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Mariana Matto Urtasun

"que lo político-estratégico se amplifique sobre diversos escenarios de lo social"


Hemisferio Izquierdo (HI): En este número de HI, la izquierda al diván, queremos repensarnos como sujetos políticos. Nos interesa hacer un recorrido por el mundo de las izquierdas y que no se salve nadie de la crítica y la autocrítica. ¿Qué crítica/autocrítica se puede hacer sobre las diferentes tradiciones/espacios de izquierda que existen en Uruguay?


Mariana Matto (MM): En una caracterización poco rigurosa (y con las dificultades que plantea caracterizar algo de lo que también se forma parte), voy a referirme a las tradiciones que actualmente se plantean la superación del capitalismo en nuestro país y que es posible agrupar en al menos tres izquierdas (con mayor o menor poder de disputa en el terreno de lo social): la izquierda “radical”, la autonomista y la etapista.


La izquierda “radical” está subdividida en su expresión electoral y no electoral, con una composición bastante heterogénea y estar fuera del Fa como característica distintiva. Siguiendo a Bensaid, expresa aquellas “retóricas estoicas de la resistencia”: la actitud fiel e irrenunciable a los postulados tradicionales de izquierda, el uso de una retórica sesentista que encuentra escasa interlocución en el presente y un grado de politización importante entre sus militantes. Extremadamente fragmentada y diversa ideológicamente, no llega a constituir un emergente político significativo y le cuesta trazar escalas y puentes de todas las máximas políticas que sostiene [1], porque en definitiva son esas “máximas” las que componen una resistencia más de forma que de contenido como posibilidad de escapar a la resignación de nuestro tiempo. Por un lado, establece la necesidad de grandes transformaciones revolucionarias pero soslaya las mediaciones necesarias para llevar adelante dichas transformaciones así como el acumulado social que debiera encarnarlas.


Organizada en estructuras partidarias, federativas o movimentistas, esta izquierda tampoco resuelve en su conjunto (porque no opera conjuntamente y esto tal vez sea sintomático del estado de la izquierda no alineada al Fa) la cuestión del poder, lo político-estratégico y su marginalidad política. Tras la épica heroica sesentista subyace también la derrota del proyecto político revolucionario (dictadura mediante), y es una izquierda que habla desde lo viejo pero no porque sus postulados no tengan vigencia sino quizás porque no ha sabido traducir las mediaciones con lo real y porque ha quedado encorsetada teóricamente, así como bastante lejana de los nuevos movimientos sociales y todo aquello al margen de la contradicción capital-trabajo. Su retórica de la resistencia pone en algunos casos (sobre todo entre quienes tienen más años y asumieron algún protagonismo en los 60, 70) discursos que hablan desde el lugar de la traición de referentes y sectores del Fa, y de una revisión del pasado guerrillero de muchos de sus integrantes como lugar común, esto vuelve a parte de sus componentes más veteranos en criaturas desconfiadas y tensa fuertemente el vínculo con las nuevas generaciones que poseen otra impronta militante.


Su radicalidad política reside en la insistencia de cambios estructurales basados en las grandes doctrinas políticas del siglo XX, pero se fuga en las mediaciones para alcanzar los mismos y como consecuencia, también en el terreno de lo político-estratégico. La marginalidad política es posiblemente su mayor limitación. Habría que preguntarse cuánto de esta marginalidad responde a que sus ideas no permean en lo social (tampoco pueden explicarlo claramente). El por qué de dicha marginalidad, y el cómo deconstruir este cerco en el que se encuentra debería ser una tarea militante primordial, sobre todo porque dicho cerco es también autoconstruido, y me pregunto cuánto de autocomplacencia existe en colocarse en el lugar puro e inmaculado de ser aquello que no traicionó, que no renunció a sus premisas más elementales (pues tampoco tuvo el protagonismo histórico como para lograrlo) que nuevamente, parecen ser de forma más que de contenido.


Por otro lado, la izquierda autonomista, también fuera del Fa y de la institucionalidad en general sostiene, muy simplificadamente, hacer la revolución sin tomar el poder. Lo político se reduce a lo moral o prefigurativo y se abandona lo estratégico como instancia para dirimir el conflicto social. Es una izquierda también diversa, no partidizada y alejada de las estructuras estatales, organizada en redes y de forma horizontal, se vincula mayoritariamente a los movimientos sociales. Es quizás la izquierda que mejor ha sabido articularse con los movimientos sociales ya que expresa cierto isomorfismo entre lo político y lo social, planteando fundamentalmente una nueva semántica política que pondera lo prefigurativo y un vínculo no centralizado ni vertical para intervenir políticamente.


Por último, el etapismo, representado por sectores de Fa (el PCU fundamentalmente, también algunos espacios del MPP) y que se separa, al menos discursivamente, de los sectores más tecnócratas y liberales de la fuerza política y se sostiene sobre la premisa del necesario giro a la izquierda, con una respetable base social agrupada principalmente en torno a lo sindical y que hegemoniza las directrices de nuestra central de trabajadores, promueve la movilización y masificación del sindicalismo con efecto amortiguador (si es posible pensar la lucha sindical trascendiendo la mera lucha económica-reivindicativa) y se plantea un giro a la izquierda tan necesario como imposible, dado que las causas estructurales que permitieron el pacto redistributivo que llevó al EP-FA al gobierno ya no existen y el escenario para un nuevo “pacto” social no puede recrearse en estas condiciones. Esta izquierda también expresa el sesentismo que luego de la transición democrática devino en una “sacralización” de la democracia misma.



HI: Parece que actualmente la izquierda uruguaya en sus orgánicas políticas, o bien es la pata subalterna de una alianza policlasista (el Frente Amplio) que empieza a tensionarse con el fin de la bonanza económica de la última década, o bien ocupa un espacio marginal del tablero político (la llamada “izquierda radical”), configurando un escenario nada prometedor. ¿Comparte este diagnóstico? ¿De qué forma se puede destrabar esta situación?


MM: Comparto el diagnóstico, y creo que algunos factores del orden de lo político-estratégico y también ético pueden contribuir a pensarnos como clase y dar un giro a esta situación. El precario equilibrio social que dejó el pacto redistributivo del periodo de bonanza se fragiliza y hay que aplicar el ajuste, visible quizás en tercerizaciones, flexibilización laboral, avance sobre los bienes comunes, etc. Habría que analizar desde ya las implicancias políticas y las posibilidades de resignificar socialmente este proceso de “agotamiento” del ciclo progresista para comprender su desenlace y los vacíos que deja tras de sí, entre ellos la tímida emergencia de proyectos neofascistas, además de nuestra derecha tradicional. Los sectores más progresivos del Fa pueden escindirse de la herramienta por izquierda, o bien desdibujarse por completo. Por fuera del Fa, todo lo demás tiene una existencia marginal y no parece estar destinado a disputar en lo social y llenar este “vacío” político-representacional.


En este contexto, el desafío es quizás la construcción de un nuevo marco de experiencia y representación que nos unifique como izquierda tras un proyecto político de clase, así como la completa disposición a un análisis crítico de lo actuado. El agotamiento del “ciclo progresista” es un hecho y es posible pensar que se abre un espacio, una brecha que es preciso capitalizar desde la izquierda poscapitalista a pesar de su fragmentación y marginalidad, por lo cual es posible comenzar a trabajar sobre algunos ejes fundamentales: diagnóstico y diseño programático del proyecto político.


Si no podemos caracterizar nuestro capitalismo, así como su inserción en Latinoamérica y el mundo, si no podemos determinar las fuerzas sociales que éste configura y organiza y analizar claramente la composición de nuestra clase trabajadora como fuerza social antagonista, difícilmente podamos avanzar en la construcción de un proyecto político destinado a superar el capitalismo. Se abre nuevamente la pregunta del “qué hacer”, la necesidad de explorar las vías para alcanzar el socialismo. Sí, socialismo. Empecemos a nombrarlo y llenar de contenido este significante, pero sobre todo insistamos en las mediaciones.


Hacer que lo político-estratégico se amplifique sobre diversos escenarios de lo social, así como el diseño de una estrategia general que reúna todos los antagonismos sin reducirlos necesariamente a la contradicción capital/trabajo como única posibilidad, son preguntas que deberían interpelar el vínculo con la izquierda social, pues ésta dinamiza procesos más generales. El desafío mayor es quizás agrupar todas las luchas, pues estas componen también el marco colectivo en donde se expresa lo “particular” pero también las luchas políticas y económicas que niegan el capitalismo hoy en día. Allí hay potencia transformadora así como posibilidades de convergencias estratégicas.


Por ello creo necesario avanzar en lo programático teniendo en cuenta todos los actores sociales comprendidos en la clase, sus particularidades y opresiones diversas para evaluar los acuerdos posibles. Lo generacional aquí debería traer la impronta de lo nuevo, lo original y superador. Sin desconocer las tesis políticas derivadas de las experiencias históricas del siglo XX, puesto que no partimos de una tabula rasa sino de un acumulado histórico, pero en tanto dogma ese acumulado es obsoleto. Su potencia radica en invitarnos a pensar el presente. Las nuevas generaciones (y en esto creo que el corte generacional es casi obligatorio) necesitamos plantear lo programático desde el aquí y ahora y desde la experiencia de los propios sujetos, convirtiendo esta etapa política en terreno de incertidumbre más que certezas.


Intuyo que la forma política que debiera adoptar este proceso es más bien laxa, devenir en movimiento (más allá de dificultades operativas que esto pueda significar) es condición, parte de la versatilidad necesaria para pensar el proyecto político. Primero veamos qué programa, qué proyecto, para ver luego las características de la (o las) herramientas políticas en que dicho proyecto deba encarnar, definir ahora un partido de combate o un partido de vanguardia esteriliza el debate y la reflexión necesarias para la construcción política de tales dimensiones. Esto no pretende expresar la autosuficiencia de los movimientos sociales, ya que su rechazo y repliegue de lo político es quizás el mayor obstáculo y desafío para el diseño estratégico.


Luego, si lo programático es transicional, máximo y mínimo, implica reeditar el debate clásico de la dialéctica entre reforma y revolución que excede el alcance de estos párrafos. Aún así, quizás sea necesario precisar que el desarrollo de lo programático tiene implicancias prácticas respecto al alcance y posibilidades de realización de dicho programa. Si lo programático debe incorporar necesariamente las mediaciones o si debe expresar los fines últimos, son cosas que ponen en tensión y traen nuevamente el problema entre el maximalismo de las consignas “vacías” de revolución social, aunque el riesgo de atender solamente las mediaciones tiene en el capitalismo el límite de lo que es posible realizar, y es que un proyecto político de la clase no debería tener realización posible en los márgenes del capitalismo. El programa debe establecer las mediaciones, a la vez que obligarnos a superarlas para superar el capitalismo, y en este punto es preciso asumir que el gobierno es parte del poder estructurado por el capital y garantiza su funcionamiento: no solo nos pone a jugar el juego del amo sino que nos aleja de la cuestión estratégica. Cualquier proyecto político de clase que pretenda avanzar sobre las estructuras del capital se encuentra con el límite de la democracia liberal y las limitaciones de habitar sus márgenes. Lo electoral aquí no es simplemente un problema de orientación sino que puede determinar lo programático, lo amplia y desdibuja. Aún así, debemos seguir preguntándonos cómo, en un país como Uruguay con una tradición parlamentaria fuertemente arraigada en lo cultural, es posible aventurar una salida revolucionaria que no contemple lo electoral siquiera como variante táctica. Llamemos al oráculo de la imaginación política en este punto.


Imagino que abrir un etapa de construcción programática que pueda agrupar a toda la izquierda poscapitalista dispersa, fragmentada y muchas veces con concepciones políticas antagónicas, hace que muchxs pongamos a dialogar nuestras concepciones y tengamos que asumir también una ética política (so riesgo de caer en el idilio de lo social), asumir que esto es mucho más grande y potente que cualquiera de los nichos políticos que actualmente ocupamos pues plantea nada menos que la manera en que nos constituímos en antagonista con posibilidad de disputa real de poder. Supongo que agruparnos en torno a lo programático nos permite salir de la marginalidad política, asumiendo un cerco también autoconstruido, en principio desde una retórica sesentista que ya no encuentra correlato simbólico en nuestra sensibilidad actual, desde la dificultad para gestionar nuestras diferencias, y también desde categorías de análisis y discursos obsoletos. Por ello, el desafío consiste en transformar lo clásico, no por antiguo sino porque no parece ser efectivo y no logra sacarnos del aislamiento en el que estamos. Deberíamos repensar los modos en que hacemos política, son otras las sensibilidades y legitimidades sociales puestas en juego y esto interpela también los modos en que la izquierda partidizada disputa (y ha disputado históricamente) en el terreno social a través del entrismo, acaparando y muchas veces destruyendo espacios. Por ello es necesaria una ética política que se proponga intervenir cuidadosamente en los espacios sociales para articular, habilitar el nexo donde lo social y lo político se inscriben mutuamente.


HI: ¿Visualiza un proceso de agotamiento en la actual configuración política en las izquierdas? De la mano de esto, ¿comienzan a haber actores emergentes y nuevos espacios de politización?


MM: Empiezan a haber actores emergentes de la mano de nuevos espacios de politización y éstos se encuentran en lo social, el movimiento feminista es un buen ejemplo de ello. Transversaliza espacios y se ha constituido en fuerza desestabilizadora de la izquierda y sus aparatos, característicos por desestimar la importancia de lo social, lo no organizado políticamente y que se disputa muchas veces de forma “agresiva”, interviniendo espacios con líneas que le son ajenas, generando rupturas, etc.


Nuestro movimiento feminista viene generando acción y pensamiento desde una nueva semántica, disruptiva en cuanto a los modos tradiciones de hacer política, de colectivización del dolor de las pérdidas, de autocuidado y mancomunión en la lucha, de nuevos lenguajes para canalizar esta acción, y opera así como una lucha dentro de otra, cuestionando las relaciones entre los géneros como formas de dominación. El feminismo viene gestando un modo bastante novedoso de hacer política desde la potencia con un énfasis en lo prefigurativo. Su emergencia plantea cierta discontinuidad con la herencia política de nuestra izquierda, desde lo cultural, desde sus prácticas y representaciones, habilitando al otro, no clausurándolo. Ante el vaciamiento ideológico, la banalización de la política y la hipervalorización de la gestión que ha sido la impronta política desde el islote gubernamental, parte importante del feminismo plantea vínculos distantes y hasta contrarios, y creo que desde estos espacios es posible entender la complejidad de nuestra organización y reagrupamiento en torno a otros ejes que ofician de dinamizadores.


El impacto del feminismo y los movimientos sociales hizo que los espacios políticos tiendan a democratizarse y pluralizarse [2] y esto es muy positivo, a la vez que responde a la excesiva centralización y burocratización de estructuras partidarias y sindicales, y a la posibilidad de responder políticamente desde otros escenarios no “tradicionales”, planteando una ética política que transversaliza espacios y se encarga de develar opresiones en el seno de la propia izquierda, a la vez que cuestiona el sistema en su conjunto.


El pasado 8 de marzo se movilizaban en Montevideo unas 300.000 personas, esta masificación del feminismo habla no solo de una etapa de reconocimiento de la violencia patriarcal, sino de la necesidad y la capacidad de movilizarse de las mujeres. Si bien el feminismo como espacio de politización en lo social no resuelve el vacío estratégico y programático, pone de manifiesto los temas o fibras sensibles sobre lo que lo social se mueve, el nuevo marco de experiencia que como clase necesitamos construir y aunque no se desmarca de la falencias anteriores, las reconfigura y nos deja algunas enseñanzas en lo referente a articulación de los diferentes antagonismos.


Lo social en sí mismo no posibilita necesariamente esta politización, sino más bien contiene a aquella militancia dispersa e inorgánica, mucha de la que ha quedado fuera del Fa y la izquierda extra frenteamplista no ha podido capitalizar. La clase es heterogénea y necesitamos asumir la posibilidad de organizarnos también en función de dicha heterogeneidad, por ello la organización en torno a los bienes comunes, la desposesión de territorios y la opresión de género amplifica las posibilidades y escenarios de organización de la clase. El desafío como izquierda es pensar cómo los antagonismos sociales se articulan como bloque, y en torno a qué se articula este contrapoder para ser potencia capaz de pasar a la ofensiva. Pienso que el vínculo con el capital es aquello que nos unifica (universaliza) pero también nos otorga lugares diferenciados (parcializa), las divisiones de la clase son inherentes al capitalismo y no a la inversa, lo parcial y lo universal es también un par dialéctico y pone de manifiesto diversas luchas que se reclaman unas a otras. Deberíamos pensar en las mediaciones, en las asociaciones posibles y en las diversas inscripciones de lo social en lo político y viceversa, pues estas parcialidades encuentran convergencia estratégica.


 

* Integrante del consejo editorial de Hemisferio Izquierdo.

Notas

  1. La excepción sea quizás su expresión trotskista y consiguiente programa de transición.

  2. Más allá de que estas nuevas formas de lo social puedan ser reflejo de las formas flexibilizadas del propio capital, y que las “redes” o “afinidades” expresen también la organización moderna del capital informativizado y flexible.

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