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  • María Ingold*

"combatir la atomización de las luchas, para habilitar cruces, universalizar intereses y tejer


Ilustración: Natalia Comesaña

Hemisferio Izquierdo (HI): ¿Qué balance político se puede hacer del año que termina?

María Ingold (MI): Ciertamente, no sé qué balance político se pueda hacer de este 2017, pero me animo a compartir algunos apuntes que, puestos en diálogo y discusión con otros, aporten a la evaluación del año que termina. Estas reflexiones son preliminares, parciales y acotadas. Preliminares, porque afloran mientras el año todavía sigue corriendo, y es sabido que las lecturas cambian a medida que se toma distancia respecto de los hechos que se analizan, puesto que el paso del tiempo concede otra perspectiva. Parciales, porque no alcanzan a la realidad política en su conjunto, como totalidad compleja, sino que abordan apenas algunos aspectos, aquellos que me resultan más cercanos y visibles. Acotadas, porque toman como punto de referencia un rincón empozado del interior; esto puede llegar a salvarlas del centralismo capitalino pero las priva de mayor amplitud. De manera que mirar al 2017 a través de estos apuntes, es como mirar un paisaje a través de una banderola: se ve sólo una parte muy pequeñita y no cabe más que una mirada. Ojalá el debate derrumbe los muros y abra un enorme ventanal, para poder ver con muchos ojos y mirar bien lejos.

El 2017 ha sido un año de números redondos y letras chuecas. Los 150 años de “El Capital”, los 100 años de la Revolución Rusa, los 50 años de la muerte del Che. En el arte: el cincuentenario de la novela “Cien años de soledad”, el centenario de “La Cumparsita” y los también 100 de Violeta Parra. Por cierto, en octubre, mes de “la única Violeta que nació de una Parra”, se nos fue Viglietti, el cantor de los derechos humanos. También en octubre y en materia de derechos humanos, retumbó la consigna “la justicia cuando tarda no es justicia”, porque los años pasan y pasan, hasta redondearse, y las “sirenas” siguen llevando a los “chuecos” y protegiendo “al centro de la injusticia”.

Durante este año, la impunidad anotó varios puntos a su favor, gracias a los nulos avances o -más precisamente- retrocesos en materia de verdad y justicia respecto de los crímenes de lesa humanidad cometidos por el Estado, antes y durante la última dictadura cívico-militar. A título ilustrativo: el estancamiento de las causas judiciales; las amenazas de muerte contra operadores/as de justicia y defensores/as de derechos humanos; algunas declaraciones emitidas por las máximas jerarquías militares; la ausencia del Estado uruguayo en la audiencia de la CIDH; el ingreso de personas no autorizadas, con un dron, a las zonas de excavación donde se buscan restos de detenidos-desaparecidos; el fallo de la Suprema Corte de Justicia pretendiendo la prescripción de lo imprescriptible en una causa por torturas en Tacuarembó; la indicación de datos falsos que obstaculizan y distraen las investigaciones; el espionaje militar en democracia. Desde el Estado, sólo se registraron avances en materia de reparación simbólica, y en todos los casos fue gracias al empuje del movimiento social: el proyecto de Ley de Sitios de Memoria que recientemente obtuvo media sanción en el Senado, es fruto del trabajo comprometido de la hoy consolidada Red Pro Sitios de Memoria; la Comisión Especial de la ley 18596 señaló varios lugares significativos, a instancias de las comunidades locales que se organizaron y demandaron.

En el interior, creció la movilización, la organización y el trabajo concreto en torno al tema. Se multiplicaron las marchas del 20 de mayo, a lo largo y a lo ancho del país. Los grupos que trabajan por los derechos humanos en el litoral, empezaron a transitar un camino compartido y ya lograron sumar colectivos de otros territorios en una coordinación que une y potencia los esfuerzos surgidos en Bella Unión, Salto, Paysandú, Guichón, Fray Bentos, Mercedes, Rodó, Carmelo, Tacuarembó y aspira a seguir creciendo. En Mercedes, concretamente, se inauguró una línea de trabajo con niños/as y jóvenes que recorren el circuito trazado por la “Comisión Memoria, Justicia y contra la impunidad” que incluye marcas y espacios ubicados en diversos puntos de la ciudad, y que promueve la construcción colectiva e inter-generacional de la memoria, como elemento imprescindible -aunque insuficiente- para garantizar la no repetición, el “nunca más”.

El 2017 ha sido un año de números tristes y colores morados. Desde el primero de enero hasta el momento de escribir estas notas, la violencia machista en nuestro país terminó con la vida de 33 mujeres. Esto significa que, cada diez días -aproximadamente- amanecimos con la noticia de que un varón había asesinado a una mujer a la que consideraba de su propiedad. Pero el patriarcado no solamente termina con vidas, sino que, fundamentalmente, determina las vidas. Dicho sistema de dominación, íntimamente ligado al modo de producción capitalista, institucionaliza y encubre la violencia cotidiana hacia las mujeres, en todas las esferas de la vida. Frente a las múltiples formas que asume esta opresión, las mujeres nos movilizamos durante todo el año: con el paro internacional y en las muchas y contundentes marchas del 8 de marzo, en cada alerta feminista, en el Encuentro de Mujeres del Uruguay, y en cada uno de los grupos que funcionaron en todo el país tejiendo feminismos populares y lazos de sororidad para amplificarse. Me atrevería a decir que fueron estas luchas las que, con su impronta fuertemente creativa, más tomaron las calles, de Montevideo y del interior, durante 2017. La reacción también se hizo sentir, atacando lo que llama “ideología de género” y re-ubicando a las mujeres, una y otra vez, en el lugar de las brujas que merecen la hoguera. Mientras, el Estado se vistió ocasionalmente de violeta, pero le pasó lo mismo que a la mona aunque se vista de seda.

Este año fue el primero en que hubo una marcha por la diversidad en el departamento de Soriano; surgió de la iniciativa local, fue considerable y tuvo sede en la ciudad de Rodó. Es sintomático que no haya ocurrido en la capital departamental; pareciera que Mercedes todavía no logra grandes rupturas con ciertas herencias conservadoras, que no le permiten siquiera digerir la denominada “nueva agenda de derechos”. Este rasgo la hermana con otras capitales del litoral donde, por ejemplo, cobraron resonancia las iniciativas contrarias a la educación sexual en los centros de enseñanza.

El 2017 ha sido un año de números cerrados y cálculos que no cierran. La rendición de cuentas entró apurada al Parlamento, vestía de tiro corto (con una asignación presupuestal acotada al 2018) y fue calificada como “prudente” por parte del Ejecutivo. En lo que a la educación refiere: las cifras siguen lejanas al 6% de la promesa electoral y a las necesidades de la ANEP y la UdelaR. El movimiento sindical identificaba varios caminos posibles para la obtención de recursos que permitieran mejores respuestas, pero las decisiones políticas en torno a dónde gravar y dónde no, confirmaron la tendencia de los beneficios al capital. La negociación colectiva en el sector público fue abreviada y -hay que reconocerlo- la calle tampoco fue el principal escenario. Recortes; privatizaciones por la vía de las PPP (Participación Público Privada); precarización laboral (con llamados para cubrir cargos docentes con empresas unipersonales, entre otras medidas); discontinuidad en las propuestas y permanente aparición de “cosas nuevas” que confirman a la incertidumbre como única certeza; cambios graduales, presentados como simples mejoras de gestión o meras modificaciones técnico-instrumentales que, en realidad, hacen a la direccionalidad de la política educativa; demonización y desconocimiento de los sindicatos, son algunas de las complejidades que configuran el campo educativo.

Mientras tanto, las reformas laborales impulsadas este año en Argentina y Brasil (que no son una exclusividad latinoamericana, sino que tienen parientes en otros lados, como Francia, por ejemplo), impactan en nuestro país, aún cuando no esté previsto reproducirlas aquí tal cual. Su simple existencia fortalece el postulado de que, en estos tiempos -donde, una vez más, se empieza a proclamar el “fin del trabajo”, producto de la crisis y de los avances tecnológicos- hay que elegir entre salario y empleo, con la idea de que si en nuestro país el sector trabajador plantea muchas “exigencias” y no se abre (más) paso a la “flexibiliización”, las inversiones de grandes capitales preferirán a los vecinos, que ofrecen condiciones laborales más ventajosas y menos “rígidas”. El análisis de este tema en particular y de la coyuntura económica en general, re-avivó el debate político en el Plenario Intersindical de Soriano.

Hasta aquí, un repaso en formato de sobrevuelo -absolutamente insuficiente-, que deja por fuera temas tan sustantivos como por ejemplo: la ley de salud mental; la reforma de la caja militar; la “salida” -en pleno y caldeado debate- a la cuestión de los “cincuentones”; la ley de riego (cuyo tratamiento implicaría profundizar en tópicos como el agronegocio y el hidronegocio); los números redondos -y no tanto- de la salud (a 10 años de la reforma, la enfermedad sigue siendo el negocio: un negocio donde las fronteras entre el interés público y el privado no parecen del todo claras); la re-estructura del Banco República; el acuerdo con UPM (donde no se aprecia la “prudencia” de la rendición de cuentas, y el Uruguay asume todos los riesgos, quedando la última palabra en boca de la empresa, según su conveniencia).

Conviene ahora, puntualizar dos cuestiones que, si bien no son “novedades” del 2017, claramente atravesaron lo político durante este año.

Primero: la ética. Cuestionamientos éticos bien fundados respecto del accionar de determinados personajes políticos, pero que devienen superficiales en tanto no logran abrir el foco para verlo todo con la misma lente y medirlo todo con la misma vara. Una ética despojada de su riqueza y de su profunda relación con lo bueno y lo justo; invadida por cálculos electorales cuyo desvelo por la búsqueda de la virtud no parece genuino, sino oportunista, selectivo y funcional a la conquista de votos. En estrecha relación con este vaciamiento, vale la referencia al “modo doble moral” en que funcionan varios actores individuales y colectivos, de la escena política. Hay un elemento que ha sido común al campo de los derechos humanos, al tratamiento de las cuestiones de género, al terreno de la educación y seguramente a otros asuntos: la prevalencia, desde el Estado y no sólo, de acciones simbólicas que, o bien carecen de transformaciones materiales y concretas que las sustenten, o bien encubren sentidos muy ajenos a los que proclaman desde el discurso; como si importara más parecer que ser. Claro que esta apreciación no se ajustaría al acuerdo con UPM que, en cuanto a su impacto en la soberanía, más que transparente -adjetivo que no parece muy feliz para describir al objeto en cuestión-, es nítido (que no se presta a confusiones).

Segundo: la gestión. La lógica del mercado y los negocios, basada en los cálculos costo-beneficio, con su racionalidad empresarial y sus personajes empresarios, toman la política y pretenden arrebatarle su esencia, bajo el ropaje de la administración. Entonces, importa más la eficiencia en términos numéricos, si es posible de acuerdo a criterios internacionalmente establecidos, que los contenidos, los procesos y los sentidos políticos de las cosas. No quiero decir con esto que la gestión no sea importante, claro que lo es, pero no es el único valor, ni es posible considerarla disociada de la política. Esa disociación, tiene que ver con la despolitización, que se produce por acción u omisión, y encierra en sí misma un potente contenido político de signo conservador. Otra versión de la dicotomía política/gestión, toma como referencia el texto de Galeano sobre la utopía, planteando algo así: como la utopía es inalcanzable, las grandes transformaciones son inviables, por lo que más vale concentrarse en el pragmatismo del hacer cotidiano, con la tranquilidad de que si no hay avances significativos no es porque se haya tomado el camino equivocado, sino porque la utopía es inalcanzable. La dicotomía utopía/pragmatismo, para renunciar sin culpa a los sueños de un mundo nuevo con mujeres nuevas y hombres nuevos, y adaptarse sin incomodidades al capitalismo, intentando administrarlo para que parezca “más humano”. Resulta peligrosa la interpretación de que como la utopía “se aleja”, hay que descartar el horizonte grande y resignarse a dar algún pasito corto. Sin dudas, es fundamental ocuparse de andar y poner atención a cada paso, pero siempre mirando al horizonte para no perderse en el camino. Con el rumbo claro, moverse sin pausa y, en cada acto, individual o colectivo, intentar acumular en esa dirección, por aquello de que a la historia la hacemos las personas

HI: ¿Qué perspectivas ves para 2018? ¿Cuáles son las principales tareas y desafíos a enfrentar?

MI: Me voy a quedar con la segunda parte de la pregunta, para considerar algunas tareas y un desafío, a cuenta de una lista mayor que, necesariamente, debe ser colectiva.

En materia de derechos humanos, una tarea clara a enfrentar el año próximo tiene que ver con el crecimiento y la consolidación de las coordinaciones entre los grupos del interior del país, para potenciar las prácticas de cada territorio y generar estrategias conjuntas. El desafío de construir un relato desde el interior y fortalecer las iniciativas locales no responde a la creencia de que la contradicción capital/interior tenga alguna validez, sino a la necesidad de alumbrar esta parte de nuestra historia que ha quedado tan invisible y de reconocer las valiosas acciones que germinan fuera de Montevideo, y cuya fuerza es imprescindible para anotar algún punto contra la impunidad de ayer y de hoy. Otra tarea elemental es la continuación del trabajo a nivel de la comunidad con propuestas culturales y educativas, que nos interpelen y alimenten la movilización. Sin esperar nada del Estado, trabajar para develar sus inconsistencias y para dejar claro que las reparaciones simbólicas sin verdad y sin justicia, son absolutamente insuficientes.

Desde el feminismo, las tareas que visualizo para el 2018 tienen, también, una dimensión local y otra más amplia. A escala local, generar acciones creativas que contribuyan a quitar algunas pieles del patriarcado, para hacerlo visible, más acá de su extremo final y cruel: el femicidio. Buscar los modos de cuestionar la doble moral y de aportar a la visualización concreta de la conexión entre patriarcado y capitalismo, para que las luchas contra el uno y contra el otro puedan confluir más. En la más amplia, seguir tejiendo encuentros y aprendizajes con otras mujeres de otros lugares, para crecer y ganar fuerza.

En el terreno de la educación y de la actividad sindical: un par de tareas centrales. Aportar a la construcción de propuestas e ideas capaces de contestar los planteos que promueven la mercantilización, instrumentalización y despolitización de la educación; adjudican a los individuos, individualmente considerados -valga la redundancia-, toda la responsabilidad sobre sus logros; depositan todas las culpas en los/as trabajadores/as y sus sindicatos; y se atribuyen a sí mismos las verdades y soluciones. Fomentar el encuentro y alimentar el debate entre trabajadores/as de distintas áreas y sectores para enriquecer las miradas y dar lugar a nuevas y mejores prácticas de solidaridad.

Finalmente, el desafío: buscar los canales de comunicación entre esos tres campos y otros tantos, para combatir la atomización de las luchas, para habilitar cruces, universalizar intereses y tejer resistencias, tan abrigadas y coloridas que puedan cobijar sueños de verdadera transformación, y tan pero tan duras que resulten imposibles de ser usadas como relleno de colchón al servicio una amortiguada y cómoda adaptación a lo que el capitalismo nos ofrece.

 

* Trabajadora de la educación, integrante de la Comisión Memoria, Justicia y contra la impunidad - Soriano, integrante del Colectivo Ni Una Menos - Soriano.

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