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  • Jacobo Calvo Rodriguez*

Lo políticamente incorrecto a través de la inseguridad


Imagen: Mel Libé

¿Qué es lo políticamente incorrecto?

“Te puede violar” o “Hija de puta, no tienes empatía” son los comentarios que le dedicaron la mayoría de personas a un vídeo en Playground en el que una mujer joven, bien parecida, sentada en una oficina muy cool a lo Sr. Burns decía que le daba “repelús” (palabra española para definir por ejemplo la sensación que produce el chillido del cuchillo contra un plato) retirar plata del cajero cuando había un indigente adentro. Definía su sensación como una especie de culpa, de empatía, aunque hacía hincapié en que ella tampoco es que tuviera dinero como para tirar cohetes. La serie de vídeos de la creadora se titulan “Deberías callarte” y trata temas políticamente incorrectos.

Las redes se cargaron de todo tipo de comentarios que realmente tocaban una parte hiriente de todos. Las vísceras se mostraban en cada opinión. Algunos decían que no se sentían culpables, ¿por qué iban a hacerlo si ellos habían ganado ese dinero trabajando? Otros, que efectivamente la chica debería callarse. En un país como la España actual, estas imágenes masivas de gente durmiendo en cajeros son bastante novedosas y nos interpelan a tomar una decisión militante con respecto a una imagen estética que nos viene impuesta por los elementos sin que podamos hacer demasiado. Se da así una especie de performance costumbrista en la que nos es imposible no tomar partido. Y esto me dio para reflexionar algo absolutamente actual: lo políticamente (in)correcto.

Las reacciones al vídeo comentado son tremendamente ideológicas. Los que opinan que no hay que sentirse culpable porque es su dinero conseguido trabajando, en cierta medida tienen razón. Es un razonamiento cómodo, relajante y tienen completa legitimidad para pensarlo así aunque el énfasis en el trabajo y la propiedad sean liberal-individualistas. Los otros razonamientos, que creen que no debería haber hecho un vídeo como ese, son los que podríamos considerar de ¿izquierda? ¿Conservadores? ¿Qué cosa?

Según el artículo de Luiza Bandeira escrito para el medio brasileño Nexo Jornal De onde vem o ‘politicamente correto’ e como o termo assume diferentes conotações, el término “políticamente correcto” aparece por primera vez en un escrito de la Suprema Corte estadounidense de 1793 para referirse a que lo políticamente correcto era referirse a “las personas de Estados Unidos” en lugar de “a los Estados Unidos”. Como se ve, el término era aplicado con su significado literal, es decir, una valoración de lo que era correcto y de lo que era incorrecto en el ámbito de la política. Posteriormente, según Angelo M. Codevilla, internacionalista de la Universidad de Boston, el término se popularizó en la Unión Soviética durante la época de Stalin para referirse a que “los intereses del partido deberían ser tratados como una realidad que está por encima de la propia realidad”. En otras palabras, una afirmación podía ser catalogada de factualmente incorrecta, pero políticamente correcta en relación al interés del partido.

Hasta aquí, lo políticamente correcto era un término que tenía un significado positivo. Tanto izquierda como derecha lo veían como una apelación buena que tenía cabida en sus discursos para reafirmar sus posiciones ideológicas. Pero esto irá cambiando a mediados y finales del siglo XX.

Según Luiza Bandeira, quien cita numerosos estudios, es a partir de los ’60 y ’70 que el término va tomando matices más próximos al significado actual. Comenzó a utilizarse de modo irónico en los círculos izquierdistas para bromear con el posible dogmatismo que se desprendía de ciertos planteamientos por parte de esos mismos grupos. En esta misma época, durante el movimiento social por los derechos civiles en Estados Unidos, el término de “políticamente correcto” fue utilizado por los demócratas para calificar dicha lucha social. Por su parte, los republicanos se refirieron al mismo movimiento como “políticamente incorrecto”. Es precisamente en este momento que la expresión cambia para definir un tipo de lenguaje que no discrimine a personas homosexuales, negras o —dicho de manera políticamente correcta— personas con diversidad funcional.

Sin embargo, a lo largo de esta época, todos los significados expuestos de lo políticamente (in)correcto se entremezclaban y no había un significado que pareciese preponderar sobre el otro, sino que el término se iba haciendo cada vez más polisémico: desde su significado literal hasta el casi sinónimo de “polite”. Fue a partir de los ’90 cuando se consolidó un significado hegemónico con el tenemos nuestra deuda actual.

En el seno de las universidades norteamericanas, materias tradicionales fueron sustituidas por otras de nuevo cuño como los estudios poscoloniales o de género, por lo que, quienes no estaban de acuerdo acusaron de izquierdistas a quienes eran favorables a los cambios. Del mismo modo, acusaron a esa izquierda de imponer sus visiones ideológicas al resto bajo el argumento de que las sustituciones eran “políticamente correctas”. Y a partir de aquí, todos sabemos cómo siguió el asunto. La derecha se quedó con lo políticamente incorrecto, con lo rebelde; y el fetichismo de lo políticamente correcto —casi como sinónimo de polite— quedó para la izquierda.

No obstante, como hemos ido viendo hasta ahora, los significados y las cosas a las que se refirió lo políticamente (in)correcto han cambiado a lo largo del siglo XIX y XX. No hay nada esencialmente ideológico en la (in)corrección política. Por lo tanto, lo políticamente incorrecto no es necesariamente un arma discursiva derechista, moralista y autoritaria, sino que es resignificable.

Los posicionamientos ante el tabú: dos tipos de reacciones ante lo políticamente incorrecto

Negar fenómenos que se producen —como en el caso del vídeo que comentábamos— o, más bien, las sensaciones que genera un hecho de la realidad, no nos hace mejores. No querer hablar de ciertas cosas es negar que ciertas cosas operan en la vida cotidiana de todos nosotros, por muy incómodo que pueda resultar reconocer la existencia de fenómenos deplorables que nos subyugan en una encrucijada ética de la que, en ocasiones, preferimos huir por considerar que el terreno de lo políticamente incorrecto es el campo del fanatismo, la intolerancia, el populismo… por lo que nos convencemos de que hay cosas que no está bien decir ni señalar. Tabús que preferimos no nombrar, no vaya a ser que mentemos al demonio y despertemos a la fiera.

Mientras esto ocurre, los tabús se van acumulando a nuestro lado, van creciendo y, de repente, nos sorprende el surgimiento de adalides de lo políticamente incorrecto que hablan contra los complejos eufemísticos con los que codificamos nuestras vivencias en este capitalismo en el que los mitos liberales –desde los más políticos como el ‘consenso’ a los más economicistas como la ‘propiedad privada inalienable’— van cayendo y parecen ser sustituidos por personajes políticamente incorrectos que llevan a cabo prácticas políticas siniestras que nos retrotraen a imaginarios de épocas oscuras que creíamos superadas gracias a la economía social de mercado o, al menos, a la aspiración e ilusión de que esa economía social de mercado funcionase algún día. Lo que podemos llamar ‘sistema’ —político, económico, etc— nunca es como debería ser, pero todo sistema se fundamenta y legitima en lo que debe ser como aspiración —con sus derechos y deberes consecuentes— y no en lo que realmente es, ya que el grado de flexibilidad interpretativa al que puede llegar el ser para hacerlo coincidir con el deber ser, es ciertamente inimaginable. En otras palabras, el ser y el deber ser, pese a que a algunos de nosotros nos parezcan cosas distantes, es cierto que en otros momentos de la historia reciente se han performado e interpretado como un mismo todo que legitima el orden existente (aunque este todo siempre deje performaces e interpretaciones por fuera, creando un adversario que “discipline” ese todo). Y bajo formas interpretativas es que también se dan los diagnósticos y las soluciones en la praxis política.

Desde mi punto de vista, comienza a generarse una desconfianza hacia la capacidad del ‘sistema’ para alcanzar el deber ser. Hay quien dice incluso que lo que está en crisis es el propio deber ser del sistema, es decir, los valores universales siempre aspiracionales de significado difuso a los que se apela, como ‘la igualdad’ o ‘la libertad’. Lo cierto es que eso está por ver y no es tema de este artículo.

Así, mi reflexión hasta ahora es que el auge de lo políticamente incorrecto no tiene que ver con que nos hayamos vuelto más cínicos todos, sino que está relacionado con la evidencia subjetiva de los individuos de que lo que pasa en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea dista mucho de lo que debería ser. El quiebre se hace material, pero material en términos de la praxis de vida cotidiana y no en el sentido de la materia puramente tangible entendida de manera ortodoxa(1). El mito aspiracional deja de funcionar y de ese modo caemos en una incertidumbre que da palos de ciego y se agarra a las explicaciones más provocadoras que podemos encontrar en el panorama ideológico y cultural.

Sin embargo, y volviendo a la cuestión que nos ocupa, hay dos errores recurrentes al pensar desde algunos sectores esta desconfianza devenida de la sensación generalizada de que “el mundo va mal” y de su hijo: lo políticamente incorrecto. A la primera la llamaremos ‘inocente’ y a la segunda ‘continuista’.

La vertiente inocente considera que esta desconfianza hacia el ‘sistema’ es conveniente. El descontento, por mera inercia, girará a la población hacia posiciones más antisistémicas debido a las carencias materiales de las que serán víctimas. Por lo que la actitud lógica que sigue esta tendencia es quedarse quieto, seguir con la misma estrategia utilizada hasta ahora y esperar a que los votos lluevan gracias al puro e inviolable devenir histórico. Buenos ejemplos de esta actitud son la Unidad Popular uruguaya y el grueso de la izquierda postcomunista europea.

La segunda vertiente continuista es la de mostrarse más papista que el Papa y profundizar en una imagen simbólica de solvencia “polite” y moderación políticamente correcta que defiende “las instituciones” y el estatus quo frente a las amenazas de los discursos políticamente incorrectos. Es esta una confianza en que “la ignorancia” caiga por su propio peso y “la cordura” se imponga, como si tal distinción existiese de manera sustantiva en la praxis política. Es esta la confianza en seguir haciendo lo mismo esperando resultados diferentes. Políticos como Javier Miranda y Emmanuel Macron o partidos como el Demócrata estadounidense, son fieles reflejos de esta actitud ante lo políticamente incorrecto. Reacciones que no dejan de tener reminiscencias propias del escándalo moralista pequeño-burgués y biempensante que no entiende cómo es que ocurre lo que está pasando. Y es que a ciertos sectores de la sociedad les encanta escandalizarse. Pero sigamos descifrando lo políticamente incorrecto.

Dos temas políticamente incorrectos: Mario Layera y Donald Trump

Desde luego, ambos personajes son políticamente incorrectos o han hecho declaraciones políticamente incorrectas. Las reacciones que ambos provocan es similar por la tormenta de discursos contradictorios que nuclean a su alrededor.

Con respecto a Layera y la cuestión de la seguridad, se han escuchado una variedad infinita de opiniones: desde los que piensan que es un reaccionario, hasta aquellos que le dan la razón por incidir en “la cuestión social” o por defender “la mano dura” o porque “algo hay que hacer ¡ya!”. Donald Trump provocó otro tipo de reacciones, pero igualmente contradictorias: desde una derecha que lo veía con temor, a otra que lo veía como un espejo en el que mirarse para organizar la Revolución Conservadora. Mientras que en la izquierda también hubo reacciones que iban desde el más absoluto desprecio hasta quien se ilusionó porque, por fin, alguien en Estados Unidos prometía agitar el avispero. No pretendo acá tomar partido por ninguna de esas opiniones, solo hacer un análisis de enunciados políticamente incorrectos e intentar dilucidar por qué lo son y por qué pasan a ser tema de enconados debates políticos que a mi entender son críticos.

El discurso de Mario Layera en la entrevista a El Observador, comandada por el extremista de centro Gabriel Pereyra, fue ambiguo pero nada descafeinado y tres fueron las enunciaciones temáticas que causaron el revuelo posterior. La primera fue la cuestión social: “La incidencia de un consumo desmedido, la exhibición de una oferta de bienes que si uno no accede a eso no existe, y núcleos importantes de la población que llegan a la conclusión de que no van a acceder a eso por vías legales. (...) Un individuo por fuera absolutamente del sistema.” La segunda fue la de hablar de “líos” burocráticos producidos por el nuevo Código de Proceso Penal o porque el MIDES no comparte “información” con la Policía. Qué tipo de información o para qué, son cosas que Layera dejó en el aire sin repregunta por parte de Pereyra.

Hay algo políticamente incorrecto en estas dos afirmaciones, sobre todo en la primera. Layera admitía con esto que determinadas políticas sociales no estaban siendo suficientes (o eficientes) para atajar el problema de la seguridad, por mucho que unos acepten que estamos “mejor” que en los ’90, y por mucho que otros quieran solucionar el problema cambiando el domicilio del MIDES.

La última parte de su discurso que causó más revuelo fue la afirmación de que, en unos años, el Uruguay podría terminar en “un escenario como El Salvador o Guatemala. El Estado se verá superado, la gente de poder económico creará su propia respuesta de seguridad privada, barrios enteros cerrados con ingreso controlado y el Estado disminuirá su poder ante organizaciones pandilleras que vivan de los demás, cobrando peaje para todo.” Esta especulación, junto a la pregunta retórica de “¿qué haremos cuando los marginados sean mayoría?”, no dejan de ser un panorama exageradamente catastrofista que crea miedos sin tener en cuenta el contexto en el que se dan los fenómenos: Uruguay no tiene una posición estratégica para la exportación de drogas a gran escala como sí tienen Guatemala o El Salvador. Del mismo modo, en Uruguay el estado existe y no está desarticulado por bandas armadas de postguerras civiles de hace unas dos o tres décadas.

No obstante, y dejando de lado los excesos propios de la mentalidad policial, las palabras del Jefe de Policía dejaron descolocados a los partidos de dentro y fuera del Frente Amplio. Al margen de las posibles motivaciones espurias del funcionario para decir lo que dijo, lo que queda claro es que fueron declaraciones políticamente incorrectas. Se había roto la baraja. Alguien, de manera subrepticia, estaba aceptando cierto grado de fracaso en algunas de sus políticas, las cuales no lograron que determinados segmentos de población se integrasen a una sociedad —todavía nucleada alrededor del trabajo diario de ocho horas— que ha vivido, ligeramente o no, una mayor movilidad social y capacidad de consumo.

Layera habló de manera políticamente incorrecta al asumir que la policía está sobrepasada. También lo fue cuando especuló con un futuro distópico en el que los ricos se protegerían a sí mismos y los demás que hagan lo que buenamente puedan. Dicho sea de paso, esa distopía efectivamente ocurre en los países que nombró. Layera, con esas afirmaciones, dio pie a que muchos individuos se sintiesen libres para dar por fin un espaldarazo a sus “complejos” y pudiesen expresar su descontento en materia de seguridad. Es algo que no debe sorprendernos viendo el crecimiento de la industria y los servicios de seguridad privada de unos años a esta parte.

Reacciones como la de Rafael Paternain, quien colgó una airada entrada en su muro de Facebook pidiendo la destitución del Jefe de Policía, es uno de esos ejemplos en los que se pretendió negar el fenómeno subjetivo vivido por el grueso de la población de que la inseguridad va ganando terreno. Negarse a hablar del tema ‘seguridad’ por catalogarlo como un ‘tema de derecha’ es fiel reflejo de la vertiente que arriba denominábamos como continuista. Desde mi punto de vista, esta reacción le da tácitamente la razón precisamente quien pretende quitársela, dado que la derecha se vuelve la única capaz de proveer y de absorber la demanda de seguridad porque la izquierda “es blandita”. Es decir, si hablar de seguridad es “de derecha”, entonces será esa derecha con sus habituales métodos militaristas quien legitimará su posición. Pasar de puntillas sobre el tema en la actual coyuntura de desconfianza, descontento e incertidumbre generalizados no parece buena idea.

Dos tipos de argumentos políticamente incorrectos

De este modo, a mi modo de entender, habría dos posibles tipos de argumentos políticamente incorrectos como enunciación provocadora y polémica que agita algo incendiario en nuestra conciencia:

A) El primer tipo sería aquel que, a través de ese argumento provocador, deja al emperador desnudo. Esto significa admitir que existe un problema determinado del que nadie quiere hablar, que es un problema político y que tiene unas razones igual de políticas. Esto es precisamente lo que los mass media temían de Donald Trump, quien no se diferencia sustancialmente de anteriores políticos que gozaron de los más altos estándares democráticos (véanse Silvio Berlusconi o Carlos Menem). Ni siquiera se está diferenciando tanto de la dinámica política norteamericana de los últimos treinta años mientras está gobernando. Lo que los mass media temen de Trump es que admite brutalmente ciertas cosas que a nadie le deberían gustar admitirse en la puritana sociedad norteamericana (aunque lo piensen): como que hay “países de mierda”; o que en Estados Unidos se tortura de manera sistemática; o que son un imperio en decadencia y por eso hay que hacerlo “great again”; o que muchos integrantes del establishment son personas con una sexualidad machista un tanto desquiciada. En definitiva, deja al emperador desnudo y no sé por qué habría que taparle las vergüenzas. Efectivamente, los pensamientos mayoritarios consideran que hacer explícita una opinión implícita alimenta formulaciones y actuaciones intolerantes. Sin embargo, la rabia detrás de la incertidumbre generalizada actual empuja a formulaciones intolerantes. Y efectivamente, en el capitalismo realmente-existente-hoy suceden, cada vez más, cosas intolerables. Más bien, habría que señalar esas cosas intolerables para caminar hacia un proyecto alternativo a este capitalismo de casino con el que efectivamente habría que ser intolerante.

Pensemos en la cuestión de la inmigración a la Unión Europea y el problema que la ciudadanía percibe que son los refugiados y otros migrantes africanos. Se podría decir que el origen de este problema de “intolerancia” es fruto de un secular racismo esencial europeo. Sin embargo, soy escéptico con respecto a este argumento historicista ya que, bajo esa lógica, Europa debería estar inmersa todavía en conflictos bélicos. Esta ha sido la dinámica general entre los estados europeos a lo largo de la historia. Las guerras entre estados europeos son tan seculares como su supuesto racismo estructural del que es imposible salirse. En definitiva, la explicación del racismo secular es, para mí, un argumento simplista. Porque algo haya sido de un determinado modo, no significa que vaya a ser así siempre a pesar de que existan posos culturales que permiten echar las culpas de todo lo malo a los inmigrantes corruptores de la buena moral blanca y europea. Decir que algo es así porque siempre ha sido así no es la explicación de un fenómeno, es, si acaso, el intento de constatar un hecho.

Del mismo modo que existen posos culturales racistas que explican a la gente su realidad a través de un discurso comprensible, rebelde y políticamente incorrecto, también existen ejemplos de todo lo contrario. Posos culturales políticamente incorrectos pero pacifistas y de secular voluntad por comprender y respetar al otro y sus circunstancias, así como toda una gran tradición discursiva y cultural contra los intereses espurios de los poderosos.

De esta manera, un discurso políticamente incorrecto anti-racista no debería apelar solamente al mero humanitarismo (que también), sino, por ejemplo, a criticar el amarillismo del que los mass media llevan haciendo gala décadas al señalar el origen extranjero de un criminal cualquiera. O también se podría apelar a la desalmada política exterior de los EEUU que Europa siguió con mayor o menor entusiasmo bélico según el país y según lo pérfido que pareciese el maligno dictador de turno. Este es el verdadero meollo de que los migrantes lleguen desesperados a las costas mediterráneas.

En definitiva, lo políticamente incorrecto o lo poco “polite”, es la ilusión de “llamar a las cosas por su nombre” sin miedo ni vergüenza. Es decir, de construir sentido. Es decir, de la política en bruto.

B) El segundo tipo de argumento políticamente incorrecto sería aquel que hoy los medios llaman ‘posverdad’. Es decir, en un contexto de desapego político generalizado, lo que importa no es que el argumento provocador sea verdad o mentira, sino que simplemente sea provocador, que escandalice y provoque un incendio en el público. Es hablar con impunidad. No hace falta más que ver ciertos programas de televisión, o ciertos comentarios en las redes, para comprobar que lo que se pretende no es salirse del sentido común o superarlo, sino buscar el mero escándalo inocentón de una parte de la sociedad autopercibida como moralmente superior. Donald Trump también brindó un buen ejemplo de esto cuando afirmó impunemente que Barack Obama había nacido en Kenia y que por eso no podía ser presidente de Estados Unidos. De todos modos, esto no es muy sorprendente si nos paramos a recordar lo que fue la televisión en los ’90.

En el caso del tema de la seguridad, lo que dijo Layera se devanea entre ambos sentidos de lo políticamente incorrecto. Por un lado, es cierto que deja al emperador desnudo por lo que decía antes: se admite un fracaso de integración social. Por otro lado, recurre a la posverdad con el único fin de provocar al lector pese a que las afirmaciones carezcan de todo rigor más allá del alarmismo gratuito de un profeta de la catástrofe que reclama no pensar y actuar rápido para sanar una patología antes de que sea demasiado tarde. A pesar de este segundo sentido de ‘posverdad’, pienso que, habiendo quedado el emperador desnudo con la primera afirmación, tenemos buenos motivos para preocuparnos del significante ‘seguridad’ y resignificarlo por estar en manos de una derecha autoritaria y moralista.

Inmersos como estamos en esta sensación generalizada de que algo se nos está yendo de las manos, de que algo no está yendo como debería pero no sabemos qué es ni por qué, toda respuesta a ese desasosiego ha de ser políticamente incorrecta según los estándares de la política actual. Los difusos momentos de incertidumbre, los momentos en los que no se sabe lo que pasa –pero tenemos claro que “algo pasa”— son los momentos propios de tiempos de cambio porque buena parte de nuestros significantes cotidianos, aquellos con los que operamos para interpretar lo que nos ocurre día a día, se tambalean y se pueden resignificar. Citando a Soledad Platero en su columna de La diariaDe todas partes vienen los marginales”:

“Que Ana Olivera o Mario Layera permanezcan en sus cargos es, desde mi punto de vista, irrelevante. Lo que dijeron, cada uno en su momento y a su modo, es lo que no queremos oír: mucha gente vive en otra dimensión, en una realidad paralela a la nuestra. Algunos quieren contenerlos (detenerlos), otros quieren esconderlos y algunos otros piensan que pueden domesticarlos mediante vaya uno a saber qué combinación de rigor y beneficencia. Pero la máquina que los produce no hace sino perfeccionarse, así que ahorraríamos tiempo y esfuerzo si nos planteáramos, honestamente, cómo hacerla volar de una vez por todas”.

En definitiva, hablemos de la inseguridad que supone para cualquiera no saber si podrá tener jubilación digna; si podrá tener una vivienda propia; si podrá trabajar en algo que pueda satisfacerlo mínimamente y no en algo que en última instancia ni le importa ni lo autorrealiza siquiera desde la esperanza en un futuro mejor para él si se desempeña con esfuerzo y tesón. Hablemos de seguridad y de machismo, esa ideología que conduce la agresión física y sicológica de la mitad de la población y presiona a buena parte de la otra mitad. Hablemos de seguridad y consumismo, y cómo este propone que las personas son lo que valen a través de algo así como una extensión de su cuerpo: sus propiedades. Hablemos de seguridad y concentración de la propiedad como origen de la falta de recursos para tener mejor salud pública. Hablemos de seguridad y segregación urbanística y educativa (aun dentro de la escuela pública). Hablemos de la inseguridad que provoca el consumo de drogas y eduquemos para un consumo políticamente informado. Hablemos de las truncadas expectativas de futuro y carencia de todo tipo de arraigo en estos tiempos en los que todo es momento presente. Hablemos de inseguridad sí, de la inseguridad que no se habla pero se piensa y que es el origen de las demás inseguridades. Hablemos, sí, de manera políticamente incorrecta y de la seguridad en términos amplios.

La derecha, con el tema de la seguridad, busca introducir –consciente o inconscientemente— la lucha del último contra el penúltimo para crear un orden. La izquierda políticamente incorrecta también debería de proponer orden, explicando en sus términos los motivos últimos que provocan el existente desorden y nombrar adversarios que algunos ocultan por ser algo feo de decir. El orden es tener igualdad material o al menos un mínimo de seguridad material: vivienda, salud, pensión, trabajo digno… y una mínima seguridad para pensarse con arraigo en el pasado y a la vez imaginarse en el futuro sin la acuciante presión del presente. En definitiva, un mínimo de seguridad que garantice la libertad.

Jacobo Calvo Rodriguez es español residente en Montevideo, periodista de opinión y militante de Podemos. Actualmente prepara su doctorado en Teoría Política.

Notas

(1) Antonio Gramsci: La política y el Estado moderno.

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