tropezar varias veces con la misma piedra.

 

Menos uno: Tan Ilustrados como valientes

Afirmo que se necesita Inteligencia para un correcto diagnóstico y para llevar adelante de forma eficaz y eficiente una política que minimice la violencia social. Se precisa coraje para envestir cualquier responsabilidad patriótica, más aún aquella que se encarga de la seguridad interna. Claro está que todos queremos vivir. Claro está que todos quisiéramos despreocuparnos del cuidado de nuestras posesiones. Claro está que nadie quiere medir adónde va y adonde no, a qué hora sale y a qué hora se guarda, si anda sólo o acompañado. Claro está que quisiéramos que nuestros hijos callejeen como lo hicimos nosotros. ¡Menos mal que aún no desaparecieron éstas imágenes de nuestra retina! ¡Menos mal que no nos acostumbramos!

El coraje es una virtud que ha caído en desuso y la inteligencia se ha enfocado sobre todo en el lucro. Si ha habido error o ausencia, no ha sido la capacidad de encarnar la autoridad colectiva frente a los chorros. Bonomi no aguantó el fierro caliente por ser blandito: la policía incrementó sus efectivos, mejoró sus recursos, modernizó su inteligencia.

Afirmo que la autoridad colectiva que encarnan los legisladores, el ejecutivo y la justicia, debe defender el interés general por sobre el particular. Deben hacerlo con radicalidad intelectual atacando el cerno de los problemas y con radicalidad operativa para enfrentar todos los desvíos del interés particular que atentan contra el interés general. Afirmo que nuestros dirigentes son valientes para enfrentar chorros pobres, pero les tiembla el pulso frente a la violencia de traje y corbata. La cobardía de nuestro pueblo, nuestros dirigentes y consecuentemente de nuestros tres poderes, es no enfrentar la opulencia.

 

Espejo

Afirmo que nos parieron a fórceps apuntando a Europa. Espejo y maldición desde los primeros días, el viejo mundo marca la imagen de “supernosotros” que proyectan los dirigentes. Se proyecta allí el futbolista y el DT, el urbanista y el pintor, el político y el maestro. La “Suiza de América” está grabada a fuego en el discurso, identidad y el deseo de ser de la uruguayez.

Más que ver a los chorros como burgueses apresurados, Mujica debió rascar más hondo. Es cierto que ambos comparten el acto de quedarse con el trabajo de otros, de parasitarlos, pero el apuro y la inmediatez no es exclusiva del chorro, por el contrario es un signo general de nuestro tiempo, de la era del digital y del consumo derrochón.

Cada oriental con pretensiones primer mundistas en el aquí y ahora peca de gula, su ritmo de acumulación, de consumo, de bienestar no será el ritmo de las mayorías ni hoy ni mañana. Sobran los apurados que viven con un bienestar a destiempo de su pueblo. El país de primera no existió para la mayoría, pero hace tiempo que existe para una minoría.

Se apura el presidente de la república cuyo salario supera los U$S 11.000 mensuales mientras el salario mínimo nacional va a ser de 15.000 pesos. Está apurado el vicepresidente que levanta 470.000 pesos por mes cuando más de 400.000 trabajadores ganan menos de 16.000 pesos. Están apurados los senadores que ganan 235.000 pesos, mientras 400.000 personas trabajan en negro. Están apurados quienes dirigen la UTEC y otros tantos profesionales acomodados que a cambio de su calificación desean vivir en Uruguay con el confort de sociedades infinitamente más ricas que la nuestra. Mientras estos ilustres ciudadanos corren, hay un 8% de las personas "amputadas" que buscan trabajo y no lo consiguen.

Hay un núcleo duro de gente acomodada que se sigue mirando en el espejo europeo y olvida en la correría que 44% de los niños uruguayos tienen una necesidad vital no cubierta y 150.000 niños tienen dos o más necesidades básicas insatisfechas. El espejo de los chorros no es otro que el espejo mentiroso que siempre usó nuestro pueblo para peinarse y maquillarse. No hay problema moral con el deseo de vivir en Europa sin estar en Europa, hay una limitante en la realidad material para su generalización. No está en tela de juicio la importancia de un trabajador calificado o aquel que tiene una gran responsabilidad encima, está en juicio su ubicación comparativa al contexto concreto en que vive. El apuro del acomodo trae consigo el apuro del lumpen y el desacople de velocidades entre la mayoría y los apurados, trae consigo la fractura social.

Afirmo que el espejo europeo nos acorcha el espíritu, nos roba la posibilidad del camino y el ritmo necesariamente inéditos. Espejito, espejito, dime ¿Cuál es la nación más bonita y excepcional de Latinoamérica? En ese apuro se deslegitima el profesional ante los trabajadores, el profesor ante sus estudiantes, el dirigente político ante su pueblo. Hay sabiduría en la ironía de Mujica, pero resulta generosa con un gran contingente que reúne al cerno duro de roer de los verdaderos desacompasados de la realidad mayoritaria de su pueblo. Ya es tiempo de romper el espejo que nos lleva a las corridas y los tropezones. ¿Qué son siete años de mala suerte frente a dos siglos de falsas apariencias? Es tiempo de volver sobre los pasos del derrotado y buscar un camino propio oriental y nuestroamericano, para andarlo al trote chasquero, que es el ritmo del trabajo y el más parejo para las mayorías.

 

Epílogo: Orden

Cuando la violencia social es la tormenta, los oídos apabullados por el viento, registran únicamente la lengua del orden. Cuando se amplifica la corruptela pública y el escepticismo gana espacio, el conservadurismo pega el salto. Cuando los quilombos entre pueblo se acrecientan, se realza el valor de la autoridad. La derecha va al contragolpe y pondrá todo en la cancha. Jugará el partido del miedo y la incertidumbre. Proyectará autoridad y rumbo. Dejará claro que los poderes fácticos están con ella. No son tiempos de andar con rodeos: la disputa se dará en el campo más antiguo de la política de masas: la fuerza, el orden, la claridad, la sencillez, la prioridad. Nadie está pensando en el país de primera, nadie estará hablando de alegría, el sentido común ya cambió, el centro se movió, el malestar se multiplicó. Frente al ajuste venidero y la violencia social ¿Cuál es el orden que propone la izquierda? La respuesta debe ser sencilla y contundente: la indignación ante todo lo grotesco y ridículo de nuestro tiempo: que alguien construya una mansión de lujo para uso recreativo en Punta del Este, cuando se llueven escuelas; que se sigan levantando Shoppings y gigantescos supermercados, mientras cierran tiendas en los barrios; que existan productores chicos dejando el campo sin poder crecer, mientras otros acaparan decenas de miles de hectáreas; que los rentistas sigan adquiriendo casas y apartamentos, mientras hay familias viviendo entre cartones, nylon y chapa; que los ricachones vivan de banquete, mientras algunos desmenuzan su almuerzo entre la basura; que exista desocupación cuando hay tanta cosa importante por hacer. Queremos orden! Queremos una democracia que haga lo suyo por la mayoría! Mas autoridad sobre los excesos particulares! Esto es un viva la pepa! Basta de despilfarro! Basta de acomodo! Basta de ciudadanos clase A y clase B! Basta de tolerar que los ricachones se limpien el culo con el contrato social! Basta de nepotismo social!

Epílogo I: Orden y tiempo

La tarea es desentrañar el valor del tiempo para ponerlo a jugar como potencia que puede rehacer completamente la sociedad en la que vivimos. Si seguimos en el callejón de la arenga represiva, vamos camino a la inversión de cada vez más tiempo en control, en represión, en reclusión, en todo el aparato que eso conlleva y que neutraliza la capacidad productiva y creativa de represores y reprimidos. Pensar el tiempo es volver sobre lo importante primero: techo, trabajo, comida, salud, educación, vestimenta y dignidad. Si el tiempo de todos nosotros no resuelve esto estamos desordenados, estamos gravemente heridos como comunidad. El problema del desorden no es sólo de los que están al pedo o los dedicados al choreo. Los que estamos ocupados, no estamos dedicando nuestro tiempo a lo importante. Los recursos de la nación están siendo administrados por el capricho de unos pocos potentados nacionales y extranjeros. Primero lo primero, el orden exige justicia, el orden exige resolver los problemas graves, el orden exige capacidad de priorización política y solidaridad de los apurados. El destiempo gradualista es el desorden. La degradación social y el embrutecimiento cultural, su nietos mimados.

Epílogo II: Orden y trabajo

Firmaría cualquier iniciativa que diga que mañana no habrá ningún oriental sin trabajo al que el Estado no se obligará a organizar y retribuir. Firmaría cualquier iniciativa que diga que siempre que el Estado garantice el trabajo, todo individuo deberá trabajar sopena de la mayor de las sanciones sociales. Afirmo que sobran tareas porque sobran necesidades y urgencias sociales que pueden ser cubiertas por nuestros propios conciudadanos. Afirmo que sobran recursos para retribuir aquellos que hoy no tienen trabajo, porque sobran aquellos ciudadanos a los que la sociedad está retribuyendo en demasía. El ocio impuesto es el desorden y la violencia social su hija predilecta.

Epílogo III: Orden y pena

Firmaría cualquier iniciativa que diga que aquellos que han delinquido deben ser recluidos u organizados en penas alternativas para resarcir el daño causado en un Centro de formación integral para el trabajo y el ejercicio pleno de la ciudadanía. Firmaría si se establece que todo centro de reclusión desarrollará actividades productivas, educativas y sociales que garanticen la ocupación de los recluidos, el aprendizaje de uno o más oficios y la acumulación de un ahorro para rehacer su vida al salir. La ausencia de oportunidades concretas es el desorden y el delito su hijo primogénito.

Epílogo IV: Orden y represión

Si hay delito hay represión. Sólo un ingenuo cree que es posible organizarse socialmente sin pautar los límites del acuerdo que nos rige y sin construir órganos que nos permitan sostener esos límites. Atrás de la cultura anti miliquera y antipolicial heredada de la dictadura y la democracia tutelada, se alimenta una imagen de izquierda juvenil incapaz de encarnar la autoridad. Esa imagen abona la asimilación de orden a represión y caos a derechos. La izquierda representa la única alternativa de autoridad social: lo otro es la autoridad privada, caprichosa, la autoridad del dinero por sobre todos nosotros. Hacerse cargo de la autoridad colectiva, del mandar obedeciendo, es hacerse cargo del aparato represivo y su función política: la defensa de los derechos, la soberanía y las reglas de juego.

El desprecio por la fuerza en tiempos convulsos, es una irresponsabilidad imperdonable. Hay que hacerse cargo del paquete completo, de la fuerza y su dirección, de la organización social, política y económica que evite la necesidad de la fuerza. La represión no garantiza orden alguno, es apenas un paliativo ante una sociedad en descomposición que no es capaz de enrielar en su propia organización a las fuerzas vitales de sus asociados. Eso es lo que está en discusión: el orden verdadero es trabajo socialmente útil para todos y el caos el acaparamiento caprichoso de los ricos.

Epílogo V: Orden y guetos

Firmaría cualquier iniciativa que propenda a romper todas las formas de guetización territorial entre estratos sociales y garantice la vivienda digna para todos en plena ciudad con todos los servicios disponibles. La desintegración es el desorden y la periferia populosa la hiperreproducción del caos.

Epílogo VI: Orden y patria

Firmaría cualquier iniciativa que diga que la tierra es un bien social y su racional distribución es la forma más segura de repartir el esfuerzo, la riqueza e incrementar los niveles de bienestar y armonía social. La desigualdad y la concentración de los recursos estratégicos en unos pocos es el desorden y la defensa de su propiedad eterna el padre de la bestia.

Orden para todos! Límites para todos! Deberes para todos! Derechos para todos! Libertades para todos! Órganos democráticos que representen los intereses de la mayoría! No más desigualdad hereditaria, no más desintegración buscada, no más pasividad ante la violencia social: el orden y la armonía exigen enfrentar duramente a los delincuentes y organizar seriamente la tarea del disciplinamiento cultural. El orden y la armonía exigen enfrentar duramente a los ricos y acomodados porque exige necesariamente la transferencia de recursos organizados hoy de forma antojadiza, para que sea la sociedad quien administre el tiempo y las tareas en función de la resolución de los problemas más acuciantes para el conjunto.

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