Ilustración: Laura Becerra
Antes de empezar a deshilvanar el meollo del asunto, me gustaría señalar algunos puntos que entiendo importantes para contextualizar las ideas que luego desarrollaré en el resto del artículo. Por un lado, estamos en una etapa de gran despolitización, desideologización, frustraciones y decepciones varias por las que atraviesa la izquierda luego de la dictadura, retorno a la democracia, la intensificación de las políticas neoliberales y la fracturación del campo social.
La falta de una propuesta fuerte y contundente contra los sectores dominantes provoca desorientación y hace que en muchas ocasiones atemos con alambres varias fuentes teóricas para que nos ayuden a comprender y nos den respuestas a la situación que atravesamos, que brinden una perspectiva para leer el momento histórico, pero sin embargo, con una sensación generalizada de que nos cuesta poder llevar a la práctica todas esas teorías que trabajamos y que re-editamos o construimos a los efectos de servirnos como cristal para transformar la realidad.
Lo cierto es que no hay recetas mágicas, y mucho menos si no se trabaja con y desde el pueblo. Conocer la teoría que nos parece necesaria para desplegar política, sus lecturas, son de igual importancia que aquella teoría que se construye de forma dialéctica en los barrios, sindicatos, encuentros, charlas, marchas, etc; y allí es donde encontraremos todos nuestras potencialidades y límites, tanto teóricos como prácticos.
Al feminismo hay que comprenderlo en tanto fenómeno teórico y práctico, no sólo por su vasta y reciente producción de pensamientos, sino también como sociedad en movimiento, mujeres pensando y actuando. Esta es una de las razones por la que el feminismo tiene mucho que aportar a la lucha de clases, y pensar el clasismo en clave feminista se presenta como una necesidad, no sólo por el reconocimiento de lo que implica la doble opresión en las mujeres, sino también como un ejercicio intelectual que nos exhorta a ser creativos/as en la producción de pensamiento político y social.
Desde las ciencias sociales, nos propone innovación metodológica y nos intima a pensar por fuera de los cánones objetivistas, y más específicamente, nos obliga a derribar la dualidad sujeto/objeto y a repensar(nos), replantear(nos) tal objetividad de las estructuras sociales que se presentan como acabadas, estáticas y finalizadas.
Es un paso obligado por la sociedad desde los sujetos que la construyen. La conformación de nuestras subjetividades, representaciones, prácticas, sentidos y la permanente relación dinámica entre estos, sucede que “El feminismo como teoría crítica, aportó al cuestionamiento de las relaciones sociales desiguales, integrando las problemáticas de género, clase, etnia y opción sexual. La teoría feminista contribuye un conjunto de ideas tejidas en torno a la críticas de los valores y las dinámicas patriarcales sobre las cuales se estructuraron y se desenvuelven las sociedades” [1]
Este paradigma crítico viene a inquietar, a poner en tensión la visión estática y estructurada de las teorías sociales clásicas, dándonos nuevas pautas de análisis para caracterizar la coyuntura, -que como un estado actual de la situación social, política y económica-, deberá dejarse atravesar por el análisis de las múltiples formas de dominación, que mantienen y sostienen el orden social imperante, y como señala Iris Young: “En vez de casarse con el marxismo, el feminismo debe tomar al marxismo y transformarlo en tal teoría. Debemos desarrollar un marco analítico que considere las relaciones sociales materiales de una formación social histórica particular como un sistema único en el cual la diferenciación de género es un atributo central”[2]. No podemos pensar la realidad social desde un sólo ángulo, ni de forma compartimentada, corremos el riesgo de caer en reduccionismos o falsas universalizaciones que no son de utilidad al momento de pensar acciones políticas concretas. Si bien la materia nos determina y nos posiciona en un tiempo y lugar, existen múltiples factores de dominación en la conformación de nuestras subjetividades.
Considero una tarea importante estudiar el encuadre que el feminismo realiza respecto al sistema patriarcal, que si bien se observa a través de prácticas y representaciones, habrá que poner de manifiesto el sentido económico y político por el cual se sostienen esas prácticas, comprendiendo qué relaciones de poder mantiene como “naturales”, permanentes, y hasta diría “lógicas”. Habrá que identificar entonces cuáles son los condicionantes de la producción de la vida material que condicionan nuestro ser social, desde donde nuestras prácticas, sentidos, representaciones como hombres, mujeres, trabajadores y trabajadoras, militantes sociales y políticos, estudiantes,- y así todas las categorías y estatus sociales que se nos puedan ocurrir-, legitiman, sostienen esas condiciones materiales de vida y la construcción social clasista, al decir de K. Marx “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” [3]. De esta forma tendremos la oportunidad de pensar de una forma más completa –pero no definitiva ni acabada- las imbricaciones que tiene el patriarcado en su relación dinámica, sostenedora y necesaria con el capitalismo.
La “conciencia feminista” nos propone hacer el ejercicio intelectual de pensar al mundo y pensarnos como sujetos políticos, por dentro de esa misma realidad social transformable que nos posiciona, no sólo en las esferas que comúnmente se denominan públicas, sino en la esfera privada, allí donde pareciera que la opresión política y económica no existe, y sólo existirían relaciones interpersonales sin mayores implicancias. Así es que “Históricamente, según el modelo de análisis que describe la ideología patriarcal, se ha impuesto una rígida división de áreas de despliegue y configuración de la subjetividad: las mujeres en el ámbito privado, íntimo, doméstico, en el “reino del amor” –el poder de los afectos-; los hombres en el ámbito público, extra-doméstico, en el “reino de la razón, -el poder racional y económico” [4].
Finalmente, y siguiendo la línea de una construcción subjetivista, no podemos pensar en el clasismo sin referirnos a los sujetos políticos: el movimiento sindical que históricamente ha portado las banderas de la lucha de clases, y al cual se ha pensado como el único capaz de encarnar el clasismo. No obstante, tendremos que ser sumamente cuidadosas al abordar al clasismo desde esa única perspectiva, no sólo por la subestimación hacia otros espacios de organización y lucha, sino también porque el movimiento sindical ha sufrido grandes transformaciones en los últimos procesos económicos neoliberales, la disociación entre las dirigencias y las bases, la flexibilización laboral, la precarización y el desempleo, entre otros factores que han complejizado su composición tanto territorial como organizativamente, lo que lo ha llevado en muchas ocasiones a adaptarse, aceptar las reformas y limitar sus luchas.
Tal así que pensadores sociales contemporáneos como Habermas, Melucci, Touraine, entre otros que intentan explicar el surgimiento de nuevos frentes de acción colectiva, a los que denominan como Movimientos Sociales, -incluso investigadores/as latinoamericanos/as que los analizan- relacionan el surgimiento de estos con el devenir y la complejidad en que se ve sumida el movimiento sindical. Así se sostiene que “La emergencia de los nuevos movimientos sociales está vinculada al descenso del protagonismo de la clase obrera y sus organizaciones, a la relevancia que tomaron otras problemáticas tales como la exclusión histórica de los pueblos indígenas, el papel de la mujer en la sociedad, la degradación del medio ambiente y la destrucción impune de la biodiversidad, entre otras cuestiones. Los movimientos sociales latinoamericanos prefiguran nuevos ejes del conflicto social que ameritan un estudio cuidadoso de sus estrategias y formas de lucha, de sus demandas e interpelaciones, de sus logros y conquistas sociales”[5].
No es mi objetivo aquí hacer un análisis del desarrollo del movimiento sindical en las últimas décadas, pero sí poder visibilizar la crisis en la que ya hace varios años se ve envuelta dicha organización y preguntarnos si este proceso es constitutivos de la relación entre dicho proceso, el surgimiento de nuevos frentes de acción colectiva y su masividad.
También me interesa reflexionar sobre el feminismo como Movimiento Social y su emergencia en el mundo político y social, y tratar de explicar -aunque son múltiples causas- alguno de los factores de su reaparición, ya que no es algo novedoso sino que ha tomado relevancia histórica en determinados contextos, a lo que remito lecturas de investigaciones y reconstrucciones históricas por parte de historiadoras que realizan trabajos al respecto.
Nuevos sujetos políticos: la izquierda social y el feminismo.
Lo que podemos interpretar o abarcar como izquierda social tiene dos vertientes, por un lado, lo que teóricos sociales como los anteriormente citados identificaron con los Movimiento Sociales, que no se asocian en forma directa con un partido o lìnea política partidaria, y por el otro, la izquierda como organización política de la clase obrera. Ambas pueden confluir en diversos escenarios políticos, y parte de la izquierda tiene entre sus reivindicaciones de forma táctica muchas de las banderas sostenidos por los movimientos sociales. Tal es así que tal confluencia toma forma de coordinaciones, comisiones, agrupaciones, y organizaciones que tienen preferentemente un trabajo social, de base, en los barrios, centros sociales, culturales, centros de estudio y sindicatos, y que tienden a desplegar determinados ejes políticos de confluencia entre los movimientos sociales y la izquierda.
El Movimiento de Mujeres, tal como lo conocemos actualmente, es introducido dentro de la categoría de los Nuevos Movimientos Sociales, sin embargo fue alcanzando una mayor autonomía al introducir e intentar sistematizar desde diversas perspectivas nuevas producciones teóricas, abordajes a los que he aludido anteriormente y que lo constituyen y construyen como “feminismo” (término que se utiliza de forma generalizadora para referirse al movimiento de mujeres, si bien no todas las mujeres en el movimiento se identifican con el feminismo).
Es así que la izquierda social comparte tiempos y espacios con los feminismos, ambos con orígenes diversos y convergentes en algunos momentos históricos: un ejemplo es el feminismo de fines del S. XIX que surge preferentemente del seno de las luchas obreras, no siendo utilizado el término “feministas” para identificar a las mujeres de esa época. Sin embargo, eran tiempos de un movimiento sindical fuerte en términos ideológicos, organizativos y de acción política. Este y otros hechos históricos nos muestran las coincidencias temporales y espaciales, generando debates entre unos y otros. Pero, ¿cómo se relacionan?. Es importante tener presente que ambos han generado políticas “disfuncionales” al capital, plantean discursos y acciones disruptivas en la hegemonía dominante, por esto, las relaciones entre la izquierda social y los feminismos, sus debates, y sus interpelaciones son necesarias y urgentes.
Cabe aclarar en este punto que no toda la Izquierda Social hace mella en el Movimiento de Mujeres, y que sólo alguna parte en el Movimiento Feminista. Tanto la Izquierda Social, como el Movimiento Feminista son campos en disputa, y que se encuentran en permanente construcción. Para ello será trascendental la idea que venimos elaborando y que pone de manifiesto Rita Segato: “Defiendo aquí que comprender las transformaciones del «sistema de género» y la historia de la estructura patriarcal arroja una luz indispensable para entender el giro social introducido por la modernidad como un todo. Si leemos adecuadamente lo que ese tránsito significó y la forma en que la intervención reacomodó y agravó las jerarquías preexistentes, comprenderemos una gran cantidad de fenómenos del presente que afectan a toda la sociedad y que están muy lejos de constituir apenas «el problema de la mujer». En concordancia con esta propuesta está mi permanente insistencia en que los feminismos, así como todos los otros frentes del movimiento social cometen un gran equívoco tanto político como epistemológico o, en otras palabras, un error teórico-político de inestimables consecuencias negativas al guetificar sus temas y compartimentalizar lo que entienden como «el problema de la mujer», tanto en el campo del análisis como en el campo de la acción”[6].
Algunas reflexiones
Si bien el feminismo no nace para dar respuesta a todas las inquietudes de la izquierda social ni viceversa, sí tendrá gran implicancia en los modos conceptuales, marcos y metodologías que adquieran uno y otro para despliegue de sus análisis coyunturales.
Será fundamental generar análisis dialógicos entre estos para abarcar con mayor complejidad el análisis social, dejando impregnar las tácticas y estrategias de transformación entre unos y otros, para así generar políticas disfuncionales al capital que pongan en tensión nuestras prácticas, representaciones y discursos, proponiendo retomar renovar y reavivar debates históricos, en tiempos donde el debate político se nos presenta sectorizado, reducido y aplacado.
Sin caer en la generalización o totalización, los feminismos se han interesado en proponer y aportar algunas alternativas de organización comunitaria que rompen esquemas de lazos sociales, económicos y políticos individualistas en los que se apoya el capitalismo, intentando dar explicaciones desde esta mirada a fenómenos tales como el consumo, el colonialismo, el desarrollismo, la globalización, el imperialismo, la distribución de las tierras y del capital, visibilizando lógicas del sistema patriarcal, y desde donde la izquierda tiene mucho para aportar.
Habrá que poner en tensión la compartimentación de los análisis de la cuestión social. En este sentido se desarrollan corrientes como el feminismo clasista, los ecofeminismos, la economía feminista, que empiezan a enfrentarse a los análisis economicistas neoliberales y destructivos, y que reconstruyen los conceptos y relaciones entre naturaleza y mujer, ciencia y desarrollo.
Es claro que para un análisis profundo sobre la izquierda (la porción de la izquierda que podemos identificar como social), y puntualmente aquella que se considera o se la identifica como feminista, será necesario realizar una investigación que nos permita desentrañar su funcionamiento, formas organizativas y de lucha, sus prácticas, lineamientos, tácticas y estrategias organizativas. Sin embargo, podemos identificar relaciones generales y de interacción en las cuales confluyen y se entrelazan unas con otras, siendo evidente la necesidad de que la izquierda social deje atravesar sus lecturas por el feminismo, como de igual importancia que el feminismo se empape de izquierda social para que ninguno quede entrampado sólo en disquisiciones teóricas y de retaguardia, máxime si se piensa en la construcción de subjetividades revolucionarias, de disputa, de quiebres y de transformación social, hacia una ruptura definitiva con el sistema capitalista y patriarcal.
* Abogada y militante feminista
Notas:
1. Longo, Roxana, El protagonismo de las mujeres en los movimientos sociales (2012)
2. Young, Iris. Marxismo y feminismo, más allá del "matrimonio infeliz" (una crítica al sistema dual) El cielo por asalto, Año II, Nº4, Ot/Inv. 1992
3. Marx, K. “Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política” (1859)
4. Burin, Mabel “Estudios sobre la subjetividad femenina”. (2002)
5. Mirza, Christian Adel. “Movimientos sociales y sistemas políticos en América Latina: la construcción de nuevas democracias” (2006)
6. Segato, Rita Laura “La guerra contra las mujeres” (2016)