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  • Buenaventura

Lumpenaje


Ilustración: Nelson Romero

Chorear pa uno, violentar a otros con fines particulares, rescatarse mientras al de al lado lo están haciendo pedazos. En cualquiera de los casos, el lumpen es ciego al análisis de clase, inmune al cargo de consciencia que provoca la empatía, embrutecido avanza y ejerce su poder sin importar la condición social de quien está del otro lado... No faltarán los veteranos que añoren al grito de "lumpen eran los de antes", "ahora no hay códigos", "roban en el barrio", "matan a un laburante" o "le pegan a una viejita para sacarle una jubilación miserable".

El lumpen es segregado por un otro-popular-civilizado debido a su condición de autoritario, desclasado e injusto. La cultura revolucionaria desprecia la búsqueda de salidas individuales a los problemas colectivos. Lo combate porque alimenta la guerra entre pobres. La cultura lumpen corroe, disipa fuerzas, seduce y contagia. Entorpece permanentemente la construcción de nuevas reglas de juego. En tanto superviviente en la marea de población sobrante del capital, el lumpen desconfía de todo y todos y no invertirá un segundo de su tiempo en hacer algo por un "nosotros"que jamas deja de ser abstracto. Claro que porta identidad y pertenencia, pero su grupo no tiene que ver con grandes enunciados, es más llano,más práctico, se reduce a la propia dinámica territorial, social y económica en que creció. Sus redes de poder son las que pudo forjar con otros sobrevivientes como él. Esa identidad está en guerra con la nuestra. En tanto somos débiles, no ofrecemos soluciones concretas a su necesidad, a su deseo. Su tiempo es ahora, ni etapas, ni acumulación de fuerzas, ni socialismo, ni estrategia ni nada. El lumpen prefiere mil veces la timba a cualquier proceso meditado para llegar a un fin. En su extremo, la cultura lumpen es la cultura del capital, es su victoria final: todos contra todos, la ley de la selva, el sálvese quien pueda.

La cultura lumpen se infiltra mediante la propaganda sistemática del capital, es el resultado transversal del consumismo y la exaltación del individuo por sobre las nociones de comunidad. Cualquier trabajador se vuelve lumpen cuando el guiño del mercado "lo hipotecó por completo", o lo corrompe el vicio, o es tomado por la furia insegura del patriarcado en jaque. La cultura lumpen puede dominar organizaciones enteras: barrios, partidos, sindicatos o cámaras empresariales. Se distingue su hegemonía cuando la balanza se bandea para el interés particular por sobre el interés general, cuando el caos es la norma, cuando las nociones de justicia aparecen difusas o inexistentes, cuando no hay democracia de base, cuando la transparencia en la información es débil, cuando las luces largas no funcionan.

La lumpenización es el resultado practico del mercadeo desbocado. Miente quien insista que la libertad de mercado es un asunto anexo del proyecto de sociedad o un asunto técnico acerca de la eficiencia en la administración de los recursos o una forma de comprender el estimulo a la creación y la producción de riqueza. Las nociones morales implícitas al sistema de competencia calan hondo y nos conducen a un estado de violencia permanente. A nivel de las naciones la competencia intercapitalista deviene en guerras e invasiones, a nivel domestico a la consolidación de la violencia individual (rapiñas) u organizada (pandillas). Mas tarde a la violencia institucional. Todas son caras de la misma moneda. Cuando la civilización elige abonar sistemáticamente a través de los crecientes medios de comunicación y propaganda existentes un sistema que premia la propiedad y el egoísmo, que enuncia que la carrera atrás de la guita deviene en mejores cosas para todos, la encerrona es evidente y el resultado cantado.

El capitalismo es joven aunque lleve mas tiempo en la tierra del que quisiéramos y haya hecho mas daño del imaginable. Asistimos crecientemente al resultado de su hegemonía cultural planetaria. Cuanto mas joven un pueblo, cuanto mas devastadora la conquista colonizadora, mas débil su identidad y su cerno, mayor la degradación social hija del capital. La "moral" instituida por la competencia adquiere distintas formas según el estrato social. El rico comprará a los jueces. El acomodado con sonrisa de piedra le pisará la cabeza a cuantos pueda por el puesto. El arribista se hartará de lamber patas. El dotado de inteligencia y capacidad vociferará merecimientos y encontrará tranquilidad en el mérito para justificar el tendal de "cadáveres perdedores" que quedan por el camino. El pobre trabajará como burro y será el empeño el que justifique su paraguas mientras camina por las veredas rotosas viendo al vecino ensoparse. El outosider aprenderá a prevalecer a la fuerza tras haber crecido a garrotazo limpio. Cada uno echa mano a lo que tiene cerca y se prueba como Alfa ante los suyos con las armas que dispone. La violencia noticiosa creciente es la expresión de la moral mercantil con rostro popular. El lumpenaje deviene entonces en el grupo social predilecto de la clase dominante, su propio ejercito depresor de la fuerza subalterna, la garantía de agenda mediática permanente que exalte la miseria humana como resultado inevitable a su condición biológica. Viva la democracia liberal! Viva Julio María Sanguinetti!

El pecado de la izquierda no radica en la critica a la cultura lumpen, siquiera en su identificacion como "parte de la crítica de la economia politica". Pero no es tan claro el nivel de comprensión de la forma en la que ésta cultura permea también a la capa media, a los intelectuales y científicos, a la militancia en general. Y es que ante todo, la cultura lumpen es la ausencia de proyecto colectivo, es la ausencia de identidad de clase, la ausencia de misión histórica. Esquemáticamente un pobre es lumpen cuando chorea, en lugar de organizarse y luchar. Un estudiante cuando lo toma la vagancia en lugar de revolucionar la educación. Un científico cuando acomoda su agenda de aprendizaje e investigación a la empresa que le paga más en lugar de ser un intelectual orgánico de la soberanía nacional. Un profesional cuando vende su conocimiento y capacidad al mejor postor, olvida su condición de trabajador y es mas patronista que el patrón. Un funcionario cuando se lo traga el escritorio y carece de noción de servicio. Un militante lo hace cuando le toma el gusto al juego del trepa trepa o marea en el biru biru o el peor de sus males cuando decide dejar de aprender y reconstruir su practica política.

Rara vez la izquierda revuelve para ver los rastros de lumpenaje que tenemos dentro. En este mundo de locos, todos somos sobrevivientes y la población sobrante aparece con rostro de funcionariado, de profesional, de policía, de vendedor o changador, en el sector público o el privado, en los "integrados" y los excluidos. No debe asustarnos el avance del lumpenaje, no más de lo que asusta el avance de la mercantilización de la vida y la guerra permanente. Son distintos rostros de la misma enfermedad sistémica, distintos síntomas de que seguimos perdiendo pie ante el proyecto del enemigo. El antídoto a la lumpenización creciente de nuestra sociedad, de todos sus estratos sociales, pasa también por combatir sus códigos en la practica concreta: más colectivo, más tejido comunitario, más organización, más reglas de juego, más democracia de base, más información, más nociones de justicia, más sentido de solidaridad, más capacidad colectiva de colocar limites, más capacidad de obtener victorias... más capacidad de acelerar los tiempos de la historia.

No escaparemos de un combate frontal con los rasgos más atroces del lumpenaje, ni de instituir a fuerza una cultura democrático-radical. Hay que tomar el toro por las guampas y empezar donde estamos. Si un rasgo central del lumpen es recatarse, mientras otros están tapados de mierda, si lo es la búsqueda de solución individual a una sociedad enferma; habrá que mirarse al espejo, engrosar el cuero, reconocer el lumpen que tenemos dentro y redoblar la generosidad y el compromiso con la participación, la tarea organizativa y el trabajo de hormiga.

(Serie: Los militantes)

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