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  • L. Nicolás Guigou*

Sobre la defensa de lo humano


Imagen: On a bright reason, W. Kandinsky

Las cosmologías contemporáneas, particularmente las que se asientan en las tentativas de dar cuenta de lo específicamente humano utilizando conceptos tales como sociedad, individuo, relaciones, historia, signo, persona, inconsciente, símbolo, comunicación, psiquis, cultura y un largo e interminable etcétera, han dado un vuelco esperable sobre sí mismas, recordándonos que la inanidad humana resulta tan evidente, que inclusive las variadas producciones humanas, a pesar de sí mismas, son una mera continuidad de la naturaleza. Sin plusvalías relativas ni absolutas, el mundo social deviene así en una continuidad del mundo natural. Es más: dado que las divisiones entre naturaleza y cultura son el resultado de puras clasificaciones y artilugios arbitrarios, las estructuras sociales poseen un patrón similar a las de la naturaleza.

Este vuelco de la disolución de lo específicamente humano ya estaba anunciado por todas las perspectivas antiesencialistas que supieron madurar en el pasado Siglo XX, extrayendo cualquier densidad simbólica de las singularidades humanas, declarándolas como simple epifenómeno de determinantes históricas, sociales, culturales, políticas o inconscientes. La tentativa de dar cuenta de la aventura humana, finaliza (o continúa) en este incipiente Siglo XXI, con la cosificación radical de la humanidad, su minimización, y por supuesto, su entrega y subsunción a redes y sistemas más complejos, más amplios, más incluyentes, en los cuales habitan toda clase de no-humanos: máquinas, animales, entidades, planetoides, el reino fungi, vegetales, seres intersticiales. En definitiva, el universo entero.

Lo humano devenido en objeto, reducido a un ítem en estas redes y sistemas tan variados, dilatados y sofisticados, conforma, sin duda, uno de los momentos más relevantes de las cosmologías del capitalismo contemporáneo.

La inanidad antiesencialista referida a lo humano, las múltiples imágenes derivadas de su mutilación y distorsión, no se exhiben únicamente en las aburguesas reflexiones y ensueños antropológicos actuales sobre la manida relación entre naturaleza y cultura.

Dichas reflexiones, que hunden a la singularidad humana en las generales de la ley del mundo natural (una invención nuestra, por supuesto, por supuesto), poseen su expresión y correlato en las llamativas ausencias discursivas con relación a los procesos socio-técnicos impuestos, presentados a viva voz como posibilidad única e inevitable.

A la desimbolización de lo social que acompaña nuestra cultura visual total, a las alegres mezclas entre especies con fines comerciales y distractivos, a la automatización generalizada y el control total, a la reducción del pensamiento humano a una versión legitimada sobre un mar de papers sin fin, a toda esta cosmología sociotécnica, le acompaña un silencio cómplice únicamente horadado por la eufemización y negación de las relaciones simbólicas entre los seres humanos, para no hacer referencia a las clásicas relaciones sociales de producción, que en estas cosmologías, curiosamente, no tienen ningún lugar. Los milagros de la relación naturaleza/cultura, en fin.

Tal vez postular ‘defender lo humano’, parezca al inicio exagerado, un nuevo revolcón pues en un humanismo desahuciado. Esta defensa (esto quiere decir que existe sin duda, un ataque) no significa alimentar el ciego narcisismo de nuestra especie que tanto daño ha venido haciendo – las cosmologías del capitalismo contemporáneo son el ejemplo final, tanático y destructivo y no la negación del mismo, como aparentan- sino salirse de un antropocentrismo pseudo-emancipador, indagando las posibilidades simbólicas de las singularidades humanas, sus chirriantes resistencias, de las cuales, producto de nuestras cegueras heredadas y producidas, seguimos sabiendo tan poco.

 

* Prof. Tit. Dpto. de Ciencias Humanas y Sociales, Instituto de Comunicación, Facultad de Información y Comunicación. Director del Dpto. de Antropología Social, ICA, FHCE, UDELAR.

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