Ilustración: Mariana Escobar
Se burlan de mi
Abusan de mi
Me tocan
Me humillan
Me acosan
BASTA
No estoy SOLA
Se ríen de mi
Se aprovechan de mi
Me acosan
Me tocan
Me usan
BASTA
No estoy SOLA
Me violentan
Me violan
Me torturan
Me matan
BASTA
No estoy SOLA
BASTA
No estamos SOLAS
Hoy, el feminismo ha venido para quedarse. Lo saben. Lo sabemos. No se trata de una moda, de una movilización pasajera. El feminismo vino para cambiarlo todo. Cambiar las relaciones productivas, los vínculos de amor, las formas de estar, sentir y ser, las formas de militar, de protestar, de resistir y de crear, cambiar lo micro, cambiar lo macro.
Ya no estamos solas ante el abuso, la humillación, ante la violación, ante la opresión. Somos fuerza que irradia multitud. Somos niñas, adolescentes, adultas, viejas. Somos cuerdas, locas, presas y discapacitadas. Somos blancas, negras, indígenas. Somos de acá y de allá, de ayer y de hoy. Somos madres y no. Somos heterosexuales, lesbianas, trans, travas. Somos disidencia.
La derecha avanza y el fascismo asoma como escenario posible. La respuesta conservadora ante todo lo que el feminismo ha logrado visibilizar se hace cada vez más notoria. ¿Pero por qué hoy? ¿Por qué ahora? Esta contracara visibilización/respuesta conservadora no está exenta de la coyuntura regional. Basta recordar los asesinatos de Berta Cáceres o Marielle Franco para entender que se trata de un movimiento político extremadamente reaccionario que pretende acallar nuestra lucha arrasando incluso con nuestras vidas.
En Uruguay los avances en materia de género desde el Estado han sido tímidos, y esa falta de compromiso real con la transformación social (que se traduce, por ejemplo, en la no asignación de presupuesto a la Ley Integral de Violencia de Género, o en el apoyo a un emprendimiento como UPM, que sabemos traerá más trata y explotación sexual), sumado a la reorganización del capital y las fuerzas reaccionarias (derechas e iglesias católica y pentecostales), ha posibilitado, en cierta medida, la construcción de un sentido común conservador que es el que hoy se expresa en contra de la guía de educación sexual de ANEP, recolectando firmas para anular la Ley Trans, exigiendo más seguridad y pena de muerte.
Sumado a esto, aparecen los oportunistas, intelectuales de la incorrección política que aprovechan la visibilidad que tiene el feminismo y la amplificación que les da la prensa para echar a andar su resentimiento. Vienen de la academia o incluso de la propia izquierda, con análisis reduccionistas, que o bien se sostienen en los mismos argumentos que la Iglesia (como la esencialización del sexo), o en generalizaciones burdas sin sustento real (como acusar a todo el feminismo de ser financiado por organismos internacionales), incapaces de profundizar en la pluralidad y complejidad del movimiento, así como de situarse a sí mismos como parte del problema.
¿Qué orden impugna el feminismo para desatar tamaña reacción? ¿Cuál es el sustrato profundo que se está moviendo y genera tanto malestar? ¿Cómo no estar en la mira de la restauración conservadora y la incorrección política si nuestra impugnación es total?
Cuando las mujeres hacemos de nuestra opresión un tema político, descubrimos que esto no se salda con cuotas, paridad, presupuesto y representación política, porque tiene anclajes más profundos y potentes que lo que un cúmulo de reformas pueden arreglar. Somos nosotras las que bancamos fundamentalmente las agresiones de la pobreza, pues la pobreza también se expresa de manera diferencial en los cuerpos femeninos y feminizados. La precarización de la vida y la avanzada conservadora apuntan contra nosotras, y parece que la defensa de la vida misma y su reproducción se juega allí: la familia, la monogamia, la heteronorma y los trabajos que hacemos de forma no remunerada.
¿Cuánto representa el trabajo que las mujeres hacemos y no tiene reconocimiento social ni remuneración, pero conforma el sostén del propio capitalismo? ¿Qué pasaría si éste se convirtiera en mercancía y se pusiera en juego valorizándose en el mercado? ¿De qué se trata este vínculo fundamental entre la lucha feminista y la lucha contra capitalismo en su variante más conservadora?
No es raro que la restauración conservadora arremeta contra nosotras si la organización de la vida cotidiana está a disposición del funcionamiento del capitalismo. Este efine para nosotras la superexplotación y el desempleo, la doble jornada laboral y la brecha salarial, la mercantilización de nuestros cuerpos a través de la explotación sexual y la trata.
Sentimos el desgarro cuando le quitan la vida a una de nosotras, cuando militamos a la par de los compañeros varones pero los réditos políticos siempre los llevan ellos, cuando denunciamos a nuestros abusadores y nadie nos cree. El acceso a nuestros cuerpos y el control de nuestra sexualidad es sostenido por la corporación masculina en todas sus formas y dispositivos estatales: la salud, la educación, la justicia.
¿Cómo incide el desarrollo del feminismo en la composición misma de las estructuras políticas tradicionales y los espacios de organización como los sindicatos? ¿Qué manera encontramos para revalorizar los cuidados y el lugar de las mujeres también en estos espacios? ¿Cómo resolvemos los abusos y las violencias con nuestros compañeros de vida, nuestros hermanos de clase, si esto pareciera ser el pretexto perfecto para no abrir la boca? ¿Cómo nos planteamos una militancia compartida si los espacios existentes reproducen el sexismo y las propias estructuras militantes promueven delegados sindicales “full time” a costa de que la crianza de sus hijxs la garantice su compañera? De qué manera construimos espacios en los que la militancia y los cuidados sean también una prioridad política, considerando que la conducción mayoritaria del movimiento sindical está escindida del movimiento social en general (pensemos sino en la falta de apoyo a la campaña contra la Ley de Riego), y ajeno al llamado del feminismo para garantizar el paro del pasado 8M.
Hace tiempo que las feministas venimos ocupando todos los espacios y luchando para transformarlos, para hacerlos habitables, pero en el camino muchas compañeras terminan siendo expulsadas por cansancio, por indiferencia, por falta de condiciones para permanecer allí. Necesitamos más reflexión entre varones, más escucha, un pienso sincero y crítico de su lugar de privilegio y las alianzas masculinas que acaban tejiendo con los hombres de las clases dominantes cada vez que ejercen su dominio sobre nosotras de manera incuestionada. Porque son esos pactos masculinos interclasistas los que fragmentan la lucha, no nosotras que estamos empeñadas en romperlos.
Hace tres años que el 8 de marzo funciona como un importante dinamizador de la lucha feminista, propiciando la creación de una variedad de nuevos colectivos y de asambleas de mujeres, lesbianas y trans que se multiplican en diferentes barrios, sindicatos, espacios sociales y políticos. Un ejemplo de ello son las iniciativas surgidas de las mujeres de la educación, como el Colectivo de Maestras Feministas, la Comisión de Mujeres de ADES y las recientes asambleas de mujeres de UTU y de educadoras sociales. Sin olvidar a las murguistas que le han recordado al público carnavalero y a la sociedad uruguaya en general que “sin nosotras, no hay carnaval”. Las asambleas gordas, de disidencias sexuales, aquellas donde se piensa la trata y la prostitución (El Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas y Trans estampó en un pañuelo rojo la consigna “En resistencia contra la trata con fines de explotación sexual y el sistema prostituyente. Nuestros cuerpos no se compran”), las de madres que discuten el mandato de la maternidad y se proponen elaborar maternidades feministas (como la reciente colectiva Desmadre), las de mujeres negras e indígenas. Hacemos de nuestras identidades una potencia constructiva y no una bomba fragmentaria en torno a las diferencias. Construimos un feminismo con todas, con todes, desde el amor, los afectos y el deseo de cambiar la vida.
La huelga feminista le muestra al mundo que nuestras vidas son un problema político y que sin nosotras el mundo para, se detiene, y lo que parecía un movimiento estrictamente prefigurativo se desborda en alcance, se internacionaliza.
Ante la avanzada de la derecha y el conservadurismo en la región, ¿no es acaso el feminismo una forma progresiva de procesar el malestar y el descontento social por izquierda, un camino hacia la transformación total de la vida? Desde Hemisferio Izquierdo, intentamos con este número aportar al pienso de cómo hoy se mueven los feminismos, y qué salidas podemos encontrar a las múltiples violencias que nos atraviesan como mujeres y disidencias.