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  • Melina Regalini*

Ante la hegemonía neoliberal, feminismo libertario


Ilustración: "Virginia Bolten" (técnica mixta), de Rocío Piferrer.

Gracias al feminismo logré comprender la importancia de reconocerme mujer, tomar conciencia que el serlo poco tiene que ver con una elección consciente relacionada con mi identidad sexual y mucho con habitar una categoría que determinó toda mi existencia. Y con el mismo impulso digo: soy mujer y además pobre. Y al decirlo revelo dos condicionantes que marcaron toda mi vida, que marcaron la vida de mi abuela, mi madre, mis amigas y de tantas otras.

Entonces, al pensar en política, no reniego de mi condición de mujer, no reniego de mi condición de mujer pobre. Me resguardo en aquellos movimientos sociales que construyen desde las opresiones más desgarradoras y traumáticas de mi vida y de la vida de muchas mujeres.

Así es como me acerco al pensamiento libertario. Buscando un movimiento que reivindique la liberación de aquellas que sufren en carne propia el peso de la jerarquía, la opresión de la sociedad patriarcal. Me motiva la desesperación, la necesidad de una esperanza: un movimiento que nos dé la oportunidad de vivir, de creer, de estar juntas construyendo un futuro mejor.

El pensamiento libertario hoy

Si bien encontramos diversas posturas dentro del pensamiento político contemporáneo, muchas otras siguen siendo relegadas. Es el caso de los movimientos libertarios; tanto el feminismo como el anarquismo poco han influido en los mecanismos utilizados para tomar decisiones en la política actual y en la forma de concebirla. Incluso, se logra una suerte de descrédito del pensamiento libertario, a través de los medios de comunicación masiva se estigmatiza y ridiculiza las reivindicaciones, cuando no se confunde, vulgarizando sus premisas por la libertad, haciendo enunciaciones que poco tiene que ver con la liberación como lo entiende la filosofía libertaria y mucho con el liberalismo: la falsa sensación de libertad que nos brinda el ser sujetos-consumidores en una sociedad de dolencias posmodernas.

Este fenómeno de descrédito y confusión se refleja en la dificultad de constituir proyectos políticos libertarios con posibilidad de incidencia real en nuestra realidad y en la forma de hacer y concebir lo político. Es en este marco, nace como una necesidad personal, la búsqueda y el rescate de ciertas ideas y prácticas olvidadas, utilizarlas como motivación para pensar y repensar nuestra existencia y estimularnos a buscar alternativas concretas al sistema opresivo capitalista y patriarcal.

La perspectiva anarquista de la mujer y la experiencia de Mujeres Libres

Al hacer una revisión bibliográfica en torno al anarquismo se observa, rápidamente, que la perspectiva masculina es la que prima. Las pocas mujeres que han participado de la producción literaria y filosófica anarquista muchas veces son dejadas de lado, fomentando el olvido de la perspectiva de la mujer libertaria. Esto ha estimulado, como en gran parte del pensamiento occidental, que el rol político de la mujer sea relegado a segundo plano como así las reivindicaciones que nacen del ser mujer.

El término anarcofeminismo surge en la década de 1960, ubicado junto al feminismo radical en la denominada segunda ola feminista. Se inspira en autoras estadounidenses como Voltairine de Cleyre, Emma Goldman y Lucy Pearsons.

En España, durante la guerra civil se destaca por su organización feminista dentro del anarcosindicalismo la agrupación Mujeres Libres. Este colectivo de mujeres comprometidas con la lucha anarquista, al tomar conciencia de la posición subordinada que tenían las mujeres respecto a sus compañeros varones, se organizan en un movimiento autónomo por la liberación de la mujer.

Gran parte de los anarquistas del siglo XX negaban la opresión a la que se veían sometidas las mujeres. Los que siendo la minoría reconocían la desigualdad entre géneros, proponían que para superarla, las mujeres simplemente debían apoyar la lucha de sus compañeros varones.

Para las españolas no fue fácil hacer realidad un colectivo autónomo de mujeres. Los anarquistas que admitían la particular situación opresiva en la que se encontraban la mujeres, rechazaban la iniciativa de un colectivo autónomo, sosteniendo que su creación, al intentar enfrentar las opresiones a las que se veían sometidas de manera disgregada, enfatizaba las desigualdades entre hombres y mujeres, provocando el debilitamiento y atentando contra la unidad del movimiento libertario en sí.

Pero los intentos de frenar la asociación política entre mujeres no fueron suficientes. Las urgencias eran demasiadas y las mujeres cansadas de relegar y postergar sus reivindicaciones finalmente crearon un movimiento autónomo. Allí no solo se encontraron para tomar conciencia de la precaria situación en la que estaban inmersas al sumarse al trabajo en las fábricas (manteniendo las obligaciones en torno al hogar y la familia), sino que también, y fundamentalmente, se encontraron para crear estrategias de lucha concretas. Es así que Mujeres Libres rechazaba la idea de que la liberación de la mujer vendría inmediatamente después de la revolución social, logrando posicionar sus reivindicaciones en la lucha libertaria del momento.

El colectivo de Mujeres Libres asociaba la liberación de la mujer a la superación de lo que llamaban la triple opresión: de género, cultural y laboral. La estrategia de lucha era la capacitación de las mujeres obreras. Capacitación urgente y con fines inmediatos: liberar a la mujer de su triple esclavitud.

Se dedicaron a crear conciencia, involucrar políticamente a sus compañeras y crear redes de apoyo entre mujeres. Realizaron programas educativos para aquellas mujeres que necesitaban ayuda en su búsqueda laboral y crearon un sistema de cuidados infantil para facilitar la participación de madres en el colectivo.

Feminismos libertarios

Si bien podemos considerar a Mujeres Libres como un antecedente del movimiento anarcofeminista en el Estado Español, es importante remarcar que las mujeres que integraban el movimiento no se consideraban feministas, ya que, el movimiento feminista de la época se asociaba a la burguesía y por lo tanto, no abordaba las problemáticas específicas de las mujeres obreras. De hecho, la mayoría de las anarquistas ni siquiera conocía la existencia de un movimiento de mujeres.

El movimiento feminista de la época era de origen burgués y sufragista, buscaba la participación de las mujeres en los privilegios de los hombres sin consideraciones de clase. En cambio, el movimiento de mujeres anarquistas combinaba en sus reivindicaciones cuestiones de género y clase, reconociendo su especificidad como mujeres obreras.

Su lucha apela a la reestructuración del sistema en su totalidad para así liberar a todas las personas de los vínculos opresivos. No busca la participación de algunas mujeres en los privilegios de los hombres, no busca la igualdad de las mujeres respecto a los hombres.

Hoy en día, dentro de los feminismos autónomos donde prevalecen formas organizativas que intentan superar la competencia en la toma de decisiones y la jerarquía, encontramos diversos movimientos que comparten gran parte de su perspectiva, haciendo en los hechos, difuso los límites entre uno y otro. Estamos en tiempos de parcelación, donde más que el sentido de pertenencia a una ideología política macro, lo que prevalece es la postura individual frente a una multiplicidad de tópicos o situaciones concretas. El devenir de los movimientos sociales tiende cada vez más a perseguir causas específicas. Surgen así otras formas de organización dinámicas y libres, que facilita la asociación de mujeres en torno a causas concretas. Conviven, confrontan pero sobre todo construyen y desconstruyen, en un proceso de autonomía en oposición a las propuestas promovidas y financiadas por el Estado y sus ONGs (que perpetúan la opresión y las jerarquías del patriarcado), una multiplicidad de feminismos autónomos.

La singularidad del anarcofeminismo es su rotunda oposición al Estado y todas las instituciones que lo legitiman conformando un sistema basado en la dominación, la autoridad y el poder. Mantenerse al margen de la institucionalidad para crear alternativas, expresiones horizontales y solidarias basadas en la construcción colectiva. Leer la Historia y construir pensamiento político desde las mujeres. Relacionarnos entre nosotras desde la resistencia.

¿Qué es la tan citada violencia patriarcal?

Es la violencia implícita en una sociedad que establece un orden social basado en el género. El género es una construcción social que en base al sexo determina una relación binaria, estableciendo privilegios al hombre sobre la mujer. Es por lo tanto una herramienta de poder que siempre deviene en opresión. Por esta razón, el feminismo libertario reivindica la abolición del género como fenómeno social instituido y opresivo. Cualquier otra opción de cambio, es simplemente reformista y salvaguarda los privilegios de unos sobre otros.

Y es así como la sociedad patriarcal se erige a través de las instituciones que sostienen al Estado. Se establece un sistema de dominación donde las mujeres deben ofrecer servicios variados: reproductivos, sexuales y de cuidados. Se promueve la competición, el individualismo marcado por el consumismo y las relaciones jerárquicas. El Estado se impone sobre temas vinculados a la salud sexual y reproductiva de las mujeres, el mercado presiona, y siempre las más perjudicadas son las más oprimidas, las mujeres pobres. Frente a cualquier forma de opresión el anarcofeminismo propone solidaridad y acción.

Amor romántico y amor libre

Ya las primeras anarquistas como Emma Goldman han realizado un análisis de lo que implica el amor romántico para la mujer, las virtudes del amor libre y la maternidad como elección consciente. Dicha crítica continua vigente hasta nuestros días.

Desde niñas a las mujeres se las educa para creer en un amor de pura entrega, a disposición de otro, relegando su propia vida. El amor romántico es por tanto una herramienta de sometimiento de nuestra sociedad. Nos ha enseñado que es el objetivo máximo de nuestras vidas y por amor las mujeres soportamos situaciones de abuso y humillación. Por amor perdemos nuestra vida social apartándonos de redes socio- afectivas, sacrificamos nuestra libertad. Nos trasformamos en esclavas enclaustradas en el hogar, resignadas a la superioridad del hombre proveedor.

Como toda manifestación patriarcal, el amor romántico también se vale de las desigualdades estructurales. El matrimonio le garantiza techo y comida a la mujer, un hogar por gracia de su marido. Año tras año, habitará un espacio que no le pertenece y que solo puede pagar con su sometimiento. Y si el maltrato y la humillación la motivan a escapar no podrá irse, no existe lugar a donde ir.

El Estado a través de la tradición religiosa y la costumbre, mantiene el ideal de familia resguardando el concepto de amor romántico y a la mujer ideal como sumisa y servicial. Y la mujer aquí no es más que mano de obra reproductiva. Fábricas de niños, servidoras sexuales y esclavas del hogar. El matrimonio parece seguir siendo el entorno ideal para la maternidad, sin importar el encierro y la opresión que implique para la mujer.

Pero es posible otra formar de amor, es posible crear vínculos dónde los involucrados se elijan libremente y no se imponga uno sobre otro. Que ser madre no sea sinónimo de relegar nuestras vidas. Si el amor es libre, ninguna otra atmósfera puede habitar. Y la maternidad sobre todo debe ser producto de una elección libre, sin obligación ni imposición en un ámbito de libertad y respeto.

Por la autonomía de la mujer, por la necesidad de decidir sobre mi cuerpo, elegir cómo y con quien disfrutar y gozar del mismo. Que el amor acompañe estas premisas y no sea producto de un vínculo impuesto, miserable, opresivo.

Explotación sexual y prostitución

Hoy en día, las industrias sexuales y reproductivas no solo se multiplican sino que se reposicionan, exponiendo como liberación la opresión hacia las mujeres. Y el propio movimiento feminista se ve salpicado por estas ideas que pregonan que el camino hacia la liberación de la mujer tiene que ver con ofrecer su cuerpo al mercado. ¿Cuántos billetes soy capaz de generar con mi cuerpo?

Asociar el cuerpo de la mujer a un objeto -mercancía es la historia de nuestra esclavitud y la configuración misma de nuestra opresión, base del patriarcado.

Ser mujer, y reivindicarse mujer, es también una forma de darle voz a una opresión histórica. De ninguna manera, bajo ningún concepto, se debería reivindicar formas de vincularnos con nuestro cuerpo que atenten con nuestra integridad transformándolo en mero objeto. Las mujeres no somos objetos. Las mujeres no somos mercancía, nuestro cuerpo no se puede alquilar ni comprar total o parcialmente.

La prostitución no puede ser una bandera, así como tampoco lo puede ser el servicio doméstico o la maternidad obligatoria. Y ahí es cuando vemos el horror de ciertas organizaciones que han cobrado visibilidad a través de las redes sociales logrando posicionarse en el movimiento feminista, pregonando la prostitución como un “trabajo empoderante”. Todo en base a una falsa promesa de éxito, bajo la vara del más crudo capitalismo, protegido en la era del consumismo que nos vende a un sujeto- consumidor “libre” capaz de decidir entre un producto u otro y además (en el caso de los que no tienen gran capacidad de consumo por ser pobres) ofrecerse como tal. Que unos se transformen en consumidores y otros (mejor dicho otras) en producto, corresponde a la histórica opresión del patriarcado, no hay novedad alguna, simplemente viejas formas de dominación resguardadas en la posmodernidad bajo el manto de la liberación sexual y el tan de moda empowerment.

Explotación reproductiva y maternidad subrogada

Como si fuera poco, además de la sexual, las mujeres sufrimos la embestida de la industria reproductiva. La maternidad subrogada o alquiler de vientres, lejos de ser un acto de compañerismo es, por el contrario, un evidente ejemplo de violencia obstétrica extrema. Otra vez se disfraza de amor el abuso, la mercantilización de las mujeres.

Tener descendencia puede llegar a ser un deseo pero no un derecho. No hay manera de justificar la explotación de una mujer, la utilización de su cuerpo para satisfacer los caprichos de otros. La integridad física, la salud reproductiva y la soberanía sobre el cuerpo no pueden estar ligadas a la posibilidad de escapar que tenga la mujer frente al acecho de los capitalistas que ven en el cuerpo de las mujeres una resplandeciente forma de lucro.

Seamos claros, ¿en qué situación se encuentran las mujeres que consideran el alquiler de su vientre como una salida económica? ¿Podemos ponerle precio a la capacidad y el proceso de gestación de una mujer? ¿Por qué algunas personas tienen derecho a disfrutar y sentir placer con su cuerpo y otras solo pueden ver en él la posibilidad de sobrevivir un día más? Porque para las mujeres pobres, las que no tienen nada, no hay lugar para el goce; el cuerpo ya no les pertenece.

El negocio de la subrogación se vale de dos opresiones estructurales básicas en el patriarcado: la precariedad y la sumisión interiorizada por las mujeres. Y ante esto no faltará quien apele al ejemplo de las mujeres que lo hacen, no por una necesidad económica, sino por “compañerismo” ante una persona que no puede concebir un hijo. Y ante eso, la respuesta será que en nuestras sociedades el patriarcado ha llegado a ser tan sofisticado que incluso es posible consumar la expropiación, sin darle apariencia de intercambio.

La recurrencia argumentativa al altruismo y la generosidad de las mujeres gestantes para validar la regularización de los vientres de alquiler, refuerza la arraigada definición de las mujeres, propia de las creencias religiosas, como “seres para otros” cuyo objetivo de vida es el servicio, dándose a los otros. Lo cierto es que la supuesta “generosidad”, el supuesto “consentimiento” de unas, sirve de escudo para el tráfico de úteros y la compra de bebés.

Porque dar lugar a la maternidad subrogada “altruista” sienta precedente y da paso a la comercial. Ningún tipo de regularización puede garantizar que no habrá dinero o soborno implicados en el proceso. Ninguna legalización puede controlar la presión ejercida sobre la mujer gestante y la distinta relación de poder entre compradores y mujeres alquiladas.

Porque no hay empoderamiento posible en la lógica neoliberal que quiere introducir en el mercado a los vientres de alquiler. Esta industria se sirve del individualismo y el consumismo, para convertir esta práctica en nicho de negocio, exponiendo a las mujeres al tráfico reproductivo.

Poner a disposición nuestro cuerpo y nuestra salud reproductiva no es para la mujer, como lo afirman algunas corrientes liberales, generar soberanía. Soberanía sobre nuestra salud reproductiva es, entre otras cosas, tener posibilidad real de escoger ser madre o interrumpir el embarazo.

Porque la llamada maternidad subrogada se inscribe en el tipo de práctica que implican el control sexual de las mujeres: así como en las sociedad tradicionales, los matrimonios concertados son la típica forma en que se ejerce control sexual de las mujeres, en las sociedades modernas, la prohibición del aborto, la regulación de la prostitución y la maternidad subrogada son sus más contundentes expresiones.

Asociación feminista y redes entre mujeres

Las mujeres han encontrado muchas dificultades para generar grandes movimientos, asociarse, repensarse y crear estrategias de lucha para enfrentarse a las opresiones a las que se ven sometidas. Esto tiene que ver con las formas que tenemos de concebir la política y es justamente lo que tenemos que derribar. Necesitamos estimular los movimientos de resistencia que encontramos en los barrios, en las pequeñas comunidades. Porque asociar la política a grandes movimientos sociales es un pensamiento patriarcal. Porque lo importante es que las mujeres encuentren mecanismos de autogestión que les permitan fomentar la autodefensa, el apoyo mutuo, la solidaridad. Porque cinco mujeres reunidas en un barrio pobre, compartiendo sus experiencias diarias y proponiendo una forma de escape y contención vale más que cualquier política pública amiga del capitalismo verde e inclusivo.

Todas las mujeres podemos generar grandes cambios. Porque las primeras anarcofeministas hacían feminismo sin saberlo.

* Feminista Autónoma. Licenciada en Ciencias de la Comunicación Udelar.

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