Ilustración: Federico Murro
"El movimiento anarquista, esto es, el conjunto de los individuos que quieren el máximo desarrollo de la persona humana en el seno de las comunidades creadas por el esfuerzo solidario y el libre acuerdo, sin Estado, sin dogmas y sin privilegios, tiene un objetivo práctico y político (y, respecto a este objetivo, es - en su sector más importante - un movimiento organizado), pero no tiene la conquista del poder, sino a la creación de muchísimas cosas y a la destrucción de muchísimas otras, en los más variados aspectos, materiales y espirituales, de la vida. Esto hace que ni siquiera su parte organizada tenga un verdadero carácter de partido: ni carnets, ni votos, ni palabras de orden. Y entonces la gente, que frecuentemente se pregunta: ¿Qué quieren los anarquistas?, y desea una respuesta clara y concisa de catecismo, queda desorientada y se alza de hombros".
Luce Fabbri [1]
Es imposible comprender la historia del movimiento popular uruguayo sin atender al papel de los anarquistas, y los anarquismos, en su constitución y desarrollo cultural y organizativo, ético y estético. Al menos hasta la década de 1960, el anarquismo estaba presente, con mayor o menor especificidad doctrinaria, en las organizaciones de masas de trabajadores y estudiantes, y en un sinfín de asociaciones culturales, deportivas y productivas. Una mitad de siglo donde florecieron las federaciones y mutuales, los gremios solidarios, las asociaciones libres, las publicaciones y bibliotecas, los debates entre los diferentes anarquismos, la resistencia al terrismo, la solidaridad con los revolucionarios de España, las luchas antifascistas, las propuestas pedagógicas basadas en la escuela racionalista, las movilizaciones por la autonomía y el cogobierno universitarios, el tercerismo revolucionario. Todo esto estaba organizado desde, o impregnado por, un contínuo anarquista-libertario, de indudable peso dentro de las tradiciones socialistas en el Uruguay de la primera mitad de siglo. E incluso mirando hacia arriba, el propio batllismo llegó a tener, en Domingo Arena, a un “ministro anarquista”, coautor junto a Batlle y Ordóñez de la obra “El Colegiado”.
Son innumerables las herencias culturales y políticas que debemos a los anarquismos de la primera mitad del siglo XX. La organización federal que, hasta el día de hoy, tienen por ejemplo la FEUU y el PIT-CNT (“CNT” que, vale recordar, es una convención y no una central), se debe a la fuerte tradición autonomista de nuestro movimiento popular, y al enorme arraigo que en él tuvo el principio de independencia de clase. Y hasta el sistema mutual, tan desvirtuado en la actualidad por la mercantilización de la salud, tiene su origen en el Uruguay en el mutualismo solidario de perfil anarquista (basta recordar, para más referencias, a Carlos María Fosalba y José Gomensoro, médicos y anarquistas, fundadores, junto a otros colegas de igual impulso solidario, del Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay).
Si la masividad fue una característica del movimiento anarquista y libertario en buena parte del siglo pasado, ¿qué pasó después? ¿Entró en crisis el anarquismo? ¿Se fue alejando de los movimientos populares hasta quedar reducido a prácticas heroicas pero marginales (“quijotescas”, como las (des)calificaba Hobsbawm); a un tema de erudición para viejos profesores románticos; a una parcela académica para nuevos profesores mayofrancesistas; o a un espacio de experimentación para artistas posestructuralistas? ¿O lo que entró en crisis fueron nuestros modos de comprensión de los movimientos populares y, en general, las ideas (modernas) respecto al cambio social? ¿Qué nos dice al respecto el resurgir, con el nuevo siglo, de nuevas experiencias de militancia, a nivel global, basadas en la acción directa y el antiautoritarismo? En cualquier caso, ¿cuánto de reflujo y cuánto de mutación es posible advertir en la peripecia histórica de los anarquismos uruguayos (o mejor dicho, de los anarquismos en Uruguay)? Y también: ¿cuánto de transversalidad tiene ese fenómeno que solemos ver como dispersión?
El teórico anarquista uruguayo Daniel Barret aporta líneas de interpretación en este sentido. Para Barret, fruto de los cambios que la globalización capitalista - y sus contestaciones - han producido en las relaciones sociales desde fines del siglo pasado, el anarquismo ha vuelto a cobrar fuerza y presencia en los llamados “nuevos movimientos sociales”, en la politización del cuerpo, el amor y lo doméstico, en numerosas luchas específicas (antiglobalización, antipatriarcales, antidesarrollistas, anti-extractivistas, okupas, etc) y con diferentes niveles de articulación (horizontal, en redes, en coordinaciones puntuales, en federaciones, etc) [2]. Por lo demás, como advierte Jason Adams [3], el diagnóstico de la crisis del anarquismo pierde sustento si ampliamos la mirada a lo que llama “los anarquismos no occidentales”, esto es: la diversidad abierta de experiencias de autoorganización y confrontación antiautoritarias y anticapitalistas nacidas en el tercer mundo en diferentes momentos históricos, desde Flores Magón a comienzos del siglo XX a la actual experiencia federalista revolucionaria kurda en Rojava.
En cualquier caso, se impone una constatación: lo que, al modo de una ficción, llamamos “el movimiento anarquista” o “libertario”, puede mejor ser descrito como un conjunto abierto de formaciones más o menos estables o efímeras, convenidas desde principios antiautoritarios y de acción directa, en torno a prácticas culturales y artísticas, a experiencias de vida y autogestión, o a luchas específicas. De este modo, lo que a primera vista, y desde cierto lente, nos podría parecer una situación de declive, al observar estas experiencias, sin importar cómo se autodefinan, sin importar la presencia en muros y carteles de la A en su redondel, se nos revela una insoslayable vitalidad de las ideas anarquistas en muchas organizaciones y colectivos contemporáneos: como la autogestión, el federalismo, la horizontalidad, la igualdad, la libertad.
Por lo demás, sin importar auge o declive, verdadero o supuesto, lo cierto es que el anarquismo ha sido, desde el fondo de los tiempos, objeto preferido por la represión policial. Como a un virus mortal, el estado lo vigila, infiltra, persigue y reprime. Y lo desaparece: ¿dónde está Santiago Maldonado? Desde el centro de esta represión estatal, sus medios de prensa y sus intelectuales orgánicos, se construye y propaga otro de los rasgos del fenómeno anarquista de nuestro tiempo: su criminalización. La construcción estatal de lo que Uri Eisenzweig (estudiando el caso francés de fines del siglo XIX) analiza como el origen de la idea de terrorismo a partir del “mito del anarquista que pone bombas” [4]. Construcción que apela a un terror social profundo, preverbal, justificador de la vigilancia y la represión que los oprimidos interiorizan como necesidad.
De todo esto, y de mucho más, está conformado ese objeto inasible, esquivo, que llamamos anarquismo. Con este número hemos querido aproximarnos a la enorme diversidad de dicho movimiento en nuestro país. El resultado ha sido, por cierto, parcial. Son muchas las experiencias, autores, debates y colectivos que no hemos podido integrar. No obstante, pensamos que los que sí componen el número dan cuenta de esa diversidad abierta y vital, que en organizaciones específicas, en agrupamientos inestables y mutantes, o como lógicas anti-autoritarias y anti-burocráticas transversales a las luchas populares, conforman el variopinto y poliverso movimiento anarquista y libertario en el Uruguay actual.
Nuestra intención con este número es seguir promoviendo intercambios y debates al interior del hemisferio de las izquierdas. Dejando de lado los rótulos, para atender a las ideas, como insistía Gerardo Gatti. Se trata de pasar del impaciente “¿qué quieren los anarquistas?” (que evoca el epígrafe de Luce Fabbri), a la tarea de ampliar la convocatoria a la gran conversación sobre el socialismo en la actualidad. Una vez más.
Notas
[1] Luce Fabbri, "El camino. Hacia un socialismo sin estado" (Montevideo, 2000: Nordan)
[2] Daniel Barret, “Los sediciosos despertares de la anarquía” (Buenos Aires, 2011: Libros de Anarres, Terramar Ediciones & Editorial Nordan).
[3] Jason Adams, “Anarquismos no occidentales” (México, 2017: Abya Yala).
[4] Uri Eisenzweig, “Ficciones del anarquismo” (México, 2004: Fondo de Cultura Económica).