Hemisferio Izquierdo (HI): Desde hace mucho la izquierda sabe que el desafío de la superación del capitalismo trasciende la disputa de poder a (con) las clases dominantes y la transformación de las relaciones sociales de producción. Supone también la disputa por la construcción de una nueva subjetividad, de una concepción alternativa de la convivencia social que jerarquice lo común por sobre lo individual. En otras palabras, cambiar nuestras cabezas y nuestros hábitos. ¿Cuáles son las claves de esa disputa en el capitalismo contemporáneo?
Soledad Castro (SC): Creo que lo más difícil en el capitalismo contemporáneo es generar un proyecto político alternativo que tenga la consistencia suficiente como para conquistar las subjetividades. El capitalismo trabaja constantemente para crear la ficción de que es el único camino posible. El desarrollismo es un gran ejemplo: el discurso oficial de todos los partidos uruguayos con fuerza política asume que necesitamos capital internacional para mantener los números a raya, para generar trabajo, para poder continuar con nuestra identidad de consumidores, para el equilibrio de la macroeconomía. Entonces, más allá de paliar las consecuencias del costo humano del sistema con políticas sociales, es muy difícil soñar con que haya otra manera de sostenernos a corto, mediano y largo plazo, que no esté vinculada a dejar entrar las reglas de los grandes capitales, de las corporaciones, de los megaproyectos extractivistas, del norte imperial del mundo. Para conmover a la opinión pública no alcanza el discurso ecologista, porque se centra en las consecuencias de los daños, pero no propone, de modo global, formas concretas de organización sustentable para modos de vida completamente urbanos, alejados de la tierra, afectados por un uso completamente irresponsable de la tecnología durante generaciones y generaciones, que no hace más que crecer y crecer.
En este neocapitalismo que avanza sin frenos, sin grandes contrapesos, estamos a la intemperie de la Historia, y aun para quienes sabemos que lo estamos –que estamos lejos de ser la mayoría– creo que lo más difícil es la generación de ese proyecto político otro, de esa utopía articulada hacia la que dar pasos que, aunque resulten endebles, puedan ser enunciados con certeza, como los preceptos que brindó en su momento la teoría marxista. Tenemos que animarnos a soñar por afuera, y después a pensar en maneras concretas de llevar adelante esos sueños. Cierta línea de la antropología feminista habla, por ejemplo, de sociedades post-patriarcales donde las relaciones entre las personas no están definidas por afiliación a un género, y donde el patriarcado “se va a caer”. Si bien es un concepto difuso y barroso, funciona como núcleo del discurso militante y permite el diálogo entre movimientos increíblemente diversos de todos lados del mundo.
Las izquierdas están profundamente afectadas por el capitalismo. Creo que “la década ganada” del progresismo del sur latinoamericano es una interesante muestra de eso: se consolidaron nuevas formas de entender el Estado para una socialización mayor de las ganancias, pero los aparatos institucionales que amparan al capital –impidiendo de forma consecutiva que pueda desarmarse la desigualdad estructural, heredada, en la que vivimos– quedaron, muchas veces, intocados. Entonces me parece que, si tomamos la decisión ética y política de creer que hay un mundo posible fuera del capitalismo –y de la democracia liberal que lo sostiene–, tenemos que trabajar para que nosotros, o las nuevas generaciones, seamos capaces de generar ese proyecto político otro, que deje de ser un espacio vacío de contenido y se convierta en una posibilidad real desde la que convencer, seducir, llamar a la acción.
No hablo de partir de cero, por supuesto, pero la sensación es que hoy no tenemos una casa teórica, grande, amplia, desde la cual aunar esfuerzos. El marxismo ya no cumple esa función, porque deja afuera todas las nuevas disputas por la subjetividad de los cuerpos, que entienden a la identidad como un problema en sí mismo, necesario de defender más allá de la posición económica y de la pertenencia de clase. Para generar esa nueva “casa” desde el punto de vista teórico, pero también pragmático, concreto, hacen falta muchos recursos intelectuales, económicos y políticos. Y es en ese sentido que se vuelve fundamental la democratización y la socialización del conocimiento, que no es lo mismo que la información. El conocimiento implica relacionar la información, pensar los datos: ¿desde qué paradigma leemos los datos? ¿cómo los combinamos, cómo los valoramos, desde qué construcciones ideológicas? Son preguntas que las universidades deben hacerse: dejar de rechazar las lecturas ideológicas de la sociedad, y asumir que toda información vacía de sentido político alimenta, necesariamente, la lógica de la desigualdad.
Realizar un corte con la subjetividad capitalista a la hora de pensar implica una enorme dificultad. Y creo que, si la posibilidad de soñar otra forma de organización económica y política es uno de los enormes desafíos que tenemos, el otro es justamente no dejar que las luchas genuinas por nuevas formas de la subjetividad se le acomoden, se le plieguen, sin cuestionar su matriz básica. Hablo, por ejemplo, de tensionar los movimientos afines a la agenda de derechos; llevarlos a cuestionar la idea misma de derecho, por ejemplo. Promover un feminismo anticapitalista, una lucha contra el racismo y el colonialismo que sean anticapitalistas, que no luchen solamente por una manera más igualitaria de repartir el poder dentro del sistema, sino que cuestionen la lógica misma de ese poder, animándose a participar de esa construcción heterogénea, otra, desconocida, que tendremos que hacer juntxs, comprometidxs con una vida que colabore con que eso pueda suceder alguna vez, aunque nosotros no lo veamos.
HI: ¿Cómo valorás el desarrollo de esa disputa, sus avances o retrocesos, durante los sucesivos gobiernos progresistas en Uruguay?
SC: Es muy difícil hoy, en Uruguay y en el mundo, pensar en gobiernos institucionales y pertenecientes a la democracia liberal que realmente brinden una disputa contra el capitalismo. Creo que estamos muy lejos de eso, y que los grandes aparatos institucionales que protegen al capital no fueron realmente modificados: los bancos, la propiedad indiscriminada de los recursos naturales, la lógica de la plusvalía y el beneficio empresarial, la desigualdad estructural de los cuerpos en el acceso a la ciudadanía y al lenguaje, siguen ahí. La primera muestra de eso es la pobreza. De hecho, también puede rastrearse un gran desprecio por el trabajo intelectual, erigido desde una soberbia preocupante, asentada en lo pragmático. Pensar, tomar partido, comprometerse con ciertos principios y banderas profundas como el cuestionamiento del sistema judicial, del derecho penal, de la propiedad privada, ha dejado de ser importante: lo fundamental es administrar. En el conflicto entre ideología y gestión, que tan bien ilustraba la murga La Mojigata en 2017, los gobiernos progresistas priorizaron la gestión. Una muestra muy concreta de eso es lo que sucedió hace unos días con el Ministerio de Turismo, que declaró de interés ministerial una actividad realizada por el internacionalismo anti-derechos que defiende el discurso más fascista, heteronormativo, violento y patriarcal de la región, y les otorgaron la declaración de interés porque “así es el protocolo y así teníamos que hacerlo”. Claro, después se paró la sociedad civil y la declaración se echó atrás, pero es interesante como muestra de la soberbia con que los funcionarios respetan los protocolos y sus lugares de poder antes de asumir que podrían jugársela por hacer lo correcto. Es que “lo correcto” parece ser lo que dice el protocolo, o lo que es posible desde el punto de vista de la gestión o la administración, o justamente “lo que vende”. Entonces, la disputa con el capitalismo como sistema se vuelve realmente muy difícil, porque se asumen como intocables los mismos procedimientos que lo han garantizado y lo siguen garantizando cada día. Eso no quiere decir que dentro del mismo capitalismo de todo lo mismo. Se avanzó hacia una “benevolencia” más grande, con políticas sociales, con un trabajo como el del MIDES, por ejemplo, que no me parece nada menor. Es más, creo que son las propias mejoras de las políticas sociales dentro del capitalismo las que nos permiten, a las personas de clase media, repensarnos como militantes, con un restito como para razonar acerca del sistema en que vivimos, porque si no fuera por ese crecimiento sostenido, basado en la consecución de cierta estabilidad económica, no podríamos siquiera pensar en otra cosa que en intentar comer todos los días o pagar el gas y la luz, como está pasando ahora en Argentina. Valoro fuertemente el trabajo de estos años. Pienso en una realidad como la ley de fuero sindical, por ejemplo, tan fundamental para perseguir mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y las trabajadoras. Pero sí es cierto que desde el Estado se ha propiciado poco la politización de la sociedad, y eso es un problema: tenemos muchos más universitarios y universitarias, pero cuesta mucho que se comprometan con una militancia que exceda lo partidario, que se animen a cuestionar la lógica misma del poder, que es lo que implica la lucha anticapitalista. Y entonces, justamente, generar ese sueño otro, alternativo, se vuelve muy complicado. Necesitamos el conocimiento, necesitamos más que nada los recursos intelectuales: son los que permiten que la gente se desprenda, cuestione su propia imagen, su propia clase social, sus propios privilegios, y se ponga a trabajar en pos del bien de los demás, saliéndose del lugar, inventando otra manera de estar consigo misma y con el otro. En realidad, creo que el nacimiento último de esa propuesta anticapitalista que vuelva a seducir y mover profundamente las subjetividades va a tener que pasar por fuera del Estado, y va a tener que suceder de forma autogestiva, en Uruguay o en otros países, y entonces la tarea va a ser ayudar a ese proyecto a tomar fuerza. Tal vez sea bueno pensar en aprovechar los recursos que nacen desde una buena administración del Estado capitalista, pero dejando crecer de verdad un espacio de independencia que pueda hablar fuera de él, donde nazca la semilla de esa cosa otra, de ese mundo otro que todavía no conocemos. Es difícil.
*Soledad Castro Lazaroff es cineasta, escritora, docente, militante feminista. Edita la sección de Cultura del Semanario Brecha. Es letrista de la murga Falta y Resto.