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  • Alfredo Alpini*

Uruguay y la cuestión fascista (1930-1940)


Uruguay, como gran parte del mundo occidental, participó política y culturalmente, de lo que algunos historiadores llamaron la “era del fascismo” (1919-1945). El fascismo es un objeto histórico de difícil aprehensión y los historiadores parecen no ponerse de acuerdo acerca de su naturaleza ideológica y política. Fue fenómeno histórico que nació en la Italia de la primera posguerra, y puede definirse como una ideología que abrevó de disímiles y contradictorias tradiciones (el futurismo, el pensamiento revolucionario y el nacionalismo). También fue un movimiento político y social (1919-1921), expresión de las clases medias emergentes. Por último, se constituyó en un régimen político de partido único (1926-1945), convirtiéndose en una dictadura basada en el culto del ducismo (Benito Mussolini).

También, entre los historiadores existen controversias acerca de si presentó las características de un sistema totalitario. El acercamiento y la alianza con el nacional-socialismo alemán inclinan a sostener que el régimen tuvo componentes totalitarios, principalmente, a partir de la legislación antijudía (1938). Emilio Gentile, probablemente el historiador más importante del fascismo, lo define como un “fenómeno político moderno, nacionalista y revolucionario, antiliberal y antimarxista, organizado en un partido milicia, con una concepción totalitaria de la política y del Estado, con una ideología activista y antiteórica”[1].

Si bien la “cuestión fascista” se puede limitar a la experiencia italiana y, si se quiere a la Alemania nazi, el abordaje se complejiza al constatar que en la Europa de entreguerras y, también, en América Latina, surgieron partidos, movimientos, grupos, organizaciones y asociaciones culturales que participaron, algunos de forma cercana, y otros de un modo laxo, de lo que podría denominarse una “cultura fascista”.

Uruguay en la era del fascismo

Con respecto a Uruguay y la “cuestión fascista” se deben realizar las siguientes precisiones. En primer lugar, se encuentra el proselitismo del fascismo italiano, del nacionalsocialismo y del falangismo y el franquismo entre las respectivas colonias de inmigrantes. En Uruguay existió, a partir de 1931, una filial del Partido Nacional-Socialista Alemán y un periódico, el Deutsche Wacht (El Centinela Alemán) (1933). En relación a las actividades nazis, cabe hacer mención al procesamiento de los jerarcas nazis implicados en el Plan Fuhrmann, según la vista fiscal del Dr. Luis Bouza, “un plan de ataque a la soberanía nacional”[2]. Con respecto a la colectividad italiana, en 1932 llegó al país Serafino Mazzolini, representante diplomático de Italia, quien estuvo al frente de la Legación hasta diciembre de 1937, con el objetivo de consolidar el Fascio de Montevideo y crear otros en el interior del país. A su vez, el falangismo, expresión del fascismo español, tuvo un período de actuación legal en Uruguay entre 1936 y 1940, independiente del franquismo, este último adscripto al personal diplomático acreditado en Uruguay. El protagonismo que Falange intentó imponer fue contestado oficialmente por la Unión Nacional Española (1936), compuesta por españoles y uruguayos simpatizantes del alzamiento nacionalista que inició la guerra civil en España (1936-1939)[3].

En segundo término, se encuentran los sectores políticos y sociales promotores del golpe de Estado del presidente Gabriel Terra (1933) que consideraron al fascismo italiano como una opción política beneficiosa para Europa, no obstante rechazaron cualquier innovación institucional que aquel pudiese aportar para el orden político y jurídico del Uruguay. Los colorados terristas, riveristas, vieristas y sosistas y los blancos (herrerismo) que acompañaron el golpe, si bien a la distancia coquetearon con el fascismo, no pretendieron introducir ningún cambio que modificara sustancialmente el orden institucional. La novedad más importante y revolucionaria que se discutió a nivel político y constitucional fue el régimen corporativo en su doble vertiente: como forma de sustituir la representación política por la corporativa, es decir, sustituir un parlamento político por un parlamento corporativo, y como intento de dar cabida en el ordenamiento jurídico e institucional del Estado a miembros de los sectores productores (empresarios y trabajadores).

En los años 1933 y 1934 la prensa uruguaya y los miembros de la III Convención Nacional Constituyente electa para realizar la reforma constitucional debatieron profusamente acerca del fascismo y sobre la incorporación de la representación corporativa en Uruguay. En la Comisión de Constitución se presentaron cuatro proyectos de régimen corporativo. El informe final elevado a la Convención advertía que: “En el Uruguay donde los ideales democráticos están profundamente arraigados en la masa ciudadana, es evidentemente imposible hablar de establecer un ‘Gobierno corporativo’ a ejemplos de otros países"[4]. Del largo debate en la Comisión y en la Convención se aprobaron dos artículos que habilitaban que una ley podría crear un Consejo de la Economía Nacional “compuesto de representantes de los intereses económicos y profesionales del país” de carácter honorario, consultivo y de asesoramiento del Poder Ejecutivo (artículos 207 y 208 de la Constitución de 1934).

No obstante, hacia fines de la década de 1920 y en los años treinta, saltaron a la palestra pública un conglomerado heterogéneo de agrupaciones, partidos y periódicos que fueron expresión del fascismo en el Uruguay o adoptaron elementos del mismo. El Partido Agrario (1928), liderado por el empresario agrícola Andrés Podestá, y el Partido Ruralista (1936), si bien fueron críticos del sistema de partidos, aspiraron a que los productores de la riqueza tuvieran una voz política. En sintonía con la obra de Julio Martínez Lamas Riqueza y pobreza del Uruguay (1930), que llevó a su máxima expresión la díada campo-ciudad (Montevideo), consideraban que en el parlamento no estaban representados los productores de la campaña y Montevideo, donde residían los políticos profesionales, era la metrópoli parasitaria de la riqueza que generaba el campo[5].

El fascismo en Uruguay estuvo representado por agrupaciones políticas, periódicos e intelectuales que rechazaron la tradición liberal uruguaya, el sistema de partidos y, también, se distanciaron del conservadurismo tradicional de los partidos Colorado y Nacional. En un pequeño libro utilicé las palabras “derecha”, “radical” y “revolucionaria” para intentar aprehender a unos grupos que fueron expresión de una “cultura fascista”, otro concepto que tampoco los reunía con precisión[6]. La más importante fue la revista Corporaciones (1935-1938), voz política del movimiento Acción Revisionista del Uruguay (1937). Tuvieron como partícipes a Adolfo Agorio y a Teodomiro Varela de Andrade, sin duda las figuras intelectuales clave de todo el movimiento. La publicación Fragua (1938-1940) tenía como director a Leslie Crawford Montes, y era el órgano de prensa del Movimiento Revisionista. Audacia (1936-1940) fue la publicación del grupo Acción Nacional, El Orden (1936-1937) del movimiento Unión Nacional del Uruguay y Combate (1940) de la agrupación Renovación Nacional. Por último, Atención (1938-1940) era una publicación que se dedicaba, básicamente, a la propaganda antijudía.

Entre otros elementos que defendieron y tomaron del régimen fascista fue, particularmente, la incorporación del Estado corporativo en sus programas políticos y constitucionales. La Acción Revisionista del Uruguay tenía como proyecto central la Fórmula Salvadora de Varela de Andrade, donde postulaba un régimen corporativo que tenía como referencia al movimiento Integralista brasileño (Plínio Salgado y Gustavo Barroso).

Además de participar de una cultura fascista internacional, estas agrupaciones fueron producto de las transformaciones de la sociedad uruguaya y, en este sentido, compartían una tradición común con el conservadurismo tradicional. En este caso, habría que diferenciar a los intelectuales más refinados, como Agorio y Varela de Andrade, que se consideraban formaban parte de un fascismo internacional.

Las agrupaciones de derecha tenían en común con los sectores conservadores el rechazo del cosmopolitismo y, en particular, la crítica a la cultura urbana, a la masificación y al estilo de vida de Montevideo, en contraposición con un modo de ser del hombre de la campaña. Radicalizaron, como nadie hasta ese momento, la díada campo-ciudad. El campo, donde el agricultor y el peón, doblegaban a la naturaleza con su esfuerzo físico y creaba genuina riqueza, presentaba un orden moral estable y era donde residía la verdadera nacionalidad. Leslie Crawford escribía en Fragua: “¿Quién es el que impide que seamos libres de verdad? La respuesta es sencilla: ¡Montevideo! Es en la campaña donde se encuentran los verdaderos valores que nos darán la real libertad. Esta ciudad, moderna Babilonia con la cual jamás soñó Artigas, no es uruguaya, no lo ha sido y difícilmente lo será. Montevideo es nuestra gran enemiga”[7].

Además, en los años veinte y treinta, la ciudad produjo otro símbolo de la modernidad, un ambiente que en la época se le llamó la “mala vida” poblado de un conjunto heterogéneo de individuos: proxenetas, prostitutas, toxicómanos, adivinas, jugadores de clandestinos y un largo etcétera de personajes que tenían en común la capacidad de vivir sin trabajar. Para las agrupaciones de derecha, el judío, inmigrante fundamentalmente urbano, estaba en connivencia con aquellos personajes y medraba en ese ambiente fronterizo con el delito. La publicación Audacia entendía que: “Cien mil judíos, en su inmensa mayoría residentes en la capital agudizan gravemente la servidumbre del Agro a la Urbe, multiplicando el parasitismo Urbano. Son los demoledores de las buenas costumbres. La literatura y el cine pornográfico son creaciones suyas. La inmensa mayoría de los prostíbulos y los cabarets de Montevideo les pertenecen. La trata de blancas y el tráfico de alcaloides son sus negocios favoritos”[8]. Por su parte, Atención escribía que: “No hay que atribuir al azar el hecho de que sea judío el mayor número de embaucadores profesionales, de expendedores y traficantes de alcaloides, de tratantes de blanca y de proxenetas, de propietarios de prostíbulos y de cabarets. La moral talmúdica le permite al judío engañar al ‘goim’ (perro cristiano), robarlos y hasta asesinarlo”[9].

Piénsese que los caftenes eran hombres de negocios y el caso de la asociación Zwi Migdal (1930) acrecentó toda la propaganda antijudía, estrechando el vínculo entre el judío con la prostitución y el tráfico de mujeres. Al igual que otros miembros de la colectividad que practicaban la especulación y el comercio ambulante, el proxeneta, como el comerciante intermediador, no trabajaba, no producía. A los meses, el ambulante se hace “comerciante de firme”, y a los años “lo tenemos con casa propia, auto a la puerta y a los diez es ya un mayorista”, escribía Rafael Ravera Giuria, un hombre de la Acción Revisionista del Uruguay[10].

Los intelectuales y el fascismo

La revista Corporaciones, de una calidad de edición e impresión que la distinguía de las otras publicaciones, nucleó a dos intelectuales, Adolfo Agorio y Teodomiro Varela de Andrade. Agorio (1888-1965) militó en un ideal ético, muy característico del período de entreguerras, el “vivere pericolosamente”, del cual también participaron Leopoldo Lugones, Gabriele D´Annunzio, Giovanni Papini, Curzio Malaparte, entre otros estetas de la política. El sentido de la existencia residía en el ideal heroico opuesto a la vida burguesa, a la calma mediocridad de la clase media y el rechazo del hedonismo de la plebe. El culto de lo heroico era, para ellos, el desprecio por la seguridad y la vida entregada al servicio de un ideal.

A fuerza de buscarla, Agorio nunca encontró esa Verdad ideológica que explicara los fenómenos políticos y sociales contemporáneos. Fue profesor de literatura y, a instancias de sus vínculos con el batllismo, comenzó a escribir en El Día a partir de 1914. Durante los años de la primera guerra mundial (1914-1918) publicó infinidad de artículos, tanto en Uruguay como en el exterior, donde defendió la causa de los aliados. Estas notas bélicas e ideológicas fueron publicadas en la trilogía La Fragua (1915), Fuerza y Derecho (1916) y La Sombra de Europa (1917). Particularmente, en esta última obra, comienza un tránsito hacia posiciones antiliberales, y al igual que otros intelectuales europeos, hará un culto a la violencia, como arma regeneradora de la moral y una exaltación del sacrificio en pos de un ideal.

La obra que lo apartó definitivamente del liberalismo y de la democracia fue Ataraxia (1923). En esta se podía leer que la “especie forja en los dictadores las defensas naturales contra ese culto excesivo del rebaño que convierte a los espíritus superiores en células muertas de un todo inorgánico”[11]. En 1925 visitó la Unión Soviética dando lugar a Bajo la Mirada de Lenin (1925). Con la publicación de Roma y el espíritu de Occidente (1934) se terminó de consolidar el vínculo con el fascismo italiano, concebido por Agorio como “revolución”, como ideal ético de vida y a la Italia de Mussolini como culminación de tres mil años de civilización. En esta obra desarrolla conceptos como la “muchedumbre”, la “multitud”, siempre femenina, irracional e instintiva, que busca al “conductor” o “dictador”; se explaya en la crítica de los políticos profesionales, en la valoración del corporativismo y en la exaltación de “la organización fascista” como “la única fuerza seria que el mundo occidental conoce para oponerse al bolchevismo”[12].

En 1935, las autoridades de la Alemania nazi lo invitaron como representante de la prensa uruguaya para viajar en la primera travesía que hacia el Zeppelin Hindenburg entre Río de Janeiro y Berlín. Durante su estadía en Alemania se publicaron en el diario La Mañana sus artículos referidos a la situación política, los que posteriormente fueron publicados en el libro Impresiones de la Nueva Alemania (1935). Los artículos enaltecían el régimen nazi, elogiaban el orden, la disciplina y el trabajo sacrificado, y ensalzaban el nacionalismo, la raza y la juventud, pilares y símbolos de la Nueva Alemania.

Hacia 1939 y, a partir de 1940, debido a la represión llevada adelante por el gobierno y el Parlamento contra las actividades antinacionales, las publicaciones y los grupos de la derecha radical comenzaron a desaparecer de la escena pública. El giro de la política internacional del gobierno de Alfredo Baldomir y el acercamiento del Uruguay detrás de filas norteamericanas, hizo que los tiempos se complicaran para los grupos que adherían al fascismo. Como consecuencia de las investigaciones llevadas adelante por la Cámara de Representantes, Agorio se vio comprometido con los nazis y fue “acusado de traidor a la patria”.

Para finalizar, se pueden plantear las siguientes consideraciones. De lo escrito, caben más preguntas que certezas. La mayoría de las agrupaciones estaban formadas por jóvenes que habían nacido en la década de 1910, inclusive Carlos Real de Azúa (1916), por esa época, se encontraba muy cercano ideológicamente a todos ellos. Con posterioridad a la segunda guerra mundial, varios de estos intelectuales tuvieron actuación política, principalmente, vinculada al Partido Nacional. De otros, faltan investigaciones que sigan sus pasos y derroteros. Quien se merece toda una biografía intelectual, por su trascendencia y proyección internacional es, sin duda, Adolfo Agorio.

*Alfredo Alpini. Licenciado en Ciencias Históricas (Universidad de la República, Uruguay), Magíster en Historia (Universidad de Montevideo, Uruguay) y Doctor en Historia (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Es autor de La derecha política en Uruguay en la era del fascismo 1930-1940 (2015) y Montevideo: ciudad, policía y orden urbano (1829-1865) (2017).Docente del Instituto de Profesores Artigas.

Notas:

[1] Gentile, Emilio. Fascismo. Historia e interpretación, Madrid, Alianza, 2002, p. 19.

[2] Las actividades nazis en Uruguay están explicadas y narradas en: Los nazis y la justicia uruguaya, Montevideo, Claudio García & Cía, 1941. Hugo Fernández Artucio. Nazis en el Uruguay, Montevideo, Talleres Gráficos Sur, 1940 y Tomás G. Brena y J. V Iturbide. Alta traición en el Uruguay, Montevideo, Editorial A. B. C., 1940.

[3] Zubillaga, Carlos. Una historia silenciada. Presencia y acción del falangismo en Uruguay (1936-1955), Montevideo, Ediciones Cruz del Sur-Linardi y Risso, 2015.

[4] Diario de Sesiones de la Convención Nacional Constituyente, tomo II, sesión del 16 de marzo, 1934, p. 182.

[5] Jacob, Raúl. Brevísima historia del Partido Ruralista, Montevideo, arpoador, 2006.

[6] Alpini, Alfredo. La derecha política en Uruguay en la era del fascismo 1930-1940, Montevideo, Fundación de Cultura Universitaria, 2015.

[7] Fragua, octubre 1939, nº 19.

[8] Audacia, agosto 1939, nº 31.

[9] Atención, agosto 1938, nº 1.

[10] Ravera Giuria, Rafael. Decálogo, Montevideo, s/e, 1937, p. 48

[11]Agorio, Adolfo. Ataraxia, s/e, 1923, p. 110.

[12] Agorio, Adolfo. Roma y el espíritu de Occidente, Montevideo, A. Monteverde y Cía, 1934, p. 279.

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