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  • María Ingold*

Abrazo caracol: apuntes sobre educación, movimientos sociales, y hegemonía


Ilustración: Beatriz Aurora

- No sé… pero ni modo, los años no son para contarlos, son para vivirlos.

Así respondió Celina, mientras tomaba el pozol, a mi indiscreta pregunta acerca de su edad. Una mujer de pocas palabras, chiquita solamente de estatura, con vestidos coloridos y un andar ágil y livianito. Celina fue mi Botana (o guardiana) en la Escuelita Zapatista para la Libertad, y con esa frase (sencilla, breve, espontánea y tremendamente humilde) acertó directo al corazón del problema (si es que los problemas tienen corazón): la lógica del capital, que todo lo mide y todo lo cuenta en la carrera por rentabilidad, no es la lógica de la vida.

No sé… y la humildad como premisa básica

En las prácticas educativas de movimientos sociales tales como el Zapatista en México o los feminismos populares que se tejen por toda nuestra América, es posible encontrar un ingrediente que hace de las vivencias pedagógicas que allí se cuecen, una verdadera delicia: la humildad. En el Zapatismo se resume con la simpleza del Bajar y no subir, y se expresa de mil maneras. La actitud educativa de todas las personas involucradas, desde quienes toman la palabra para transmitir conceptos, hasta quienes se ocupan de la seguridad, pasando por quienes abren sus hogares para hospedar u organizan la logística del transporte y la higiene. Todas esas personas, que son de todos los géneros y de todas las edades, muestran apertura para enseñar lo que saben y para aprender lo que ignoran. Observan, preguntan y responden, y no pocas veces responden “No sé”. Las familias y las comunidades se abren, exponiéndose a las críticas y a los cuestionamientos; el movimiento es un anfitrión amable y hospitalario que provoca el encuentro y es capaz de alojar. Invitan a la lectura, de documentos y artículos, pero también de cuentos e historias ilustradas. Organizan trabajos colectivos y te asignan un lugar; hacen música y te sacan a bailar. La escuela para sus nuevas generaciones está en el centro de la comunidad (donde todo sucede), y la práctica educativa que se comparte con otros, otras y otroas, envuelve la vida entera. Los encuentros de mujeres que construyen feminismos desde abajo, también tienen el sabor de la humildad. Los espacios de intercambio, donde desde la disposición en ronda hasta el tono amoroso de la confrontación de ideas, hacen fluir el caudal de dudas, risas, dolores y rabietas que nos atraviesan a todas. La ambientación, el fueguito, las mantas, los aromas, tornan al contexto propicio para que el acto educativo suceda, para que el diálogo desencadene nuevas preguntas y hallazgos. También se canta, se llora y se baila; la alimentación contempla la diversidad, porque las diferencias se reconocen y se celebran, y las tareas son rotativas y colectivas (para romper con todos los privilegios). El cuerpo se pone en juego y la vida entera está en el orden del día. La preocupación por no reproducir las lógicas patriarcales de poder está siempre presente: nace de la conciencia de que las contradicciones son parte de cualquier proceso de deconstrucción, aprendizaje y movimiento. La soberbia de los iluminados, los discursos largos y prepotentes, la rigidez en los roles de educador y educando, las elucubraciones teóricas con aires de superación, pero carentes del respaldo de la acción, no sintonizan con la pedagogía de estos movimientos. Movimientos que son tales, no por su título nominal, sino por su materia sustantiva, puesto que lo sacuden todo para construir lo nuevo. Movimientos, donde la enseñanza y el aprendizaje acontecen, no solamente en el marco de sus dispositivos educativos, sino en todos lados porque sus prácticas políticas son, en sí mismas, pedagógicas (“de por sí”, diría Celina).

Pero ni modo y la cuestión de la hegemonía.

Que estamos en tiempos difíciles, de mucha desmovilización, parecería que sí. La pregunta es ¿qué hacer frente a eso? Desde una postura fatalista, valdría dejar que la miseria arrase -porque cuanto peor, mejor-, confiando en que de lo más hondo del fondo brote mecánicamente algo diferente. Desde una postura voluntarista, valdría hacer sin parar ni reparar en las condiciones, confiando en la voluntad del querer, como si con ella bastara para transformar la realidad. Desde una postura derrotista, valdría tirar al toalla y darse por vencido porque las cosas son como son y nada se puede cambiar. El pensamiento hegemónico, bajo formas muy agradables y en colores pastel, hace sus invitaciones: invitaciones a no hacer, porque de cualquier modo todo va a estar bien; o invitaciones a hacer, como si todo dependiera de la acción individual que cada quien asuma, porque ser feliz es una decisión. El pensamiento hegemónico también alimenta, bajo formas atemorizantes y en colores sangrientos, la idea de que no se puede confiar en nadie, porque la otredad es el peligro y la fuente de toda inseguridad. El pensamiento hegemónico apuesta al do it yourself, que aplica tanto para hacer plasticina casera, como para flexibilizar -y precarizar- el trabajo (sé tú mismo tu propio patrón), para culpabilizar a las personas por sus circunstancias (la mujer que sufre acoso, es porque ella misma lo provoca), para sustentar la meritocracia en las respuestas a la cuestión social (la demostración del merecimiento y las contraprestaciones asociadas) o para desalentar cualquier intento de organización colectiva (porque la gente no quiere nada). Finalmente, el pensamiento hegemónico responde a la parte que se lleva la mejor parte, desconoce la parte de los que no tienen parte[1] y se auto-atribuye la representación de la totalidad (todos en el mismo barco). Esto es, precisamente, lo que mantiene a una hegemonía: la penetración de los intereses particulares de las clases dominantes como si fueran intereses universales[2].

Con este panorama, no cabe la menor duda de que el partido es difícil, pero ni modo… la educación de los movimientos sociales y el involucramiento de los movimientos sociales en la educación, juegan un papel protagónico en la posibilidad de decir, pero ni modo y seguir adelante. No de cualquier manera, sino a sabiendas de las condiciones, a conciencia de las capacidades y con claridad respecto de los horizontes. La hegemonía no es algo dado de una vez y para siempre, sino que se resuelve momento a momento en el transcurrir de un conflicto que es permanente[3]. He aquí la esperanza: el pensamiento que hoy es hegemónico, puede dejar de serlo. He aquí la tarea: el pensamiento que hoy es hegemónico no va a dejar de serlo por arte de magia, por designio de la naturaleza ni por un propósito individual.

Los años no son para contarlos, son para vivirlos y la potencia radical de lo común.

Al momento de pensar acerca de educación, movimientos sociales y hegemonía, Celina despertó en mi memoria, casi automáticamente; una mujera, zapatista. Buceando en mis pensamientos para identificar las razones que pudieran explicar esta asociación de ideas, descubrí varios puntos en común (y relativos a lo común) entre las prácticas educativas zapatistas y feministas que conozco desde lo vivencial, que no son muchas, pero sí muy potentes.

Potentes, por proponer la vida, en toda su riqueza y diversidad, como materia en disputa y, al mismo tiempo, como escenario de la disputa, con la exposición y complejidad que ello implica. Concebir la vida entera como cuestión política y de política, determina que la incorporación de más y más dimensiones (territorios, cuerpos, modo de producción, trabajo, economía, memoria, vivienda, tierra, salud, arte, alimentos, educación, agua, cultura, amor, etc.), lejos de lavar o suavizar los discursos y antes que debilitar o atomizar las prácticas, dé lugar a construcciones más radicales y más colectivas. Navegar por diversos debates, disputar en distintos niveles, sumar diferentes miradas, explorar nuevas formas de hacer, fortalece a los movimientos como tales y, muy especialmente, enriquece sus prácticas educativas.

Potentes, por su horizonte de libertad, sin recortes ni concesiones. En el Zapatismo: Para todos todo. En los feminismos populares: Trasformarlo todo. En el Zapatismo: la liberación. En los feminismos populares: libres nos queremos. En cualquiera de los dos, la caminata hacia ese horizonte lo va prefigurando, ya desde ahora[4]: concibiendo la libertad según los zapatistas y apostando a estar todas juntas, para sentirnos -y ser- todas libres. No esperan llegar al final del camino para empezar a vivir según sus principios. Andan el aquí y el ahora, con sus prácticas prefigurativas, no como muestras boutique o como laboratorios de experimento, sino como praxis política.

Potentes, en su hacer cotidiano. La armonía entre discursos y acciones (la coherencia), es tanto un elemento clave para la pedagogía de los movimientos sociales, cuanto un enorme desafío, sobre todo cuando son la vida, el cuerpo, el territorio, los sujetos y el terreno de la lucha. En un proceso educativo, la mejor explicación, es la que primero acciona y luego pone en palabras, no la que habla por adelantado y luego exagera ademanes, por no tener con qué levantar la palabra empeñada. Basta rodearse de gurisada para aprehender empíricamente cómo es difícil sustituir el proceso educativo que se produce en la convivencia, en el compartir de entre casa, viendo, escuchando, haciendo, errando, sintiendo... viviendo.

Potentes, contra, desde y hacia lo común. Las prácticas educativas de los movimientos sociales que se proponen romper con el pensamiento hegemónico, se baten a duelo con la imposición de algo tan poderoso como aclamado: el sentido común. Pese a su nombre, es de una brutal sofisticación. Quebrar esa barrera paralizante, para gestar lo nuevo y desconocido, es un reto grandioso. Un factor determinante para habitar el enfrentamiento, es encontrar el sentido (bueno, verdadero, bello) de lo común (de lo compartido), descubrir lo común (lo que contiene al conjunto) en los diversos sentidos y elaborar el sentido (bueno, verdadero, bello) de lo común (de lo colectivo). Esto no lo hace ningún experto, es una obra en común: romper nuestro sentido común, tomar lo común de nuestros sentidos y crear el sentido de lo común.

- ¿Cómo amaneciste hoy? Pregunté a Celina, mientras hacíamos las tortillas para el día.

- Común. Respondió.

Notas

[1] Rancière, Jacques (1996) “El desacuerdo. Política y Filosofía” Buenos Aires, Editorial Nueva Visión.

[2] Gramsci, Antonio (2010) “Antología” Buenos Aires, Siglo XXI Editores.

[3] Gramsci, Antonio (2011) “Escritos Políticos (1917-1933)” México, Siglo XXI Editores.

[4] Ouviña, Hernán (2013) “La política prefigurativa de los movimientos populares en América Latina. Hacia una nueva matriz de intelección para las ciencias sociales.” Revista de la UNAM: Acta Sociológica, núm. 62, septiembre-diciembre.

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