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  • Hekaterina Delgado

Tabarecito, ¡oh, Jesusito!


Imagen: Barbara Kruger


Pienso en todas “nosotras”. En todas las mujeres que han perdido la vida denunciando, actuando, resistiendo y accionando por un mundo mejor.

Releía la maravillosa escritura de La Nueva Senda, aquel periódico anarcofeminista editado en el Río de la Plata por Virginia Bolten (1876-1960) y Juana Rouco Buela (1889-1969) allá por el año 1909. Sin embargo, me angustia una pregunta: ¿cuántas brujas están dispuestos a quemar los patriarcas-capitalistas? ¿A cuánto sacrificio está dispuesta nuestra “democracia” de control global?


Lamentablemente, hay demasiadas personas para las que es cómodo olvidar que la democracia se construye todos los días. El patriarcado-capitalista nos ignora, ofrece consumo a cambio de entregarle el cuerpo mientras lo estupidiza con información programada. Sin duda, somos las mujeres -todas- las que dudamos primero de un médico empresario que maneja el registro de la escena contemporánea. El amo siempre anda en la vuelta, pero nosotras somos serpientes.


Si alguien sabe de transparencia es la religión. Es el símbolo del reality show y del encierro; es la marca totalizante. “Dios ha muerto” gritamos frente a la Iglesia Matriz el 8 de marzo de 2017 a las 13hs. Pero la Iglesia reluce hoy desde la descendencia “tolerante”. Dirige la puesta en escena del apocalipsis, nos gusta mirarla en 3D comiendo golosinas. También nos gusta rezar bajito por “las pobres”, darles pastillas y que el “voluntarismo” las “atienda”.


Espero que todas nos neguemos a ocupar el lugar de cosas en el que nos quieren colocar los gobiernos y los medios de comunicación hegemónica. El Estado -por su omisión y violación de derechos sistemática- siempre nos cosifica.

Las declaraciones del deseante-sucesor no dejan de hacerme sentir un tufillo rancio, profundamente feo. Esclavas, brujas, locas. Encierro y control. Pastilla y dolor, más dolor.


Pero, ¿somos esclavas? Si. La prédica religiosa del patriarca está haciendo funcionar -con total desparpajo- la máquina capitalista y los sacrificios son siempre nuestros. Lo más prudente es hacer el duelo y comenzar a actuar. Tampoco son inteligentes las miradas de la política internacional “progre” que pretende representar -porque aún no cumple- este gobierno. En nuestro país, la política de representación está muy lejos de ser justa pero cambiar nuestra Constitución puede permitirnos una agencia política ineludible que solamente se puede alcanzar con movilización de todas las mujeres. Ya sé que no es la “panacea” pero, al menos, es un margen de maniobra necesario para el momento histórico que vivimos. Sepan dormir tranquilos con su siniestra consciencia, letrados y doctores, estamos muy lejos de lograrlo...


¿Somos brujas? Si. No somos infantes, no necesitamos una “porción” de su “poder” porque la democracia no es una “presa”, es una forma de gobierno que defendemos transformándola. Estamos en resistencia porque nos siguen matando y no tienen el menor escrúpulo de hacer porno con la “escena del crimen” porque “vende”. Siempre es necesaria la memoria -aunque para algunos los pecados los expía la confesión- y yo quiero un país común creado con mis compañeras, donde el golpe, la pastilla, el fierro y el suicidio no sean redundantes.


¿Somos-estamos locas? Si. Hay que salir de estar en frente al aparato, moverse del confort de la “milanga” con “chela” o el “fasito” y el “vinito” y recorrer la ciudad para pensar qué estamos haciendo para vivir mejor nuestra existencia. No según la moral religiosa infame de la época, sino desde lo que es: una cuestión ética. Quizá exhortar a levantarse del sillón no tenga sentido. Tomarse un 524 a Tres Ombúes o ponerle un poco más de “nafta al auto” para salir a “mirar” la ciudad sería agitar demasiado. Peor aún, “recorrer” alguna cárcel o darse una “vueltita” por el maravilloso “manicomio nacional” -recuperado para testimonio de la “escuelita patriótica de tortura”- del poder médico misógino local. Pero encanta mirar todo eso por televisión y leer los tweets de “los políticos” para salir a comentar lo “horrible que está el país”. Quizá a los religiosos les vendría bien hacer una “recorrida” para darse cuenta de la ínfima parte de lo que implica un régimen totalizante sobre los cuerpos y capaz que tienen una “revelación” contra si mismos, pues son sus mercaderes, les venden las pastillitas y los “choquecitos eléctricos” que hay que “darle” a las “tortas”, “herejes”, “trastornadas”.


Entonces las esclavas, brujas, locas se transforma en “nosotras, las feministas” frente a una crisis económica global, con salarios bajos, precios altos, sin trabajo, tarifas infames, pocas prestaciones. Poco presupuesto para las pobres “magdalenas” tercermundistas y “bueno, no importa, total, son minas”.

Cada día “cambio dolor por libertad” retumba en la publicidad de analgésicos, mientras la “exitosa” Natalia Oreiro mueve frenéticamente su culo y pretende que “traguemos la pastilla” del endeudamiento sonriendo.


Es simple: las feministas sabemos hacer porque cambiamos aprendiendo de lo que nos hacen. Las mujeres sabemos muy bien qué implica la violencia porque salimos a la calle y nunca sabemos si volvemos al otro día. Miedo que compartimos con las cis y las trans, las diversas funcionales, las lesbianas, las bisexuales y las queer, las blancas, las afro y las originarias, las de acá y las migrantes, las urbanas y las rurales. Todas vivimos en un sistema con infames niveles de misoginia. Cuando perdemos una compañera sabemos que esa muerte se podía haber evitado y, sin embargo, la tragedia termina reuniéndonos en la calle; una alerta feminista, un duelo público de color violeta, cantos, abrazos, bombos, performances que suenan alto frente a los reclamos silenciados.


Pero las feministas somos internacionalistas y sabemos que la violencia y discriminación hacia nosotras es histórica y estructural. Vamos a molestar a los religiosos siempre porque reivindicamos la soberanía de nuestros cuerpos. No interesa agradar a los médicos-políticos porque -con todo- nunca hemos temido al riesgo de crear nuestra propia política. Denunciamos la explotación, tercerización y precarización del capitalismo porque nuestro cuerpo sabe qué significa la “pobreza” y que siempre las “crisis” que “administran los gobiernos” recaen sobre nosotras. Somos las que no callan frente a la indiferencia que invisibiliza, enmudece y clausura las posibilidades en los barrios. Apelamos a la política porque sabemos desanudarla con la potencia de nuestros cuerpos, sabemos articular nuestra voz y hacer política.


Me gusta pensar que hay un “nosotras” en “las feministas” porque es una palabra que navega, que se disuelve en los instantes que compartimos desprendiéndonos -por un rato- de las lógicas que disciplinan y controlan nuestra existencia. Por eso vamos a reclamar en todos los ámbitos en los que participemos: es nuestro derecho y vamos a ejercerlo, disguste al credo político que disguste.


Entonces, basta. Decidiremos para qué lado del mundo queremos que se corra políticamente nuestro país; para qué lado del mundo elegimos nuestra existencia. Eso es lo mínimo que podemos realizar en Uruguay. Porque estamos hartas de que nos maten, porque sabemos lo que es resistir, porque es infame el lugar en que nos colocan los médicos-empresarios que devienen “machos-progres”. Queremos resistencia en Uruguay y en el mundo. Y no, no nos interesa su “tolerancia” liberal.

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