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  • Arturo Revueltas (El Profesor)

Cómo avanzar en la lucha en la etapa actual (Vale la pena encender al país) (I de II)


Diego Rivera, The flower carrier, 1935

¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el “orden” en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna?

R. Luxemburgo: “El orden reina en Berlín

La etapa actual de lucha


En el México actual varias son las singularidades que lo caracterizan y lo diferencian de otras etapas igualmente críticas por las que ha atravesado. El país desde épocas postrevolucionarias (y desde antes), nunca, virtualmente, se ha mantenido en calma. Las diferencias profundas entre las clases sociales siempre se han manifestado como efecto natural de que, desde entonces (y desde mucho antes), la polarización en la distribución de la riqueza ha sido insultante y existe un Estado cada vez más debilitado.


Aunque también es de reconocerse la capacidad que ese Estado tuvo durante los años postrevolucionarios para, con base en el contrato social que se firma luego de la etapa armada revolucionaria (la Constitución mexicana), mantener, con tumbos, la unidad nacional, y así darle cauce a una paz social casi siempre endeble y conmovida más de una vez –particularmente en la segunda mitad del siglo XX, cuando los procesos electorales, que siempre han sido y son ficcionales y fraudulentos en el marco de la democracia representativa, se manifestaron insuficientes para contener la ira social-- por diferentes movimientos sociales (movimientos de mineros, telegrafistas ferrocarrileros, maestros, Rubén Jaramillo, Genaro Vázquez y sobre todo Lucio Cabañas) que no fueron suficientes para cambiar los esquemas de desarrollo económico ni la organización política en que se ha venido sustentando el país.


En términos de resistencia social el 68’ y el movimiento social a que dio origen siguen siendo el paradigma de los movimientos de resistencia social hasta hoy en México, sin que ellos se hayan detenido lo suficiente en el análisis de la realidad contemporánea, lo que, se piensa aquí, ha frenado el impacto de esos movimientos. De nueva cuenta, al respecto, Negri y Guattari (Por nuevos espacios de libertad) tienen mucho que decir:


“Estos movimientos de organización y de lucha tienen características completamente nuevas en comparación con las tradiciones organizativas del movimiento obrero (…) Estos movimientos revelan la experiencia ontológica de la ruptura de la totalidad y la liberación de una energía dirigida contra la totalidad de manera permanente. Definir los fundamentos materiales de la composición política de la clase de los explotados mediante un análisis de esta composición no sería difícil, pero no importante por ahora. Lo más importante es insistir sobre la innovación extraordinaria que en ellos se contiene”.


Mas hoy, los movimientos actuales basados en la lucha de calle se agotan con rapidez relativa y no logran transformar sustantivamente la acumulación de la riqueza ni la verdadera y efectiva participación social. Lo más que se ha logrado en México, a raíz de 68 y 71, fue que la izquierda partidaria participase en los procesos electorales, pero rápidamente, hoy, esa izquierda se logró corromper y esa participación se asimiló a la hegemonía corrupta de la clase política dominante, de tal forma que lo electoral es ahora corrupción y engaño.


La necesidad, pues, de analizar la situación actual del país para saber lo que hay que enfrentar y transformar es una tarea ineludible si se quiere modificar la realidad social en la que hoy se vive. Dada la naturaleza de este escrito sólo se anotan algunas de las características de la realidad social compleja a la que hay que enfrentar y que condiciona, evidentemente, el quehacer social a desplegar en términos de resistencia social.


Es decir, en otras palabras, ¿por qué hoy no es válido seguir manteniendo el esquema del 68’ para conducir las luchas de resistencia social? Desde luego, porque otras son las condiciones sociales por las que actualmente se atraviesa y que anulan la posibilidad de resistir y transformar con base sólo a los esquemas heredados por las luchas mencionadas del 68 y 71 –basados todos ellos, sustantivamente, en la lucha de calle--. Entre otras condiciones nuevas que nulifican a los esquemas de 68 y 71 se puede mencionar brevemente:

  • El afincamiento del neoliberalismo como forma adquirida por el capitalismo para desarrollarse con todo lo que ello ha implicado: la consolidación oligárquica, la concentración explosiva de la riqueza, crecimiento constante de la pobreza (de la total, quizá no de la extrema) y cada vez mayor sometimiento (consentido o no) a la lógica de acumulación capitalista contemporánea.


  • Del afincamiento mencionado se desprende una robotización creciente de la producción que cada vez afecta más al empleo, y el nacimiento de minería a cielo abierto, fracking para producir gas y otras técnicas productivas que reducen la presencia de la clase obrera y afectan de manera sensible al medio ambiente.


  • Es obvio que en la lógica de acumulación mencionada se le da cada vez mayor impulso a la globalización, reduciendo independencia, autonomía y anulación creciente de la soberanía, lo que conlleva el que las luchas sociales se vean de manera continua amenazadas por fuerzas represivas de carácter externo, pues ése es uno de los efectos hasta hoy poco estudiados (esquema Colombia) de la globalización.


  • Al igual que en países de alto y mediano desarrollo la tecnoproducción deja sentir sus efectos en México deteriorando el medio ambiente y la salud humana, pero sobre todo afectando al empleo, que al reducirse de manera drástica y creciente hace que aumenten tanto la pobreza como la delincuencia (y además, se quiera o no, se vean ambas directamente vinculadas), la cual, esta última, se torna en crimen organizado una vez que el gobierno está ahí directamente vinculado.


  • El crecimiento y extensión ampliada del crimen organizado pareciera ser incontenible en el país, dada la existencia de acciones crecientes del narcotráfico (producción, comercialización, consumo, lavado de dinero) y su complicidad con un Estado cada vez más corrupto e incapaz de gobernar (ordenar la convivencia social).


  • La politización creciente del operar de los medios colectivos de comunicación, que se han convertido en la base de la información social y controlan y alienan la conciencia de una buena parte de la población.


Frente a ese panorama tan complejo y atosigante es que se dan, obvio, explosiones de resistencia social cada vez más numerosas y radicales (aunque no suficientes en términos de verdadero cambio social) porque el accionar del Estado y de los grupos dominantes se vuelve cada vez más agresivo a la hora de someter y de accionar a favor de sus intereses, agotándose cada vez más las posibilidades de lograr por la vía pacífica (cambio de políticas gubernamentales, elecciones) un cambio de modelo económico que realmente favorezca a los estratos de población actualmente desfavorecidos.


De hecho, pues, Ayotzinapa es hoy sólo una rayita más en la piel del tigre. Quizá más ancha que otras y por eso ha obligado a pensar, hoy, con mayor énfasis, en cómo enfrentar el cinismo y mentiras estatales y cómo darle continuidad orgánica a la lucha social.


Se mencionan a continuación las opciones de lucha y de organización que han surgido en la actualidad para continuar luchando y organizándose para darle continuidad a las acciones que el momento de lucha que surge con Ayotzinapa se mantenga y se avive.



Nuevas formas de lucha


¿Una nueva constitución?


Una de las iniciativas para darle continuidad hoy a la lucha social (surgida e impulsada básicamente por los pueblos de la Huasteca y retomada, entre otros, por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Alejandro Encinas, el obispo Vera) es darle impulso a la integración de una nueva constitución (basada y contenida en un nuevo esquema jurídico) que surja y se consolide como iniciativa popular que, como finalidad a alcanzar, dé cauce a los movimientos de resistencia social que hoy y en el futuro se manifiesten hasta lograr que el modelo de país que hoy existe se modifique de manera sustantiva en beneficio de los que hoy menos tienen.


Concebida esta iniciativa como acción unitaria en donde paulatinamente los intereses diversos de las fuerzas participantes se vayan diluyendo al interior del proyecto constitucional se plantea con algunas limitantes difíciles de diluir:

En efecto, la limitante más relevante de esta propuesta es su carácter documental, que no precisa ni la estrategia ni la táctica de la lucha en general ni de las luchas específicas, lo que virtualmente reduce a esta propuesta a la redacción de una carta de buenos propósitos que nadie sabe claramente cómo es que ellos se van a alcanzar.


En muchos sentidos esta propuesta, por el poder de convocatoria que tiene sobre todo, representa una opción de lucha que hay que impulsar, aunque sólo sea para abrir un cauce más a las luchas sociales.


Construir desde el poder popular


Genéricamente se pueden incluir en esta categoría organizaciones múltiples que consideran que son los organismos autónomos e independientes los que pueden, por sí mismos a través de la acción, ir construyendo un poder que destruya paulatinamente al poder social y económico establecido. Si bien no descartan la lucha ideológica, a ella la consideran subordinada a la acción y de allí entonces que ella, la acción, es la que hace vivir la lucha de oposición al sistema y es a ella la que hay que estar impulsando continuamente.


Así, la construcción de ese poder popular suena un poco anárquica y se vuelve esporádica y ocasionalmente solitaria hasta agotarse y tornar a los cauces tradicionales de los cuales surgió, siguiendo el modelo maoísta de guerra popular extendida y prolongada. Aunque siempre en lugares indeterminados y por cauces y razones diferentes. Lo más fuerte de este tipo de luchas (lideradas muchas de ellas por grupos magisteriales) surgidas algunas de ellas en el campo y otras en las ciudades, se concentran por lo común en las segundas en donde con lucha en la calle[1] se enfrentan con las fuerzas represivas y se dispersan y disuelven o el paso del tiempo las desgasta y su fuerza original finalmente también se disuelve en negociaciones a través de las cuales sólo con suerte suelen acceder a la conquistas de parte de sus demandas originales (para ilustrarlo bastaría darle seguimiento objetivo hoy a Ayotzinapa).


¿Una organización paraguas?


Lo que desde el 2012 se vislumbra con el surgimiento de la movilización encabezada por el movimiento estudiantil de “Yo soy 132” es la existencia de, al mismo tiempo, un reclamo y una propuesta: la conformación de una organización paraguas (que cubra a diversas organizaciones en lucha) que al tiempo que agrupa, discute y aprueba propuestas y líneas de acción busca darle continuidad a la lucha de la manera más orgánica posible sin que ninguna de las organizaciones “cubiertas” por el paraguas asuma el control del resto; es decir, sin control centralizado de las acciones. Este tipo de lucha tiende a manifestarse a partir de un hecho que nuclea todas las acciones y sobre el cual inciden organizaciones e individuos múltiples (incluyendo, claro, los perros de oreja, los provocadores y los policías). Mientras el núcleo se mantiene activo, igualmente se manifiesta la acción. Pero, por desgaste natural del núcleo (bien sea lo electoral o la manipulación de lo popular), la acción comienza a descender dejando sólo una estela que paulatinamente pierde intensidad. Bajo el paraguas, entonces, se cobijan cada vez menos grupos.


¿Es la organización paraguas una reacción natural, aunque espontánea, de las luchas sociales? ¿Qué tanto la organización paraguas refleja inmadurez de los movimientos de resistencia social? ¿Cómo, desde un inicio, darle madurez a esos movimientos?


La lucha armada


No es éste el momento ni el lugar para abordar a detalle el análisis de esta opción de lucha (tampoco soy yo el más indicado para hacerlo). Pero vale la pena abordarlo aunque sea con pinceladas que dibujen algunos principios generales al respecto.


Así, una de las cuestiones que de inmediato surge de la contemporaneidad es el incremento tecnológico de las acciones militares de los grupos en el poder (o sea, monopolizadores de la violencia estatal), quienes paralelamente han aumentado su temor ante los persistentes movimientos de insatisfacción social y por eso se han preocupado en ejercer un dominio creciente sobre los nuevos saberes tecnológicos, los cuales (en todo el mundo) trabajan subvencionados por los gobiernos en el desarrollo de tecnologías al servicio de los aparatos militares de diferentes países del mundo (muchas universidades de Estados Unidos viven subvencionadas por esos fondos). En tal sentido, el trabajo militar que diferentes agrupaciones militar-populares desarrollan actualmente en diferentes regiones del país (básicamente Chiapas, Oaxaca, Guerrero) sufren un hostigamiento continuo (incluyendo la infiltración) que limita su accionar y lo reduce a ser sólo, en sentido estricto, un accionar propagandístico limitado, pues su capacidad de acción y de fuego está muy limitada. Otra limitante de ese quehacer es que él se desarrolla en un territorio cuya extensión (1,973,000 kilómetros cuadrados) es muy amplia y las posibilidades de interconectar las luchas militar grupales son muy arduas.


Pero lo anterior no implica la negación absoluta ni la invalidez de esas luchas, sino sólo una breve reseña de sus limitaciones actuales, las que seguramente, en otras etapas, pudieran superarse de ser necesario.



Principios de lucha en esta etapa (hacer de la lucha un arma cargada de futuro)


Tanto desde el punto de vista teórico como práctico, una de las principales cuestiones a dilucidar es si bien hoy a nivel mundial las condiciones de desarrollo del capitalismo son radicalmente diferentes a las que registraba éste a fines del XIX y mediados del XX (en que el neofordismo irrumpe avasalladoramente). Lo que hasta hoy no se dilucida es el qué hacer frente a esa nueva realidad, ya que se sigue retrasando de manera alarmante el fin del capitalismo como modo de producción, mientras el deterioro del medio ambiente, la polarización en la distribución de la riqueza y por ende las condiciones de vida en general se deterioran de manera acelerada sin que se vislumbre el cómo darle fin a esa etapa de penumbra terrenal.


Así, por ejemplo, a pesar de que, precisamente desde el 1917, después de la Revolución rusa el centralismo democrático decayó y decayó igualmente el papel político de la clase obrera, no se han podido, desde entonces, reimpulsar con fuerza suficiente los movimientos de resistencia social anticapitalista y por esta razón, desde entonces y con gran fuerza, se ha registrado un auge sensible del modo de producción capitalista, que hasta hoy no ha encontrado freno. Así, por ejemplo, con la caída del Muro de Berlín la guerra fría termina y con ella termina el socialismo en Rusia y China, pasando él a mejor vida; los movimientos guerrilleros en América Latina se desvanecen y Cuba es la única que permanece (relativamente hoy, con la reanudación de relaciones entre Cuba y Estados Unidos); también en América Latina el progresismo balbuceante da traspiés para defender los derechos de las mayorías sociales. En otras partes del mundo, por igual, las luchas de resistencia son amorfas (en Asia y África) y nunca se sabe en qué pueden terminar.


De esta manera, en general, en el mundo, las luchas de resistencia al capitalismo no logran avanzar, más si tomamos en cuenta que en esta etapa ciber-técnica los aparatos de intervención cibernética, ocultos y a distancia se han multiplicado y sofisticado y han logrado nulificar en un grado absoluto la soberanía nacional y el poder de resistencia de todos aquellos que no se alinean a sus fines. Esto ha implicado, virtualmente, la existencia de ejércitos robóticos paralelos y semiocultos (un ejemplo son los drones). Por tanto, esta situación afecta igualmente el poder de lucha de todos los movimientos sociales que se resisten a someterse (por el contrario, se rebelan) ante los intereses del capitalismo como modo de producción, pues, entre otras cosas, los obligan a no descuidar ese nuevo flanco de lucha, por muy costoso que sea y por lo complejo que allí se torna el combatir[2].


Frente a lo anterior, los movimientos de resistencia social se han multiplicado. Pero, hasta hoy, ninguno ha tenido la fortaleza suficiente como para tambalear a los regímenes establecidos, pues aquellos que se han manifestado y manifiestan popular, gremial o electoralmente en las ciudades y en el campo son reducidos a la inanidad, mientras que las resistencias militares no han podido registrar sino efectos residuales de carácter regional. Es decir, la capacidad de resistir e impulsar los embates de esos movimientos es fácilmente nulificada hasta hoy por el Estado en turno. ¿Por falta de maduración de las condiciones sociales prevalecientes o porque no han tenido la capacidad para impulsarse y reproducirse cada vez con más fuerza y convicción? Si fuera lo primero habría que estudiar más a fondo la realidad nacional y ver qué es lo que se requiere para que esa realidad cambie, partiendo del supuesto real de que hoy el capitalismo a nivel global no puede seguir siendo el modo de producción dominante. Respecto a lo segundo, las dudas se centrarían en la cuestión estratégica de cómo dirigir la lucha, que en términos muy concisos se centra en cuestiones organizativas que se resumirían apretadamente en si inclinarse, como hasta hoy, en aras al respeto de la autonomía de los movimientos, por la conducción casi anárquica (que no autonómica) de los mismos o por la creación de un aparato (no un partido como se le concibe hoy) centralizador encargado de diseñar y conducir las acciones[3].

[1] Habría que diferenciar lo que se entiende como “lucha en la calle” (movilizaciones, marchas, mítines, en donde los convocantes resaltan el carácter pacífico de sus acciones) respecto a “lucha de calle” (en donde un grupo de militantes responsables son preparados para resistir las acciones represivas de los grupos policiaco-militares al servicio del Estado, tratando de no comprometer sus vidas). Al respecto habría que señalar que en la etapa actual –y en otras etapas similares-- el impulso espontáneo de “la lucha en la calle”, sin preparar la “lucha de calle” conduce por lo común a la represión y al agotamiento de quienes se movilizan en la calle o son reprimidos como parte de la estrategia estatal. Un paso importante, hoy, en la lucha debe centrarse en estar preparados para dar el paso hacia la “lucha en la calle” y neutralizar así la represión como estrategia del Estado a través de todas las medidas legales y pacíficas de las que se pueda echar mano.

[2] Habría que dedicar un estudio detallado para abordar este tema.

[3] Se sugiere el estudio detallado de lo que fueron los consejos y el papel que jugaron en Rusia y Alemania.

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