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David Muhlmann

Rosa Luxemburgo, el socialismo y la democracia. Entrevista a Daniel Bensaid (2010)*


"No hay que contar cuentos: nadie sabe cómo cambiar la sociedad en el siglo XXI”

(Daniel Bensaid)

David Muhlmann (DM): Daniel, eres uno de los pensadores y organizadores más influyentes de la extrema izquierda francesa y del movimiento trotskysta mundial, en la dirección de la Ligue Communiste Révolutionnaire (Liga Comunista Revolucionaria, sección francesa de la IV Internacional) y después del Nuevo Partido Anticapitalista. Lo primero que me gustaría abordar es tu relación general, intelectual y militante, con Rosa Luxemburgo. ¿Constituye para ti un punto de referencia en la historia del socialismo internacional, al mismo nivel que Lenin o Trotsky ? ¿Ocupa un lugar particular en tu propia trayectoria política ? Recuerdo uno de tus artículos sobre Rosa Luxemburgo y la cuestión del partido y la organización, publicado en una entrega de la revista Partisans, titulado “Rosa Luxemburgo viva” (Bensaïd y Naïr, 1969)… Al día de hoy, ¿cuál consideras su herencia, tanto en el plano de la teoría marxista como en el de la práctica revolucionaria por construir ? Pienso en particular, aunque no me gusta el término, en la exigencia de “espontaneidad” obrera, planteada como problema crítico para cualquier vanguardia…

Daniel Bensaïd: Debemos felicitarnos ante todo porque haya una actualidad, o una reactualidad, de Rosa Luxemburgo, no desde el punto de vista de una satisfacción ritual, sino porque revela un momento político: no es casualidad que esto ocurra ahora. Dicho esto, para mí, e incluso para nosotros – aunque ese “nosotros” es un poco vago y engloba una dimensión generacional y militante de quienes entraron en disidencia en las juventudes del Partido Comunista de los años sesenta – siempre ha formado parte del patrimonio. Esto es, cuando buscábamos alimento teórico en esa época, Rosa no se encontraba desde luego en la primera fila del comunismo ortodoxo que se nos transmitía, pero tampoco “en el infierno”, a diferencia de Trotsky. Había por tanto una “posibilidad de acceso” a Rosa Luxemburgo. Además, nuestra corriente política ha estado influida en parte por su pensamiento.

Nuestra etiqueta era la de “trotskysta”, por desafío y por diferenciación con otras corrientes, pero pienso en un trotskysta como Ernest Mandel que era un gran admirador de Rosa Luxemburgo, tal vez más que de Trotsky. Hasta biográficamente le resultaba más próxima: en su casita de Bruselas tenía la colección encuadernada de la Neue Zeit, que se la había transmitido su padre. Era prácticamente parte de la Historia inmediata, y la memoria del espartaquismo que se ha transmitido así. Además – y no lo digo para echarnos flores, sino para comprender mejor la historia –, si se considera lo que intentamos hacer en las escuelas de formación de la Liga, siempre tuvimos más la preocupación, no de transmitir la ortodoxia marxista, sino de restituir las controversias de la historia del movimiento obrero. Había que leer a Kautsky, a Bernstein… Se trataba de reconstruir la escena de un debate, en la cual Rosa Luxemburgo jugó un papel completamente central.

Ella ocupa un lugar eminente, aunque no por ello mítico, no más que Trotsky por lo demás. Hay libros de Trotsky que son espantosos, Terrorismo y Comunismo, en particular (Trotsky, 1920) : se puede comprender el contexto de la guerra civil rusa, pero de ahí a teorizar el estado de excepción más allá de la excepción, hay justamente una diferencia. Sobre Rosa, hay una facilidad y un anacronismo al releer los textos críticos sobre Lenin y el partido, a través del prisma del fenómeno burocrático y estaliniano, sobrevenido después.

Pero es verdad, más allá del contexto ruso, que Rosa se mostró particularmente sensible al problema del ascenso de la burocracia en los aparatos de dirección del movimiento obrero, en su época. Estuvo confrontada en Alemania al laboratorio del fenómeno burocrático – no es casualidad que el libro de Robert Michels sobre los partidos apareciera en esa misma época (Michels, 1914). Fue el primer fenómeno de partido de masas ligado a sindicatos de masas, beneficiándose de un período relativo de legalidad, y dando nacimiento a un gran aparato, lo que no fue el caso del Partido Bolchevique clandestino, mitificado a posteriori aunque siempre fue un gigantesco caos, a veces incluso un pequeñísimo caos, teniendo en cuenta la precariedad de las condiciones de lucha. Ella tenía sin duda esa sensibilidad.

Al hacer la pregunta, has dudado sobre la palabra “espontaneidad”. Hay dos cosas. Para mí, el debate sobre la huelga de masas en 1905-1906 es fundacional, porque tiene en cuenta el acontecimiento, lo que viene a plantear – no de forma explícita, pero se puede aproximar – la idea de otra temporalidad política: no es la acumulación gradual de conquistas electorales de posiciones la que hace la Historia ; falta la parte de lo imprevisto, de lo improvisado. Se puede llamar a esto “espontaneidad”, o no, pero en todo caso está el acontecimiento, un acontecimiento que constituye una irrupción desde abajo, sin duda, con formas propias de organización general. Por otra parte, la experiencia de 1905 permite a Rosa Luxemburgo ser una de las primeras personas – tal vez la primera, mucho antes que Lenin, justamente porque Alemania era el laboratorio privilegiado para eso – en percibir en el debate con Bernstein que la polarización de clases no es lineal, que las clases medias se reconstituyen, que las crisis y el hundimiento no son mecánicos. En una palabra, avanzar una visión de la historia que necesita un cierto voluntarismo revolucionario.

En este sentido es la primera en explicitar que la “espontaneidad” debe significar nuevas orientaciones de estrategia política, radicales, dirigidas esencialmente contra la burocracia en el movimiento obrero. Ahora bien, creo que esta fuerza se ha convertido, en cierta medida, en una debilidad. Una de las tragedias de la Revolución alemana de 1918, de la que fue una de sus primeras víctimas, es el carácter tardío, y finalmente chapucero, de la separación con las dos alas mayoritarias de la socialdemocracia. Si se compara con Rusia, hay que reconocer que la concepción que tuvo Lenin del Partido le permitió realizar el giro de las llamadas Tesis de Abril (Lenin, 1917) y enfrentarse sin concesiones a la mayoría de los dirigentes del partido. Comprendo bien la dificultad de Rosa y Liebknecht en Alemania para considerar y asumir la ruptura con las organizaciones de masas ; no era desde luego sencillo, aunque nos podemos imaginar qué batallas se habrían podido llevar en la socialdemocracia…

DM: Rosa y Liebknecht tenían miedo sobre todo a constituir una “secta comunista”. Había que “pegarse” a las masas. Recuerdo que Rosa Luxemburgo decía algo así como: “Más vale pelearse en un partido obrero equivocado que tener razón entre nosotros”

Daniel Bensaïd: Lo comprendo bien. Pero tiendo a pensar que fue Lenin – que hoy se ha vuelto el villano de la historia y a quien ya no se relee – quien revolucionó, en cierta manera, la concepción de la política, quien inauguró un pensamiento estratégico en política. No estaba en Marx; y todos los cuadros de la socialdemocracia alemana a quienes frecuentaba Rosa Luxemburgo eran a fin de cuentas próximos “culturalmente” a Marx.

DM: Confiaban en la “maduración” revolucionaria, la “progresión” del socialismo.

Daniel Bensaïd: Sí, la maduración sociológica: existe una clase que se va a concentrar, a desarrollar, y este desarrollo tiene como consecuencia un lazo orgánico entre la conciencia política y la organización. En el caso de Marx, el partido sólo aparece de manera intermitente, es un instrumento coyuntural, mientras que Lenin lo convierte en un verdadero operador estratégico, que organiza las retiradas, los avances, toma la iniciativa. Es una concepción diferente. Por eso se puede ver la pertinencia de la crítica de Rosa sobre el peligro burocrático naciente y, al mismo tiempo, el hecho de que esa confianza en la “maduración” de un proceso cuasi-natural también es problemática…

DM: Este dilema entre el hecho de “pegarse” a las masas – con el riesgo de inercia – y la ruptura leninista – con el riesgo de sectarismo partidario –, ¿es pertinente hoy día o es sólo una cuestión histórica?

Daniel Bensaïd: Me interesa en el presente, con condiciones muy diferentes. Después de un siglo de experiencia del movimiento obrero, estamos bien situados para saber que las formas de reagrupamiento, sociales o políticas, son mucho más fluctuantes, complicadas, divididas. En la época de Rosa había, por lo menos en parte, entre los socialistas, un postulado de homogeneidad – la unicidad de la clase obrera – que ha sido ampliamente desmentido. Es una de las paradojas de capitalismo : la tendencia a la organización, y al mismo tiempo un mercado de trabajo que genera la concurrencia, y por tanto divisiones y diferenciaciones permanentes. Esto ya está hoy día asumido, así como la complejidad de las sociedades actuales, que son más complejas, más diferenciadas, con sus fenómenos de individualización que tienen aspectos contradictorios – cultura más democrática, por una parte, y eventualmente una orientación hacia el individualismo, en el sentido peyorativo. A partir de aquí hay que pensar los problemas ligados a la forma “partido”, las cuestiones sobre cómo organizar al colectivo, la solidaridad, la coordinación, etc. Pero el problema es que hoy, en la izquierda, la discusión sobre la forma sirve en cierta medida de pantalla para tapar las discusiones sobre el contenido… Y sobre todo, se tiene tendencia a creer que el fenómeno burocrático es una secreción de la forma partidaria como tal, cuando se trata de un fenómeno sociológico fundamental, que se manifiesta en el mayor número de organizaciones sociales, en el aparato de Estado, los sindicatos, las ONG… Es desde luego un problema principal que desborda al del partido.

DM: Para la izquierda comunista y revolucionaria, el hecho de quedarse en una organización de masas burocratizada o abandonarla para refundarla sobre principios más puros, ha sido un problema constante… Pienso al respecto que Rosa encarnó una posición muy justa y destacable: fue crítica del leninismo, sin ninguna duda, en ruptura con la socialdemocracia mayoritaria, y al mismo tiempo nunca cayó en el izquierdismo fácil que consiste en rechazar por principio la forma partido, como lo hacían los Linksradikale [radicales de izquierdas] de su época, los Rühle o Gorter… Cuando se opone Rosa a Lenin sobre la cuestión de la organización obrera, ¡se suele olvidar demasiado a menudo que la propia Rosa Luxemburgo fundó el Partido Comunista de Alemania!

Daniel Bensaïd: Estoy de acuerdo. Es un debate que nos ha obsesionado, a mí personalmente me ha obsesionado. Yo era muy joven para ser completamente consciente de los retos, pero nosotros fuimos formalmente excluidos del Partido Comunista, o de los Estudiantes Comunistas, en 1965-1966; en realidad creo que fue a medias una exclusión y una partida voluntaria, en cierta manera. Pero por despreocupación o por inconsciencia juvenil, no nos planteamos la cuestión. Era absolutamente insensato que 200 o 300 se salieran del “Gran Partido de los Partisanos”; hoy ese partido ya no representa gran cosa, pero en aquella época… Me puse enfermo cuando nos fuimos : yo procedía de un medio comunista, de la postguerra de España, de la resistencia de la mano de obra inmigrada. Se nos recordó la ristra de todos aquellos que habían abandonado el partido para acabar en los basureros de la Historia, y todo así. Éramos jóvenes, no nos planteamos el problema; pero si lo hubiéramos hecho, siempre habríamos encontrado razones para quedarnos. Nuestros alter ego camaradas italianos, que estaban en un partido más tolerante y más poroso hacia las otras corrientes, no tuvieron que irse, y se quedaron atascados… ¿Cuál es el momento para salir ? ¿Qué se pierde y qué se gana con ello ? ¿Cuál es el riesgo ? Estas son cuestiones actuales, no me imagino por ejemplo que Mélenchon no se las haya hecho cuando abandonó el PS para fundar el “Frente de Izquierda”. Y creo que la escisión tiene un riesgo, al que nadie escapa, y que además la preocupación de Rosa es legítima: se han observado patologías minoritarias que pueden hacer enloquecer. Algunos lo han hecho: gente muy brillante, como Bordiga, o Posadas – que acabó por construir refugios antiatómicos… Son casos extremos, pero la historia de la IV Internacional no está exenta: cuando Pablo redactó cartas abiertas al proletariado mundial, al presidente Mao, a Tito, y demás…

DM: Hay también una lógica paranoica…

Daniel Bensaïd: Hay una lógica paranoica, evidentemente. Se tiene la impresión de tener la razón, de no ser reconocidos, de no ser escuchados, de hablar a las masas por encima de la realidad… Todo esto acecha, por supuesto. Y no está resuelto hoy. Es a pesar de todo menos doloroso en la actualidad, porque no estamos confrontados, en Europa, a partidos de masas, de izquierda, que sean organizadores colectivos. Podría decirse que hoy tenemos un espacio político más abierto, hay vida en otra parte, no estamos condenados a volvernos chalados. Podemos ser víctimas de delirios o sofocos, pero el hecho de estar fuera de esos grandes partidos, o de lo que queda de ellos, ¡no nos corta los puentes con la realidad ! [risas]

DM: ¿No crees que estos problemas clásicos de articulación entre la organización militante y las luchas emergentes encuentran hoy una nueva actualidad ligada a la crisis? Contemplemos los recientes acontecimientos sociales en Francia: huelgas espontáneas, dinámica de desbordamiento de los aparatos sindicales, autoorganización de las luchas, paso a la acción y violencia directa (secuestros, destrucción de material, etc.). ¿Cómo posicionarse ante estos fenómenos?

Daniel Bensaïd: Sí. Pero justamente estabas reticente respecto al término “espontaneidad”. Se puede pensar, manteniéndonos a cierto nivel de generalidad, que siempre hay fenómenos emergentes, de movilización y de organización, que son irreductibles a lo que deciden, planifican y organizan los aparatos. Esto se desarrolla hoy en una situación particular – sobre todo en Francia, en igual medida probablemente en Italia y en España, pero de forma algo diferente en Europa del Norte. Al mismo tiempo, resulta complicado, porque se puede subestimar la influencia real de los sindicatos, que sigue siendo medible en las elecciones profesionales, o en el hecho de que en cualquier lucha – incluso las espontáneas, evidentemente –, cuando se trata de tomar la palabra, de organizar, se suele encontrar a los representantes sindicales. Podría deducirse – aunque esto se refiere más bien a la estrategia – que, incluso con un movimiento sindical fuerte, la lucha se desarrolla en sectores que no son forzosamente los más organizados. Estos pueden mostrarse más audaces, justo porque no calculan. Cuando una lucha toma una dimensión real, hay que animar la invención de formas propias que sean irreductibles a las formas existentes. Se ha visto en la coordinación de enfermeras. Hay una regla general, pero no receta-tipo, en el sentido de una forma-tipo de movimiento: cualquier movimiento de masas crea finalmente sus propios órganos específicos – a veces de forma conflictiva con algunos aparatos. Cojamos el reciente ejemplo del movimiento social en Guadalupe: se ha dicho que el movimiento era muy fuerte y unitario, pero se suele olvidar que el 80% de los sindicatos en Guadalupe son sindicatos locales independientes de los aparatos de la metrópoli. Tienen su propia lógica y esto les da eficacia; no están condicionados al ritmo de las jornadas de acción.

DM: Desde un punto de vista estratégico, como dices, hay que ser sensible a eso, y estimular formas emergentes de organización.

Daniel Bensaïd: Eso es sistemático.

DM: Hay muchos militantes que, siguiendo una vieja tradición leninista, buscan sobre todo encuadrar, reglamentar… Lo que dices revela un punto de vista que no es evidente…

Daniel Bensaïd: Para mí es un punto de vista casi principista. Hoy día puede parecer bastante banal insistir en la legitimidad de que los militantes sindicales puedan tener propuestas, una organización sindical, y demás, aunque finalmente la democracia de asamblea debe primar sobre la democracia sindical. Este aprendizaje en las luchas es importante, porque prefigura la idea de lo que se puede hacer, aunque sólo sea como esbozo, de lo que sería el funcionamiento de órganos de poder democráticos, en la empresa y en otros sitios. Quien dice democracia asamblearia está diciendo, naturalmente, respeto a los principios del pluralismo y el debate, y pienso en este sentido que Lenin – a quien tan fácilmente se deja hoy de lado colocándole la etiqueta de despotismo o de tiranía – contribuye a pensar estas exigencias democráticas. Desde el momento en que se dice, como lo hace Lenin, que el partido no es la clase, que ambos no se confunden porque existe un terreno político específico, se abre precisamente el campo de la política : puede haber lugar para varios partidos. Yo no digo que él llegue a tanto. Pero ha dado un pequeño paso en esta dirección: desde el momento en que ya no hay confusión entre partido y clase, ¿por qué no iba a poder haber varios partidos, interpretando, refiriéndose o intentando defender los intereses de una misma clase? Esto se traduce en el caso de Lenin en su posición en el debate sobre los sindicatos en 1921, que es de lejos, en mi opinión, la más inteligente : en contra de Trotsky y la militarización de los sindicatos, de manera bastante pragmática – no digo que lo teorice, sería absurdo – comprende que la independencia de los sindicatos, si se quiere saber lo que ocurre en las conciencias, es un elemento que hace vivir el espacio público, aunque no lo llame así. Creo que hay una lectura de Lenin que es mucho más complicada de lo que habitualmente se dice.

DM: ¿Dónde se sitúa hoy día la izquierda revolucionaria en estas cuestiones sobre la relación entre socialismo y democracia? ¿Cuáles son los puntos de vista y los objetivos sobre una superación de la democracia “burguesa”, parlamentaria y representativa?

Daniel Bensaïd: Socialismo y democracia son indisociables, es evidente, y ya hemos visto la experiencia de la irracionalidad de una gestión burocrática en los antiguos países estalinistas. Eso nos lleva a Rosa y a su famosa crítica en La Revolución Rusa. Todo su discurso sobre la vitalidad democrática, la sociedad que debe ser irrigada por el debate, por la controversia, por la prensa, por la contradicción, es una lección fundacional y fundamental para nosotros. El punto de partida reside en la cuestión “ser revolucionario hoy”. Por desgracia, la imaginería dominante – que se puede constatar incluso entre los nuevos militantes – considera la revolución como sinónimo de violencia. Pero, tanto si utilizamos la palabra como si no, pensamos que ser revolucionarios, querer cambiar la sociedad actual, implica una lógica en que la sociedad ya no será pilotada por el mercado y la competencia anárquica de algunos. ¿Por qué debe ser pilotada? Forzosamente, por una voluntad política democrática.

DM: Ya no citáis la fase post-revolucionaria de dictadura del proletariado…

Daniel Bensaïd: Hoy día es incomprensible esa idea de dictadura del proletariado. Yo ya no la utilizo, y nosotros la hemos quitado…

DM: ¿A nivel terminológico o en el fondo? ¿Cómo ser revolucionario sin pensar en la necesidad de un estado de excepción, de un momento histórico de represión de los representantes minoritarios del antiguo mundo?

Daniel Bensaïd: A nivel de la terminología, hace unos cinco o seis años en la Liga hemos quitado este término, que figuraba en los Estatutos, por una mayoría de dos tercios. En mi opinión, había que hacerlo, porque la gente sentía, con toda razón, que la “dictadura”, después de Franco y de Pinochet, se había convertido en una palabra impronunciable, lo que no ocurría en el siglo XIX, cuando el término peyorativo era el de “tiranía”. Pero se ha eliminado la expresión sin llevar a cabo el debate que debería haber tenido lugar, ya que no dejaba de ser una respuesta a un problema y había que dar un nombre a ese poder de excepción que obsesiona a las revoluciones desde la Revolución Francesa…

DM: ¿Y cuál es tu respuesta a este problema?

Daniel Bensaïd: Lo que defiendo – y no digo que todo el mundo esté de acuerdo en el NPA [Nuevo Partido Anticapitalista] – es que hace falta una hipótesis estratégica que reconozca la existencia futura de una prueba de fuerza, de una discontinuidad en el orden del derecho, y de una doble legitimidad o dualidad de poder entre las instituciones existentes – aunque algunas sean reformables – y el poder emergente. No hay que contar cuentos : nadie sabe cómo cambiar la sociedad en el siglo XXI. Digamos que se enfrentan dos lógicas: una lógica de solidaridad, de apropiación social, de bienes comunes, y una lógica de competición, de concurrencia mercantil, etc. Podemos decir que si las cosas siguen por la misma vía, vamos hacia la catástrofe social y ecológica: el mercado no puede gestionar la temporalidad de la ecología y la renovación natural. Pero eso no quiere decir que la otra vía sea una garantía absoluta y que vaya a resolver todos los problemas. Por tanto, si se presentan estas dos lógicas, anunciando que no se pasa de una a otra sin conflicto, ¿cuál puede vencer? Nadie lo sabe. Pero si no lo tenemos como horizonte, no habrá criterio ni brújula, ni siquiera para evaluar los compromisos positivos compatibles con el objetivo buscado y los que, por el contrario, le dan la espalda. Si no se tiene tal hipótesis estratégica, sólo se hace política y táctica del día a día.

DM: Ser revolucionario tiene que ver, de alguna manera, con el “sentido del conflicto”, de las tensiones existentes, y la conciencia del cambio por venir… Has hablado antes de un “objetivo buscado”. ¿Cómo lo definirías? ¿Cuál sería el “contenido” del socialismo, por hablar como Castoriadis?

Daniel Bensaïd: Gérard Debreu, uno de los últimos premios Nobel de Economía franceses, había anunciado que el mercado constituía el único “ordenador” capaz de tratar el conjunto de datos de nuestras sociedades complejas. ¿Existiría otro “ordenador” que pueda ser competitivo a este respecto? Ahí está el desafío democrático, del pluralismo, el conmutador de la información, la circulación de datos entre lo “local” y lo “central”. Curiosamente Lenin era consciente de ello: en los textos de 1917, se encuentra la idea de que la planificación es forzosamente democrática, que no puede funcionar de otra manera. ¿Pero qué tipo de democracia? Es un debate. Yo no comparto la visión consejista radical, por ejemplo. Imagino, en líneas generales, una democracia que sería una especie de pirámide de consejos de empresas, de lugares de trabajo, de barrios : una forma de ciudadanía territorializada. Lo que es seguro es que el debate entre democracia directa y representativa es falso, porque siempre hará falta alguna forma de delegación y de representación, aunque se la llame democracia directa. Pero los modos de representación y de control pueden variar.

Ya en la Comuna de París hubo debate. Una cosa es insistir en el recurso sistemático al control de los delegados, hasta la revocabilidad; otra diferente es lo que quiere el consejismo radical: el mandato imperativo. Eso equivale a una democracia corporativa, donde la deliberación no tiene sentido: uno acude a dar su posición y luego se va; la deliberación no puede hacer cambiar las cosas. Si se quiere desprender un interés general, hace falta una “movilidad” de las posiciones, aunque se obligue a los delegados a rendir cuentas de las razones que han tenido para cambiar de opinión, y eventualmente a cuestionar el mandato en juego por medio de mecanismos del tipo petición revocatoria, u otros; la rendición de cuentas es, en mi opinión, muy distinto que el mandato imperativo. En el marco de una huelga, tal vez pueda concebirse el mandato imperativo, pero cuando se trata de elaborar un proyecto a escala regional o nacional, arbitrar intereses que no son forzosamente homogéneos, la posibilidad de deliberación se hace necesaria.

De ahí viene la extraña idea, que resulta asombrosa hoy, y completamente leninista, que gira en torno a la democracia mixta. Una idea que ya fue propuesta en su época por los austro-marxistas, que contemplaban la posibilidad de dos asambleas, poniendo el acento en el dominio de una de ellas: o los soviets, o una forma parlamentaria. Es posible imaginar una forma de equilibrio duradero del poder, al menos una forma territorial, en todo caso por sufragio universal. Ya entonces propusieron un principio de ponderación de voto, para sobrerrepresentar al obrero respecto a la masa campesina. Hoy día, en las sociedades modernas, no se plantea este problema. Habría por tanto una ciudadanía y un sufragio universal, que no se libra de la representación territorial, pero que puede tener una forma de contra-poder, en lugar de las actuales formas senatoriales de notables, que sería una especie de “Cámara social”. Algo así existió en Nicaragua, aunque no pueda servir de modelo, al ser un país tan pequeño. Lo que los sandinistas denominaban el “Consejo de Estado” se parecía algo a este orden ; era además interclasista e incorporaba a la patronal.

DM: Si te entiendo bien, se trata de inventar los modos de articulación posibles entre dos tipos de democracia. Escuchándote, me entran ganas de preguntarte más específicamente sobre el joven NPA, que toma el relevo de la Liga Comunista Revolucionaria. De forma manifiesta, la reflexión sobre la democracia es muy viva, y visto desde el exterior se tiene incluso la impresión de que su modo de construcción ha estado estructurado por esta exigencia : parece haber emergido partiendo de “comités de base”, de su federación y de la representación de las diversas corrientes y sensibilidades expresadas. ¿Se alimenta el “anticapitalismo” de hoy, en sus métodos y sus objetivos, de una nueva vigilancia democrática, después del fracaso de la experiencia soviética?

Daniel Bensaïd: Sí, está claro. Sin remontarnos a la prehistoria, es útil recordar que el núcleo que hizo la Liga – y que hoy pasa el relevo, ya que la transición generacional se ha hecho al NPA – se constituyó históricamente a través de una batalla en el Partido Comunista, que era uno de los partidos más rígidos junto con los PC griego y portugués. Esto hizo que tuviéramos una especie de hipersensibilidad democrática. Y hemos tenido estatutos que hacían prácticamente imposible cualquier exclusión, donde la estructura de base era casi soberana. ¡Han surgido verdaderos problemas ! Eran procedimientos infernales, el grado de garantía del derecho de cada cual era paralizante. De siempre hemos tenido esta cultura del derecho de tendencia, de la expresión de las minorías, etc.

Actualmente, en la nueva generación de jóvenes, noto que la democracia y la libertad se han acentuado, por la cultura ambiente, la desconfianza a priori ante todos los aparatos, sean los que sean, la imagen de la URSS, y demás. Como puedes ver, Olivier [Besancenot], por ejemplo, es representativo de esto que digo; es incluso consejista – ésta es una de las discusiones que mantengo con él, pensaba hace un rato. Se sitúa más exactamente entre el sindicalismo revolucionario y el consejismo. Es anti-institucional: participar en las elecciones, sí; pero si al final no obtienes electos, tanto mejor. “Les dejas el dedo meñique y te cogen el brazo”. Estoy forzando un poco el trazo, pero ésta es la sensibilidad con que actúa.

Por ejemplo, no está completamente de acuerdo conmigo sobre el mandato imperativo. En su opinión, hay que establecer no sólo el derecho de revocación, sino que se “controle todo desde abajo”. Esta ha sido la opción hecha en el proceso de construcción del NPA, tal vez también por razones de oportunidad : había que dar garantías de que se trataba de un verdadero paso, que no era una autorreproducción de la Liga, que estábamos haciendo sitio, efectivamente, a otros, incluso sobrerrepresentándolos y retirándose uno mismo. Confieso haber estado bastante agobiado por el congreso, porque a través de este proceso, hemos llegado a textos cada comité, y a toneladas de enmiendas, crispantes reuniones maratonianas. Al final ha ido bien, pero veo un peligro para el futuro. Tanto desmenuzamiento puede hacer ahogar al pez y convertirse en fuerza de inercia. Por encima de la preocupación o del compromiso legítimo y necesario con la democracia, hay formas de basismo y de localismo que pueden suscitar efectos perversos, contrarios a lo deseado.

Yo mismo estoy en uno de los comités del 20º distrito y nos ha costado dos meses saber si era posible una coordinación de los cuatro comités del 20º. El NPA recibió su mandato en enero y en todas las manifestaciones, en particular sobre las Antillas, no teníamos ni una bandera, ni una pancarta, porque hacía falta un proceso para decidir el logo – además malo –, las siglas, etc. Todo esto constituye un elemento de lentitud que tiene sus virtudes y su contrapartida.

Pero lo más perverso es que, inevitablemente por ahora, ha dado nacimiento a una estructura federativa, lo que es positivo para continuar, aunque extremadamente hipertrofiada, porque tenía la idea de representar geográficamente toda la realidad del NPA, tener en cuenta trayectorias – Liga o no Liga –, respetar la paridad entre hombres y mujeres, no lesionar ninguna de las sensibilidades constitutivas, vengan de la Liga o de otro lado. Nos ha llevado a un cuerpo hipertrofiado de representación, que cuenta 160 170 personas. Se trata casi de una cuestión de técnica de democracia : tantas personas reunidas durante día y medio cada tres meses no deciden nada : intercambian informaciones y hacen balance. La consecuencia es una mecánica de delegación a intermediarios, en número de 30 ó 35, entre los cuales provinciales – y no siempre pueden venir los mismos. En suma, cuanto más se fuerza la democracia por la base, más se refuerza el mecanismo de delegación, y como la política también tiene sus interpelaciones y su propio ritmo, existe el riesgo de la personalización, con Olivier interviniendo sobre casi todo…

DM: Resulta paradójico…

Daniel Bensaïd: Sí. Son problemas positivos e interesantes, ligados a una voluntad democrática. Cuando un Mélenchon sale del PS, al día siguiente ya tiene su logo, su partido, su estructura, etc. ¿Por qué no los demás? Por nuestra parte, intentamos ser coherentes con una cierta concepción de la auto-organización y de las formas democráticas internas, que tienen también sus virtudes. Hay incluso algo de lógica en esta noción de pluralismo que nosotros planteamos como algo principista.

* Esta entrevista es un capítulo del libro del sociólogo Daniel Muhlmann, “Réconcilier marxisme y démocratie”, publicado por Éditions du Seuil. Traducido y publicado en la Revista Viento Sur, número 111, Julio 2010. Tomado del sitio: http://danielbensaid.org/Sobre-Rosa-Luxemburgo-el?lang=fr

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