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  • Andrés Figari Neves

Los paradigmas y sus consecuencias


Imagen: BLU

“No podemos solucionar nuestros problemas con la misma forma de pensar que usamos cuando los creamos”

(Albert Einstein)

Del punto de vista político estamos donde estamos porque se partió de algunas premisas:

  1. Que palabras como “desarrollo”, “cambio”, “evolución”, “crecimiento”, “progreso”, significaban más o menos lo mismo;

  2. Que la “Historia” apuntaba en una dirección y que esa dirección iba en el sentido correcto;

  3. Que el crecimiento de las “fuerzas productivas” impulsaba el desarrollo histórico y que eso conduciría al socialismo;

  4. Que para pasar al “Socialismo” había que transitar previamente por el “Capitalismo” y eventualmente, agotar sus posibilidades;

  5. Que la clase obrera era el “sujeto histórico”, que provocaría el pasaje al “Socialismo”;

  6. Que en donde la clase obrera fuese minoría debía formar alianzas con otras clases sociales afines -incluída la “burguesía nacional-” para disputarle el poder a la “oligarquía” (terrateniente);

  7. Que la “oligarquía” era una categoría social atrasada, “semi feudal” aliada al imperialismo (británico o yanqui) y contraria al desarrollo de las “fuerzas productivas”;

  8. Que el capitalismo subdesarrollado y dependiente no tenía posibilidades de crecer y simultáneamente, dar satisfacción a las aspiraciones de consumo de grandes masas;

  9. Que en el aparato del “Estado nacional” fiel representante de los “intereses” de esa “oligarquía apátrida) era donde se concentraba su poder, razón por la cual era necesario conquistarlo para destruirlo.

Palabras más, palabras menos, eso era lo que se pensaba por los años 50-60 cuando se definieron las estrategias políticas de la mayoría de los actuales partidos de izquierda. De acuerdo con esas premisas teóricas y con apenas diferencias de matices se empezaron a formar los frentes políticos para luchar por la liberación nacional primero y por el socialismo después. Pues bien, la mayoría de esas premisas (por no decir todas) estaban equivocadas.

Ahora sabemos que “cambio”, “evolución”, “desarrollo”, “crecimiento” y “progreso” no son sinónimos a menos que se los encuadre en una perspectiva occidental europeizante, contaminada por la ideología de la ilustración y su filosofía de la historia. Ahora sabemos que la Historia no es ni el desarrollo dialéctico del espíritu objetivo (razón), ni tampoco el resultado del crecimiento de las fuerzas productivas, por lo que tendríamos que ser extremadamente cuidadosos a la hora de usar esas palabras que pueden tener tantos diferentes significados. Seguro que para los indo americanos, los africanos y los asiáticos ingresados a sangre y fuego en la historia capitalista europea y norteamericana, la Historia ha sido todo menos el tránsito a un mundo más razonable, culto, rico y pacífico o sencillamente mejor, como se nos pretende hacer creer. El futuro no será necesariamente “mejor” independientemente de lo que hagamos; todo lo contrario. Por lo tanto, más vale que hagamos lo correcto y lo hagamos bien antes de que sea demasiado tarde.

Ahora sabemos que el desarrollo de las fuerzas productivas, en la versión de “más y mejor capitalismo” o de “Socialismo real” no es lo mismo que mayor “progreso” o más “libertad”, sino que en las actuales circunstancias equivale a más consumismo, más violencia, más alienación, más calentamiento global, más destrucción de la biosfera y hasta puede llegar a ser una hecatombe nuclear y el fin de cualquier forma de vida humana. No podemos seguir apostando al crecimiento material indefinido y a la superabundancia como la panacea que resolverá las contradicciones sociales. Si no somos capaces de construir una sociedad sin clases, armónica y austera, pobre si se quiere del punto de vista material, pero rica espiritualmente, no tenemos futuro como especie.

Ahora sabemos que el “proletariado”(clase obrera) hambriento de principios del siglo XIX en el que se depositaban tantas esperanzas, lejos de ser el portaestandarte de la justicia social y de la libertad para todos los oprimidos, ha devenido por diferentes circunstancias, en soporte pasivo de los proyectos colonial-imperialistas de sus respectivos Estados cuando no en cómplice complaciente. En los países “atrasados” la clase obrera es una categoría privilegiada en relación a la masa desarrapada que suele apoyar los proyectos “desarrollistas” de sus respectivas burguesías y como consecuencia, refractaria a lo que pudiera hacerlo peligrar. Eso significa que no podemos seguir confiando ingenuamente que el crecimiento de la clase obrera será la principal fuerza social en la lucha por un mundo post capitalista. Podrá serlo, pero previamente deberá romper con el consumismo y su fuerza no dependerá tanto de su número, como de contar con una “cabeza” diferente.

Ahora sabemos que la “oligarquía latifundista” lejos de ser un obstáculo (o un enemigo) para el “desarrollo” en su versión capitalista, es un factor insoslayable del mismo. Que la agricultura extensiva y mecanizada (soya, arroz, trigo, eucaliptus) requieren de grandes superficies y de inmensos capitales para viabilizar su producción en gran escala y que si para eso no es suficiente con los terratenientes locales se los trae de afuera. También sabemos que esos grandes monocultivos son indispensables para generar las exportaciones que permitirán pagar los intereses de la deuda pública e importar lo que no producimos para hacer posible el necesario consenso y de esa forma alimentar la máquina que reproduce el “modelo”. A diferencia de lo que antes pensábamos, ahora también sabemos que esa manera de producir no es un “atraso”, todo lo contrario. La agricultura “moderna” basada en la ingeniería genética, los agro-tóxicos, la hiíper-mecanización, constituye la vanguardia de lo que en materia de tecnología se refiere, y que por lo tanto la concentración y extranjerización del agronegocio lejos de ser visto como una muestra de atraso y sometimiento al gran capital (nacional y extranjero) es bienvenido, ya que desde la perspectiva desarrollista significa todo lo contrario.

Ahora sabemos que hasta el capitalismo subdesarrollado puede en ciertas circunstancias dar relativa satisfacción a las aspiraciones de consumo de vastos sectores populares y de ese modo integrarlos subjetivamente al sistema, al punto de de hacerlos refractarios a las políticas que lo pongan en peligro y de esa manera condicionar las estrategias que apunten a captar su interés para otro tipo de vida social. La mayor victoria del sistema sobre los que pretender desestabilizarlo ha sido en el terreno subjetivo. Las aspiraciones de las masas son las que suministra el imaginario del mundo burgués.

Ahora sabemos que las “fuerzas populares” pueden llegar al gobierno, hacerse de las riendas del Estado y sin embargo no hacer absolutamente nada para destruirlo ni para transformarlo, porque las mismas masas que hicieron posible la victoria electoral, no están dispuestas a arriesgar sus “conquistas” por aventuras revolucionarias. Que llegar al gobierno podrá ser una condición necesaria para avanzar, pero que ni por asomo es suficiente para tener la fuerza (material y moral) que se requiere para que las transformaciones superadoras del capitalismo se lleven a cabo, especialmente cuando se entregan banderas por votos.

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