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  • Eva Taberne*

Hacer la revolución en femenino: Mujeres Libres en el proceso español


Imagen: Revista Mujeres Libres nro 11, año 1937

Mujeres Libres nació en abril de 1936, y duró hasta 1939, acompañando el ritmo de la Revolución Española. Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch y Gascón y Mercedes Comaposada dieron inicio a esta federación de mujeres anarquistas que logró reunir a unas 20.000 compañeras –la mayoría de procedencia obrera- de diferentes partes de la España republicana, organizadas en agrupaciones y comités locales, provinciales y regionales.

Aparecieron en escena con una revista que llevaba el mismo nombre que la organización y que tenía el objetivo de acercar a las mujeres de la clase trabajadora al anarquismo, a través del abordaje de diversas problemáticas cotidianas, noticias de conflictos obreros, crónicas del frente de batalla e información útil para la instrucción femenina. De esta manera se dirigían a sus lectoras:

“Queremos que tú tengas la misma libertad que tus hermanos, que nadie tenga derecho a mirarte despreciativamente, que tu voz sea oída con el mismo respeto que se oye la de tu padre. Queremos que tú consigas, sin importarte lo que la gente pueda decir, esa vida independiente que alguna vez has deseado”.

Como se reitera en varios de sus escritos, Mujeres Libres tenía como finalidad principal la liberación de las mujeres de la triple esclavitud: “esclavitud de la ignorancia, esclavitud de productora y esclavitud de mujer”. Para ello, desarrollaron una intensa labor en varios frentes.

En el terreno cultural crearon los Institutos de Mujeres Libres en Madrid, Valencia y Barcelona (este último llamado Casa de la Dona Treballadora), desarrollaron una importante campaña de alfabetización entre las obreras, construyeron bibliotecas, además de editar los trece números de la revista ya mencionada.

El trabajo productivo era visto como una posibilidad de lograr mayores grados de independencia frente a los hombres -la dependencia económica era entendida como una de las principales fuentes de la opresión, sumada a la dependencia política-, por eso, reclamaban la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, y dentro de este, reivindicaban la igualdad salarial.

En concordancia con ello, y a medida que las necesidades de la guerra hicieron posible la incorporación de las mujeres a amplios sectores de la producción, antes predominantemente masculinos, se volcaron a la capacitación de las trabajadoras, creando escuelas de preparación técnica en diferentes oficios. Complementariamente instalaron guarderías gratuitas y comedores populares para los hijos e hijas de las obreras, ensayando formas de socializar el cuidado.

En el terreno de la sexualidad, fueron fervientes críticas de la institución matrimonial, y de su contracara, la prostitución. La liberación de las mujeres tenía que darse también en el plano afectivo y del deseo. En consecuencia, promovieron el amor libre como modelo de relación afectiva entre dos personas (o más), mediada por la comprensión y el apoyo mutuo, que podría ser disuelto cuando sus partícipes así lo decidieran, sin mediación del Estado ni de la Iglesia.

Impulsaron los llamados liberatorios de prostitución donde se les ofrecía a las mujeres prostituidas atención médica y psicológica, capacitación profesional y ayuda material para dejar la prostitución, con el objetivo final de erradicar la prostitución de la sociedad. Sin embargo, la lucha que emprendía Mujeres Libres no siempre era acompañada por el accionar del resto de los militantes, es más, en ocasiones estos eran señalados como propagadores de los males que intentaban combatir:

“LOS MUSIC-HALLS y las casas de prostitución siguen abarrotados de pañuelos rojos, rojos y negros y de toda clase de insignias antifascistas. Es una incoherencia moral incomprensible que nuestros milicianos (…), sean en la retaguardia los que sustenten y aun extiendan la depravación burguesa en una de sus formas más penosas de la esclavitud: la prostitución de la mujer. No se explica que espíritus dispuestos en las trincheras a todos los sacrificios necesarios para vencer en una guerra a muerte, fomenten en las ciudades la humillante compra de carne hermana de clase y condición”.

Con un importante componente anarcosindicalista, sus integrantes adhirieron a las acciones emprendidas por el movimiento anarquista español, integrado por la CNT (Confederación Nacional del trabajo), FAI (Federación Anarquista Ibérica) y la FIJL (Federación Ibérica de Juventudes Libertarias) y se reivindicaron parte de él. Sin embargo, nunca fueron incorporadas plenamente como tal, dada la incomprensión generalizada frente a la necesidad de la organización específica de las mujeres.

No obstante, jamás renunciaron a la convicción de que conformar un grupo de mujeres era una iniciativa indispensable para tomar las riendas de su propia emancipación. Ninguna mujer podía liberarse sola, se trataba de una tarea colectiva, que implicaba altos grados de solidaridad entre ellas (o lo que más tarde Marcela Lagarde llamaría “sororidad”): “que otras se interesen por las mismas cosas que tú, necesitas apoyarte en ellas y que ellas se apoyen en ti. En una palabra, necesitas trabajar en comunidad; lo que equivale a decirte: debes crear una Agrupación de Mujeres.”

Pese a que hoy podamos identificar sus ideas e iniciativas como profundamente feministas, ellas mismas nunca se reconocieron como tal. Desde una mirada que en cierta medida podría ser tildada de esencialista, acusaban a las feministas de arrojar a las mujeres a una “forzada sustitución masculina”, es decir, de intentar asimilar un “exceso de audacia, de rudeza, de inflexibilidad” que “han dado a la vida este sentido feroz por el que los unos se alimentan de la miseria y el hambre de los otros”. En contrapartida, reivindicaban la presencia de la mujer en la Historia, “en cuyo contrapeso el mundo hubiera encontrado la estabilidad de que carece”, dado que esta podría aportar su “comprensión, ponderación y afectividad”. Hurgando más allá de la superficie, es posible vislumbrar allí una crítica a la configuración de la masculinidad, enunciada a partir de los términos disponibles en la época.

Por otra parte, si bien no titubeaban en denunciar uno tras otros los agravios recibidos por sus compañeros anarquistas, y dejar en evidencia las conductas tiránicas y misóginas que estos reproducían en sus hogares, sindicatos y ateneos, nunca dejaron de apostar por la lucha conjunta en el camino hacia la revolución, con la expectativa de “Llegar a una auténtica conciencia entre compañeros y compañeras: convivir, colaborar y no excluirse; sumar energías en la obra común.”

Retomar su legado es volver a mirar nuestra historia, situándonos en una tradición de mujeres que han luchado contra la opresión, a veces olvidadas, o recordadas de forma fragmentaria. Ver un trayecto discontinuo, de importantes avances y retrocesos, momentos de auge revolucionario y de restauración de las fuerzas conservadoras. Procesos que encierran en sí múltiples procesos, búsquedas íntimas y trascendentales. Y algunos nudos fundamentales que aún seguimos intentando desatar.

¿Cómo no reconocernos en sus aspiraciones de transformar la vida en su totalidad? ¿En su intento empeñado por conjugar liberación económica y liberación sexual? ¿En la tarea hercúlea de sobrevivir a la militancia mixta, sosteniendo paralelamente espacios de mujeres?

En condiciones que distan mucho de las de España en el 36, con un movimiento obrero débil frente al avance del capital, y un feminismo irreverente que se entromete en cada esfera de la sociedad, sigue latente la interrogante de cómo conjugar género y clase social, en una transformación radical del orden actual.

Enunciarse “mujeres libres” es traducir un deseo, un proyecto colectivo de largo alcance, y dejar al descubierto el aspecto genérico de la libertad.

A continuación siguen algunos textos publicados en la revista Mujeres Libres.

Necesitamos una moral para los dos sexos

No es necesario tener vista de lince para comprender cuales son las cosas que se van y las que alborean en esta época revolucionaria que está removiendo los conceptos básicos en que se apoya el mal llamado orden. Dos cosas empiezan a desplomarse en el mundo por inicuas: el privilegio de la clase que fundó la civilización del parasitismo, de donde nació el monstruo de la guerra, y el privilegio del sexo macho, que convirtió a la mitad del género humano en seres autónomos y a la otra mitad en seres esclavos, creando un tipo de civilización unisexual: la civilización masculina, que es la civilización de la fuerza y que ha producido el fracaso moral a través de los siglos.

Mientras los trabajadores se aprestan a cumplir su misión histórica y humana, consistente en hacer desaparecer para siempre la clase parasitaria que había hecho imposible la armonía social, para asentar y estructurar una nueva vida más humana y justa, ¿quiénes de los muchos que enarbolan el estandarte de las reivindicaciones humanas se ocuparán de tenderle la mano a la más débil y desamparada de las criaturas oprimidas, cuyo derecho olvidó totalmente la sociedad capitalista: la mujer de todas las mujeres, pues la clase social que se la colocó siempre es inferior a la de los esclavos del salario desde que ellas son tristes y dóciles siervas de miserables esclavos?

Oímos diariamente hablar demasiado de la libertad de los oprimidos y de la noble causa de la «justicia social». Pero no oímos nunca, salvo contadas ocasiones, que estos libertadores se refieran a la necesidad de declarar íntegramente libres a las mujeres. Estas pobres mujeres arrojadas, por la educación misérrima que siempre nos reservaron, al limbo del más triste infantilismo cerebral, causa por la cual aún muchas no alcanzan a concebir los derechos de la libertad.

Para empezar a remediar los efectos de tal proceder, empecemos por establecer una sola moral para los dos sexos.

Suceso Portales

«Mujeres Libres», n.º10

El trabajo

Hasta hace unos años, no muchos, teniendo en cuenta la edad de la historia, la mujer era mirada poco menos que por un parásito social. No vale la pena discutir esto en tal momento y en este lugar. Durante muchos siglos, en los que pudiéramos llamar países progresistas, se intentó hacer creer que la mujer rehusaba el trabajo.

La era capitalista, abriéndole la puerta de las fábricas, vino a demostrar que el parasitismo femenino era pura fábula, pues bien pronto hubieron de comenzar los hombres la lucha para defender sus fábricas de la invasión femenina. Las mujeres ansiosas de reivindicación, anhelosas de sentirse vivir, de conquistar una independencia espiritual, invadían la producción.

Apenas apuntó una posibilidad, no anduvieron remisas para incorporarse al trabajo. Fue la oposición masculina quien no supo comprender el significado de este acontecimiento y torpemente lo impulsó al terreno antisocial de la competencia, con lo que aquel principio de incorporación quedó convertido en un arma de la burguesía contra la clase trabajadora.

Hoy se vuelve a hablar insistentemente de la incorporación de la mujer al trabajo y se pretende olvidar o se ha olvidado ya «prudentemente» que la mujer se incorporó espontáneamente el 19 de julio. Millares de mujeres salieron de sus hogares y desempeñaron las faenas más rudas y menos femeninas, desde manejar el fusil hasta manejar el arado. Un deseo ardiente de ser útiles, de servir, de sentirse responsables, impulsaba sus actos.

Pero esto no duró mucho, pronto otra vez, la «prudencia» masculina hizo retroceder a las mujeres; solo las más audaces, contra viento y marea, conservaron sus puestos. Y como siempre fueron las mujeres las más generosas y sacrificadas; en los primeros meses de guerra hicieron voluntariamente jornadas agotadoras, sin pedir nada a cambio.

El trabajo no fue para ellas un medio de vida, sino una gran función social, cuya importancia se les revelaba súbitamente, y un deber que desempeñaron con abnegación y heroísmo.

No se hable ahora de la incorporación de la mujer al trabajo como una gracia o una necesidad. El trabajo es un derecho conquistado por ella en los días en que la lucha era más cruenta.

La mujer ha puesto toda su fe en la Revolución. Que atávicos egoísmos no la defrauden.

«Mujeres Libres», n.º13

Si la revolución no abarca este problema…

El problema sexual, formando, como dijimos, un monolito con el problema político y el económico, no puede ser obviado ni negado en la Revolución. Si de veras queremos la Revolución Social, no olvidemos que su principio primero está en la igualdad económica y política, no solo de las clases, sino de los sexos; mientras se establezcan diferencias de deberes y de derechos para cualquier sector social, la lucha, en sus diversos aspectos, sigue planteada.

Insistimos en que el único camino para resolver el problema sexual es la igualdad política y económica, factores para una capacitación femenina que dote a la mujer de un sentido de deber y de responsabilidad. Cualquier institución para la capacitación de la mujer, es, más que un liberatorio, un preventorio de prostitución.

Y terminamos. El problema sexual es un problema económico- político a la vez, y si no lo resuelve la Revolución, habrá que creerlo insoluble, lo que, por consecuencia, dejaría manca la Revolución, declarando utópicas todas las ansias de liberación de la Humanidad.

«Mujeres Libres», n.º 9, XI Mes de la Revolución

Liberatorios de prostitución

La empresa más urgente a realizar en la nueva estructura social es la de suprimir la prostitución. Antes que ocuparnos de la economía o de la enseñanza, desde ahora mismo, en plena lucha antifascista aún tenemos que acabar radicalmente con esta degradación social. No podemos pensar en la producción, en el trabajo, en ninguna clase de justicia, mientras quede en pie la mayor de las esclavitudes: la que incapacita para todo vivir digno.

Que no se reconozca la decencia de ninguna mujer mientras no podamos atribuírnosla todas. No hay señora de tal, hermana de tal, compañera de tal, mientras exista una prostituta. Porque la que sustenta esos títulos de honradez, la que hace posible esa decencia, es precisamente la prostituta, destinada a suplir la respetuosa vacación concedida al casto noviazgo, a la sana lactancia, a la cuidada gestación de la mujer «decente»; los clandestinos balbuceos sexuales de los adolescentes de familias cristianas; las «canas» al aire de los honrados padres de familia.

Con esto hay que acabar rápidamente. Y ha de ser España la que dé la norma al mundo. Todas las mujeres españolas habremos de ponernos ahora mismo a esta empresa liberadora.

Ninguna farsa más de ligas y discursos «contra la trata de blancas». No más conventos de arrepentidas. No más pasivas conmiseraciones de mujeres distantes. No es problema de ellas, sino nuestro, de todas las mujeres y de todos los hombres.

Mientras él exista no se podrá llegar a la sinceridad en el amor, en el afecto, en la amistad, en la camaradería.

Hay que hacer en seguida lo que no hicieron nunca asociaciones femeninas que han pretendido emancipar a la mujer organizando algunas conferencias amenas, algunos recitales de elegantes poetas y poetisas y preparando algunas mecanógrafas.

En varias localidades que hemos visitado recientemente se nos ha hecho saber, como una gran medida, que en ellas habían «suprimido» la prostitución. Al preguntar cómo y qué se había hecho con las mujeres que la practicaban, se nos ha contestado: «¡Ah, eso allá ellas!». De este modo, suprimir la prostitución es bien sencillo: se reduce a dejar a unas mujeres en la calle, sin medio alguno de vida.

Mujeres Libres está organizando liberatorios de prostitución, que empezarán a funcionar en plazo breve.

A este fin se destinan locales adecuados en distintas provincias, y en ellos se desarrollará el siguiente plan:

1.º Investigación y tratamiento médico-psiquiátricos.

2.º Curación psicológica y ética para fomentar en las alumnas un sentido de responsabilidad.

3.º Orientación y capacitación profesional.

4.º Ayuda moral y material en cualquier momento que les sea necesaria, aun después de haberse independizado de los liberatorios.

En estos días aparecerán en las calles unos carteles con indicaciones precisas sobre información e inscripción en estos liberatorios.

Esperamos que todas las organizaciones obreras, asociaciones femeninas, partidos políticos y todas las mujeres y los hombres conscientes colaboren en esta obra, en la que Mujeres Libres pone todo su entusiasmo emancipador y constructivo.

«Mujeres Libres», 65 días de la Revolución

* Licenciada en Letras, maestranda en Estudios Latinoamericanos, integrante de Hemisferio Izquierdo y militante feminista

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