Ilustración: Invisibles, Laura Becerra.
Acompañado de la “algoritmocracia” como dinámica instrumental de toma de decisiones permanentes a partir de los patrones de comportamiento que tenemos, sin dejar lugar a lo improbable, la incertidumbre... a lo humano fue ganando espacio la idea de que el territorio es aquello que nos muestra el “google earth”. De alguna manera, se insiste en algunos rincones que uno podría determinar lo que hay o no en un territorio, lo que falta o sobra a partir de las imágenes que nos brinda esta herramienta.
Por tanto, para quienes desde una perspectiva crítica y transformadora pretendemos empujar y construir procesos por otros carriles, en el contexto actual se dificulta no verse permeados por estas tendencias. En este sentido, pretendo aportar en este artículo desde un conjunto de reflexiones a partir de la experiencia que nos ha tocado transitar.
El territorio ha sido cargado de innumerables definiciones, hay artículos, tesis y papers que aportan a la idea de comprensión de este término.
Mientras tanto hoy asistimos a la idea de la necesidad de control del territorio, o de la disputa por el territorio. Esto en relación a lo que se le exige al Estado como en cuanto a ciertas visiones que atienden al territorio como un lugar donde colocar, sacar y correr cosas con un solo “click”.
Esta idea además, está cargada de una pretensión impositiva con respecto a lo que debe suceder en cada espacio geográfico. Como si ese determinante pudiese ser validado unilateralmente desde un esquema axiomático de valores y necesidades pre-configuradas.
Agregar que a nuestra sociedad uruguaya, lo único que lo acerca a Europa es la pretensión mayoritaria de intentar reflejarnos en el espejo Europeo mucho más que en el Latinoamericano. Esta pretensión atravesó en la historia y en el presente a buena parte de los espacios de la política y de la academia. De modo que, muchas veces las miradas y las respuestas que tenemos ante los problemas en nuestras sociedad se acompañan de una foto de sociedades europeas que lejos están de representar lo que somos. De hecho, arriesgo a decir que buena parte del éxito que muchos ven en algunas sociedades europeas es posible a costa de la plusvalía generada con nuestros pueblos latinoamericanos.
Para el caso del escenario Uruguayo, con énfasis en la zona metropolitana, aunque no solo, deberíamos tender a incorporar la disputa en los territorios como estrategia de desarrollo de capacidades que permitan grados de desanclaje del las situaciones de exclusión y pobreza, más que en esa mirada de la disputa “Por el territorio” que mencionaba antes. Cambiar este modelo de intervención debería significar el análisis de las fuerzas que existen en cada territorio para promover procesos de participación, mejoramiento barrial, construcción de sujetos colectivos críticos y diversos, el desarrollo de lo comunitario por sobre lo local al tiempo que se hacen visibles las tensiones y actores que dificultan eso hoy.
Este escenario nos obliga a pensar en términos de alianzas mayores para alcanzar objetivos fundamentales, como la lucha contra la pobreza y las desigualdades. Salirnos de la idea que lo singular no tiene sentido sin conexión a un Universal, y que por sí mismo no tiene validez. Sugerir que la singularidad de la experiencia no implica la singularidad de la reflexión sobre esa experiencia. Sin embargo, por si se trata de una potencia de transformaciones posibles. Es necesario observar lo diverso que tiene su origen en lo singular que se constituye colectivo.
Para quienes se vinculan cotidianamente en los territorios con procesos colectivos y participativos, es bien claro que hay al menos 4 actores que están presentes y juegan en contra de esas pretensiones. Si bien para este caso, los menciono como actores concretos, hay detrás de cada uno la expresión de distintas facetas del sistema que promueven una ética de la heteronomía (como menciona seguido J. L Rebellato) sometiendo continuamente a estas comunidades y sosteniendo procesos de alienación en estos territorios.
1. Partidos políticos tradicionalistas: En este conjunto, están aquellos partidos políticos que llegan a los territorios en busca de ganancias electorales. Promoviendo liderazgos que disputen votos sin organización ni pretensión de disputar el espacio simbólico de las situaciones de vulnerabilidad en la que se encuentran. En este caso se disputan la mayoría de las veces la representatividad de estructuras vacías, permitiéndose hablar “en nombre de” más que intentando construir colectivos o promover un acompañamiento voluntario de quienes viven en esos lugares. Estos sectores además construyen desde una lógica de oposición y afianzamiento de las diferencias entre los pobladores de esas zonas. En estas lógicas donde muchas veces caen también ONG, promueven la organización del evento, para que las fotos recorran redes y ese territorio quede marcado como “trabajado por”.
2. Congregaciones religiosas “carismáticas”: Es visible la instalación de un tiempo a esta parte de iglesias que promueven la vinculación de las personas con las soluciones necesarias a través del tráfico de esperanzas, como lo son objetos que permiten la conexión con Dios. Han perdido espacio otras congregaciones e iglesias que promovían en su base comunitaria, la relación con Dios a partir y a través del trabajo en la comunidad con los más pobres. Sin embargo la presencia de estas iglesias de corte carismático, en su mayoría determinan una destrucción de lo común en la diversidad existente por sobre el agrupamiento y encierro.
3. Prestamistas a sola firma: Es habitual también ver a algunas prestamistas de micro créditos recorriendo los barrios más pobres, tentando a la gente con préstamos fáciles. De esta manera, se comprometen los ingresos de las familias. La exigencia de ser parte de un modelo de éxito que está basado justamente en la mentira, ya no entramos todos. Así como es inviable e insostenible que el modelo de éxito del capitalismo occidental cuaje en países como China o India, solo decir que si en China tuviesen la misma proporción de autos por familia que en Alemania, el problema ambiental sería tremendo, por mencionar un tema solamente. En este caso, a partir de la necesidad de solucionar problemas urgentes, se aprovechan para que esa dependencia se vuelva cíclica y sin salida.
4. Organizaciones criminales o narcos: Sobre esto se habla bastante más. Sin embargo, hay algunas cosas que no siempre se mencionan. Por un lado la construcción de poder que proponen a partir de ciertos lazos de lealtad, complicidad o amenazas para que en los barrios sucedan algunas cosas y otras no. Por otro, el mapa de dichas organizaciones es mostrado a partir de ciertos territorios donde estarían anclados y ciertos sectores sociales. Sin embargo, es claro que para el funcionamientos de estas, no alcanza con la imagen que nos muestran. Para que suceda lo que aparece una y otra vez en el informativo vinculado a determinadas zonas de la ciudad, son necesarias capacidades logísticas, tecnológicas y de conocimiento que en general no están ancladas a esas zonas de las ciudades.
Los actores mencionados, son a modo de visualizar, cuando hablamos de organización barrial o de corte territorial-comunitaria que consideraciones debemos poner sobre la mesa.
Es preciso considerar que en los territorios se disputan además de materialidades necesarias, sensibilidades, subjetividades. En este sentido debemos aportar a la constitución de sujetos populares que encuentren en la cultura (como concepto general) un campo para disputar la hegemonía de un sistema que es capitalista, patriarcal y colonizador al decir de B. de Souza Santos.
La organización barrial debe contemplar la construcción de lo común. En este sentido se hace necesario dejar de pensar en términos de “desarrollo local” y pensar en términos de “procesos comunitarios”, en el sentido de que esa idea de lo Local se limita a un recorte del territorio a partir de externalidades definidas detrás de escritorios (públicos o privados) casi siempre siguiendo lógicas distantes.
En los procesos de organización barrial se abren posibilidades enormes de disputar modelos políticos y económicos que proponen la exclusión y la pobreza como parte del funcionamiento natural de las sociedades.
En primer lugar, los espacios de organización barrial son mayoritariamente liderados por mujeres. Son las mujeres quienes se hacen cargo de las luchas en los barrios. Por tanto cargan con una lógica de funcionamiento mucho más horizontal y participativa que otros espacios. Existe además la posibilidad de la expresión de lo emocional como parte de lo que se enuncia comúnmente. Es decir, no se renuncia a la posibilidad de estas expresiones, lo cual permite construcción de vínculos fuertes que atraviesas la vida cotidiana. En este sentido, quienes se involucran en estos procesos constituyen una propuesta de “la ética del vínculo y del encuentro”. Una ética que promueve y se vincula con la autonomía.
Son procesos que surgen de la resistencia, una resistencia que contiene en su origen una propuesta transformadora. Al inicio los organiza la necesidad de resolver algo, pero en el proceso se identifica la necesidad de estar organizados para sostenerse, para sostener batallas en veces largas y para poder resolver emergentes que aparecen en la cotidianidad.
La organización barrial o comunitaria, debe entender la participación protagónica como herramienta fundamental para luchar contra la pobreza y las desigualdades. No confundiendo esto con la auto-gestión de la pobreza en manos de los pobres, sino como elemento constitutivo de sujetos colectivos críticos que se identifiquen como parte de un sujeto histórico popular, que en su diversidad expresa a los afectados por las clases dominantes.
Por esto, el hecho de ser parte en esos procesos, no se reduce a la concurrencia a reuniones, actividades, tareas concretas... participar implica tomar y tener parte en un proceso pedagógico donde se construye un sentido colectivo y una sensibilidad transformadora. Se hace presente acá una mención a P. Freire cuando dice que estudiar no es un proceso de consumir conocimiento sino de crearlo.
Hay un discusión latente en términos de lo que implican los procesos de organización en los sectores más pobres de nuestra sociedad. Sobre la organización de ellos y la conquista de algunos derechos que deberían estar garantizados. Por momentos no aparece presente el hecho que los sectores más ricos de nuestra sociedad tienen sus propios espacios de organización para ejercer el poder, además de tener el poder del capital. Sin embargo, a los sectores populares se les restringe muchas veces su posibilidad de movilización a lo reivindicativo, a la visibilidad de lo que falta, a la queja. Cuando la potencia de estas organizaciones está en la construcción de vida cotidiana amparada en nuevos vínculos y relaciones, sostenidas en la solidaridad, en el reconocimiento y en el retrato constante de lo que somos.
Por último, mencionar que los procesos de acumulación política en estas organizaciones no se da en tanto acumulación de actividades en un espacio de tiempo. No es eso lo que determina el fortalecimiento de estas expresiones. No se trata de agregar actividades dispersas a un cronograma. Tampoco se trataría de comulgar con todas la posiciones que se hacen y nacen en estas organizaciones. Más bien se trata de construir estrategias que re-creen y fortalezcan lo colectivo. Que promuevan el análisis crítico de nuestras sociedades y del lugar que tenemos cada uno en ellas. Para que esto suceda es necesario establecer vinculaciones desde el debate permanente, desde la crítica permanente, escapandole a la inercia del consenso obligatorio ante el miedo de tomar definiciones que nos enfrenten.
Expresión del territorio, como espacio de vinculaciones cotidianas, de movimientos y subjetividades, de expulsiones e integraciones. Como espacio de expresión del capitalismo en sus fatalidades pero también de una sociedad distinta en su potencialidad. Expresión, esto es también su relación con la ciudad.
El derecho a la ciudad está hoy fuertemente planteado como algo a atender. Sin embargo es un derecho que en nuestras sociedades se instala muchas veces sin relacionarlo con el derecho a la vida. Y en nuestras sociedades latinoamericanas, donde el derecho a la vida no está del todo garantizado.
La ciudad es siempre expresión de las desigualdades a la vez que expresa constantemente los emergentes que pueden superar esas desigualdades. Los expresa en movimientos y organizaciones sociales y los expresa en la propia posibilidad de ser construida de manera inclusiva, democrática y participativa
En nuestro caso, como sociedad, deberíamos ser capaces de avanzar en la idea que los pobres no lo son porque lo merezcan ni por desinterés en trabajar por ejemplo. Avanzar en la idea de que la deuda histórica que tiene el Estado y la sociedad con los sectores más postergados no puede nunca incluir la idea de contrapartida para ningún proceso de restitución de derecho que se promueva.
Mientras sigamos pensando y mirando nuestra sociedad desde los lentes solitarios de nuestros escritorios, resultará muy difícil encontrar caminos de desanclaje que incorporen la vida cotidiana de los sectores más postergados. Ya que nos hace pensar en soluciones a partir de resolver la ecuación en función del binomio: que bienes tienen o no tienen las familias en vez pensarlo en términos que precisan o que no precisan, en función de una elección personal.
El derecho a la ciudad debería permitirnos recorrer todo lo que ofrece la ciudad, ingresar a todo lo que ofrece la ciudad para ingresar pero también transformar la ciudad para que el derecho a ella permita acceder a los bienes y servicios necesarios para ejercer el derecho a la vida plena.
A la vez, el derecho a la ciudad debería fundarse en las memorias colectivas que recorren los rincones de cada territorio y que pueden hacer visibles las desigualdades y las resistencias, así como aquello nos habita y habitamos como impulso para construir en comunidad.
En este sentido también es necesario re-pensar las lógicas de intervención que se tienen históricamente desde el Estado, heredadas muchas veces de modelos arcaicos, donde la noción de procesos no existe y donde la intencionalidad queda menguada en una racionalidad con arreglo a productos estáticos. Que se alimentan además de la omisión de lo comunitario como espacio de intercambio, encuentro y transformador de relaciones.
Precisamos de optimismos fundantes de lo común, que arriesguen todo sin moldes ni modelos para confiar en la capacidad de la gente para definir y construir su propia historia.
Dar lugar a la posibilidad de equivocarse juntos más que acertarle en solitario. Contemplar sobre todo la potencia de las situaciones como escenarios de definición y de grandes batallas para construir desde una ética de la esperanza mundos de vida cotidiana más sanos, responsables, solidarios, horizontales y rebeldes.