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  • Por: Colectivo Ni Una Menos - Soriano

De muertes y de vidas, camino al 8M*


Ilustración: Natalia Comesaña

Cuando desde Hemisferio Izquierdo nos propusieron escribir para el número de marzo, nos invitaron a hacer foco en el tema “violencia contra las mujeres en Uruguay (Feminicidios)”. Si bien ése fue el disparador de la conversa que luego se convirtió en texto, fueron varios los temas que se cruzaron en este camino al 8M. Les invitamos a sumarse a nuestra ronda, para continuar el debate y seguir aprendiendo.

1. A las cosas, por su nombre

De un tiempo a esta parte, los términos “femicidio” y “feminicidio” se escuchan con más frecuencia por estas latitudes. A veces, son usados como sinónimos, otras veces como conceptos diversos, aunque no se explicite con claridad la diferencia entre ambos.

En los femicidios y en los feminicidios, lo común es la muerte violenta de mujeres, por el hecho de ser tales. El fundamento de dichas muertes tiene que ver con dos factores que hacen a la esencia del patriarcado, a saber: el control sobre el cuerpo femenino, y el poder masculino. Los aportes de Rita Segato* resultan muy útiles para comprender y diferenciar ambas categorías.

El femicidio, recientemente tipificado como figura penal en nuestro derecho (ley 19538 de 2017), es el asesinato contra una mujer por motivos de odio, desprecio o menosprecio, por su condición de tal.

El feminicidio, por su parte, constituye un crimen complejo, compuesto de otros crímenes diversos (de índole sexual, física, psicológica, económica) que resultan en la muerte violenta de las mujeres que lo sufren. La idea de feminicidio es hermana de la idea de genocidio. En el feminicidio, las mujeres son asesinadas de un modo sistemático, por su pertenencia al género femenino (asesinato a una mujer “genérica”), independientemente de su biografía o de su relación con los asesinos, sin motivo personal alguno; es la “eliminación con y por despersonalización”. El feminicidio se ubica en la esfera de los crímenes de lesa humanidad, y está marcado por la impunidad que gozan las corporaciones que lo cometen, aspecto que lo hace asimilable al terrorismo de Estado. Uno de los ejemplos más horrendos y gráficos de feminicidio, es el de las mujeres de Ciudad Juárez, en México.

Mientras que la noción de femicidio viene a quitar de la bolsa común de los homicidios, aquellos que tienen como víctima a una mujer, asesinada por su condición de tal; la categoría de feminicidio viene a diferenciar del conjunto de los asesinatos de mujeres, aquellos que se cometen bajo el modus operandi descripto más arriba. El surgimiento de ambos conceptos, responde a la misma necesidad: la de hacer visible un determinado fenómeno, y asignarle un nombre propio, para hablar y pensar al respecto, para comprender lo que sucede y dar cuenta de su gravedad, para actuar en torno a esa realidad claramente identificada como problema.

Tipificar un femicidio o un feminicidio, permite explicitar el contenido político del hecho e interpretarlo en el marco del patriarcado: lo desnuda. A la inversa, no tipificarlo: lo encubre, oculta su verdadera esencia, la diluye en una masa indistinta de muertes.

2. El patriarcado termina con vidas y de-termina nuestras vidas

Lo mismo que sucede en el extremo de la muerte, toda vez que el patriarcado termina con una vida, ocurre con todas las formas que asume el machismo que cotidianamente determina nuestras vidas: parte de la violencia (hacia las mujeres) y parte del privilegio (para los varones) es su respectiva invisibilidad. Hablar de “piropos” en lugar de decir “acoso callejero”, hablar de “los hombres” y exigir que las mujeres nos sintamos naturalmente incluidas aunque no se nos nombre específicamente como a ellos, hablar de las tareas del hogar como si no fueran trabajo, son todas formas de invisibilizar a las mujeres, de ocultar las violencias y de encubrir los privilegios.

La experiencia cotidiana nos muestra cómo el patriarcado es capaz de desdoblarse, multiplicando sus violencias y privilegios. Por ejemplo: la maternidad es un mandato social para las mujeres, hay allí un primer nivel de violencia (la imposición del ser madre), esa violencia se multiplica por dos cuando la mujer que incumple dicho mandato es cuestionada por ello, y se multiplica por tres cuando otra mujer identifica al mandato y al cuestionamiento como problemas y es estigmatizada por esa razón (que está “radicalizada”, que ahora “todo es violencia”, que “se le pintó la cabeza de violeta”). Otro ejemplo bien uruguayo podría ser el carnaval: la exclusión sistemática de las mujeres en dicho ambiente es un primer nivel de violencia, el segundo nivel es el que sufren aquellas que se atreven a entrar en ese “mundo de hombres”, el tercero es el estigma que recae sobre las “exageradas” que denuncian los dos anteriores. Con los “chistes” machistas sucede lo mismo: violencia 1) el contenido misógino de la pretendida broma, violencia 2) el festejo y las complicidades que el comentario genera, violencia 3) el dedo que acusa a cualquier “amarga” que se anime a llamar la atención al respecto. Hay una infinidad de ejemplos.

3. Objeto y no sujeto

Al abordar la categoría feminicidio, Rita Segato [1] explica claramente cómo las mujeres, a pesar de ser las víctimas de este tipo de crímenes, no somos las destinatarias finales del mensaje que con ellos se pretende transmitir. En realidad, los varones que los cometen pretenden dirigirse a sus pares, hacer gala de su poder y demostrar su lealtad a la corporación que los reúne.

Una vez más, esto que aplica para el machismo que termina con vidas, aplica para el patriarcado que determina las vidas. Por ejemplo, cuando un grupo de varones le mira el culo o las tetas a una mujer que pasa, la mujer no es más que un canal de comunicación entre ellos, que al hacerlo se están diciendo mutuamente: “qué macho que soy”. Cuando un varón se saca cartel públicamente porque él “también cambia pañales”, otra vez se está dirigiendo a sus pares, esta vez para decirles: “qué nuevo macho que soy”. Lo mismo cuando se vanagloria porque “le da” la palabra a las compañeras e incluso “les cede” espacios; está usando a las mujeres para dirigirse a otros varones, y comunicarles: “qué macho con perspectiva de género que soy”.

4. Muertas en vida

El año pasado, en Uruguay, fueron 35 las mujeres muertas por crímenes del patriarcado. En lo que va de 2018, ya van 6 femicidios. Esas muertes expresan con brutalidad el control sobre los cuerpos de las mujeres, y el poder masculino. Pero aquello de “tocan a una, tocan a todas”, no es solamente una expresión de solidaridad entre mujeres, sino que es objetivamente así. Cuando una mujer es asesinada, ella es doblemente objeto: porque quien se creía su dueño dispuso fatalmente de su vida, y porque su muerte opera como canal para que su perpretador, y en él todo el sistema patriarcal, le recuerden a todas las mujeres y a la sociedad en general, que son ellos quienes poseen la capacidad punitiva. Cuando matan a una, otra vez, se están dirigiendo a sus pares, dando fe de su sentido de pertenencia al género dominante. Cuando matan a una, el mensaje es para todas, para que veamos lo que nos puede suceder si no nos amoldamos a lo deseable y esperable para el patriarcado: pretenden matarnos en vida.

Frente al profundo dolor por la horrorosa forma de todas estas muertes, por su escalofriante cantidad, por su abrumadora frecuencia, las mujeres de todos los rincones del país nos estamos movilizando. El año pasado, se realizó un gran encuentro de mujeres del Uruguay, que se sumó a otros encuentros que ya se venían procesando. Fueron tres días llenos de rondas, de palabras, de colores, de música; tres días llenos de vida. Sin embargo, los medios de comunicación no dijeron ni una palabra al respecto, fue algo así como “aquí no ha pasado nada”. Varios días después, algún diario sacó una nota, muy breve y poco ilustrativa. Otra forma de muerte violenta: silenciarnos, hacernos invisibles, enterrarnos con vida.

Últimamente, diversos actores institucionales insisten sobre la idea de que lo que ellos llaman “ideología de género” llegó para destruir el mundo y hay que defenderse del mal a capa y espada. Una vez más en la historia de la humanidad, las mujeres somos colocadas en el lugar de brujas merecedoras de la hoguera: intentan quemarnos vivas.

5. Vivas y libres

Mientras el patriarcado se desdobla y multiplica sus violencias y sus privilegios, los feminismos redoblamos (en el sentido musical y en el sentido de la lucha) y sumamos.

Camino al 8 de marzo, en todos lados hay mujeres haciendo, inventando, hablando, pensando, riendo, filmando, cantando, grabando, escribiendo, invitando, repitiendo que si paramos las mujeres, se para el mundo, para que nuestra ausencia de un día haga visible nuestra presencia cotidiana.

Abrazar un 8 de marzo desde un paro internacional de mujeres, no sólo es un acontecimiento movilizador durante esa jornada, si no que abre la posibilidad del movimiento antes del paro. Ese movimiento previo, que acerca, convoca, cuestiona, provoca, es una oportunidad única para las mujeres del interior del país. Nos cuesta el encuentro, las viejas estructuras que nos dominan parecen mucho más arraigadas a fuerza de indiferencia. En las geografías lejanas a los centros poblados y aún en estos, la sensibilización con la lucha de las mujeres es muy menor que en la capital.

El año pasado la marcha del 8 en Mercedes fue de las más concurridas de la ciudad; el clima que se vivió los días previos fue fundamental, que se sintieran comprometidos distintos actores fortaleció la convocatoria. Esto fue moneda común en varios departamentos, algo histórico… claro que eso no evitó las muertes que llenaron de días de luto y alerta el calendario, inundándonos de rabia y dolor. Estamos lejos y aunque esta lucha es de muy larga data, los movimientos que ahora confluyen traen cosas nuevas, y crecen dese el pie.

Hace un par de años, Raquel Gutiérrez saludaba un encuentro de mujeres organizado por Minervas resaltando el valor sustancial que tiene la posibilidad de encontrarnos entre nosotras y, con voz tibia, casi como una caricia, pedía que no nos cansáramos: “no se cansen compañeras, no se cansen”. Aquel pedido que erizaba la piel, se sentía como un impulso, como si alentara el viento y entonces era cierto, después de habernos cansado de tantas barbaridades, tantas injusticias, tantas ausencias, tanta desigualdad, tanta hipocresía, tanta muerte… que ahora no nos íbamos a cansar de luchar, de crear lo nuevo.

Pensamos en Raquel (tal vez ya auguraba el paro de mujeres en aquella época, lo podía sentir en la piel esa bruja linda) y en su mirada sobre lo necesaria que resulta la labor incansable de esas personas que empuñan la tarea de generar encuentros. Colectivos, pequeños grupos, dos o tres vecinas, en el campo o en la ciudad, que se juntan y van soñando otro mundo posible. Eso es también dejar morir la comodidad de no hacer nada, y el mero hecho de existir organizadas es una forma de defender la vida y encarnar la libertad.

 

* Este texto fue escrito antes del 8 de marzo de 2018.

Referencias

1) Rita Segato (2006) “Qué es un feminicidio. Notas para un debate emergente”. En: Cuaderno de Formación II del Colectivo de Mujeres Minervas. Montevideo, 2016.

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