Fotografía: Pedro Pandolfo, Semanario Brecha
Hemisferio Izquierdo (HI): Se prefigura en latinoamérica un modelo cultural conservador, ¿cuáles son sus bases y de qué modo crees que está relacionado a la fragilidad del progresismo para construir una nueva subjetividad?
Nicolás Guigou (NG): El progresismo trató de gestionar subjetividades y también de producirlas a través de diferentes políticas de reconocimiento y de incentivo a estas políticas de reconocimiento, políticas estatales de inclusión y demás, y logró evidentemente ciertos efectos sobre la sociedad que creo que son bastante notorios, pero el problema es que fueron efectos de superficie. Yo percibo que no hay inscripciones inconscientes de las grandes formaciones simbólicas que tendrían que dar lugar a la construcción de nuevas subjetividades, y en ese sentido se manifestó casi como conductista.
Es posible cambiar el lenguaje y eso va a tener efectos de realidad, pero si no tratás de generar inscripciones más profundas es en vano. Los efectos de superficie pueden generar espacios reactivos de orden simbólico que se vean afectados por ese tratamiento, se mueven estructuras, las cambias de lugar pero no vas a la profundidad de generar nuevas conexiones, y ese es el límite del progresismo en todos los planos, no solo en el plano de lo simbólico o del reconocimiento, es el hecho de que ha devenido en una moralidad de gubernamentalidad que maneja lógicas capilares en muchos casos y que perdió esa idea de transformación profunda de la sociedad, inclusive transformación profunda de la humanidad, y en ese sentido es incapaz de producir horizontes de subjetividad novedosos y que estén en relación a los cambios radicales que se están dando en el siglo XXI en términos tecnológicos, de robotización y automatización que van a generar nuevas subjetividades pos humanas o transhumanas. Es muy difícil cuando no lográs transformaciones simbólicas profundas, proyectarse hacia el futuro.
El otro aspecto tiene que ver con la reacción contra el progresismo propiamente dicho (contra todas sus políticas de reconocimiento), y con que dichas políticas de reconocimiento no hacen sentido para vastos sectores de la sociedad. A veces pasa que como no hablamos más de clase -ese es uno de los trucos, no hablar de ciertas cosas y sí hablar de otras- uno tiene que entender porqué sectores populares de América Latina se vuelven conservadores, eligen espacios religiosos que son conservadores, se sienten identificados con esos elementos y manifiestan una absoluta ajenidad y falta de empatía, incluso en muchos casos se vuelven opositores a las agendas progresistas, sobre todo la agenda de derechos. No es que tenés pequeños sectores de la sociedad que están en oposición a esa agenda -que sí los hay- sino que empezás a tener movimientos masivos de oposición.
El fracaso del progresismo es el fracaso de un estilo conductista de políticas públicas, de pensar que modificando el comportamiento y la conducta se podría llegar a transformaciones más radicales, y yo creo que en eso hay un poco de ingenuidad. Trastocar o abrir el espacio a que se consoliden formas diferentes de subjetividades es en definitiva socavar las bases simbólicas de las formas de dominación en nuestra sociedad. Si me preguntas si el progresismo quiere hacer eso, no creo. En todo caso se trata de una adecuación a una gestión de lo simbólico en términos de convivencia contractual, es la idea de que los seres humanos somos sujetos racionales que podemos llegar a ciertos pactos de convivencia, por ejemplo, y es una idea extraña porque hay inconsciente, hay pulsiones. Si decimos “vamos a colaborar, a dar espacio para que se produzcan nuevas subjetividades” -que en muchos casos se trata solamente de no reprimir, aunque en otros es más propositivo- hay que saber que tal vez estas nuevas subjetividades quieran desordenar y reordenar estos órdenes sociales de otra manera. Justamente, los límites y la timidez del progresismo tienen que ver con eso, cómo gestionar el capitalismo en el siglo XXI. Yo no percibo que haya una propuesta más allá de eso, y eso se agota en sí mismo, porque como se trata de gestionar el capitalismo, luego viene otro y te dice “yo lo voy a gestionar mejor”, porque no estás proponiendo una transformación radical de la sociedad. Obviamente estás proponiendo lógicas redistributivas que otro modelo de gestión no las propone, estás proponiendo modelos de coexistencia, y no digo que todo eso no sea importante, simplemente que en un momento eso se cosifica, se agota y se acaba.
Es preciso entender por qué determinadas transformaciones simbólicas -vuelvo a repetirlo- no hacen sentido para vastos sectores populares de América Latina. Hay que tener claro porqué sectores populares de América Latina van hacia opciones conservadoras, son activos en esas opciones conservadoras, no son sujetos pasivos, y son contrarios a ciertas agendas. Si uno no trata de comprender la realidad, menos la va a transformar, y aquí hay un déficit importante.
Esta ola conservadora se alimenta de los déficit del progresismo, es la reacción contra las políticas del progresismo y al mismo tiempo presenta dimensiones conservadoras que son reactivas dichas políticas porque éstas no le generan ninguna clase de identificación, por eso el progresismo tiene vida para rato. Por eso pudo caer el PT con tan poca resistencia, francamente, y por eso el kirchnerismo termina como termina. Parece que la ola progresista está llegando a su final con un gusto amargo porque es un fracaso histórico del que va a costar mucho recuperarse, y no existe aún una alternativa al progresismo. Lo que está surgiendo pos progresista son sectores conservadores o ultra conservadores, no hay otros espacios políticos y eso tiene que ver con la falta de imaginación, porque cuando uno no revierte este proceso con el tipo de intelectuales que se aproximaron al progresismo o que el progresismo habilitó, por eso es importante saber qué perfil de intelectuales se acercan, porque se acercaron grandes oportunistas que iban a sacar provecho personal o colectivo del hecho de que determinados partidos llegaran al gobierno, grandes dadores de elementos para esas políticas públicas acotadas, y al mismo tiempo incapacitados para generar la más mínima pátina de pensamiento crítico, y qué vas a generar si sos un técnico social, seas sociólogo, antropólogo o politólogo, terminás siendo un técnico social de los ajustes adecuados. De ahí no puede salir ninguna clase de pensamiento crítico.
El pensamiento crítico uruguayo es acotado y está en algunos islotes, pero no es el que vertebra el progresismo claramente. Los intelectuales (para llamarle de una manera muy generosa) que están en el espacio progresista son técnicos, en algunos casos parásitos de la desgracia social, y en otros casos de la gestión del capitalismo. Esto impide y frena cualquier posibilidad de pensamiento crítico constructivo y propositivo a futuro, pero también el progresismo quiso a esa gente, los llamó o se integraron, y los resultados están a la vista, no veo más que agendas cosificadas. Inclusive, como son intelectuales que tienen compromisos, es decir, fuentes de financiamiento y prestigio académico (no estamos hablando de sujetos inocentes) no son sujetos que se van a pronunciar o enunciar un pensamiento crítico que podría ser positivo para que el progresismo corrija determinados errores. No es que los oportunistas atraviesen diferentes ideologías, sino que el oportunismo es una ideología en sí misma ¿y qué busca el oportunista? La oportunidad. Pues se les dió.
Cuando la izquierda dice “no hay relato”, yo digo que no es que no haya relato sino que no hay quien construya el relato, porque el relato es una enunciación colectiva. La izquierda tiene relato, el problema es quién lo enuncia. Es un relato conflictivo, es crítico pero también es evaluador y para eso hay que actuar con cierto desinterés, y no es la particularidad del tipo de intelectuales que el progresismo ponderó. Con el PT pasó lo mismo, no generaron un pensamiento crítico sino que utilizaron toda la maquinaria del PT para tener el mayor financiamiento posible y ahora el PT se cayó tan fácilmente. Además, no son intelectuales críticos porque nunca lo fueron, ¿por qué alguien iba a cambiar por ingresar a un partido de izquierda? La gente cree en la magia social.
El relato supone una construcción reflexiva, desinteresada y crítica, ¿quién va a animarse a hacer eso sin que signifique consecuencias directas para su desarrollo? Yo creo que hay muchos relatos de izquierda, el tema es si se le pueden dar espacios o no, y creo que en este momento no se les da mucho espacio, porque lo que generó el progresismo -y lo generó casi en todos lados- es un conjunto de técnicos-políticos que empezaron como políticos para devenir sólo técnicos, que están muy alejados de las subjetividades ciudadanas y del deseo en general, y se ven en esa relación burocrática con las cosas: la gestión.
La importancia que toma el término gestión en estos momentos es brutal: qué estás pensando, qué estás escribiendo o qué estás danzando, es decir, qué estás creando, y en este sentido es todo muy desparejo, porque la gestión muchas veces es el refugio para no establecer un pensamiento político cuando claramente la gestión es política, no es neutral. Toda esa construcción de gestión y neutralidad que el progresismo fue construyendo termina socavándolo. La gestión requiere de elementos creativos, y el burócrata no es creativo y entonces la misma gestión se empieza a cosificar, e inclusive en esa dimensión de la gestión propiamente dicha, empiezan a aparecer elementos que no tienen nada que ver con la creatividad mínima, y eso es un déficit importante en esta etapa del progresismo tardío.
Hay algunas cuestiones que le juegan en contra al progresismo, que como no logra construir un relato, no hay una idea de memoria, y como no hay idea de memoria en un Uruguay que tuvo momentos desastrosos, mucha gente piensa que hay ciertos derechos (el derecho a abortar legalmente o ir a la farmacia a comprar cannabis, a que las personas del mismo sexo se casen, por ejemplo) que la gente los naturaliza como si hubieran existido siempre, pero el problema es que al no poder establecer un relato tampoco podes historizar el proceso de haber llegado a determinadas metas.
Hay un antes y un después, pero al progresismo le está costando mucho mostrar lo que ha hecho, porque implicaría un relato que también puede ser cuestionado porque va acompañado de no haber superado un modelo agro exportador. Al mismo tiempo que ampliaste los derechos civiles (la agenda de derechos en general), no lograste zafar de los modelos de desarrollo que fueron al tun tun del mercado internacional sin pensar qué otras posibilidades habría. Ni siquiera hubo procesos de combinación de diferentes modelos, y en ese sentido el progresismo fue muy amateur, no logró siquiera esa cosa tan graciosa de “humanizar el capitalismo” o el “capitalismo con rostro humano”. Pensemos que si esta era la meta, el acuífero guaraní está contaminado, están vendiendo el dique Mauá, claramente es un modelo muy extractivista, aunque claro que va a ser menos extractivista que si acceden otras fuerzas políticas. Ni siquiera hubo un modelo ajustado con el capitalismo global que fuera menos agresivo, el progresismo planto soja, tiro agrotóxicos y alguna gente se enferma y no se sabe lo que pasa, se contaminaron los recursos no renovables.
También hay una decepción en el sentido de que si las banderas del progresismo eran la creatividad, si bien en algunas áreas se desarrolló, en muchas otras no. Es lo mismo que en las políticas culturales, las políticas culturales del progresismo acompañan la agenda internacional de políticas culturales, la industria creativa, la industria cultural es la agenda Unesco, la agenda de los grandes organismos internacionales, y esto tiene varios problemas, todo el tema de la patrimonialización, los indicadores que hacen y son muy graciosos. El Uruguay de manera poco reflexiva se empieza a enganchar a esta agenda cultural global, y perdes la capacidad de decisión y de crítica frente a un modelo que no es contrahegemónico. ¿La contrahegemonía cultural dónde está? ¿En el Teatro Solís? El Solís es maravilloso, vienen los chiquilines de la escuela a conocer un teatro modernizado y más incluyente que el viejo teatro Solís, y en las paredes del costado hacen pichí y caca todos los parientes de los presos que esperan en el juzgado, así que por este lado tenés al capitalismo popular-cultural, y por el otro los miles de uruguayos que van presos todos los años, más o menos unos seis mil. Los procesos de inclusión no fueron totalizadores, también son acotados .
Lo que hace el progresismo es ajustar las diferentes ofertas culturales a la oferta y la demanda internacional sin demasiadas alternativas, y es cierto que tomar el modelo internacional que te viene dado es mucho más fácil.
HI: ¿Podemos hablar de un proyecto cultural del progresismo? ¿Cuales son las posibilidades de modificar las matrices culturales desde el Estado?
NG: La impronta de nuestro progresismo y también otros -es el caso de Evo y el Estado multinacional y multiétnico- es que colaboró en darle ciertos respaldos a las minorías, el caso de los afro, los trans, incluso las políticas de género, con el tema indígena es más difícil por nuestra mitología del Estado-nación aunque ciertamente ha habido algún diálogo. Esta es una particularidad exclusiva del progresismo y que hace que estos colectivos se apoyen en el Estado, a veces incluso están financiados en alguna de sus políticas por el mismo, y creo que tiene posibilidad de contrahegemonía.
Hay un tema que se ha discutido bastante y es cómo atraviesa la temática de las clases esa minoría, porque cuando yo era chico no existía la minoría, existían sólo las clases, y ahora nadie habla de clase o asesinatos por motivos de clase, todo el tema de la criminalización de la pobreza, o de dónde viene la mayoría de la gente que está presa, hay un desdibujamiento de situaciones que tienen que ver más con las clases sociales. De cualquier manera hay otros colectivos que están tratando de tener una reflexión compleja, y me parece que el que está más maduro es el feminismo, pero hay otros grupos que están pensándose como minorías y también como clase, y eso tiene que ver con políticas culturales, aunque también son los procesos de mercantilización de la demanda, por ejemplo, de los estilos de vida de estas minorías, como también de elementos de que se podrían considerar contrahegemónicos, que es lo que pasa con las políticas culturales del progresismo que acompañan en realidad políticas globales del capitalismo cultural. Todo el tema de los indicadores culturales, el patrimonio y su relación con el turismo, el apoyar los circuitos internacionales de determinado canon, es decir, cómo hacer para que los productos culturales uruguayos ingresen a las formas internacionales. Ni siquiera hay un cuestionamiento de esas formas ni la necesidad de pensar otras formas, lo que hizo el progresismo es modernizar el capitalismo en todos los niveles y esto las elites tradicionales no lo conseguían, le faltaban redes, capital cultural. El progresismo ajustó varios niveles sociales entre ellos, y colocó la producción de industrias culturales y creativas más en el estilo del siglo XXI, pero esto no es una política contrahegemónica.
Es más, la mercantilización de algunas reivindicaciones válidas y la instalación de la industria cultural y creativa en el mercado internacional es la construcción de una nueva hegemonía que no tiene nada que ver con un proyecto emancipatorio, y se terminan incentivando por ejemplo el feminismo liberal, porque el feminismo crítico molesta mucho porque cuestiona las estructuras de poder, las estructuras económicas y esto no constituye la política del progresismo. Estas son de reconocimiento e inclusión acotadas, porque siempre va a haber producción de asimetrías en una sociedad como esta, es como un capitalismo con rostro humano, y para los que conocimos el otro capitalismo, este es mucho mejor, obviamente.
Hay que reconocer también que esta modalidad tiene sus límites, se empieza a agotar, se rutiniza y ahí muestra sus límites en la crisis de relato, la crisis de sentido. El progresismo no significó cambios cualitativos en la vida social, significó sí la dignificación de ciertas formas de vida que no es para nada menor en el contexto regional y mundial inclusive, pero los límites generan muchas veces que se terminen cosificando las diferentes propuestas y terminen siendo pasibles de ser utilizadas incluso por colectivos conservadores.
Uno puede ver en la producción artística, a través de los premios, que aquí hay libertad artística pero no les pagamos los pinceles o las posibilidades exponer a los artistas nacionales. Muchas veces el arte con mayor nivel de eliticidad, inclusive en los concursos o en las bienales, es un poco reservado a menos que sea el arte oficialista. Entre los artistas hay intereses propios, no hay que engañarse, yo también soy artista, y es propio de los intelectuales, siempre hay intereses propios.
Las concepciones de superficie son parte de la estética del progresismo, y es un poco la particularidad de las políticas de reconocimiento del gobierno, que por eso tienen tanta facilidad, y si viene otro gobierno conservador barre con las políticas de reconocimiento sin demasiada resistencia, es decir, hay un consenso en relación al desarme de ciertas políticas, y eso tiene que ver con las posiciones sociales inevitables y con el efecto de superficie de esas políticas. Entonces, mientras vos tenés el marco político, el “poder”, eso funciona, pero cuando ya no lo tenés deja de funcionar porque no tiene una lógica cultural propia. Lo interesante es que el progresismo colaboró a generar un espacio mínimo para esos grupos que antes no existía y eso inclusive resiste la restauración conservadora.
Por otro lado están todas las formas de populismo cultural, el progresismo se mete mucho en el multiculturalismo liberal, esa es su tradición, entonces todos los productos culturales valen lo mismo sin reflexión, porque en la equivalencia de productos culturales obviamos no todos valen lo mismo, algunos tienen una mayor posibilidad de venta, porque en definitiva es el mercado que termina definiendo qué productos culturales tienen que darle más aire y cuales no. Cuando se tiene una política cultural hegemónica hay una suerte de evaluación o de experimentación, y todo esto bajo la demanda de la gente, porque la gente pide y el gobierno obedece, no hay mediación ni reflexión, por eso es populismo, el pueblo me pide y yo le doy porque tengo que ganar las elecciones, como una forma más vulgar de la última fase del progresismo. Voy a llevar la cultura a los barrios, pero no porque eso es elitismo, entonces llevo las usinas culturales a los barrios y que estos hagan lo que quieran. Esta es una etapa del progresismo donde los “intelectuales orgánicos” se empiezan a retirar, porque ven de manera crítica que lo que se llama “industrias culturales y creativas” es nada más que un apéndice de las industrias culturales y creativas que se plantean para todo el planeta en el capitalismo global cultural. Otros son sujetos que instrumentan cierto pack de políticas que establece cómo se valoriza el patrimonio, qué relación tiene con el turismo porque la cultura es rentable, cómo entender que el patrimonio y la cultura son dinamizadores económicos, eso es el modelo Unesco, economicista, desarrollista.
Veo que hay un montón de gente que está haciendo cosas que están buenísimas pero absolutamente por fuera sin siquiera preguntarse si están por dentro o fuera de algo, de ahí probablemente surjan cuestiones de contrahegemonía, pero no en el progresismo. Uno ve que la creatividad y la contrahegemonía es muy difícil que llegue desde los aparatos del Estado o de la sociedad civil intervenida por esos aparatos o las instituciones vinculadas con el aparato del Estado, y además hay lógicas de Estado propias. El progresismo se alimentó de los cadáveres de cuando había ideas contrahegemónicas, las recicló históricamente y tomó algunos símbolos pero no logró generar un espacio, y eso condujo a principios de cosificación clarísimos abonan ciertos bienes de mercado culturales,
HI ¿Crees que la izquierda ha podido construir su propio relato de forma diferenciada a las narrativas locales que colocan la excepcionalidad uruguaya y su identidad trasplantada como aspectos fundacionales?
NG: Toda la ampliación de derechos que se hizo sobre todo en el gobierno anterior, la legalización del aborto, la ley de salud sexual y reproductiva, la regulación del cannabis, el casamiento de personas del mismo sexo y demás, en parte está basada en esa mitología de la excepción y que trabajó de manera más o menos consciente sobre esa mitología fundacional, porque la situación es excepcional a nivel de América Latina, ¿en qué país está regulada la marihuana? En ninguno, y el aborto es legal acá, en Cuba (antes de la Revolución, inclusive), y después tenés áreas específicas, por ejemplo en el DF pero no en todo México, hay mujeres a las que condenaban 30 o cuarenta años de prisión por abortar. Como país, estas cuestiones que no son menores estuvieron basadas en las mitologías de excepcionalidad, y en ese sentido reconfiguran de nuevo al Uruguay como país liberal, un espacio extraño en medio de América Latina que es un espacio autoritario y desequilibrado, la mitología de siempre que tiene efectos de realidad y constituye la realidad, y se nutre en parte del Uruguay excepcional y naturalmente democrático. Lo que pasa es que no se avanzó mucho más, hubiera estado bueno hacer más mito-praxis con esas mitologías fundacionales. Al progresismo le faltaron intelectuales que supieran manejar bien, en el buen sentido, el poder simbólico, y hay también un tiempo para hacer las cosas, porque inmediatamente después de que se hace algo, eso va a generar una reacción contraria y es parte de la naturaleza misma, un movimiento y un contramovimiento.
El progresismo uruguayo es el Uruguay en movimiento, primero viene el impulso y después viene el freno y con él toda la reacción que acompaña a ese freno, y creo que es este proceso que estamos viviendo ahora. A mi me da la impresión de que el progresismo está viviendo de sí mismo, de sus logros, pero a medida que pasa el tiempo los logros del progresismo se naturalizan, entonces se viven como algo que existió siempre, porque la población no entiende las condiciones de evaluar un antes y un después, porque eso sería el gran relato, y eso es muy difícil de construir porque está mucho más vinculado a los servicios y a los logros. Ahora pasan el la tv publicidad que antes no pasaban sobre las cosas que está haciendo el gobierno, pero hay más de lo que se hizo que inclusive no está mostrando y que son cosas muy buenas, pero te enterás viajando por el interior, y estos son más bien problemas de incompetencia comunicacional. En general difunden lo que están haciendo sin evaluación del antes y el después, y eso tiene que ver con varias cuestiones que son muy uruguayas, la vergüenza de decir lo que hiciste y supongo que un gobierno puede actuar igual que las personas, hay algo de eso.
Tal vez la falta de relato exige ver por qué la gente demanda determinadas cosas y cómo eso va construyendo adhesiones a movimientos y partidos políticos, y esto es historizar a la propia izquierda de alguna manera. El problema del relato es que no hay quien lo escriba, falta un guionista, porque cuando en los 2000 tomás un país semidestruido, está complicado. ¿Acaso se puede relatar el neoliberalismo cuando a veces tomas medidas neoliberales? Ese es el problema. Obviamente que hubo cambios importantísimos, pero cuando se toman medidas que lindan con lo neoliberal o la privatización de espacios públicos, tenes que discutir sobre el agua contaminada y permitis el glifosato porque estás subido al caballo de este modelo, y en realidad los márgenes que deja el modelo hegemónico para un país chico como Uruguay son bastantes anchos, pero para eso hay que ponerle pienso.
También ahí se ve el límite de las políticas de Estado, y mucha gente comienza a verlos y en función de eso empieza a organizarse, pero no podemos ser ingenuos, son sistemas violentos y uno no puede generar el germen de algo alternativo, de una sociedad de no mercado, son discusiones muy viejas que a veces se olvidan. Más allá de la ingenuidad, lo bueno es que la gente vea los límites de estas políticas y como a veces la autorganización también genera cosas importantes.
La experiencia del Estado para las izquierdas siempre es muy complicada, da la impresión que el Estado puede más que las izquierdas, históricamente. Una cuestión importante es la reconfiguración del Estado, porque si tenes maquinarias tan centralizadas como la nuestra por tradición histórica, ¿qué significa realmente la descentralización estatal? Significa que ese campo de definiciones tan centrado se descentralice y la gente se implique, fijate que lo del agua no se le consultó a nadie, la única consulta es a los representantes parlamentarios. Que nuestros procesos de centralización hayan sido pensados de una manera peculiar y que el grueso de las decisiones las defina el Estado, en un país tan chico como este podría resolverse con formas de democracia directa, y sin embargo no es lo que se incentiva, no está dentro de la tradición uruguaya. El progresismo se da en Uruguay con los límites de nuestra cultura y nuestro proceso civilizatorio, un país siempre amortiguador inclusive en sus momentos más críticos, tampoco podes pedirle a determinada cultura que sea algo demasiado diferente a lo que es, y no es conformismo. Uno piensa lo ideológico y lo político como fuera de la identidad del país, y en realidad es la gente que vive acá, y por eso también las tendencias más amortiguadoras, más anti dialécticas son las que triunfan, y las visiones más analíticas y reflexivas, las que muestran los contrastes no constituyen colectivos numéricos importantes, y ahí está el pienso, porque la contrahegemonía en Uruguay es ir contra el consenso, entender el disenso como parte natural de la vida. Si vas a construir consenso tiene que ser en torno a mucha discusión porque no puede ser forzado ni amortiguado. Por eso la contrahegemonía no puede hacerla ni el progresismo ni el Estado, sino que tiene que venir de otros lugares. Todo lo que puede ser pensado desde el conflicto y la comprensión de las contradicciones como su potencialidad, empieza a ocupar espacios que no son los espacios del Estado.
Es tan amortiguadora nuestra sociedad que creo que el progresismo está convocado a absorber la ola conservadora de la región. No creo que asuma otro partido sino que el propio progresismo va a absorberlo para amortiguarlo por un fenómeno específicamente uruguayo y civilizatorio. Como nuestro progresismo está constituido por un frente, tiene muchas más posibilidades de absorber la ola conservadora, pero eso es también su límite, porque absorbe parte del discurso de los sectores más conservadores. Es también la historia del Partido Socialista francés, del PSOE, en el caso de los extranjeros, los refugiados, la flexibilización de las políticas laborales, y lo que viene después de esto es una recomposición que va a llevar muchísimo tiempo.
HI ¿Qué rol ha jugado el “campo intelectual” en estos procesos de contienda cultural?
NG: Lo que ha hecho el campo intelectual es ser técnicos instrumentales de políticas públicas acotadas en la mayoría de los casos. En otros casos ha legitimado la globalización de este modelo de capitalismo cultural progresista, y no solo han legitimado sino que han sido actores relevantes, vinculantes, que es mucho más que un mero rol. Creo que también han aportado algo de pienso para reflexionar sobre las minorías, sobre la heterogeneidad, etc. pero no han jugado un rol como intelectuales orgánicos porque no lo eran ya desde antes, y en realidad se resolvieron como técnicos. En todos los campos intelectuales hay mucho oportunismo siempre, esto es históricamente cierto y no lo digo desde el lugar del resentimiento sino desde el conocimiento, la gente tiene su proyecto que es prioritario, y después están las situaciones políticas que alimentan o favorecen ese desarrollo. Por eso el campo intelectual siempre tiene tantos problemas con el cambio social, porque muchas veces sus proyectos no coinciden con el proyecto de las mayorías, y eso es una constante. Acá no va a pasar algo muy diferente a lo que ha pasado en otras partes del mundo.
Sin embargo, hay un pequeñísimo número de intelectuales que siguió trabajando como intelectuales orgánicos de ciertas causas, pero que venían de antes de la llegada del progresismo al gobierno y que tenían bastantes reflexiones previas. Pero desde las políticas públicas más generales hasta las investigaciones sobre DD.HH, han quedado muy subsumidos a las políticas de Estado. Hay intelectuales con un nivel de crítica tan vehemente que uno ve sus trayectorias y muchas veces son conservadoras. Cuando uno empieza a ver la conformación de una tecnocracia de izquierda, la consolidación de los gestores, todos los mandados y los niveles de acriticidad, etc.
El campo intelectual es muy difícil de entender, y siempre es más bourdeano que gramsciano, son conflictos de poder que se producen y reproducen. Cuando se esperan cambios sociales importantes, es muy complicado trabajar con el campo intelectual porque tiene un proyecto propio, en algunos casos pueden acompañar determinados cambios pero mayoritariamente se ponen en contra. Inclusive en los lugares donde ha habido grandes cambios políticos tienen políticas específicas para los intelectuales, para cooptarlos y que no se les pongan en contra, para mimarlos un poco. También hay niveles de acriticidad que no acompañan la ola conservadora ni esta suerte de aggiornamiento existente que produce cosificación, el término “bienes culturales” ya está cosificado, así como la patrimonialización del tango y el candombe y todo pensado con fines turísticos. En este sentido no ha habido un rol activo de los intelectuales, porque eventualmente vos podes acompañar al progresismo, y aclaro que yo lo acompaño porque es lo que se puede hacer en Uruguay, es El Uruguay y su gente de Carlos Maggi.
Creo que en cierto sentido el campo intelectual se vió como cliente del poder político, “tengo este proyecto, financiamelo”, más que como productores de pensamiento crítico, no los vi posicionarse de ese lugar a la mayoría, y en el campo artístico mucho más, ahí se ve la fuerza que tiene el Estado de amoldar a los artistas. Por ejemplo inventan premios, el “Premio al medio ambiente”, y como artista tengo que dejar de hacer lo que hago para que me den plata y trabajar sobre un tema, es el Estado que me pauta la agenda. En este sentido han tenido mayor capacidad de modelar el espacio artístico que el intelectual con una lógica de mercado, aunque en el caso del arte la cosificación es mucho más clara. Los procesos de cosificación del arte son fomentados por el Estado a través de los tribunales, las evaluaciones, etc, y empieza a haber una estética progresista.
* Prof. Tit. Dr. L. Nicolás Guigou/ DCHS, IC, FIC, UDELAR