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  • Bianca Vienni Baptista*

Interdisciplina: ¿Moda o nuevo horizonte epistemológico?


Ilustración: La cocina (Pablo Piccaso, 1948)

Ni lo uno ni lo otro. Con esta respuesta abrimos esta pequeña contribución sobre lo que implica hacer interdisciplina en América Latina. Para empezar a desandar esta respuesta nos preguntamos: ¿Cómo se posiciona la interdisciplina en el campo científico? ¿Cuál es el valor del trabajo interdisciplinario en el contexto científico – tecnológico actual? Estas preguntas no son nuevas ni en el contexto internacional ni en Uruguay. Al contrario, los encuentros más allá de las propias disciplinas o campos de conocimiento son una constante en el devenir histórico del desarrollo científico y tecnológico de varias latitudes y longitudes. Entonces, ¿a qué se debe el renovado interés por la interdisciplina y su quehacer? ¿Qué, por qué y para qué? Desandando algunas definiciones Se puede partir de varias definiciones, algunas más amplias y otras más restringidas, de lo que implica la interdisciplina. Lo cierto es que no todo es interdisciplina ni la interdisciplina sirve para todo. Claro que en el juego de palabras hay cierta verdad: no todos los problemas requieren de un abordaje interdisciplinario pero aquellos problemas que son abordados interdisciplinariamente requieren de rigor científico (Caetano, 2015). Dejemos de lado el simulacro, dice el politólogo Gerardo Caetano. La interdisciplina ha llegado a ser, a la vez, una exigencia gubernamental, una orientación reflexiva dentro de la academia y un objeto de conocimiento. Taxonomizar este tipo de prácticas requiere de conceptos y criterios que flexibilizen las categorías, es decir, que puedan adaptarse a los resultados y/o los productos del quehacer interdisciplinario. Cabe cuestionarse sobre la mejor forma de abordar esas diferencias, esas matrices, esas prácticas y modelos que mutan pero que al mismo tiempo, dan sustancia a lo interdisciplinario (más adelante esbozamos una propuesta para re-pensar lo interdisciplinario). Sin embargo, a pesar de los variados significados que se les atribuyen, muchos discursos de lo interdisciplinario están unidos por la convicción de que ofrecen un medio privilegiado para la solución de complejos 'problemas del mundo real'. La interdisciplina, lo interdisciplinario y sus derivados, se encuentran en plena discusión desde hace casi cincuenta años – desde el seminario de la OCDE de 1972 (Apostel et al., 1979); y aun antes si tenemos en cuenta otros encuentros fecundos que se dieron en la historia de la ciencia. Lo decisivo entonces en la forma en la que entendemos a la interdisciplina es la pregunta con la que iniciamos el proceso de trabajo o de investigación, la multidimensionalidad del problema bajo estudio que nos convoca y nos interpela desde diferentes perspectivas y saberes. En este punto, una serie de preguntas es fundamental: ¿En qué condiciones se producen estos procesos cooperativos? ¿Qué percepciones de relevancia social y qué tipo de colaboración se consiguen, y a través de qué foros? ¿Cómo pueden las visiones sobre las condiciones y los mecanismos estabilizar estas cooperaciones durante un período más largo? Si se estabilizan, ¿afectan a la ciencia o funcionan principalmente para proteger al resto del sistema de la ciencia de las influencias externas? (Blume et al., 1987: 7; traducción propia). En este ámbito es donde actitudes públicas hacia la ciencia forman parte de esta última y evidencian raíces e influencias históricas y nacionales. Lo que sabemos sobre el mundo está íntimamente ligado a nuestro sentido de lo que podemos hacer al respecto, a la legitimidad otorgada a los actores, los instrumentos y las líneas de acción (Jasanoff, 2004). La ciencia y la tecnología son indispensables para la expresión y el ejercicio del poder, pues operan, en definitiva, como agentes políticos. ¿La interdisciplina es una moda? Vale un breve relevamiento para confirmar que el desarrollo de las temáticas y reflexiones en torno a la interdisciplina es variado en nuestro continente. ¿Con qué objetivo sustancial se persigue una práctica científica más interdisciplinaria: (i) para construir nuevos tipos de conocimiento, (ii) una sociedad más democrática o (iii) alternativas más integrales a las demandas sociales? Para las tres opciones simultánemante; así lo demuestran las experiencias que se han desarrollado en nuestro país y en América Latina. Ejemplos interesantes los constituyen el Núcleo de Ingeniería Biomédica (NIB) de la Universidad de la República (Simini y Vienni, 2017) en Uruguay con más de treinta años de trabajo ininterrumpido entre médicos, ingenieros y pacientes o el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la Universidad Nacional Autónoma de México (Vienni et al., 2018) que posee una trayectoria de más de treinta años de investigación en las interfaces del conocimiento entre ciencias y humanidades; entre muchos otros. Podemos reconocer un largo derrotero en la literatura científica dedicada a reflexionar sobre los diversos ángulos del fenómeno de la interdisciplina, pero ello no ha derivado en una fundamentación más sustantiva de este tipo de prácticas científicas en Latinoamérica. Lo que parece suceder es que resta aún una reflexión que integre el contexto de producción del conocimiento interdisciplinario con las características propias de nuestros países. Si lo que actualmente damos en llamar interdisciplina es una constante histórica, entonces, lo novedoso es el sentido contemporáneo del término. Un mayor desarrollo del quehacer interdisciplinario en diferentes ámbitos, es una respuesta necesaria para hacer frente a las demandas que se le plantean a la investigación para que esta se integre en diversas esferas sociales (Barry y Born, 2013). Trabajar bajo un ámbito común es un paso inicial hacia la comprensión de temas relacionados con el objetivo de promover una práctica más interdisciplinaria en las Américas. Tenemos que contrarrestar el argumento de que la comunicación entre los que representan diferentes disciplinas y actúan en diferentes países es imposible debido a su complejidad. La variedad actual de definiciones y conceptualizaciones influye en las acciones concretas en los contextos nacionales. Sin embargo, la comunicación es posible, y la reflexión sobre la práctica es un proceso sustantivo para el posicionamiento interdisciplinario, aprovechando los diversos contextos culturales locales como sustento para la construcción de diálogos internacionales e intercontinentales. Desde nuestra perspectiva, diríamos que esas prácticas y nuevas formas de pensamiento bien pueden orientar a la resolución de los problemas del desarrollo en el marco de los países de América Latina. Entiendo el término desarrollo como mejora de la calidad de vida material y espiritual de la gente, esta última vista como agente y no como paciente (Sen, 1999; Arocena y Sutz, 2001). En la sociedad global, el conocimiento se constituye en la infraestructura fundamental del conjunto de las relaciones de poder. Lo que justifica que consideremos que la interdisciplina no es una moda ni es un nuevo abordaje para viejos problemas. ¿La interdisciplina como práctica política? La interdisciplina, como práctica política y como forma de democratización de la ciencia, es una alternativa para pensar nuevas formas de hacer ciencia y tecnología. Este “tercer espacio” o espacio “entre”, usando palabras de Homi Bhabha (1994), abre un ámbito para el diálogo entre diferentes. Y allí reside un elemento sustancial de la práctica interdisciplinaria: el trabajo con las diferencias, con el diferente, para construir desde las diferencias. Cuando pensamos la interdisciplina como potencial espacio para la democratización de la ciencia, la entendemos como un espacio para abordar y entender nuestras diferencias, aquellas epistemológicas, políticas y sociales, pero también culturales. Las diferencias nutren ese espacio “entre” donde podemos encontrar los cruces y puentes que hacen a comprender los problemas que investigamos de manera más integral. En este contexto, se presenta un tipo de conocimiento y un nuevo modo de producción del conocimiento, que se origina a través de la interconexión entre diversas disciplinas y la creación de nuevas miradas y conceptualizaciones. Esta producción del conocimiento afecta no solo a qué conocimiento se produce, sino también a cómo se lo produce, el contexto en el que se inserta, la forma en que se organiza y los mecanismos que controlan la calidad de aquello que se produce (Gibbons et al., 1994). En una serie de artículos anteriores (Vienni, 2016a y 2016b) expuse la necesidad de contar con un ámbito de investigación donde las prácticas interdisciplinarias y transdisciplinarias fueran el objetivo de dicho campo; lo llamaba Estudios sobre Interdisciplina y Transdisciplina. Un nombre demasiado académico para una idea simple y sencilla pero razonable frente a las demandas actuales. El objetivo de ese ámbito es abrir un espacio donde diferentes actores puedan revalorizar sus prácticas, no con el afán de crear una nueva sub-especialización que nos cierre en un círculo vicioso sino buscando problematizar las ventajas y conflictos que afrontamos quienes desarrollamos lo interdisciplinario. En ese esfuerzo, volvimos a confirmar que el problema sigue siendo cómo institucionalizar estos procesos policéntricos, interactivos y multipartitos de creación de conocimiento dentro de instituciones que han trabajado durante décadas para mantener el conocimiento experto alejado de algunos actores sociales y de la política. “La cuestión que enfrenta la gobernanza de la ciencia es cómo llevar a públicos conocedores al frente de la producción científica y tecnológica, un lugar del que históricamente han sido estrictamente excluidos” (Jasanoff 2003: 235; traducción propia). La ciencia y la tecnología son indispensables para la expresión y el ejercicio del poder pues operan, en definitiva, como agentes políticos. Así entendida la ciencia y su acción, se relaciona con lo que llamamos como una práctica interdisciplinaria política, donde el objetivo central de estos encuentros entre campos del saber y actores es entender más cabalmente la realidad social y las formas para transformarla. Esta diversidad de prácticas y programas interdisciplinarios al cual hicimos mención anteriormente en el contexto latinoamericano - que conlleva diferencias muy marcadas pero fecundas para el trabajo colaborativo - también ha confirmado, que los problemas que afrontamos en el fomento de lo interdisciplinario son compartidos en varias latitudes. Así las universidades presentan una serie de problemas culturales, educacionales, sociales, políticos y morales que de una u otra forma demuestran las limitaciones de la ciencia moderna, la tecnología, la investigación y la educación respecto de la posibilidad de ser valiosas para las personas. “Insuficiente atención es típicamente dedicada a la apreciación de la relación reflexiva entre el conocimiento y su diseño institucional en el avance de la interdisciplinariedad” (Crow y Debars, 2014: 14; traducción propia). En este sentido, la interdisciplina plantea no solo un desafío cognitivo o epistémico para los investigadores, que son tradicionalmente formados en el marco de disciplinas específicas, sino también implican un desafío organizacional para las instituciones en las que las actividades interdisciplinarias tienen lugar. En este marco, las universidades son un ámbito privilegiado. Como instituciones son simultáneamente guardianas de la tradición y espacios para la experimentación (Vasen y Vienni, 2017). Esta dualidad se manifiesta especialmente en el caso de la interdisciplina pues, por una parte, la universidad es el lugar por excelencia donde se desarrolla el conocimiento disciplinario y donde se encuentran sus mecanismos de reproducción. Pero, por otra parte, también es un espacio donde existe la libertad para generar innovaciones conceptuales y organizacionales que abran la puerta a nuevos modos de producir conocimiento. Desde mi perspectiva, reflexionar sobre y socializar las lecciones aprendidas en los procesos interdisciplinarios y en su institucionalización es la clave para que se legitimen en diferentes ámbitos. Esto podría ayudar a completar un necesario panorama regional que permita identificar con más detalle estrategias fallidas y otras exitosas y evitar “reinventar la rueda” en cada nuevo intento. La interdisciplina como apuesta supone un compromiso ético como toda actividad científica, pero frente a la alta demanda de recursos y tiempo que exige, nos interpela como práctica democrática. Las instituciones se componen de culturas que pueden ejercer resistencias frente al trabajo interdisciplinario y transdisciplinario. En ese marco, la construcción de identidades resulta imprescindible para que los equipos que desarrollan investigación colaborativa no pierdan su objetivo y no se diluyan en los procesos institucionales más verticales. Esa identidad suele ser doble y se da en ese espacio que damos en llamar “entre” (Bhabha, 1994). La identidad de estos equipos se basa en el sentido de comunidad, de colaboración y de aprendizaje mutuo. Se desarrollan desde abajo pero luchan contra otros estamentos institucionales que no las reconocen como tales, por ello hablo de una identidad doble. Entre el arriba y el abajo existe un tercer espacio, un espacio “entre” que es donde mayormente los equipos interdisciplinarios transcurren y se desarrollan. Son reconocidos por el arriba, por políticas que los legitiman y hacen explícitos pero también deben identificarse como tales continuamente, en el derrotero de su programa o investigación. Fortalecerlos como espacios de aprendizaje, de diálogo y de reflexión los ayuda a no perecer dentro de los procesos de institucionalización (Vienni et al., 2018). Algunas reflexiones finales Queda pendiente el análisis de otros saberes que la definición aquí propuesta no excluye y que pueden ser sumados a partir de experiencias locales. Se trata de saberes consuetudinarios, locales, tácitos y situados que trabajen sobre las diferencias y los saberes “desconocidos” (Bammer, 2005), favoreciendo el diálogo, la horizontalidad y las relaciones interculturales. No se desconocen los conflictos y dificultades que las ideas aquí propuestas conllevan. Este modesto intento reabre la discusión en un ámbito donde las definiciones y conceptualizaciones importan y determinan las acciones concretas. La democracia, como ámbito en continua construcción, puede constituirse en una apuesta a la búsqueda de la profundización de sus sustentos, uno de los cuales tiene que ser la formación para el ejercicio de la ciudadanía (Arocena, 2014). Este puede iniciarse con la “interdisciplinarización” del conocimiento y la visibilización de sus relaciones y dificultades en los contextos de (co)producción. Ante las preguntas del comienzo reiteramos la propuesta: pensemos en la interdisciplina como una práctica política que abre nuevos espacios de (co)producción de conocimiento desde las diferencias. Todo parece indicar que ello es posible y que la interdisciplina y su desarrollo permiten un puente hacia un conocimiento más plural e integral. La buena noticia es que ya existen varios ámbitos para su desarrollo y dinamización; el desafío es entonces multiplicarlos y sumar a otros “diferentes” para que los cruces e interfaces se nutran y enriquezcan. Sin embargo, los obstáculos no son pocos. Como parte de la cultura, las agendas políticas pueden constituir un espacio “entre”, donde democratización e interdisciplina puedan retroalimentarse. Tal vez las ideas aquí planteadas sean un puente para ello.

*  Licenciada en Ciencias Antropológicas (Universidad de la República) y doctora en Gestión y Conservación del Patrimonio por la Universidad de Granada (España). Fue docente de la Universidad de la República (período 2007 – 2017) y se encuentra realizando su posdoctorado en la Universidad de Leuphana (Alemania). Sus líneas de investigación se relacionan con los procesos de producción de conocimiento interdisciplinario y transdisciplinario desde el enfoque de la Ciencia, Tecnología y Sociedad. Correo electrónico: biancavienni@gmail.com

 

Referencias

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