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  • Buenaventura

Adiós a Fidel



Buenaventura enfrenta el día desganado tras la muerte de Fidel. Amarguea con sorbos cansinos y se entretiene en un pensamiento nuboso, de esos que si te preguntan en qué estas pensando, no sabes bien que responder. Es una aplanadora de desazón que lo atonta por un tiempo.


Ya entrada la mañana, el trabajo obliga, la mente se avispa, el mundo mismo lo sacude a gritos como siempre. Afina la puntería Buenaventura y armado con la herramienta del día piensa mucho y piensa bien: alguien tiene que querer ser Fidel.


No precisó más que esa conclusión para seguir adelante sin más dolor, sin más gritos atragantados de ¡Viva Fidel y viva Cuba! Siempre supo lo grande de aquel Comandante, pero lo supo más tras su ausencia. Pensó lo inmenso de decidir ser Fidel. Joder, hay que ser guapo mesmo.


Se conforma Buenaventura sabiendo que los camaradas nacen todos los días y que seguro alguno decidirá ser Fidel. Ah sí, porque no me vengan con cosas, alguien tiene que tomar esa decisión. Que la historia te pone en ese lugar y que el pueblo bla bla ble. Aha, pero en algún punto está expresándose esa voluntad inmensa, incontrolable e inagotable de aquel hombre. Ese arrollador deseo íntimo de dar vuelta el tiempo, deseo convertido en vocación y oficio.


Ser revolucionario, vivir aprendiendo como servir mejor a la causa del pueblo, animarse a hablar por un continente, animarse a empuñar las armas que portan las balas desgarradas del hartazgo de los pobres, animarse a resistir el asedio del imperio más grande de todos los tiempos. Hacer de Cuba Cuba mientras Don dinero hacía Haities, Honduras, Guatemalas y Repúblicas Dominicanas. Sin dudas, en su oficio fue el mejor de su tiempo.


Sí, alguien tiene que querer ser Fidel. La historia se encargará de una parte, el partido de otro tanto, el pueblo trabajador de un gran cacho y Fidel de ser Fidel. De hacer todo lo que está a su alcance para que la historia marche a la velocidad del viento. Tan rápido navegaba ese buque, que tuvieron que inventar bloqueos de gigantescas Sequoias marinas para crear una cortina que amenguara la fuerza imparable de esas velas juveniles de arrollador amor revolucionario.


Sí sí. Piensa mucho y piensa bien Buenaventura. ¡Seguro que dá criollos el tiempo! Seguro que los dará barbudos o lampiños, de uniforme militar, de bombacha campera, de overol o de vaquero. En este mundo tan estilizado, tan jodidamente delicado y vacío, alguien tiene que adherir a la convicción y la inteligencia, el coraje y la persistencia.


Vuelve en paz a las casas Buenaventura, sabiéndose poco, pero presto a servir a los Fideles que vendrán. No como un lacayo, sino como sirve un revolucionario a la causa de su pueblo: con consciencia y militancia organizada.


Duerme y sueña Buenaventura preñando Fideles, naciéndolos y criándolos. Amanece como todos los días, mateando y juntando en cada sorbo las fuerzas que emanan de los caídos de nuestra américa. Le da un adiós a Fidel y vuelve al trabajo a abrazar a la causa constructora del mundo nuevo.


Se comunica con los camaradas con el sólo objeto de decirles una vez más ¡Hombro con hombro hasta la victoria!

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