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  • Magdalena Broquetas*

El herrerismo en las derechas del Uruguay. Entrevista a Magdalena Broquetas


Ilustración: Julio Castillo


Hemisferio Izquierdo: ¿Podemos hablar de diversos linajes de la derecha en Uruguay? ¿El herrerismo, el riverismo, el ruralismo? ¿Qué relaciones hay entre ellos, dónde se solapan y dónde se diferencian?

Magdalena Broquetas: No hablaría de linajes sino de familias ideológicas porque lo que pueden reconocerse son constantes en relación a grandes asuntos como el vínculo con el sistema de partidos y con la democracia representativa o el posicionamiento ante el principio de igualdad universal y el rol del Estado. También pueden reconocerse algunas líneas de larga duración en la propensión y justificación del empleo de la violencia represiva.

En las tres primeras décadas del siglo XX se consolidó un corpus de ideas y de actitudes de derecha que, en adelante, vertebró las definiciones y las prácticas de grupos que pertenecen a culturas políticas que tienen un desarrollo hasta la actualidad. Tomando como eje la cuestión del liberalismo pienso en la familia de la derecha moderada (liberal y liberal-conservadora) y la extrema derecha (antiliberal). Claramente la primera ha sido hegemónica pero eso no impidió una presencia sostenida y con capacidad de agencia de la segunda. Aunque no tuvieran tanto en común en sus definiciones y en su práctica, estas familias ideológicas han entablado alianzas ocasionales -fundamentalmente cuando han sentido amenazados sus privilegios de clase y sus certezas con respecto a la dominación social-, lo cual puede verse claramente en las coyunturas de reacción en las que se han formado verdaderos frentes de derecha integrados por actores muy disímiles a primera vista.

Los términos herrerismo y riverismo aluden a agrupaciones políticas surgidas en la segunda década del siglo XX dentro del Partido Nacional y el Partido Colorado, respectivamente. La denominación herrerismo alude a una corriente ideológica del Partido Nacional, que tomó su nombre de Luis Alberto de Herrera, líder del sector desde inicios del siglo XX hasta su muerte en 1959. Herrera fue uno de los ideólogos del liberalismo conservador que se opuso al programa reformista del primer batllismo. Estaba en la política desde fines del siglo XIX pero fue hacia mediados de la década de 1910, en el marco de los esfuerzos por reformar el sistema electoral para lograr el voto secreto y la representación proporcional, cuando se transformó en líder de un sector del Partido Nacional que desde la elección de 1916 se conoció como “herrerismo”, por oposición al “lussichismo” (expresión que aludía a los seguidores de Antonio Lussich, quien en 1931 fue uno de los fundadores del nacionalismo independiente, que se transformó en la otra gran vertiente del Partido Nacional en el transcurso del siglo XX).

Pedro Manini Ríos (fundador y líder del “riverismo”) era alguien muy cercano a Batlle y Ordóñez. En 1913 cuando Batlle expuso su proyecto de reforma política basado en un gobierno colegiado, lideró una escisión a la derecha dentro del Partido Colorado que derivó en la formación del Partido Colorado General Fructuoso Rivera(1). Manini canalizó de manera muy hábil el temor que despertó el reformismo social del batllismo dentro del Partido Colorado. En los años siguientes, el riverismo –como se conoció popularmente a este sector- fue ensanchando su marco de alianzas tanto dentro como fuera del Partido Colorado. Su vocero periodístico fue el diario La Mañana, fundado en 1917.

Las corrientes herrerista y riverista se inscriben desde sus orígenes en la familia del liberalismo conservador, que se opuso a lo que Gerardo Caetano ha denominado como “republicanismo solidarista”, encarnado fundamentalmente en los sectores reformistas del Partido Colorado. Como señalé, surgieron como sectores partidarios y fueron, además, corrientes de pensamiento que trascendieron a las agrupaciones partidarias. Por nombrar solo un ejemplo, tanto Luis Alberto de Herrera como el corpus de ideas herreristas fueron reivindicados por el revisionismo histórico, incluso más allá de Uruguay e incluso organizaciones de extrema derecha de los años sesenta se nutrieron del pensamiento nacionalista de Herrera y honraban su trayectoria. En relación al riverismo tuvo una prolongación en el ruralismo y hasta en los movimientos sociales conservadores de los sesenta y setenta.

El riverismo se disolvió como grupo político en 1938 (y Pedro Manini Ríos abandonó la política en 1942) pero creo que bien puede decirse que la corriente de pensamiento se mostró mucho más perdurable como corpus de ideas y como identidad política, siempre en el ala derecha del Partido Colorado. Carlos Manini Ríos, hijo de Pedro, se dedicó desde muy joven a la política y escribió libros sobre la actuación de su padre que devinieron -como ocurrió también con la más profusa obra de Herrera- en historias de parte sobre el origen y la proyección de la corriente política a la que representó hasta avanzados los años 80 del siglo XX. Sin sub-lema propio desde 1938, en las siguientes instancias electorales el riverismo se integró a diversos sectores de la derecha colorada y en 1962 confluyó en la Unión Colorada y Batllista. Su hermano, Alberto, también tuvo actuación política, aunque de menor relevancia. Durante todo el siglo XX, La Mañana fue vocero y tribuna política de los sectores colorados que se autodefinían como liberales, contrarios al dirigismo económico y al estatismo. En 1970, cuando se creó la JUP, el suplemento del interior de La Mañana (el suplemento verde) sirvió de base para difundir la actividad y contribuir a la organización del movimiento que estaba liderado por Hugo Manini Ríos, nieto de Pedro e hijo de Alberto. Desde sus orígenes el riverismo tuvo fuerte influencia en el Ejército (mayoritariamente anti-batllista) y esto fue algo se prolongó por décadas.

El Partido Nacional (y en particular el herrerismo) y el riverismo dentro del Partido Colorado lideraron la primera reacción organizada de las derechas en el siglo XX. Hablamos de reacción porque se buscaba poner un freno a las reformas de los gobiernos batllistas que cuestionaron desde sus cimientos el orden conservador. El reformismo había colocado al Estado en el centro de la vida económica, dándole un rol clave en la regulación de las relaciones y las tensiones entre trabajadores y patrones. Tanto la derecha política como los nuevos grupos de presión empresarial entre los que sobresalía la Federación Rural, rechazaban las nacionalizaciones de servicios públicos fundamentales, las iniciativas para combatir al latifundio y el impulso a la legislación social que otorgaba derechos a los trabajadores e intentaba compensar la desigualdad en otros planos. Me refiero, por ejemplo, a las medidas para compensar a las mujeres en lo que el batllismo entendía como una condición de vulnerabilidad intrínseca, entre las que se destacan la aprobación de las leyes de divorcio en 1907 y 1913 y las mejoras en las posibilidades de acceso a la educación formal.


En 1929, ante un nuevo impulso reformista del batllismo (creación de nuevas empresas estatales y obtención en 1930 de la mayoría en el Consejo Nacional de Administración, una de las dos ramas del Poder Ejecutivo según las constitución de 1919) estos mismos sectores impulsaron una ofensiva antidemocrática. Si en el primer momento de esa reacción habían logrado constreñir al reformismo, en 1933 se propusieron arrancarlo de raíz. Esa fue la victoria de la comunión de derechas partidarias, lideradas por Luis Alberto de Herrera y Pedro Manini Ríos, y gremiales patronales que impulsaron el auto-golpe del presidente Gabriel Terra y la dictadura en los años 30. Durante la dictadura de Terra (1933-1938) el herrerismo y el riverismo tuvieron un rol protagónico y privilegiado.

El ruralismo también pertenece a la familia del liberalismo conservador. Como movimiento organizado se consolidó en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Como ha demostrado Raúl Jacob, el proceso se inició con la transición hacia la democracia en Uruguay (1938-1943) y estuvo íntimamente ligado a las preocupaciones del sector ganadero que empezó a sentir las repercusiones del resquebrajamiento de la alianza que había impulsado el golpe del 33 y se había visto favorecida en sus intereses de clase en el transcurso del terrismo. Durante el gobierno de Juan José de Amézaga (1943-1947) se concretaron muchos de los temores del sector: se profundizó el proteccionismo económico y tuvo lugar un gran impulso en materia de seguridad social. Entre las iniciativas que más preocupaban al sector terrateniente y agroexportador figuraban diversos proyectos sobre tenencia de tierras y la extensión del régimen de Consejos de Salarios -garantizado por ley en 1943- a los trabajadores rurales. Esta posibilidad era vista como un estímulo a la sindicalización de los asalariados rurales, en un momento de expansión y crecimiento en la capacidad de presión del movimiento sindical. Para evitar que esos sectores fueran captados por el sindicalismo clasista, se puso en marcha una estrategia de organización popular “desde arriba”. Domingo Bordaberry y Benito Nardone promovieron la fundación de asociaciones rurales en la que se fomentaba la participación de todos los habitantes del medio rural. Prevalece la idea del policlasismo conciliador (algo que históricamente está muy arraigado en la concepción del liberalismo conservador, paternalista en su mirada hacia el universo social), que es lo opuesto al gremialismo clasista. Alción Cheroni lo caracterizó con un ejemplo claro de movilización tutelada, una reacción reconocible en actores liberal-conservadores en contextos en que las masas adquieren protagonismo en la participación política. El modelo conservador reaccionario encarnado en el ruralismo incorpora la movilización de las masas pero controlándolas. El ruralismo fue un movimiento suprapartidario. En su discurso criticaba los privilegios de las clases altas terratenientes y sostenía querer “democratizar” la Federación Rural.


En síntesis, el imaginario y discurso ruralista es muy anterior, pero el movimiento ruralista como organización gremial autónoma data de este momento. Surgió como un movimiento impulsado por terratenientes desde dentro de la Federación Rural en la década de 1940 y en 1951 se fundó la Liga Federal de Acción Ruralista, configurando un espacio mucho más amplio, que concitó la adhesión de sectores medios y bajos y de un grupo destacado de intelectuales, en su mayoría de tradición herrerista y exponentes del revisionismo histórico. Su principal impulsor, Domingo Bordaberry, era una figura importante del riverismo. Político, abogado, empresario rural y periodístico, Bordaberry había sido dirigente de la Asociación Rural del Uruguay y fundador de la Federación Rural. Convocó a Benito Nardone, un periodista radial, que había trabajado en el diario de su propiedad (el terrista El Pueblo y Diario Rural), quien acabó siendo el verdadero líder y la cara visible del movimiento. Domingo Bordaberry falleció en 1952, muy poco después de la creación de la Liga Federal.

En los años cincuenta, entre las coincidencias con el herrerismo y el riverismo debe destacarse su defensa del liberalismo económico, el rechazo al modelo de industrialización impulsado por Luis Batlle y el repudio al intervencionismo estatal y un profundo anticomunismo (que en esta época debe leerse como antibatllismo quincista y anti-sindicalismo clasista). En el orden de las representaciones entre el ruralismo y el herrerismo hay grandes similitudes entre la visión del pasado histórico y la defensa de un imaginario nacional. Ambos abrevan del nacionalismo conservador y del revisionismo histórico rioplatense. Desde ambas filas se reivindicaban los orígenes católicos e hispánicos de la nacionalidad (por oposición al cosmopolitismo promovido por el batllismo) y se elogiaba el “campo” como verdadero motor de la riqueza nacional, por oposición a la “ciudad”, a la que se identificaba como espacio succionador y ámbito de comportamientos viles y corruptos. El riverismo también se ha diferenciado históricamente del batllismo (urbano, cosmopolita) por su ligazón con el mundo rural, tanto en lo que refiere a la representación de los intereses de los estancieros como en el orden de las representaciones simbólicas.

Sin embargo, mientras que el herrerismo y el riverismo eran defensores del liberalismo político, el movimiento ruralista fue mucho más oscilante y pragmático. En sus formas organizativas se inspiró en los populismos (vio con especial interés el fenómeno peronista) y al margen de las pertenencias de sus portavoces no mostró una fuerte identificación partidaria. En su discurso, el ruralismo hablaba de la necesidad de superar a las comunidades partidarias y retomaba el viejo anhelo de formación de un partido ruralista. A comienzos de los cincuenta, no apoyó la reforma constitucional que promovía un nuevo sistema colegiado, impulsada, entre otros, por el herrerismo y la derecha colorada antibatllista. En 1954 el ruralismo hizo campaña para lograr la restitución del presidencialismo y la instauración de un poder ejecutivo fortalecido. También tuvo una temprana orientación filo-estadounidense, que en el herrerismo se dio recién en los 60.

En lo que refiere al retorno al presidencialismo, el herrerismo y parte de la derecha colorada cambiaron su posición antes de las elecciones nacionales de 1958, cuando la crisis económica y social empezaban a mostrar sus primeras facetas. El ruralismo reeditó la iniciativa de reforma constitucional y se puso en marcha un movimiento reformista que contó con el apoyo de Herrera dentro del Partido Nacional y Alberto Demicheli, líder de la agrupación colorada independiente Unión Demócrata Reformista. A mediados del 58, cuando todo parecía indicar que la reforma no iba a obtener los votos necesarios, el ruralismo aceptó la invitación de Herrera para concurrir a las urnas bajo el lema Partido Nacional, alternando candidatos de ambas comunidades para el Consejo Nacional de Gobierno (Poder Ejecutivo de la constitución vigente entre 1951 y 1966). Finalmente, ese fue el lema ganador en las elecciones nacionales de noviembre de 1958.

El colegiado que asumió el 1º de marzo de 1959 quedó integrados por seis representantes “herrero-ruralistas” (concretamente, tres herreristas y tres ruralistas) y tres consejeros correspondientes al lema Partido Colorado, que le siguió en votos (dos batllistas quincistas y uno catorcista). El nuevo gobierno representaba los intereses del sector agropecuario, que exigía el final del modelo urbano-industrial y el desmantelamiento del contralor de cambios, herramienta de la política de redistribución neo-batllista a la que responsabilizaban por las transferencias de recursos que, a su juicio, redundaban en atraso tecnológico y productivo del sector. El programa económico del herrero-ruralismo que triunfó en 1958 tenía numerosos puntos de contacto con los postulados que defendían el FMI y el Banco Mundial para América Latina. Ese fue un punto de inflexión importante en lo que había sido por parte del herrerismo el tradicional rechazo de la injerencia estadounidense en asuntos internos. En lo que refiere a las operaciones de propaganda y difusión cultural, entre 1959 y 1962, período que coincide con el colegiado herrero-ruralista, el gobierno estadounidense destinó en Uruguay muchos recursos a promover programas de líderes (sindicales, estudiantiles, culturales) y apoyó espacios alternativos al sindicalismo clasista, como el Instituto Uruguayo de Educación Sindical.

No es posible calcular el aporte concreto de votos ruralistas en 1958 pero resulta evidente que hubo un trasiego de votos colorados gracias al ruralismo. Quien no tuvo dudas de esto fue Nardone, que tan pronto empezó a organizarse el nuevo gobierno reivindicó mayor protagonismo, dando origen a un fuerte conflicto con Herrera en los que fueron sus últimos días de vida. Herrera falleció en abril de 1959 dejando una huella a largo plazo pero también en lo inmediato puesto que su colectividad política quedó dividida en relación a la contienda que había mantenido con Nardone, al que tildó de “comadreja colorada” que se había escabullido en el “rancho de los blancos”.

En el Partido Nacional, la alianza del ruralismo con el herrerismo fue reivindicada por Martín Echegoyen, que pasó a ser la figura principal del denominado “eje herrero-ruralista”. Otros herreristas de larga trayectoria, Eduardo Víctor Haedo, Luis Gianattasio o Alberto Heber Usher constituyeron el “herrerismo ortodoxo”, que se mantuvo fiel al desencanto que Herrera había tenido con Nardone. En el 62 el “eje herrero-ruralista” disminuyó su caudal de votos pero fue el lema más votado en el senado. En el marco de esta alianza, un ruralista como Juan María Bordaberry volvió a ser electo senador para el período comprendido entre 1963 y 1965. Nardone murió en 1964 dejando al ruralismo sin un recambio evidente de liderazgo y ante la disyuntiva en relación al rumbo a seguir. Bordaberry abandonó la alianza y procuró revitalizar la Liga Federal de Acción Ruralista en el plano gremial. En 1969 se integró al Partido Colorado y se mantuvo cercano al presidente Pacheco Areco, quien lo nombró Ministro de Agricultura y Ganadería, cargo que ejerció hasta 1972.

En las elecciones de 1966, los ruralistas que decidieron mantener el acuerdo con el herrerismo convergieron en la llamada “Alianza Nacionalista”, quedando en minoría dentro del Partido Nacional. En 1971 el herrero-ruralismo echegoyenista y el grupo de Alberto Heber Usher (que hasta entonces había mantenido un sub-lema propio) convergieron en el apoyo a la candidatura presidencial del Gral. Mario Aguerrondo.

Cuando Bordaberry asumió la Presidencia de la República, en marzo de 1972, contaba con un respaldo parlamentario insuficiente (7 senadores y 28 diputados). Aunque con algunas excepciones, logró el apoyo del Partido Colorado pero no del sector mayoritario del Partido Nacional, identificado con el wilsonismo. En junio de 1972 alcanzó un acuerdo con sectores del herrerismo que en la época se conoció como “pacto chico”. En las bases de acuerdo, por el que accedieron tres representantes nacionalistas al gabinete ministerial, estaba la voluntad de impulsar leyes para mejorar la seguridad interna del Estado, reformas en la enseñanza y un plan de desarrollo económico.

Después del golpe de Estado de junio de 1973, concretado por Bordaberry con apoyo militar, la conducción del Estado quedó en manos de una alianza de militares y civiles, estos últimos procedentes en su mayoría del pachequismo y del echegoyenismo.


HI: ¿Cómo caracterizarías al herrerismo desde una perspectiva histórica? ¿Es un actor relevante para entender la secuencia larga de las derechas uruguayas?

MB: A pesar de que fue atravesando modificaciones en el transcurso de más de un siglo, como corriente política el herrerismo demostró algunas constantes que hacen a su identidad y coherencia interna. Me refiero a la oposición al estatismo y la valorización de la iniciativa privada y del sector privado en general; el rechazo a la idea de una distribución más justa mediante el sistema impositivo (fuerte rechazo a la política impositiva que grave al sector privado); una concepción paternalista del orden social (lo cual se condijo históricamente con la voluntad de solucionar las consecuencias negativas de la desigualdad pero no con la implementación de programas que apuntaran a superar la desigualdad estructural) y la reivindicación de un imaginario nacionalista que reivindica en términos culturales la tradición ruralista. Las agrupaciones políticas que se reivindicaron herreristas dentro del partido se mantuvieron fieles a los principios del liberalismo conservador.


HI: ¿Qué tienen en común y qué de diferente el herrerismo de la primera mitad del siglo XX con el actual?


MB: El herrerismo actual sigue siendo un gran defensor de la iniciativa privada, de la economía de mercado y demostrando recelo ante lo público. Veo también una línea de larga duración en lo discursivo en la visión con connotaciones negativas en cuanto a la existencia de ideologías. El herrerismo históricamente mostró un rechazo al doctrinarismo, que tiene su contrapartida en la idea de que la gente quiere “vivir tranquila” y las ideologías son vistas como factores espúreos de desestabilización. Esto se traduce en una visión del mundo social de tipo paternalista, que se expresa en una legítima preocupación por los sectores populares (“los humildes) pero desde una posición que no busca superar las diferencias de clase sino amortiguar los efectos de la desigualdad. Identifico una continuidad en el imaginario cultural en un sentido amplio. Continúa ensalzándose un tipo de nacionalismo cultural conservador que identifica en el medio rural las “verdaderas” tradiciones “orientales”. Probablemente también hay una continuidad en los apoyos sociales del sector.


En relación a las diferencias más obvias, ya no se percibe esa definida actitud de oposición a la política de Estados Unidos que caracterizó al antiimperialismo herrerista en la primera mitad del siglo XX, ni la tendencia americanista de solidaridad continental contra la avanzada imperialista estadounidense. En la primera mitad del siglo XX el herrerismo se sintió atraído por varios aspectos de las experiencias fascistas europeas. El propio Herrera manifestó su apoyo por los fascismos y el franquismo. No es algo que tenga su correlato en la actualidad. Creo que también hay una relación distinta con el mundo del trabajo, los movimientos sociales y los sindicatos. No veo un herrerismo que tenga un discurso de estigmatización de los movimientos sociales, ni un discurso antisindical o que condene la protesta social.


(1) En sus “Apuntes” Batlle presentó la idea de un Poder Ejecutivo colegiado integrado por nueve miembros que se renovaría de a uno por año. Creía que esa era la vía adecuada para garantizar la permanencia y profundización de las transformaciones realizadas. De esta manera se garantizaba que la oposición solo alcanzara la mayoría si ganaba las elecciones por cinco años consecutivos.

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