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  • Sergio Sommaruga*

Los dilemas estratégicos del próximo Congreso de la CNT


Ilustración: Guillermo Stoll

En poco más de un mes, la CNT conmemorará su XIII Congreso. Cientos de delegados y delegadas sindicales de todo el territorio nacional y de todas las actividades de la producción de bienes y servicios de la sociedad uruguaya, se reunirán para definir como siguen construyendo su unidad organizativa y política. Será un mundo de gente que refleja a todo un mundo: El mundo del trabajo y la producción de toda la riqueza social. El mundo sin el cual el otro “mundo” no existiría. Es el momento político en que el verdadero mundo del trabajo toma la palabra para armar su propio relato. Un relato que viene con una mochila cargada de postergaciones y otra, llena de esperanzas. Ningún luchador social debería desperdiciar las oportunidades potenciales que significa un Congreso de la clase trabajadora para hacer crecer a su propia clase. En un país donde el movimiento sindical es protagonista de los grandes hechos políticos de la sociedad y de la conquista de los derechos civilizatorios más importantes, al menos, desde fines del siglo XIX en adelante; el Congreso de la CNT tiene que concebirse- y militamos para que así sea-como un punto vital de la política, social y cultural del Uruguay. Una experiencia de recuperación de la política, en su sentido radical y originario, es decir, la política como arte estratégico para la construcción de la vida en sociedad. Y esto no pueden ser palabras al viento. Es compromiso militante. Tenemos que trabajar para que el Congreso sea, en sí mismo, un acto de disputa ideológica con la clase dominante; que por supuesto no lo transmitirá en vivo y en directo como lo hizo con las protestas de las patronales agrarias. Tenemos que convertir el Congreso en un acto de apropiación profunda de nuestro rol transformador de la sociedad; en un momento educativo de la conciencia de clase para el conjunto de nuestra clase. Es decir, que sirva para darnos cuenta que somos nosotros y nosotras, trabajadores y trabajadoras de toda la gama de actividades, la clase social que-por su relación directa con la producción de todas las cosas que hacen posible la vida misma-está llamada a transformar la sociedad... para que nos deje de dar vergüenza el mundo en el que vivimos; para que nos deje de doler el corazón por el daño social que los seres humanos nos hacemos mutuamente y al planeta que nos cobija. No podemos ni debemos aceptar que se nos diluya o desgrane en nuestras cabezas la dimensión política, moral y subjetiva que debe significar el Congreso. No podemos aceptar, como lamentablemente fue el anterior, que el Congreso sea un trámite. Una puesta en escena de algo que no existe: la participación desde abajo. En tal sentido fue un logro muy importante haber revertido el formato de Congreso que proponían las corrientes hasta ahora mayoritarias. No se podía hacer un Congreso sin debates políticos e ideológicos, sin comisiones de discusión antes y durante el Congreso. Un Congreso que proponían abrir el jueves de noche con un festival, que iba a votar sin discusión el viernes en régimen maratónico de plenario y que, de antemano, destinaba el último día de sesiones para instalar urnas que definan la repartija de cargos. Esa no era la manera de hacer el Congreso de la CNT. No queremos para nosotros, la forma de hacer política de los profesionales de la política. El Congreso tiene que ser una experiencia relevante de reafirmación de nuestra conciencia de clase y por tanto de preparación de nuestra clase para afrontar los grandes desafíos que se nos vienen arriba, con la velocidad de la botas de siete leguas. Este Congreso tiene la particularidad social que va a transcurrir en el marco de proceso económico transicional, pautado por el fin de un ciclo de expansión económica y por el desarrollo de otro ciclo caracterizado por la intensificación de la puja distributiva entre las clases sociales. Para ser claros, no estamos hablando de un conjunto de cambios dentro de la coyuntura, sino de un cambio de coyuntura. Es decir, de un cambio en las relaciones de fuerza en la lucha de clases. Este Congreso, si quiere ser útil a la clase trabajadora, tiene que discutir mucho más sobre esto, que sobre candidatos al sobreestimado Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT. Este cambio de coyuntura histórica, que ya está en curso en nuestro país, no es ajeno a lo que vienen pasando a nivel internacional y particularmente en la región y se explica, esencialmente, por la tendencia a la recomposición del proceso de acumulación del capital en el marco de un cambio descendente en la velocidad del crecimiento económico. En nuestro país, esta realidad general se explica por la moderación de los precios de las materias primas que se destinan a la exportación y la tendencia a la baja en los niveles de descarga del volumen de dinero proveniente del capitalismo central. La economía uruguaya sigue creciendo, pero a un ritmo sensiblemente menor que en los primeros doce años del ciclo expansivo. Por eso no estamos en una crisis generalizada, aunque si tenemos enorme porciones de nuestro pueblo en situación de crisis (falta de trabajo, salarios sumergidos, falta de vivienda, precios por las nubes, descomposición social, etc). El proceso en el que si estamos ya mismo, es el del agotamiento del modelo redistributivo del progresismo. ¿A qué nos referimos? A un modelo, que implico un despliegue importante de política sociales que ayudaron a un montón de gente de abajo y que sin esas políticas estaría ya mismo en la pobreza más dura y doliente. ¿Por qué decimos que se agotó? Porque ese modelo ya no tiene base materiales de sustento. Porque no se financió cambiando las bases estructurales de la economía sino aprovechando el gran empuje económico de carácter coyuntural de la última década. Y, mal que nos pese-como ya decía el viejo Aristóteles-una golondrina no hace verano! Es decir, el modelo redistributivo del progresismo se llevó a cabo sin dejar que los ricos siguieran siendo ricos, sino administrando los recursos “extra” de la mejor manera posible para amortiguar la lógica socialmente expulsiva que tiene la llamada economía de mercado. No vamos a aburrir con evidencia empírica, pero cabe recordar que luego de tres gobiernos progresistas con mayorías parlamentarias, el 14% de los ingresos sigue quedando en manos del 1% más rico y que eso sea el equivalente de lo que le llega al 40% más pobre de nuestro país. A esto nos referimos cuando decimos que la política económica del FA se caracterizó por la combinación de un conjunto de cambios coyunturales con efectos redistributivos incluyentes, con la continuidad estructural del patrón de acumulación capitalista, que es excluyente por naturaleza. Terminada la primera, se queda la segunda. El problema más grande que se nos viene, más que el agotamiento del modelo redistributivo del progresismo, es el ajuste regresivo que esa tendencia nos depara. Estas nuevas realidades económicas que trae en su seno el fin del ciclo expansivo de la renta de la tierra, supone el desarrollo de una creciente tensión por la distribución social del ajuste. Esa es la característica principal del aquí y ahora del cambio de coyuntura. Cuando hablamos de distribución social del ajuste hacemos referencia directamente a cómo se reparte entre las clases el “costo” del enlentecimiento económico. La puja distributiva en este nuevo escenario será una batalla táctica central, y es lo que se nos viene mostrando cada vez de manera más explícita. En buena medida los lineamientos del gobierno para la séptima ronda de consejo de salario reflejan este ajuste conservador, así como los procesos de desinversión pública que vienen en curso (recortes presupuestales, privatizaciones por resignación de inversión, PPP). Pero el problema estratégico de fondo, al que nuestro movimiento sindical le debería estar prestando toda su atención, lucidez y determinación, es a cómo enfrentar esa batalla táctica a la luz de la disputa por el control de los principales resortes de la estructura de poder en el país. Ese y no otro es el epicentro estratégico de la lucha de clases. Esta intensificación de la puja distributiva la derecha tradicional la vio venir primero. De ahí la creación y el programa de la confederación de las cámaras patronales, el hacerle la cabeza a la gente contra el gasto público social, la ofensiva político-ideológica de los grandes medios (que el progresismo dejo intactos) y las conducción política del movimiento agrario que dinamizo su propio ciclo de protestas con una agenda regresiva y antipopular. Este conjunto de demostraciones de fuerzas tienen por objetivo inmediato presionar por derecha al actual gobierno para que ni se le ocurra cambiar nada, pero obviamente van encaminados hacia otros horizontes políticos. El agotamiento del modelo de redistribución amortiguadora se conjuga con un proceso de reorganización política de la derecha tradicional, que viene recargada con un programa neoliberal radical. La coyuntura en Argentina y Brasil lo demuestra con creces. La derecha dura y pura vuelve por el control de los gobiernos con una política de ofensiva, implementando programas centrados en la desvalorización de la fuerza de trabajo, con bajas de salario, desmantelamiento de derechos, incremento del desempleo y de la informalidad. La derecha viene y viene por todo. El gran debate político que deberíamos poder dar en este Congreso es cómo vamos a enfrentar esa embestida. Si seguimos hablando de los “dos modelos de país” y de lo mal que estábamos antes del progresismo o si volcamos todas nuestras fuerzas y energías a politizar el malestar creciente en la sociedad, y sobre todo a organizarlo, concientizarlo y ponerlo en la calle; impulsando un programa de transformaciones estructurales de combate a la desigualdad y a las lógicas sociales de la exclusión. Si pensamos que infundiendo miedo por la ofensiva de la derecha le vamos a explicar a nuestro pueblo porque está pasando lo que está pasando, no solo no vamos a resistir, sino que vamos a la derrota. Para enfrentar a la derecha tenemos que presionar por izquierda y eso no se hace sin programa propio y sin estrategia propia. Esa es una urgencia histórica que el movimiento sindical no debe dejar más a la vera del camino. Hay que salir de este Congreso con una clara determinación de elaboración programática para encarar los grandes dramas sociales de nuestra gente. O el movimiento sindical se pone al hombro la lucha contra la descomposición del tejido social o la guerra de pobres contra pobres nos lleva puestos. Hay que disponer toda nuestra fuerza como clase para construir poder popular por abajo y luchar contra el proyecto del capital; implemente quien lo implemente, sea el gobierno que sea. Por eso, entre otras cosas es que hay que salir del laberinto de los “dos modelos de país”. Esa forma de presentar las cosas no solo no explica lo que está pasando, sino que nos está dividiendo y eso lo más preocupante. No por las palabras, que son importantes, sino por los hechos que esas palabras traen aparejadas. La independencia de clase hay que ejercerla y no estamos hablando de un campeonato de paros, sino de impulsar un proceso de acumulación de fuerzas propias como clase.

Necesitamos como movimiento sindical una gran dosis de autocrítica y una dosis mayor de democratización real del funcionamiento de la Convención. En todos los planos y no solo en los políticamente correctos. Hay que abandonar el ejercicio de sobre-representación política que algunos dirigentes hacen del movimiento sindical. Hay que incluir y no excluir sindicatos de los organismos de dirección. Hay que evitar los facilismos tentadores de buscar “seguridades” por arriba, controlando y centralizando cada vez más nuestro movimiento sindical. Esa vieja forma de hacer sindicalismo va a terminar dinamitando la unidad por abajo, cuando en realidad lo que necesitamos es cada vez más unidad de acción… y eso solo se logra galvanizando la unidad en la diversidad. En ese sentido es fundamental que la Mesa Representativa vuelva a ocupar su lugar de verdadera dirección política del movimiento sindical, y que el Secretariado deje de ser lo que estatutariamente no es.

Necesitamos darnos más democracia y más método, que se hagan planes de acción elaborados y aprobados por los sindicatos y que haya autentico control colectivo de las cosas que se hacen en nombre del movimiento sindical. Hay que curarse en salud. Para enfrentar la ofensiva de la derecha y su programa de neoliberalismo recargado, necesitamos un movimiento sindical fuerte, organizado, con más confianza interna y mucha legitimidad social. Si no es así nos llevan puestos. La clase dominante es consciente de quien es su enemigo más profundo. Sabe que ese antagonismo no está en el sistema de partidos. Sabe que el antagonismo real y más potente es el pueblo uruguayo y su capacidad de organizar la lucha, de ganar las calles y los centros de trabajo. De paralizar la actividad social y económica e interrumpirle al capital su ciclo de acumulación. La clase dominante sabe muy bien quienes son los verdaderos defensores del patrimonio público, de los derechos laborales, del salario y las condiciones de vida digna para el pueblo; de la defensa de los bienes comunes. Sabe muy bien que somos la última trinchera de los pobres y que a la hora de pelear, no somos hueso fácil de roer. Por eso nos odia y claramente nos quiere destruir. Hay un dicho, creo que de procedencia armenia, que recomienda arreglar la carreta en invierno y el trineo en el verano. Prevenir para curar, estar preparado para lo que se viene. Eso debe hacer el Congreso de la CNT. Prepararse para enfrentar lo que se viene gestando y para hacer su propia gestación de la sociedad que vamos a construir.

* Secretario General del SINTEP-PITCNT (Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza Privada).

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