Imagen: "La persistencia de la memoria", Salvador Dalí (1931)
Es difícil encontrar en el pensamiento político occidental, así como en la historia contada a partir de ese supuesto filosófico, mentalidades y prácticas sociales que valoren el diletantismo, o el ocio, en el sentido de la plena fruición del tiempo libre, como el no-trabajo. Entre otras razones, esto sucede porque la civilización industrial, de la que somos herederos, tiene en la idea de progreso un aspecto central de la moderna experiencia del tiempo y de la temporalidad histórica.
Progreso sugiere un movimiento constante, a veces frenético, hacia el perfeccionamiento humano.
Cultivarse a sí mismo es un ejercicio tomado como punto de partida para la transformación del mundo.
Salir de la ignorancia para producir obras es la tarea fundamental que el Iluminismo pone a la humanidad. Al mismo tiempo, es también por medio de esta fórmula que el Esclarecimiento justifica la dominación de poblaciones enteras.
No sorprende, por tanto, que el reposo o la quietud puedan desencadenar angustia y sufrimiento. Ya que la promesa que se abre a partir de esta formulación se refiere a la posibilidad de escapar de la servidumbre por el trabajo dignificante. Aquí, el trabajo es ante todo la imagen de lo que constituye el camino para la libertad y la autonomía. Pero en ese lugar, el trabajo es también una prisión cuyos límites ni siempre son tangibles.
Hablar del tiempo libre como un "común", o sea, como un derecho disfrutable por todas y todos, es, pues, por así decirlo, una aberración, considerando un tipo de organización social cuyo eje está en su opuesto, es decir, en el trabajo. En el capitalismo, sistema para el cual la cuantificación del valor funciona como una premisa básica del sistema, el trabajo se vuelve central. Es el trabajo que organiza la dinámica de la ciudad. Y, en teoría, es el trabajo cuantificado es un artificio que permite la cuantificación del valor para la formación del precio.
K. Marx, por ejemplo, argumenta que el trabajo es la única mercancía capaz de generar un excedente de valor, pues el valor del producto final del trabajo supera el valor individual de los costos de producción (que incluyen el propio trabajo). La noción de valor está, por lo tanto, directamente relacionada con el trabajo. De ahí que se permita imaginar el "común" moderno como trabajo, jamás como tiempo libre.
De hecho, el trabajo es tan importante que, en el capitalismo, hasta el capitalista enuncia como trabajo aquello a lo que se dedica por medio de una metonimia usual. En el lenguaje corriente, "productor" es aquel que detenta los medios de producción, no quien los utiliza, o sea, quien produce concretamente.
Siendo literal la designación del trabajo, o sea, imputándole a aquellos que producen efectivamente, o aún, no estando el trabajo sometido a tal cañonería retórica, las sociedades serían obligadas a reconocer su deuda para con todas y todos los responsables por la realización del valor.
Entonces, si, por un lado, el trabajo emerge como ese "común" moderno, es decir, esa cosa distribuida socialmente, y la que se tiene (supuestamente) derecho, el tiempo libre entendido como no-trabajo, del recreo al ocio o la pereza, es experimentado como privilegio. Pues, fue en la relación de explotación del trabajo que se ha confeccionado a lo largo de los años la posibilidad de disfrutar del tiempo libre.
Quiero argumentar que es en la relación con el trabajo que el tiempo libre o el no-trabajo ganan potencia analítica. El nexo trabajo-no-trabajo como esquema analítico que permite abordar la formación del valor en el capitalismo es una contribución del pensamiento negro y feminista (con sus intersecciones) hacia la economía política. En ambos casos, se parte de una crítica sobre la concepción clásica del trabajo para ampliar su alcance conceptual y darle mayor complejidad.
El sentido clásico del trabajo se refiere a la actividad económica desempeñada en un espacio determinado y con jornada fija por hombres adultos libres bajo remuneración. Pero el trabajo de ninguna minoría pasa necesariamente por ese lugar. Por el contrario, la modernidad opera una concepción de trabajo racializada y con sesgos profundos de género que refuerza desigualdades y opresiones por medio de la moralización, la devaluación y la invisibilidad proyectada sobre determinados tipos de actividad económica.
Desde ese punto de vista, el trabajo dignificante, que yo mencionaba anteriormente, por un lado, (re)actualiza el fardo del hombre blanco colonizador cuyo objetivo son las personas "de color" y la "bestialidad" amenazadora que se les imputa; por el otro lado, incluso la designación de "trabajadoras" es negada a las amas de casa ("dependientes" de la población económicamente activa) y a todas las mujeres que realizan tareas dirigidas a la reproducción de la fuerza de trabajo.
Aquí, hay tanto una promesa civilizatoria que quiere secuestrar y ocupar el vacío de una memoria robada, un lapso histórico / existencial propio de la experiencia de la diáspora, como un chantaje construido socialmente a partir de una concepción romántica de la feminidad en el hogar – otro lugar de vacío de sí.
De las dos maneras, por lo tanto, se instala una dinámica violenta de sujeción del otro basada en el control y en el disciplinamiento de cuerpos a los cuales el tiempo libre, como ocio o descanso, es negado bajo la promesa de una pacificación, de una reconciliación del sujeto consigo y con la sociedad; en fin, del progreso, nacional y familiar / individual.
Sin embargo, las transformaciones contemporáneas del capitalismo y del mundo del trabajo traen una novedad cada vez más evidente: la valoración del tiempo libre.
Este escenario viene imponiendo la inversión de lo que yo había postulado anteriormente, es decir, del trabajo concebido como común comparándolo al no-trabajo entendido como dispositivo de dominación, así como al tiempo libre visto como privilegio.
Pero, curiosamente, hoy, observamos una transmutación del tiempo libre, que se alza al estatuto de un común precisamente cuando deja de ser tiempo libre para, capturado por el capitalismo, ser invadido por el trabajo.
Empresas como Google o Facebook se organizan a partir de la idea de que se vuelven tan lucrativas cuanto más "improductivos" son sus empleados en el cotidiano. Pensar la producción como innovación está asociada, de alguna forma, al tiempo libre.
De la misma manera, la lógica emprendedora que se propaga por todo el mundo depende del tiempo libre.
Esto, no sólo, como antes, en lo que se refiere a la creación, sino porque es un desafío del emprendedor el trabajo de gestión de afectos; porque uno depende de su red de relaciones para obtener la disponibilidad tanto de colaboradores como de consumidores / promotores de su marca.
Estos ejemplos recomiendan no confundir tiempo libre con el no-trabajo, pero permiten inferir de la noción de tiempo libre un no-trabajo sorprendentemente productivo. Este no se confunde con el no-trabajo seco, opaco, perverso, que la teoría económica relaciona indirectamente, o sea, por medio de una comparación elíptica, a la casa, al privado, al femenino, como no lugar, ni a la figura de estancamiento, inmovilidad, pecado y criminalidad del vagabundo, adjetivos en general colgados a los cuerpos negros. El tiempo libre como trabajo es tanto innovación como negocio, emprendimiento.
Tal barajado entre tiempo libre, no-trabajo y trabajo tiene consecuencias. Y, aquí, se vuelve imperativo reconocer, estudiar, reivindicar la contribución de los aportes descoloniales que buscan pensar los procesos sociales a partir de sus bordas. Este es el caso de los feminismos y del pensamiento negro.
En fin, es difícil pensar el tiempo libre como un común considerando su relación con el trabajo. Para ello, sería necesario pensar el tiempo libre en su relación con el no-trabajo, pero dentro del vacío que el propio discurso de dominación produjo históricamente contra las minorías, anulándolas y lanzando su modo de vida en lo indeseable.
Sucede que lo invisible, lo que está al margen, también puede ser un espacio de libertad donde se hacen muchos posibles. Así, uno de los aspectos del común del tiempo libre está en las imágenes dormidas y despotencializadas de la pereza y del vagabundaje, de los rituales, de la fiesta y de la bohemia. Por detrás de esos límites inconciliables con una vida (cor)recta, todo un universo de feliz inutilidad que produce vida y ayuda a sobrevivir.
Agradezco el diálogo con los compañeros del Colectivo Tiempo Libre, sin el cual ese texto sería mucho más pobre, especialmente, a Victor Mussa y Pedro Mendes. Sin embargo, soy personalmente responsable por todo tipo de tontería que se encuentre en estas líneas.
* Tatiana Oliveira es doctora en Ciencia Política, militante feminista y miembro del colectivo Tiempo Libre: tempolivre.org. Para contactarla: tatianasoli@gmail.com