En el II Manifiesto de Hemisferio Izquierdo manejamos la tesis de que estamos ante el agotamiento de las estrategias de conciliación de clases, en particular en América Latina, de los progresismos, lo que provoca un estado de malestar social que requiere ser interpretado y disputado. ¿Te parece adecuada esa idea? ¿Compartís su centralidad? ¿Qué implicancias se derivan de ello?
Vale la pena rascar en algunos elementos. Desde que ganó, el FA el malestar concreto no cesó porque había y hay muchos orientales que la pasan muy mal y había y hay problemas graves hijos de la degradación social propia de la desigualdad y la dependencia que caracterizan nuestra sociedad, de la desestructuración social y la falta de identidad y proyecto colectivo solidario, como la pobreza, el desempleo, la carencia de vivienda, la depresión, el suicidio, las adicciones al juego, al consumo, al alcohol y otras drogas; la violencia social rapiñera y la violencia machista que tiene como manifestación más grave decenas de mujeres asesinadas por año. Lo que varió fue donde se depositó la responsabilidad. De hecho, la izquierda revolucionaria debió aprender a lidiar con el malestar sin quedar excluida de la esfera del debate político, de la interlocución política con las grandes mayorías. Porque al malestar se le oponía una esperanza feroz en el proceso progresista, una deslegitimación abrumadora de la derecha como alternativa y una realidad económica y política que mostraba permanentes pruebas de movimiento y superación gradual de algunos problemas importantes y avances en derechos.
Podríamos decir que nosotros éramos los que “más vivíamos” el malestar porque oponíamos al proceso progresista una comparación abstracta de cambio social de mayor calado, un programa de reformas más estructurales, básicamente un cambio que disputara poder para garantizar procesos de mayor igualdad social duradera y no tan asociada al flujo transitorio de renta agraria. Nuestro malestar era en “tiempo histórico” y “estrategia”, mientras que el “tiempo presente” decía que la cosa iba. En este período muchos militantes nos "refugiamos" en la lucha social y “cedimos” la síntesis política al progresismo. A nuestro modo nos cuadramos. Hicimos lo que entendimos teníamos que hacer para continuar un proceso histórico de unidad del movimiento popular y la izquierda social. Hicimos lo que nos daba la fuerza: mantener encima de la mesa la critica sistémica y el horizonte socialista, estar en la base cuando un contingente brutal de militantes asumieron responsabilidades de gobierno, rascar en la estrategia cuando el posibilismo nublaba la vista, no parar de formarnos y aprender. Intuíamos que esto era insuficiente, que era necesario asumir nuevos desafíos político-organizativos y ahora salta a la vista que lo es. Lo paradógico es que tuvimos que aprender a lidiar con una subjetividad de esperanza ingenua en el país de primera (ingenua porque soñaba con que era posible un cambio duradero socializante sin confrontación con la clase dominante) y ahora debemos reaprender a hacer lo que siempre hicimos que es señalar que los males más acuciantes que tenemos las personas tienen que ver centralmente con las relaciones sociales capitalistas, con un proyecto civilizatorio vacío de sentido y una inserción dependiente del Uruguay y América Latina.
El “tiempo presente” nos da la razón, se junta con el “tiempo histórico”, pero no tenemos para ofrecer un vehículo con cuerpo que permita poner arriba de la mesa un camino alternativo.
La derecha hizo su juego correctamente todo este tiempo, que es jugar al desgaste y mantener la posición de hegemonía dentro de la oposición al progresismo. Mantuvo su lugar en la economía y se hizo fuerte allí. Agazapada se llenó los bolsillos, invirtió como siempre en los medios de comunicación, siguió pagando intelecto para proyectar sus movimientos con astucia. Al principio parecía que le costaba recomponerse del golpe progresista porque era un continente que se encaminaba en ese sentido. Pero poco a poco fueron dando con la forma: a la subjetividad esperanzada le montaron un cuquito “por la positiva” y como a la economía no la podían criticar demasiado en un contexto de crecimiento y mejora de distribución del ingreso, centraron sus baterías en educación y seguridad, temas sensibles si los hay. Primero con la “baja” y ahora con la “militarización” intentan ocupar el sitio de la autoridad y el orden. Ante la incapacidad de criticar un rumbo que arrojaba resultados concretos para mucha gente, colocaron las baterías en la gestión, intentando posicionarse desde el lugar de la capacidad. En la región, la corrupción fue el asunto principal y acá lograron su chivo expiatorio con Sendic y Ancap, intentando ocupar el sitio de la transparencia y la defensa del dinero de la gente.
Antes, durante y después, lograron que la ideología del mercado centrara la forma de hacer política y de pensar el estado y combatieron ferozmente todo intento de reposicionar el socialismo en el horizonte de alternativas. Jamás abandonaron la batalla ideológica, teniendo los organismos multilaterales, al mercado y el consumo como principales propagandistas. La izquierda revolucionaria, sombreada totalmente por el progresismo no pudo más que clavar la estaca y resistir. Las debilidades y fragmentación propias, la debilidad de cuadros populares, el ínfimo entramado comunicacional con la masa y el enojo impotente desembocan en el vacío parcial que hoy tenemos aquí y en otros países que transitaron proyectos neo-desarrollistas: cuando la derecha logra taclear al progresismo (de formas legítimas e ilegítimas), no hay quien agarre con fuerza la bola para seguir pa`la izquierda. Eso es responsabilidad nuestra y de nadie más, no hay lugar para la queja y el llanto.
Los tiempos se aceleran cuando el panorama económico da muestras de enlentecimiento y las cifras de desocupación tuvieron un pequeño aumento, la gente empezó a ver el futuro con menos esperanza y la región fue girando a la derecha. Honduras y Paraguay fueron señeros con golpes duros y blandos de por medio. A partir de ahí el continente apretó el acelerador: Acá montaron operaciones mediáticas brutales de amplificación de los males sociales realmente existentes y comenzaron un operativo muy eficaz de desgaste por múltiples vías para ganar el campo de la sociedad civil y las calles que es un terreno de la izquierda. Los mecanismos centrales para lograr el desgaste en Uruguay son inclusión financiera (apuntando a barrer para adentro al pequeño comercio), sector agropecuario (apuntando a recuperar parte del interior que había ganado el FA y relanzar el programa de achique del Estado y las privatizaciones), seguridad (apuntando a ganar pueblo trabajador) y anti-diversidad / antifeminismo (apuntando a abroquelar el cerno conservador). Cada iniciativa monta grupos en las redes sociales que permiten el bombardeo deslegitimador del gobierno. Los disparates que pueden escucharse en boca de la gente son inimaginables, pero no importa.
La búsqueda es la desafiliación de esa población del proyecto progresista porque saben que las otras alternativas de izquierda son débiles y no serán vistas como alternativa real por la masa. Con la hegemonía sobre la oposición, el desgaste del gobierno es capital para la derecha. Están muy cerca de recuperar el Estado que es la pieza de disputa central de la lucha de clases hoy día.
La centralidad de la disputa del malestar es la centralidad del movimiento en el cambio social. Cuando hay malestar, hay un cuerpo social presto al movimiento en un nuevo sentido. Lo que hace la derecha es doble: generar el contexto de amplificación del malestar y direccionarlo. Nosotros estamos unos cuantos pasos atrás: debemos disputar la dirección del movimiento de la realidad pero sabiendo que el ajedrecista rival tiene la jugada armada hace rato.
Lo que nos abruma ahora es que resulta insuficiente estar en la base y una nueva síntesis que proyecte fuerza no se construye así nomás. Estamos como perro embosalado queriendo participar de una contienda para la que no nos inscribimos.
El progresismo insistirá probablemente en un camino que debilita a la izquierda, asillona militantes e hipoteca el sustento de masas de un proyecto de transformación más igualitaria. El progresismo se come el desgaste de los problemas propios del capitalismo uruguayo porque no puede criticar lo que no va a modificar.
Quien no se mete con los ricos, quien no se mete con los recursos estratégicos, quien tiene entre sus filas a varios pitucos acomodados no puede pedir paciencia y comprensión a los pobres.
Obviamente, ante una arremetida de la derecha no son tiempos de golpear al frenteamplismo de izquierda porque estructuran el paraguas real sobre el que puede disputarse el Estado y catapultarse una síntesis de mayor profundidad. El progresismo, en acuerdo o en desacuerdo, es siempre el piso sobre el cual debemos proyectar las transformaciones porque es la síntesis de cambio que forjó nuestro pueblo durante décadas. No sirve para nada sentarse a esperar que la derecha rancia haga pedazos al progresismo como en Brasil para señalarlo con el dedo y decirle "esto es tu culpa".
Cuando hablamos de una estrategia de conciliación de clases hablamos con los socialistas. No con aquellos integrantes del progresismo cuyo horizonte es la conciliación, es la perpetuación de la desigualdad. Pero la forma de debate para nosotros refiere a la política de alianzas. ¿Con quienes nos estamos aliando? ¿Con quiénes no nos vamos a aliar jamás? ¿Qué se negocia y que no se negocia en esa alianza?
Cuando uno escucha al frenteamplismo de izquierda, el marco de alianzas es el movimiento popular: trabajadores, estudiantes, cooperativistas, feministas, pequeña producción y pequeño comercio, intelectuales y artistas. Pero el progresismo no es tan claro ni acotado, sino no sería problema para nadie porque no hay conciliación sino diversidad bienvenida.
En una alianza no se negocia sufrimiento popular. Ante un ajuste no está en discusión quien lo paga. Es en ese sentido que parece agotarse esta alianza de clases: una fuerza socialista no puede "gobernar" un ajuste antipopular mientras siguen habiendo privilegiados que la juntan en pala y mientras los cargos políticos viven acomodados. Parte del malestar que se come el progresismo tiene que ver con la desocupación y falta de perspectivas que creció en estos años. Los socialistas no pueden "gobernar" sin alarma, sin sacrificio en sus filas esa realidad, no pueden recitar estadísticas frías cuando el sufrimiento tiene rostro de camarada. Quedar en medio de ese entuerto es suicida, es dinamitar la base, prender fuego las banderas y colocar las alianzas como si fueran principios, que no es el lugar que tienen en la política.
Las alianzas deben ser claras para las fuerzas socialistas. Hay una negociación consciente de por medio con objetivos claros y cesiones limitadas. En este sentido, la disputa del malestar tiene que ver con una clarificación del campo de alianzas de las fuerzas socialistas. Izquierda social e izquierda política podemos colaborar en direccionar el malestar si lo hacemos desde y para los sectores subalternos. Si lo hacemos contra la derecha y los privilegios. Obviamente no estamos para hacerle el caldo gordo a los "riquillos" progre, ni a los burócratas, ni a varios politiqueros de oficio que hay en sus filas. Pero somos conscientes que hay militantes y fuerzas organizadas que suscriben al progresismo con quienes debemos estar codo a codo. La única forma de disputar el movimiento de la realidad es amplificar desde todos los rincones posibles pocas ideas fuerza, claras y populares.
Aquí algunos desafíos que se desprenden de un nuevo estado de ánimo popular:
No puede quedar dudas sobre quienes defienden derechos y quienes defienden privilegios. Antes no las tenía, pero hoy el pueblo tiene dudas porque al asillonamiento lo acompañan patacones. El político de oficio es un trabajador muy bien pago y para que el pueblo acepte esa remuneración sin chistar, el representante habrá de pelear con uñas y dientes para que el derrame llegue a la base. Sino llega, habrá de ser generoso y auto-imponerse un límite en su salario para que no queden dudas de que los sillones se ocupan por una causa colectiva y no para beneficio particular. Los privilegios son de la derecha. Las carencias son nuestras. Los derechos como letra muerta en la constitución son de ellos. Los derechos que se ejercen son nuestros. Una masa inculta y vulnerable es de ellos. Hombres y mujeres responsables con herramientas y conocimiento es de nosotros. El egoísmo y el acaparamiento son de ellos. La generosidad y la trascendencia son nuestras. Si eso no se ve y vive así, el pueblo castiga.
No pueden quedar dudas sobre quien representa el orden y quien representa el caos. Quien representa la autoridad social y quien el capricho del dinero. Quien una sociedad con todos y para todos y quien una sociedad de unos pocos para unos pocos. Orden para todos, contra todo parasitismo es la consigna de nosotros. Autoridad social contra todos los desvíos particulares que atenten contra el interés general.
Autoridad y orden contra el acaparamiento de unos pocos ricachones. Autoridad para hacer respetar de forma ecuánime la constitución y los derechos de todos los ciudadanos. Vamos a poner en su sitio a los chorros de guante negro y de guante blanco. Ellos para el gatillo fácil. Nosotros para límites claros con la vida por encima. Ellos para apilar chorros en la cárcel, degradarlos, multiplicar el odio y la profesión del delincuente. Nosotros para construir sentido de responsabilidad y dignidad con disciplina, educación, ciudadanía, oficio, trabajo y oportunidades concretas. Ellos para el caos del libre mercado depredador. Nosotros para el trabajo organizado de acuerdo a las necesidades de las mayorías. Ellos para aumentar el ejército de reserva y disminuir el precio de la mano de obra. Nosotros contra el ocio impuesto que garantiza el desorden y el desanimo.
No puede quedar dudas de quien defiende la democracia y quien representa la subversión de los acuerdos constitucionales. La democracia es un asunto de nosotros. El autoritarismo de ellos. La participación es un asunto de nosotros. La obediencia de ellos. La eficacia de la democracia para solucionar los problemas es un asunto de nosotros. La deslegitimación por inútil de todo espacio público es un asunto de ellos.
No puede quedar dudas sobre quien defiende un Estado mínimo o achanchado y burocrático y quien defiende un Estado popular activo en la economía y los servicios. No puede quedar dudas para la izquierda sobre el lugar clave que tiene la propiedad pública de los bienes y servicios estratégicos. No puede quedar dudas de las razones que motivan a la derecha a sacralizar la propiedad privada. Jamás podemos perder la batalla contra el burocratismo y su manifestación en los dirigentes políticos ni en la estructura de mando funcionarial porque debilita el proyecto de la clase, la divide y le da pasto a las fieras que desean privatizar todo. El
burocratismo es servil a ellos. La decisión colectiva y la delegación de responsabilidades claras, con recursos y poder de actuación eficaz y eficiente es nuestra. Lavarse las manos y mirar para el costado es de ellos. Asumir las responsabilidades y sus consecuencias es de nosotros. La inamovilidad genérica es de ellos. La proyección y la seguridad de los buenos laburantes sin importar su filiación ideológica es de nosotros. El reunionismo infértil y controlador es servil a los intereses de ellos. La democracia con tiempos delimitados para deliberar, decidir y organizar tareas es nuestra. La dirección débil en el campo público es servil a la fuerza del mercado. El mandar obedeciendo a la soberanía nacional planificada es de nosotros. La competencia cruel es de ellos. La cooperación es nuestra. El acomodo de los amigotes en los cargos públicos es de ellos. Los más capacitados en los puestos públicos orientados por el proyecto colectivo es de nosotros. Un Estado raquítico y opaco es de ellos. Un estado activo con control democrático transparente es de nosotros.
No pueden quedar dudas de quienes defienden a los trabajadores precarios, a los cuentapropistas, a los bolicheros, a los pequeños productores y quienes están con la ley de la selva que es la ley del dinero y la competencia feroz donde el grande se come al chico.
Hoy el pueblo tiene demasiadas dudas porque las tiene el progresismo y confunde. Nosotros no tenemos dudas: Igualdad, orden, democracia, Estado activo, estímulo y trabajo garantizado.
A pesar del desinfle del progresismo, parecen aparecer sujetos colectivos potentes en el ámbito de la izquierda social. En el II Manifiesto planteamos como otra tesis central que es necesario la construcción de nuevas referencias políticas de masas, y que estas deben apoyarse en estos sujetos emergentes. ¿Es preciso caminar hacia allí? ¿las herramientas ya existen? ¿hay que construirlas? ¿cuáles son las formas y procesos necesarios a transitar?
Si. Hay que caminar. Con mucha responsabilidad, sin moralina, sin acusaciones de traición y todos esos berretines hijos de la debilidad que han operado como bálsamo para el sectarismo ultrista dentro de la izquierda. Nos necesitamos entre todos los militantes socialistas adscritos a distintas organizaciones políticas y sociales. Hay que ir hacia una nueva síntesis con aplomo y tendiendo puentes sin descanso.
La política de masas no es antojadiza. Es distinto al trabajo de base que estamos acostumbrados a hacer. La política de masas es de cuadros, de adhesión y representación. Se expresa como física pura. Son vectores de fuerza en puja interna dentro de bloques y resultantes que terminan contraponiéndose como oposición binaria. Hoy asistimos a cierta atomización de partidos: Unidad Popular, PERI, Partido de los Trabajadores y Frente Amplio en izquierda y centro izquierda. Partido Nacional, Partido Colorado, Partido de la Gente y Partido Independiente en la derecha y centro derecha. Si uno mira este abanico piensa que no hay nada por inventar. Más aun si abrimos el FA con un amplísimo abanico de fuerzas de izquierda en su interior y algunas organizaciones políticas que no tienen acción electoral.
Pero las construcciones organizativas obedecen a otras razones humanas, no tiene que ver sólo con lo escrito (estrategia, programa, principios, etc.) o con la oferta del ancho de banda electoral. La necesidad de una nueva referencia política de masas en Uruguay tiene algunas motivaciones centrales: A. La existencia de un contingente de militantes que no adscriben al progresismo, que tienen legitimidades forjadas en batallas más recientes y que tiene vocación de militancia. B. Parte de la izquierda extra frenteamplista no tiene vocación unitaria a nivel social y se muestra incapaz de incluir estos sujetos de forma integrada, ni de respetar la autonomía de las organizaciones sociales. C. Hay asuntos medulares para la vida de todos nosotros que no están en la agenda de debate público. D. La profundización de la virulencia de la derecha, E- la necesidad de relanzar una perspectiva socialista amplia con una nueva estrategia de poder.
El FA ha tenido escisiones por izquierda y por derecha lo cual es también sintomático del desgaste, de la lógica de “pases” de la politiqueria de oficio y del agotamiento que ustedes señalan. Ahora son tiempos para resistir la embestida de la derecha yendo a la ofensiva. No hay como buscar el centro porque la polarización la impone la derecha. Si la resultante es producto de los vectores de fuerza en puja, una radicalización de la derecha necesita de una radicalización de la izquierda porque quien busque el punto muerto juega para el lado del enemigo. Si ellos se radicalizan colocando problemas realmente existentes, mas fácil para nosotros porque sabemos que no tienen solución con ellos. ¿Trabajo? ¿Más salario? ¿Menos violencia y mas integración? ¿Educación para todos? ¿Transparencia? La derecha no tiene nada para ofrecer ahí.
Es cierto que hay movimientos en la sociedad civil organizada que dan cuenta de expresiones especificas de la lucha de clases vitalizada: feminismo, bienes comunes, movimiento obrero masificado, movimiento cooperativo en franco crecimiento. El FA dialoga con estos movimientos y funciona como vehículo de parte importante de sus demandas. No existe un vacío total de representación de estos movimientos. Claro está que todos estos movimientos llevan implícita una crítica sistémica que no salda el progresismo. Pero donde hay mayor debilidad de la izquierda social y política es en el trabajo popular con los sectores más postergados: con los precarios, los cuentapropistas, los barrios periféricos. Son contados los militantes y organizaciones barriales que están dando la batalla ahí que es donde apunta sus baterías la derecha más rancia y conservadora. Los nuevos sujetos que ustedes mencionan entonces deben ser parte estructurante de la forma y el contenido de una nueva síntesis política, pero ésta debe trascenderlos, tener vida propia y estimular la militancia de base y la política comunicacional de masas hacia los sectores más postergados de la sociedad. Ahí es donde se precisa más la mano tendida, la solidaridad cotidiana, la organización, la autonomía hija de la fuerza colectiva. Ahí se precisa comunidad y oportunidades concretas arrancadas con lucha.
Lo que nos coloca en el incómodo lugar de pensar a paso acelerado la necesidad de una nueva alternativa de síntesis política, es la inminencia de un ajuste, es la fuerza derechizante que empuja en la región con un odio implacable, es la responsabilidad histórica de continuar con el laburo de los militantes socialistas que nos precedieron. Seguir en la vereda de la militancia social como si fuera la militancia en estado puro y no pasar a la vereda de la organización política en estos momentos resulta irresponsable. No alcanza la tarea intelectual o periodística que busca ocupar el sitio del terapeuta que desafía al progresismo poniéndole el espejo de su matriz ideológica. No alcanza el lugar de la crítica sin adhesión política organizada en estos momentos. La demostración de fuerza que hace la derecha radical, solo puede combatirse con demostración de fuerza de la izquierda y eso implica estar organizados políticamente. No alcanza el sentimiento cómodo y autocomplaciente de la orejanía escéptica. Hay que empezar ese camino laburando desde ahora con amplitud y lucidez, afinando la puntería para no comernos el retroceso de un derechazo infame que reposicione el neoliberalismo ultra, el conservadurismo ideológico y el debilitamiento de las organizaciones populares.