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  • Lena Fontela

Acoso sexual en el espacio público


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Óleo: Rocío Piferrer

Es en los últimos dos años que el tema del acoso sexual en el espacio público se ha colocado en la agenda de discusión de forma intensiva. Desde diversos ámbitos del acontecer cotidiano, se pone en evidencia que existe una fuerte necesidad de las mujeres de visibilizar el fenómeno a través de diferentes mecanismos.


Algunos movimientos activistas han jugado un rol fundamental en esta apertura a la discusión, debido a que han incluido en su agenda de reivindicaciones la problemática, señalándola como tal; si bien el fenómeno existe desde hace tiempo, su caracterización y asociación con un evento que resulta molesto, violento es algo novedoso, reciente.


Esto ha servido para que la discusión se instalara en el colectivo, para que comenzáramos a reflexionar, analizar y debatir nuestras posturas, a problematizar aquella resignación que nos hacía soportar el evento como si fuéramos merecedoras de él, por el solo hecho de ser mujeres.


Las redes sociales por su parte son un termómetro y un escenario expositivo de lo que sucede a nivel tanto nacional e internacional en relación con el abordaje al tema: los videos, los testimonios de mujeres que relatan sus vivencias, las peripecias para registrar y sortear el acoso dan cuenta del fenómeno y cómo se enfrenta.


Sin profundizar en los ejes que han regido la discusión a nivel público (registrada en medios de comunicación, redes sociales, intercambios grupales, entre otros) lo que ha llamado la atención es la molestia que produce en algunas personas la caracterización del acoso como un problema, como un evento violento. Esta conducta se ha asociado con el piropo, que se describe como un halago al cuerpo, se lo explica a partir de su origen natural; son aquellas conductas inevitables que no se pueden contener. Esto ha significado que cuente con una importante legitimidad histórica a nivel social, legitimidad que en variadas circunstancias obstaculiza su problematización.



Abordaje etnográfico


Al momento de elegir el objeto de estudio de la investigación etnográfica en el marco del trabajo final de la Licenciatura en Ciencias Antropológicas, me incliné por este tema. Esto no es casual, la temática me desafiaba desde diversos puntos de vista: por un lado podía aportar desde una mirada antropológica al debate y reflexión sobre el fenómeno, y generar posibles insumos que fueran de utilidad tanto a las organizaciones feministas como a las instituciones estatales.


Desde el punto de vista metodológico ha significado un reto, ya que el campo si bien fue limitado sigue siendo geográficamente enorme(1), asimismo la interacción social analizada es fugaz, instantánea y tiene variabilidad dependientes de días, horarios; las referencias a la antropología urbana son las que guían este trabajo.


Por último, el hecho de ser mujer ha jugado un importante rol en la elección, ya que mis experiencias personales desde la adolescencia hasta el presente, sumado a el relato de mujeres de diversas edades y contextos sobre experiencias de acoso sexual en el espacio público, y los miedos, frustraciones, indignaciones y las estrategias personales para transitar por la ciudad, han propiciado el interés en la investigación.


Estimulada por la lectura de la etnografía feminista -la cual ha contribuido a diseñar y desarrollar investigaciones antropológicas poniendo en juego esferas que han sido desestimadas desde otros enfoques-, hacemos referencia a las emociones, los sentimientos y posicionamientos. En este marco cabe citar a Lila Abu-Lughod (Gregorio, 2014) quien sostiene que siempre somos parte de lo que estudiamos y tomamos postura a partir de lo que investigamos, por tanto hurgar sobre los motivos de las elecciones temáticas, así como los contextos políticos y las interacciones emocionales han puesto en evidencia que son elementos constitutivos de las prácticas etnográficas y que no deben obviarse (Gregorio, 2014; Rostagnol, 2013; Alcázar, 2014; Scheper – Hughes, 1997)



Antecedentes regionales y nacionales


He identificado numerosos antecedentes que dan cuenta del abordaje realizado desde el activismo y la academia, tanto a nivel nacional como internacional. Esto sin duda ha servido de punto de partida para que el tema fuera introducido en la agenda pública, además han significado aportes que han enriquecido el debate. Los antecedentes específicos vinculados con la incorporación al debate del acoso sexual en el espacio público provienen del ámbito de la comunicación y de los movimientos sociales. Sin intención de exhaustividad, en los últimos años es notoria la proliferación de organizaciones activistas abocadas a comunicar el problema e incidir en el involucramiento del Estado a través de las políticas públicas por medio de convocatorias masivas que tienen como fin la sensibilización, la generación del debate; en este sentido el uso de las redes sociales ha sido la plataforma principal usada para el desarrollo de estas campañas.


Con respecto a los movimientos sociales podemos citar a la ONG – SSH Stop Street Harassment (2016), Acción Respeto en Argentina, el Movimiento No a la violencia de género / No al acoso fotográfico callejero en España, y las OCAC (Observatorio Contra el Acoso Callejero) con páginas web y campañas activas en Chile, Bolivia, Colombia, Guatemala, Nicaragua y también Uruguay.


En relación a los aportes metodológicos realizados desde campo de la comunicación social al tema y su relevancia para explicar su emergencia como asunto, se destaca el documental belga Femme de la rue de Peeters (2012) y el video de Verónica Lemi, (2014) activista argentina contra el acoso sexual callejero y creadora de la campaña “Acción respeto: por una calle libre de acoso”, dedicada a realizar intervenciones en la vía pública. En ambos casos el registro documental del acoso sexual callejero y su puesta en circulación por medio de las redes sociales, fue capaz de movilizar a miles de personas y determinar la sanción de normativas específicas en sus respectivos países.


Por otra parte, el spot de Kamikaze Producciones (2016) que ilustra el acoso “al revés” donde el acosado es un varón, si bien fue criticado por las activistas feministas de varias organizaciones regionales que alimentaron diversos blogs con comentarios, es revelador del interés creciente de ciertos sectores de la sociedad por el tema.


Tanto en redes sociales como en youtube se puede observar una gran proliferación de producciones audiovisuales que tienen el acoso como protagonista y que sirven como herramientas de incorporación de la temática en el imaginario social, ya sea porque se constituyen en campañas de sensibilización y denuncia por parte de organizaciones o del Estado o como expresiones artísticas que buscan diferentes fines. Estos movimientos y sus campañas han tenido un impacto y han potenciado la implementación de normativa en algunos países como Perú, Chile, Bélgica o Argentina, países que han respondido a este tipo de demandas con cierta celeridad y que han influenciado a organizaciones de otros países a movilizarse y a colocar el tema en la agenda, como es el caso de Uruguay.


Chile cuenta con un proyecto de Ley de Respeto Callejero que fue votado por la Cámara de Diputados en abril de 2016. Fue impulsado por el Observatorio Contra el Acoso Callejero de Chile – OCAC y propone penalizar el acoso sexual callejero entendido como un acto de violencia y hostigamiento con penas de prisión mínimas (que van de 61 a 540 días) y multas en dinero. Este proyecto de ley es una propuesta acordada entre varios bloques partidarios (OCAC Chile, 2016).


En Perú se aprobó la Ley para Prevenir y Sancionar el Acoso Sexual en los Espacios Públicos en 2015, que tiene por objeto prevenir y sancionar el acoso sexual en lugares de uso público que afecten la dignidad, la libertad, el libre tránsito y el derecho a la integridad física y moral de niños, adolescentes y mujeres (Ley 3539)

Por su parte, la Ley 5306 (2016) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires estipula en su artículo 1º. El “Día de Lucha contra el Acoso Sexual Callejero en la Ciudad”.


En Uruguay también existe La marcha de las putas, que es un movimiento presente en más de 50 países en todos los continentes. Nace en el 2011, en Toronto, Canadá, a partir de una charla sobre seguridad ciudadana en la escuela de leyes; allí se recomendó a las mujeres que para no ser violadas evitaran vestirse como putas. En Montevideo la marcha se realiza los primeros días de diciembre (La marcha de las putas, 2017)


Por su parte OCAC Uruguay se presenta en su página de facebook como “la primera organización sin fines de lucro que busca la erradicación del acoso sexual callejero en Uruguay”. Esta organización ha realizado numerosos talleres de sensibilización y acciones públicas (OCAC, Uruguay, 2017)Ambas organizaciones han estimulado la instalación del debate en Uruguay.


En cuanto a los antecedentes académicos, son variados los enfoques. Los análisis latinoamericanos provienen en general desde la sociología y desde la psicología, las metodologías son cualitativas y cuantitativas, esto último permite tener un acercamiento a la frecuencia del fenómeno en los países donde es abordado el tema. En Uruguay la producción es escasa, con algunas tesis de grado como ejemplos.



Algunas conceptualizaciones teóricas


Como aporte a la discusión propongo que nos acerquemos a conceptualizaciones teóricas vinculadas con el origen de lo que llamamos acoso sexual en el espacio público.


No es novedad que la violencia es una práctica extendida a nivel social, que se manifiesta de diversas maneras y en diferentes contextos y está presente en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana. Sea cual sea su expresión tiene un denominador común, debido a que se basa en un acto intencional de poder que tiene por cometido someter, dominar y controlar. Para que genere el efecto que se busca y sea exitosa, las partes involucradas deben estar en situaciones desiguales de poder; la violencia se ejerce de diversas maneras, sutiles o más evidentes (RUCVDS, s/f)


Con el fin de problematizar esa situación de desigualdad vinculada al poder, partamos de una base de análisis simbólico del lugar que ocupan las mujeres en la organización cultural. Podemos sostener que las mujeres se encuentran situadas y relegadas al ámbito doméstico, con una función enmarcada en los cuidados y el sostén familiar, actividades que no son consideradas relevantes ni prestigiosas. Será en el exterior, en lo público donde se encuentra el poder, serán esos los ámbitos de la organización social donde se desarrollan simbólicamente las actividades de mayor prestigio, relevancia e importancia, donde lo simbólico juega un papel trascendente, espacio este que no pertenece a las mujeres (Ortner, 2006)


Según Bourdieu, la violencia simbólica es aquella ejercida a través del poder simbólico, la que tiene como base la aceptación por parte de los dominados. Ese poder simbólico que estructura el orden social simbólico ratifica la dominación masculina que no necesita de una justificación para su existencia: "la visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en unos discursos capaces de legitimarla." Esta violencia simbólica se manifiesta de forma cotidiana, la fuerza simbólica pauta las actividades asignadas a cada uno de los sexos así como el espacio donde se desarrollan, es en este marco que los universos públicos pertenecen a los hombres, y los privados a las mujeres (Bourdieu, 2000:22). Por tanto el acoso puede definirse como una manifestación de la violencia simbólica en el espacio público, ámbito históricamente masculino, los cuerpos de las mujeres pueden ser pasibles de ser comentados, tocados o violados.


Siguiendo a Christin podemos decir que “el acoso sexual no siempre tiene por objetivo la posesión sexual que parece perseguir exclusivamente. La realidad es que tiende a la posesión sin más, mera afirmación de la dominación en su estado puro." (Bourdieu, 2000:35)


Este tipo de violencia específica ejercida sobre niñas, adolescentes y mujeres, se produce por la condición de éstas en el marco de una sociedad estratificada donde predominan valores, normas y costumbres clasistas, patriarcales, sexistas, racistas y homolesbotransfóbicas que genera condiciones de desigualdad de género, entre otras. Es el entramado de un conjunto de condiciones de subordinación las que hacen posible el fenómeno del acoso en el espacio público y su reciente visibilidad como problema social (Bandeira, 2014; Blazquez et al., 2012; Alberdi et al, 2002)


Podemos entonces definir el acoso como una de las manifestaciones de la violencia basada en género (VBG). Ahora bien, siguiendo a Ana Artigas (2014) en su búsqueda de una definición de la VBG, sostiene que presentar la violencia contra las mujeres, niñas y adolescentes como sinónimo de VBG puede ser una falsa tautología, así como también usar el término de violencia doméstica como sinónimo de VBG. Artigas incorpora otros elementos para llegar a una definición: la VBG puede también ser vivida por aquellos varones que no cumplen con los mandatos del modelo hegemónico de masculinidad, o por aquellas personas en las que su identidad de género es diferente al sexo biológico, como es el caso de las personas trans (CNCLVD, 2014)


Para resumir, es a partir de este universo de significado que puede definirse el acoso como un tipo de VBG, estructurada simbólicamente en los términos de Bourdieu (2000) que se manifiesta en los espacios públicos de la ciudad y que tiene variadas expresiones, orígenes y destinos. Generalmente expresado como una interacción social de corta duración, fugaz, instaurada como práctica cotidiana, normalizada y naturalizada. En la mayoría de las ocasiones se vincula con un halago o piropo, que puede asociarse también con formas de “orgullo nacional”, o vincularse a conductas que por ser “naturales” son inevitables, en ocasiones se responsabiliza a la víctima por su vestimenta o comportamiento, y puede provocar en las personas que lo viven miedo e inseguridad además del desarrollo de estrategias que permiten reafirmar el espacio público como un ámbito masculino (Vallejo et al., 2013; Bourdieu, 2000; Guajardo, 2015)



Qué pasa en Montevideo


Transitar por las calles y el transporte público de Montevideo se convierte en una rica experiencia; colocarse en el lugar de observadora en tu propio lugar, en tu contexto cotidiano, resulta ser un gran desafío metodológico. Las interacciones, situaciones, las dinámicas y performances de los sujetos son tan variadas y numerosas que puede resultar fácil sentirse atraída por el desvío de la atención a otros posibles focos de interés, los que se hacen manifiestos todo el tiempo; qué obviar, qué observar, se ha convertido en una constante.


Centrándonos en las mujeres y su tránsito por la ciudad, podemos observar que circulan de variadas maneras en las calles y plazas: hay quienes lo hacen con la cabeza gacha, quienes escuchan música y se aíslan, quienes prefieren cruzar una calle y evitar el cúmulo de hombres, hay quienes se agencian en términos de Ortner y buscan estrategias que den respuesta a estas situaciones vividas (Ortner, 1995)


Las respuestas son variadas, las hay de indignación profunda, las que provienen del cansancio, del hartazgo (“andate a la mierda, hijo de puta”), las hay irónicas (“chupate la pija” ante el “te chupo la concha jugosa, mamita”), las hay a través de miradas de reprobación, o aquellas que se responden a través de alguna parte de cuerpo (mostrando el dedo mayor, por ejemplo) y están las que responden de forma silenciosa, solapada: mujeres que a través de gestualizaciones corporales evidencian vulnerabilidad, inhibición e incomodidad (Notas de diario de campo).


En las calles de Montevideo podemos observar en quienes ejercen el acoso las miradas posesivas, lascivas. En los intercambios mantenidos durante el trabajo de campo las mujeres lo describen de este modo: “a veces siento que me violan con la mirada” o “me desnudó con la mirada”. Hay miradas que las mujeres no registran porque son a sus espaldas y se dirigen al trasero. Estas son frecuentes, parece que estuvieran orientadas más que al placer de lo que se busca ver, a mostrar una actitud de masculinidad frente a los “otros”. (Notas de diario de campo)


En el transporte público el despliegue corporal masculino es evidente a la observación. Los hombres en general se sientan con las piernas abiertas, ocupando un espacio que excede al circunscripto a sus límites corporales, obligando a las acompañantes mujeres a achicarse, encogerse y utilizar un espacio más reducido que el que les corresponde.


Es también una práctica frecuente el roce de los genitales masculinos en los hombros y brazos de las mujeres. En general la respuesta a este refriegue es corporal, de rechazo y alejamiento. En el ómnibus, a diferencia de las calles, el roce corporal aumenta por lo reducido del espacio y la cantidad de gente que viaja en horarios pico, y porque una acción como respuesta implicaría demasiada exposición de la mujer.


Si bien no lo he observado durante el período de trabajo de campo realizado hasta el momento, en los intercambios con mujeres aparece de forma frecuente la masturbación en el transporte público, en general hacia personas de menor edad. Hace poco tiempo circuló en las redes sociales un video grabado por dos jóvenes en un ómnibus de Montevideo, donde un hombre se masturbaba mientras las miraba.



Reflexiones finales


No pretendo comparar la violencia hacia las mujeres en el ámbito doméstico y público, porque como vimos nace de un mismo lugar, de una misma estructura. Se encuentra en el corazón mismo de la cultura y parte de la visión simbólica que se tiene de las mujeres; se basa en la desigualdad de poder, en el derecho tácito de posesión y dominación que unas personas creen tener sobre otras. La violencia en el ámbito doméstico es una violencia reconocida, visible y legislada. Para la lectura perspicaz de este comentario debo decir que es evidente que el tema no está saldado: la cantidad de asesinatos de mujeres en sus casas dan cuenta de ello y sin duda las políticas públicas son escasas, de magros presupuestos. Esto, sumado a que se planifica con poca comprensión estructural del fenómeno, hace que estas políticas estén destinadas al fracaso (que se traduce en la muerte de mujeres).


Como mostrábamos en los antecedentes, a partir de las exigencias de los movimientos de mujeres en otras partes del mundo se ha instalado el tema en la normativa, esto quiere decir que las mujeres tienen una respuesta estatal frente a las situaciones de acoso en el espacio público. ¿Será esto posible en Uruguay? En nuestro país la propuesta de Proyecto de Ley Integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia basada en género fue remitido al Parlamento a principios de 2016; en su Art. 6 literal k se establece la figura del Acoso Sexual Callejero como: “Todo acto de naturaleza o connotación sexual ejercida en los espacios públicos, por una persona en contra de una mujer con la que no tiene una relación y sin su consentimiento, generando malestar, intimidación, hostilidad, degradación, humillación, o un ambiente ofensivo para la mujer acosada” (Proyecto de Ley Integral, 2016)


Como hemos visto, el acoso no se circunscribe al piropo; en él o en sus otras manifestaciones hay connotaciones de posesión simbólica, de derecho tácito sobre nuestros cuerpos. Las mujeres podemos ser comentadas, miradas, violadas, tocadas y asesinadas en los diferentes ámbitos donde se desarrolla nuestra vida, porque nuestros cuerpos simbólicamente pertenecen a quienes gobiernan nuestra vida social, quienes ostentan el poder y deciden sobre nosotras, esta dominación masculina es entonces el resultado de aquellas disposiciones funcionales, dinámicas de poder, y factores corporales base de nuestros ordenamiento cultural (Ortner, 2006)


Estas situaciones se agravan en determinados contextos sociales en los que las mujeres no disponen de las mínimas herramientas que garanticen su seguridad, y empeoran cuando las mujeres son afrodescendientes, o cuando las mujeres transitan por los barrios más alejados del centro de la capital, o cuando tienen menos edad, o son trans, o en aquellas personas que no cumplen con la asignación de roles marcados, que se les han asignado en este ordenamiento simbólico cultural.Mientras continúo con la investigación, mientras transcurre y pienso en estrategias de abordaje, no hago más que confirmar que las mujeres vivimos situaciones indignantes en el espacio público, situaciones que nos coartan como ciudadanas, que no nos permiten el libre tránsito ni la apropiación de la ciudad.


Notas

(1) El campo es limitado del siguiente modo en el proyecto de investigación, toda la extensión de la Avda 18 de Julio, Plaza Matriz, Plaza del Entrevero, líneas de transporte público: 103 y 104.

Bibliografía

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