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  • Alfredo Falero*

Desorientaciones de la revolución informacional: elementos para recomponer el mosaico

Ilustración: Steve Cutts (tomado de http://www.stevecutts.com)

Desorientaciones sociales

En un capítulo de la recordada serie Star Trek Next Generation “The game” (temporada 5, episodio 6, 1991), uno de los protagonistas principales (el primer oficial de la nave espacial) accede a un adictivo juego que se conecta directamente con su cerebro y a partir de él termina expandiéndose por casi toda la tripulación de la nave espacial. El juego en cuestión estimula el centro del placer del cerebro pero afecta sus funciones llevándolo casi al desastre. Obviamente el guión no puede permitir que esto ocurra, pero el punto es que en esa coyuntura la inteligencia para resolver problemas que ostenta habitualmente la tripulación –comenzando por el personaje del capitán de la nave (construido como de alta capacidad analítica para tomar decisiones y que interpreta convincentemente el actor Patrick Stewart) -se altera, se inhibe. Casi todos se comportan como tontos adictos a la nueva tecnología que proporciona “el juego” y del que no pueden escapar.

Cada uno podría colocar su ejemplo preferido de alguna serie o película para ejemplificar más o menos lo mismo. Porque la pregunta de fondo que se desprende es si la sociedad en buena medida no se está comportando frente a las nuevas tecnologías como tontos con sofisticación tecnológica, sujeta –sin ser plenamente consciente- a un nuevo, expansivo, desenfrenado totalitarismo digital, sin que pueda componer un cuadro general de lo que está ocurriendo. Desde ya que esto es una generalización simplificada pues el funcionamiento de las sociedades es mucho más complejo y diverso de lo que parece a primera vista. Pero permite plantear el tema para excavar un poco.

Y recurriendo a la comparación histórica, lo que se encuentra en primer lugar es que toda revolución tecnológica provoca una intensa reorganización de la economía y de la sociedad. A la vez toda revolución tecnológica es producto de las fuerzas que desencadena la propia sociedad. Así que tal como ocurrió con la revolución industrial y el advenimiento de la máquina de vapor, de los ferrocarriles, de la electricidad, también la revolución informacional actual (existen otras designaciones) provoca mutaciones sociales de vasto alcance. Y por supuesto desorientaciones sociales, mucho más que en anteriores oportunidades, pues justamente unos de los centros claves del cambio actual son los procesos cognitivos y la actividad mental individual y colectiva.

Los cambios son percibidos por la sociedad como notoriamente significativos, sin antecedentes, porque afectan la vida cotidiana: desde la compra de productos hasta movilizarse, desde la búsqueda y obtención de información a la mínima operación bancaria, todo pasa por el uso de pantallas, por la exigencia de lo digital y por tanto requiere de su conocimiento. Esto a la vez genera necesidad de aprendizaje constante y de estar actualizado, lo cual también provoca paralelamente el temor de quedar por afuera, de no estar a la altura del desafío de lo nuevo y es una faceta de esa percepción social de aceleración constante, imparable y abarcativa. Y también de la angustia, de la fatiga infinita de la “sociedad del cansancio” que plantea el filósofo de moda, Byung-Chul Han (2017).

Sin embargo, superada la sensación de proximidad con tal diagnóstico, es imprescindible bucear para visualizar el iceberg en su real dimensión. Es cierto que actualmente la sociedad en general tiene más familiaridad con el tema que hace unos años atrás, intuye a través de internet y de los medios masivos de comunicación que algo más pasa y pasará, que algo se le escapa. Según el capital cultural, científico y político de los sectores sociales (1), hace conexiones más o menos razonables o totalmente disparatadas, más o menos científicas o más o menos esotéricas, más o menos apegadas a patrones liberales heredados (sea lo que sea no cambia que en el fondo la clave es el esfuerzo individual más allá del lugar que toca nacer) o más o menos “progresista” (ese esfuerzo individual debe ser acompañado de “oportunidades” en la “sociedad del conocimiento”). Pero en general, para unos y para otros resulta difícil completar el mosaico, entender el cuadro como un todo.

Aquellos que ejercen algún cargo de gestión estatal o político en general se apoyan, además de sus habituales asesores de confianza, en alguna bibliografía, preferentemente aquella que consideran en línea con las percepciones oficiales y globales. La ayuda puede venir por ejemplo de algún libro escrito por un asesor empresarial de las regiones centrales de acumulación que de pistas, datos concretos o tendencias de fácil digestión. Así por ejemplo, alguien puede poner de moda la expresión “cuarta revolución industrial” y la expresión entonces será repetida alegremente. Manejar expresiones simbólicamente complacientes es clave para entrar en las agendas de organizaciones globales, en proyectos internacionales de alguna cosa con buen presupuesto y viajes, en diálogo con potenciales inversores, en suma, en todo lo que hace a la reproducción acrítica del Estado desnacionalizado actual.

El problema es que el Estado sigue siendo al mismo tiempo un gran productor de patrones sociales de percepción. Entran dentro de éstos las formas de razonamiento, la capacidad de abstracción, los temas que aparecen y los que desaparecen, la capacidad de articular planos de análisis o de evitar que se plasmen tales articulaciones. Por ejemplo, la pobreza puede ser asociada con un proceso estructural de desigualdad social o con la mera actitud individual hacia la vida (tirando a la basura en un segundo más de cien años de investigación sociológica). Ciertamente que el Estado no es el único en producir estos patrones de percepción, existen grandes intereses privados que lo hacen más o menos sofisticadamente según los casos. Las nuevas tecnologías a disposición se agregan como un medio importante pero de extrema fugacidad para difundirlos.

Por otra parte, se puede decir –sin entrar en la complejidad de sectores sociales y regiones- que lo que más fluye y atrapa es un conocimiento necesario para moverse, práctico, instrumental y rápido. Como cuando se accede a una página en internet. En lo posible nada de reflexión profunda que además implica tiempo y esfuerzo mental. Así que más allá de una mayor familiaridad con algunos cambios globales, de la noticia sobre alguna novedad científica y algunas intuiciones de tendencias (debe insistirse, siempre depende del espacio social que se mueve la persona), emerge un contexto perfecto para el florecimiento de algunos reduccionismos analíticos en los patrones de percepción habituales. Esto es lo que se propone considerar a continuación.

Reduccionismos analíticos

Existen de diversa naturaleza, se van consolidando y dificultan la comprensión de la realidad social. En cuanto a los alcances de la revolución informacional en curso, se proponen tan solo tres de ellos y casi en forma de titulares de tales simplificaciones explicativas con la perspectiva de que esta operación puede ayudar a comprender un cuadro más general y al mismo tiempo promover la identificación de grietas de lo alternativo.

Reduccionismo digital de redes. No se puede caer en una visión por lo cual el problema o la solución pasa casi exclusivamente por las redes sociales y la revolución digital. Naturalmente que lo que antes se denominaba como TICs (tecnologías de la información y la comunicación) es parte sustantiva de lo que ocurre. Es igualmente cierto que los desarrollos informáticos transversalizan todo. Pero la revolución en curso tiene otros componentes claves anclados en grandes centros de investigación como de biotecnología y nanotecnología.

En un sentido amplio y sin entrar en mayores debates teóricos, el conocimiento científico y tecnológico se sustenta, condensa y codifica en información lo que permite su aplicación. Su producción siempre supone visualizar las complejas redes e intereses empresariales que están detrás. Por ejemplo, el manejo de la información genética bien puede decirse que potencialmente contribuiría (subrayando el “contribuir”) a acabar con el hambre como también se puede argumentar que replantea enormes y desconocidos riesgos planetarios y de la salud humana. Ensamblar componentes químicos del ADN para fabricar computadoras biológicas, medicinas o fuentes alternativas de energía, sugiere producir y manejar información. Por ello la información en este sentido no sustituye a la producción, es una condición de la misma y mucho más importante que antes. Derivado de este razonamiento, la expresión que se prefiere para caracterizar los cambios en curso es de revolución informacional.

Ejemplos similares se podrían colocar con la nanotecnología y el manejo de la materia a escala de átomos y moléculas (algunos prefieren hablar de revolución cuántica en una de cuyas culminaciones está la nanotecnología), con los desarrollos de inteligencia artificial y un largo etcétera. La aplicación cada vez más rápida del conocimiento generado, lleva a mutaciones en áreas enteras de producción que generan desorientaciones igualmente masivas de la fuerza de trabajo -más y menos calificada- necesidad de rápida actualización, sensación de que todo es transitorio, mayor incapacidad de planificar a mediano plazo, estar atento para renovarse y requerimiento de nuevos aprendizajes. Cuando es posible, esto puede llevar al apartamiento de la dinámica. Pero también genera marginalidad pues las desigualdades se exacerban. América Latina conoce bien el tema.

Reduccionismo economicista y consumista. Este puede construirse de diversas formas pero implica en general pensar que los cambios son una cuestión meramente de la economía como esfera autonomizada de la sociedad a la cual solo resta adaptarse (la idea de lo “imparable”, de no preguntar y subirse). Todo aparece como si no hubiera sectores sociales influenciando y estimulando políticas en distintas escalas y tomando decisiones en función de sus intereses.

Ahora bien, el foco que se quiere colocar aquí es cuando se equiparan los cambios implicados por la revolución informacional con aquellos restringidos a la esfera del consumo y las posibilidades de conectar gente que busca con gente que ofrece. Es decir, la innovación tecnológica aplicada al consumo y la llamada “economía colaborativa”. De este modo UBER y AIRBNB entre otras, pueden ser vistos de forma seductora como estimuladores de la cooperación, destructores de corporativismos y monopolios (lo cual es posible, pero también genera otros), producto de emprendedores que desafían lo establecido, espacios que habilitan que cada uno puede crearse su propio empleo y así por el estilo.

En el fondo se modelan un conjunto de prácticas con consecuencias sociales: generan desempleo por un lado y empleo informal de nuevo tipo por otro y las empresas protagonistas acumulan un valioso conjunto de información que es una fuente notable de control social. Frente a esto, la generación de prácticas alternativas pueden sonar como propias de tecnófobos, nostálgicos o utópicos pero del siglo XIX.

Reduccionismo global. Seguramente la revolución informacional es global. Pero salvo cuando afecta la cotidianeidad, la idea de lo global puede verse como algo alejado, exterior, abstracto o una curiosidad. Pero la escala global se debe a que hay agencias u organismos con presencia transnacional (una nueva institucionalidad se ha venido creando en tal sentido), gobiernos y empresas transnacionales (a través de ejecutivos, accionistas y asesores) y ámbitos de encuentro entre todos ellos como los que describe Andy Robinson sobre Davos (2014) que la promueven.

Las nuevas tecnologías abrieron enormes posibilidades al juego de las finanzas globales. Esto también significa volatilidad, inestabilidad e incertidumbre (Falero, 2017). En aquel trabajo (“cuando la inestabilidad se vuelve dominación”) se hacía referencia a una cifra que no está de más volver a recordar aquí: con datos de 2015, si se consideraban las 100 mayores entidades económicas, 69 eran empresas y 31 eran Estados. Es una tendencia creciente que requiere tener presente la conexión entre ambas entidades. Ejemplo: cuando se escriben estas líneas, se conoce la noticia que Bayer recibió luz verde por parte del Departamento de Justicia de Estados Unidos para fusionarse con Monsanto. Un nombre de asociación negativa –no solo por los organismos genéticamente modificados- que seguramente se eliminará para construir otros patrones de percepción más amigables sobre lo que allí se produce.

También se presentan formas nuevas de extractivismo y transferencias a las regiones centrales de acumulación (en relación a las “clásicas” como la deuda externa o las ganancias de las transnacionales). Más allá que el mundo de las aplicaciones y los algoritmos no son un producto exclusivo de Sillicon Valley, la investigación y desarrollo (I+D) se sigue concentrando principalmente en regiones centrales de acumulación y en el aspirante a recambio de centro hegemónico del sistema que es China.

Se puede decir que existe un extractivismo informacional. En un trabajo sobre el caso uruguayo y las zonas francas de nuevo tipo (lo que hoy se acostumbra llamar “servicios globales”; Falero, 2011) ya se analizó esta dinámica encubierta. Pero también existen otras formas de transferencia como cuando se habla de biopiratería, del papel de los derechos de propiedad intelectual o incluso de lo que se ha llamado extractivismo epistémico con la apropiación de saberes de pueblos diversos (2).

Además, si por un lado se observan fábricas que combinan robots, interconectividad, digitalización, impresión 3D, entre otras novedades, no debe olvidarse que en regiones periféricas o semiperiféricas todavía se encuentran fábricas con alta concentración de fuerza de trabajo. Como en Bangladesh, donde las condiciones laborales pueden ser realmente patéticas o cercanas a la esclavitud. Pero ya se sabe: ¿a quien le importa lo que sucede en Bangladesh?.

Reflexiones finales

Del trayecto realizado, cabe volver en el final sobre algunos puntos centrales. Si se permite cierta generalización abusiva, las sociedades tienen cada vez más dificultad para la reflexión y para establecer mediaciones analíticas consistentes y muchas veces se comportan ciegamente dóciles aunque pueden pensarse transgresoras. No parece ser nada ingenuo que cuando más se precisan herramientas como las que proporcionan la filosofía y las ciencias sociales, que permitan pensar lo impensado, que habiliten la capacidad de selección y reflexión, más se enfatiza en su inutilidad educativa frente a los requerimientos del “mercado de trabajo” o se las procura acotar a meras suministradoras de datos. La dominación funciona maravillosamente cuando es el propio estudiante que exige solo lo práctico instrumental.

En segundo lugar, puede concluirse que los cambios en curso estimulan patrones de percepción falsos o reduccionistas (también debido a lo anterior). Dentro del reduccionismo digital y de redes se debe evitar confundir capacidad de conexión con construcción de lo colectivo. Y por supuesto tener presente que la revolución informacional en curso es muchísimo más que lo digital.

A partir del reduccionismo economicista-consumista se debe alertar, por ejemplo, del falso protagonismo y libertad que puede llevar a creer que genera el mundo de las aplicaciones. Estas no son una amenaza al “mercado” capitalista. Son un “modelo de negocios” del mismo. Y un ejemplo que permite ver las conexiones que existen entre los intereses globales y lo que le ocurre cotidianamente a las personas. No hay futuros alternativos sin tener en cuenta esta articulación.

Finalmente, cabe insistir que no se trata de fenómenos superficiales. Lo que ocurre afecta profundamente en términos cognitivos y de comportamiento, es tecnológico y también profundamente social. Pero también se trata de procesos contradictorios que van generando grietas. Puede parecer excesivamente optimista, pero lo alternativo asoma -irá asomando- conflictivamente aquí y allá. La historia ofrece evidencias en ese sentido. Pero para que suceda es condición volver a recuperar la capacidad analítica para no ser dominados por el “juego”.

* Alfredo Falero es Doctor en Sociología, docente e investigador de la Universidad de la República de Uruguay

Notas:

(1) Se maneja capital en el sentido de Pierre Bourdieu (por ejemplo, 2007), es decir, de distribución desigual que tienen los agentes en función de trayectorias y espacios sociales.

(2) Podría decirse que una de las debilidades más marcadas de las teorías del capitalismo cognitivo que han ayudado a comprender lo que sucede actualmente, es no captar adecuadamente las nuevas formas en que se expresan las transferencias de excedentes que se dan entre regiones periféricas y regiones centrales de acumulación.

Referencias bibliográficas:

Bourdieu, Pierre (2007) [1980] “El sentido práctico”, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores.

Byung-Chul Han (2017) “La sociedad del cansancio”, Barcelona, Herder Editorial.

Falero, Alfredo (2017) “Cuando la inestabilidad se vuelve dominación: desafíos para el campo popular”, artículo en Hemisferio Izquierdo: https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2017/05/12/Cuando-la-inestabilidad-se- vuelve-dominaci%C3%B3n-desaf%C3%ADos-para-el-campo-popular

Falero, Alfredo (2011) “Los enclaves informacionales de la periferia capitalista. El caso de Zonamérica en Uruguay”, Montevideo, Udelar - Biblioteca Plural.

Robinson, Andy (2013) “Un reportero en la montaña mágica. Como la élite económica de Davos hundió el mundo”, Buenos Aires, Editorial Ariel.

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