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Adriana Machado Torme*

"Bajo esta idea de que todo lo 'no moderno' es atrasado e ineficiente, el sistema capit


Sin igual masividad pero con gran capacidad*

¿Cuántas veces te pasó de transitar todos los días la misma calle y nunca haberte dado cuenta de que en una esquina había un árbol, una persona, una tienda? Hasta que un día una amiga te dice, ¿ya viste tal cosa? Y desde entonces se transforma en parte de tu mundo real. El ser humano, solo puede ver (la realidad) que conoce. Nuestro conocimiento del mundo se da a través de una experiencia corporizada, que se transforma en lenguaje y así en posibilidades de comunicación, análisis, expresión, transformación. Los mundos que conocemos y habitamos nos moldean y habitan, tanto como el mundo que desconocemos o elegimos no habitar. Todos tenemos una manera de habitar y ser habitados, en donde nos desplegamos en relación a otros (personas y naturaleza) y en esa relación dialéctica nos reconstruimos con nuestro entorno.

Sin embargo, aunque seamos en esencia seres relacionales, sociales y ecológicamente dependientes, nuestra sociedad se construye entorno a dos separaciones; separación del individuo del colectivo, separación del humano y la naturaleza, en una percepción de tiempo lineal donde nos atormenta el pasado, nos encandila el futuro y no olvidamos del presente. Pero en la naturaleza, de donde nos creemos desprendidos, la vida gira entornos a ciclos de interdependencia y re-creación de más vida.

Gran parte de nuestro accionar se orienta al esfuerzo individual de acumulación para llevarnos del presente todo lo que podamos hacia un futuro que es visto siempre como prometedor (aunque cada vez menos). Estas son las construcciones de lo que algunos escritores han llamado la ontología moderna1 y refiere a estar y vivir en el mundo de una manera en donde todo se dirime en términos de dualismos o dicotomías jerárquicas (naturaleza/humano, cuerpo/mente, civilizado/salvaje, hombre/mujer, ciencia/no ciencia, vivo/inerte, norte/sur, izquierda/derecha). Esta construcción occidental moderna y globalizada es una mera parte del mundo, pero también es cierto que se nos presenta como universal y naturalizada.

En otros mundos de este mundo, en eso que elegimos no ver y no habitar, existen formas de ser y estar que se han denominado “las ontologías relacionales”. Son formas comunitarias que se desarrollan en un marco de respeto a todas las formas de vida, conectados con la ciclicidad de la vida en el tiempo y el espacio de este universo y otros. Así “el otros” es parte constitutiva del nosotros y no “otro” separado y aislado. Estas formas que son vistas por la modernidad como atrasadas e ineficientes, paradojalmente son las formas comunitarias y socio-ecológicas más resilientes. Son las comunidades campesinas e indígenas del mundo que sostienen la vida de las sociedades modernas, capitalistas y concentradas sobre el cemento.

El mundo no se alimenta de la producción industrial, de hecho, ella se alimenta de nosotros, dado que la sociedad en su conjunto financia a esta última asumiendo los costos o externalidades del modelo productivo. Quiero recordar que el 70% de los alimentos que se consumen en el mundo provienen de la producción familiar, campesina e indígena, con utilización del 25% de la superficie. En Uruguay la situación es similar, la producción de alimentos para la población es realizada aún mayoritariamente por la producción familiar en alrededor del 20% de la superficie.

Bajo esta idea de que todo lo "no moderno" es atrasado e ineficiente, el sistema capitalista sostiene la represión y el despojo en nombre del desarrollo. Se habilita la destrucción de los factores de vida (agua, tierra, alimentos) para ser convertidos en mercancías transables en el mercado. Vale aclarar que ni la modernidad, ni el capitalismo, es la historia de la humanidad, es parte, de una parte, de la historia, que para nuestro continente comienza a partir de la colonización y se magnifica posteriormente a la revolución industrial. De esta manera un día (de la posguerra) dos tercios de la población mundial se despertó con un discurso de Truman2 que los colocaba como subdesarrollados, como atrasados, como pobres, como parte de un estadio no deseado de la sociedad. Se definió a más de medio mundo por lo que supuestamente les faltaba y no por lo que eran. Así como la economía proviene de la escasez y el valor de cambio se determina en relación a esto, las sociedades se caracterizan cada vez más (sobre todo desde la era desarrollista) por pensarse desde la escasez. De esta manera se genera el deseo y la necesidad de consumo que posibilita el control social. Una sociedad formada sobre las bases de la abundancia no es posible de ser controlada por medio del mercado de consumo masivo.

La tierra, el agua, la fauna, la flora, la biodiversidad eran abundantes. Pero cuenta la historia, que llego un día en que ya no lo fueron. Entonces se transforman en un valor muy atractivo para el capital inversor, que desde hace décadas viene corriendo sus inversiones de los sectores industriales típicos y trasladando su modelo al agro. Pero además comienzan a surgir los mercados financieros globales, a partir de los cuales la naturaleza se transforma en un interesante mercado especulativo del capital internacional.

En Uruguay quizás desde la época de la colonización el desarrollo social gira en torno a formas ontológicas modernas y a medida que avanza la empresa y el capital, la relación con la tierra se va tornando cada día más violenta, en un esfuerzo constante de control industrial de procesos naturales de vida. Para acercarnos un poco más a nuestros tiempos diría que esto se agravó particularmente durante la dictadura militar, pero se ha profundizado en el correr de los años venideros con las políticas de promoción de inversiones extranjeras en materia de agronegocios: soja, maíz, trigo, forestación, feed lot. Consecuencias de esto se visualiza hoy, en la concentración de la tierra y la extranjerización, que tienen como su contracara el despojo de la producción familiar (recordar que entre 2000 y 2011 se contabilizaron 12.000 “explotaciones” desaparecidas, de los cuales unos 9000 eran pequeñas. ¿Cuántos más irán a 2018?).

En los últimos años hemos visualizado preocupantes situaciones de contaminación de los recursos hídricos del país. Se han relacionado casos de enfermedades laborales como efectos de la exposición a agro-químicos. El agotamiento y la degradación de los suelos comienza a visualizarse en los aumentos de las importaciones de fertilizantes para mantener rendimientos aceptables y en la baja de los niveles de ganancia (por el aumento de los costos). Además, un reciente estudio publicado por el MTSS muestra que en el sector del agro la reducción de la cantidad de ocupados desciende hace 3 años a mayores tasas que en el resto del país3.

Todo lo anterior nos habla de un modelo productivo agotado. De bienes naturales y personas, de cuerpos que ya no resisten las consecuencias del actual modelo. Lo que sostiene la vida, no es el poder económico, sino las relaciones de cooperación social y de cooperación naturaleza-sociedad. La crisis del agro es una crisis ambiental producto del modelo de desarrollo, que se manifiesta en una crisis social y económica. Sin embargo, las respuestas desde el poder político y empresarial, giran en torno a exigir más agroindustrialización de nuestros territorios y por ende de nuestros cuerpos como estrategia central de respuesta a la crisis.

Hace décadas, con un fuerte florecimiento en los últimos años, una serie de movimientos sociales y académicos del país, viene denunciando el tema, generando investigación, movilización, concientización. Muchos de estos movimientos, a veces estigmatizados e invisibilidades a propósito, vienen demostrando en la práctica que hay formas de relacionamiento humano y sociedad-naturaleza menos violentas, mas resilientes, con iguales y mayores niveles de productividad económica y con mayores capacidades de generación de empleos. Estos impulsan territorios con mayores equidades y procesos de descolonización de los cuerpos. A pesar de existir estas experiencias y conocimientos, nos siguen invitando a profundizar lo que nos está hundiendo, con más políticas del estilo ley de riego e hidroeléctricas, instalación de una nueva planta de nuevos puertos, nuevos eventos transgénicos.4

Algo que hemos visto en los últimos años en Uruguay y el mundo es que las empresas tienen más poder que los Estados nación. Es lo que diversos autores han denominado como la conformación de los Estados transnacionales; una estructura de acuerdos y organismos internacionales que en conjunto con el corporativismo empresarial utiliza los Estados para garantizar la expansión de sus capitales. Recientemente hemos observado esta situación, en las negociaciones entre el gobierno y UPM. Es importante aclarar que por ejemplo el mercado global de alimentos lo controlan tan solo 10 empresas y así podemos encontrar lo mismo con el software, la seguridad, la medicina, etc. Los dueños del mundo son pocos y se sientan en la misma mesa. Algunos ya empezaron directamente a controlar los Estados nación como tales (EEUU, Argentina).

Entonces suponiendo que aún existe una posibilidad de acción desde el poder estatal que ostentan las fuerzas políticas de gobierno, las vías no parecen muy auspiciosas. Primero por la pérdida de poder de los Estados, y segundo porque en la acumulación de fuerzas para el cambio social, es claro que esta no vendrá de la derecha (históricamente asociada al discurso neo-liberal y corporativo) y lamentablemente la posible alianza con las fuerzas progresistas se está diluyendo, dado que estos vienen dando señales de alianza al capital transnacional en lo que se denominan los modelos neo-extractivistas.

Desde algunos sectores políticos del oficialismo se cuestiona al movimiento social de izquierda diciendo que “tiran piedras de afuera”, “que le hacen el juego a la derecha”, “o se los tilda como infantilismo de izquierda”, pero el mismo progresismo necesita de esta alianza para permanecer en el gobierno. Desde los movimientos se analiza que las políticas progresistas no son una opción de transformación real del sistema. Pero se necesita de la capacidad de diálogo y consenso social que genera el Frente Amplio en comparación a los partidos de derecha o a los recientes ascensos fascistas en la región. Aunque el poder político del gobierno no sea un garante de cambio, dado el contexto regional actual, en el corto plazo me parece indispensable que las organizaciones sociales y las fuerzas progresistas logren realizar una serie de acuerdos de cooperación que evite la llegada de modelos económicos y sociales ampliamente destructivos y nefastos para la sociedad como sucede en nuestros países vecinos.

Recuerdo que cuando el Frente Amplio asumió, una de las cuestiones más repetidas en la interna era que se había logrado el poder político, pero no se tenía el poder, que se debía seguir construyendo poder popular desde fuera de los instrumentos del Estado. En estos 15 años de gobierno se debilito la acumulación social en torno a los partidos que lo conforman, y se fortaleció la acumulación en los movimientos sociales, donde surgen nuevas lógicas de relacionamiento político que difieren mucho de las lógicas partidarias. La alianza sigue siendo posible, pero se debilita y a veces parece sostenerse en aquello de que “es lo menos peor”. Pero ¿qué sucede si se mantienen modelos productivos a veces poco diferenciables de los aplicados por gobiernos de derecha? ¿Hasta cuándo es tolerable esa alianza?

No considero oportuno retroceder en las demandas sociales por nuevas políticas en materia de agro, ambiente, inversiones, etc., porque es de por sí, rol de los movimientos marcar la agenda y hacer oír su voz. Pero esperaría que el progresismo deje de socavar está débil alianza y logre diferenciarse de las opciones políticas de la derecha.

Algo de lo que me estoy convenciendo influenciada por él acercamiento a los planteos del movimiento zapatista, es que no vale la pena desgastar todas las energías en convencer “al arriba” de cuáles son nuestros derechos. Pareciera que el camino pasa por hacernos cargo colectivamente de garantizarnos a nosotros mismos nuestras demandas; derecho a tierra para trabajar, a producir alimentos sanos, a generar nuevas formas de mercado más solidarias (un ejemplo muy interesante de esto es el Mercado Popular de Subsistencias), en definitiva, construcción de autonomías locales. Otra influencia que muestra en su cotidiano un fuerte compromiso con la ruptura de estructuras jerárquico-patriarcales son los movimientos feministas de la región. Estos se re-crean como espacios horizontales de construcción y contención, marcando una diferencia con los partidos políticos, que tanto se cuestionan porque no pueden atraer a sus filas esta militancia.

¿Cómo amplificar la generación de espacios de autonomía y autogobierno territoriales donde demostrar que hay otras formas posibles? Pienso que uno de los puntos sobre lo que es necesario avanzar, tiene que ver con romper el cerco que a veces nos impone el lenguaje y la comunicación. Muchos de los movimientos sociales del país tienen un carácter citadino y están conformados por personas con niveles de formación por encima del promedio de la población, generándose algunos obstáculos para la comunicación constructiva y horizontal con sectores más humildes a la población. A su vez hay muchas familias humildes que todos los días generan estrategias de resistencias, a veces como condición de supervivencia, pero a veces lo hacen sin saber que lo hacen y con reducidas conceptualizaciones políticas de su accionar. Niveles mayores de acercamiento e interacción entre diferentes colectivos, desde la horizontalidad puede ser un interesante desafío para ampliar el campo de acción y desarrollo político de los movimientos.

Además de lenguajes y espacios de construcción que nos acerquen hace falta revalorizar mucho de lo que se nos pierde de vista. Estamos muy acostumbrados a valorar grandes experiencias, grandes movilizaciones, grandes discursos, pero en ese andar, se nos escapa miles de experiencias individuales y colectivas que todos los días generan estrategias de resistencias. Los movimientos sociales, a diferencia del atrio de la política partidaria, se mueven y permean por lo bajo, sin grandes estridencias, pero por pequeñas experiencias que sean, sumadas son potencia.

Siento que, a la desconexión, se responde con re-conexión. A la destrucción con re-construcción. A la apatía, con poesía. A la desmovilización, con organización. A los de arriba, con los de abajo. A la individualidad con organización comunitaria. A la agricultura de muerte, con agroecología. A libre comercio internacional, con mercados locales y soberanía alimentaria. A la desconfianza, con redes que tejen esperanza y confianza. A la inacción, con acción. En Uruguay hoy, la izquierda social, tiene un proyecto que son miles de esperanzas, miles de experiencias sociales y comunitarias que todos los días se recrean y fortalecen por lo bajo, sin hacer ruido, sin estridencia, generando silenciosamente las grietas que van a derrumbar el muro del capitalismo a decir de los zapatistas. Que el poder político, mediático y corporativo, las minimice, las in-visibilice, las estigmatice o incluso intente institucionalizarlas para vanagloriarse, es otra historia.

Adriana Machado es Estudiante de la Maestría en Ciencias Agrarias opción Ciencias Sociales en Fagro, Udelar.

*Frase extraída del segundo manifiesto de Hemisferio Izquierdo, “Agujeros en la niebla”.

Notas:

1 Un análisis más profundo puede encontrarse leyendo; “En el trasfondo de nuestra cultura: la tradición racionalista y el problema del dualismo ontológico” de Arturo Escobar (2013).

2 “El subdesarrollo comenzó, por tanto, el 20 de enero de 1949 (Discurso de Truman de posguerra). Ese día, dos mil millones de personas se volvieron subdesarrolladas (Dos tercios de la población mundial). En realidad, desde entonces dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la realidad de otros: un espejo que los desprecia y los envía al final de la cola, un espejo que reduce la definición de su identidad, la de una mayoría heterogénea y diversa, a los términos de una minoría pequeña y homogeneizante.” Esteva (1996) “Desarrollo”, Diccionario del desarrollo.

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