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Hemisferio Izquierdo

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Hemisferio Izquierdo (HI): La brutal ofensiva de la clase dominante materializada los sucesivos golpes de Estado y la instalación de dictaduras cívico-militares entre las décadas de 1960 y 1980 dejó secuelas profundas en la vida política de nuestros países que se proyectan hasta hoy ¿Cuáles huellas de la violencia política de este período todavía persisten en nuestras sociedades y cómo se manifiestan?

Daniel Inclán (DI): Las secuelas de la violencia política de la segunda mitad del siglo XX en América Latina, inscrita en las distintas versiones de los proyectos de seguridad nacional y las formas locales de lucha contra la llamada subversión, son de naturaleza muy distinta y cubren casi la totalidad de las formas de la vida colectiva. En principio, una lectura histórica de larga duración tendría que reconocer que el uso de la violencia política como forma de gobierno, como forma de resolución de los antagonismos sociales, marca un punto de inflexión en la región, que determina el rumbo de la vida estatal para los siguientes periodos.

Antes de 1959 la violencia política, por muy generalizada que fuera en ciertas regiones, tenía un carácter selectivo: el sujeto político hacia el que se dirigía mantenía una cierta continuidad con las violencias de los procesos republicanos y la construcción de las identidades nacionales (se reprimían a los indígenas, a los negros, a los sectores populares de las ciudades y la clase obrera). Después de 1959, la construcción política del enemigo cambia radicalmente, si bien sigue siendo selectiva, hay una amplificación de los sectores que representan una amenaza interna al poder de clase.

La figura del subversivo extiende a otros sectores sociales las políticas represivas, en especial las juventudes universitarias de las ciudades, ese sector social privilegiado por las políticas desarrollistas. En este terreno es importante reconocer el nivel de género y etario que estaba en juego. La lucha contra la subversión construye al cuerpo de las mujeres como un campo de batalla; en principio, al elaborar una narrativa en la que el avance la subversión comunista era resultado del cambio en las responsabilidades de las mujeres en la casa y en la sociedad, que al descuidar sus obligaciones “naturales” (procreación, cuidado del hogar, acompañamiento al varón, etc.) permitieron la inoculación del “virus” comunista. Estos argumentos permitieron una desproporcionada crueldad contra las mujeres en la lucha contrainsurgente.

La violencia contra las mujeres que se vive hoy en América Latina, tiene un momento de reorganización muy importante en la lucha contrainsurgente. Para entender a profundidad este proceso, es necesario reflexionar sobre los efectos en la masculinidad que produjo la violencia política posterior a 1959. Hasta ahora hay pocos estudios sobre los efectos en el terreno de la construcción social del género durante y después de las violencias contrainsurgentes. Esto es clave para entender el patrón actual de las violencias de género en la región.

Junto con las mujeres, otro sector clave de la lucha contra la subversión, fueron los jóvenes. Especialmente después de 1968, la juventud se construyó como un espacio social de trabajo quirúrgico contrainsurgente. Para las doctrinas de seguridad nacional, los jóvenes eran “idiotas útiles” para el avance del comunismo. Al estar inscritos en una sociedad en la que las mujeres no habían realizado su trabajo, quedaban expuestos al avance de las ideologías antinacionales y destructoras de las “verdaderas” identidades locales. Los jóvenes fueron brutalmente atacados por los procesos represivos. Hoy la violencia contra la juventud no está sólo en la represión policial, el sistema social en su conjunto trabaja para violentar a las juventudes, para no asegurarles un lugar, para convertirlos en conejillos de indias de experimentos de socialidad, para hacerlos culpables de vivir un mundo sin certezas.

Esta dimensión de género y de edad, da cuenta de un conservadurismo social que no fue producto de las políticas contra insurgentes. Más bien, el conservadurismo social hizo posibles dictaduras tan crueles y letales, encontró en los gobiernos castrenses o en los gobiernos autoritarios un mecanismo de ejecución. Después encontraron una dialéctica que benefició y beneficia a sectores dominantes. Grupos amplios y estratégicos de las sociedades latinoamericanas fueron y son ampliamente conservadores y autoritarios. En este espectro hay que ubicar a grupos de derecha y también a varios grupos de izquierda. Aquí hay una estructura cultural que sigue vigente en la región y que legitima proyectos autoritarios, revestidos de defensa de las instituciones democráticas o de defensa de la seguridad social. La dialéctica del autoritarismo que inaugura la contrainsurgencia sigue viva en la región, no son sólo los estados y sus instituciones, también la sociedad participa activamente del diseño, defensa y ejecución de proyectos autoritarios. Los beneficiados de estas dinámicas, son sectores económicos y políticos limitados, que nunca han sido ni enjuiciado, ni señalados oficialmente, como partícipes protagónicos de las políticas represivas.

Este es un punto axial para entender las transformaciones sociales que se produjeron en el autoritarismo burocrático de los estados latinoamericanos después de 1959. Los gobiernos castrenses funcionaron como herramientas de un autoritarismo social extendido, pero que beneficiaba directamente a un reducido sector de la población. Este sector es el bloque económico que participó en las transformaciones para integrar e internacionalizar a los capitales locales con el avance del poder de las grandes corporaciones. Esto generó un proceso mixto: una subordinación creciente de las economías locales al poder de las corporaciones y la creación de burguesías transnacionales, nuevos millonarios locales con negocios regionales más allá de las economías nacionales.

Esta nueva burguesía internacionalizada no sólo se sigue beneficiando del proyecto económico neoliberal que se instaló por la fuerza de la violencia política, ahora está administrando las instituciones estatales, ya no les es suficiente que las instituciones económicas y sociales dirijan sus esfuerzos para beneficiarlos. Las instituciones estatales funcionan a imagen y semejanza de la lógica corporativa, bajo la dirección de la burguesía parida por la violencia política contrainsurgente.

Esto ha sido posible gracias a una mudanza en el ejercicio represivo, la violencia política del estado ha despolitizado a los enemigos que construye como horizonte de su legitimación. Ya no son más amenazas internas que proponen proyectos que transgreden la nación idealizada; ahora son sujetos amorfos, cuyo peligro reside en su carácter criminal o terrorista. La despolitización de la vida es otro de los resultados de los autoritarismos de la segunda mitad del siglo XX latinoamericano. De ella participan tanto las derechas como las izquierdas, que han construido al estado, las instituciones y la democracia como el único escenario del antagonismo social. Quedaron expulsadas las disputas por un orden social alternativo, socialista, comunista, indianista, etc. El conservadurismo y el autoritarismo social se acompaña de una dinámica de despolitización, que intenta defender la imagen carcomida e inoperante del modelo liberal bajo cualquier costo.

Las llamadas transiciones a la democracia sentaron las condiciones para una desmovilización social, para una apatía generalizada y para una política domesticada que no puede ir más allá de las prisiones del pensamiento liberal. Las izquierdas no han escapado a este fenómeno, también se ven atrapadas en las inercias de las luchas locales, en la trampa del estado de derecho como horizonte de lucha, en la construcción y regodeo de la imagen de la víctima. Este último punto es de los más complicados para el horizonte de acción política, porque divide el mundo entre buenos y malos, entre buenos que padecen el ejercicio desmesurado del poder y los malos que abusan del poder. Junto la imagen de la víctima aparece el horizonte de la catástrofe y de la necesidad de la acción inmediata en escala local. Del horizonte de lucha han desaparecido los proyectos de largo alcance y la posibilidad de pensar que el mundo puede ser otra distinto. Hay, diríamos, una fractura enorme en el imaginario político, que parece sólo puede pensar en administrar la catástrofe para reducir sus efectos.

Esta imposibilidad de pensar y actuar políticamente fuera del marco liberal, ha generado una actitud de interiorización del mundo de la corporación y su lógica social. Habitamos un mundo gobernado por corporaciones, que son los actores beneficiados de la violencia política, aquella que instaló el neoliberalismo como forma social. Se ha diseminado a lo largo y ancho de la región (y del mundo en general) la lógica corporativa: aquella que demanda competencia como forma de interacción social; acompañada de la idea de la flexibilidad, en la que las viejas estructuras son presentadas como inservibles, como rígidas. Se demanda, por tanto, ser creativo, innovador, el empresario de uno mismo, que enfrenta en soledad la inestabilidad del mundo, que se mira, paradójicamente, como un mundo de posibilidades, como las alternativas reales de vivir de una manera distinta. El sueño de la transformación que encarnaron los proyectos políticos de las décadas de los años sesenta a los años ochenta, se reduce a la creatividad e innovación de la vida individual o de pequeñas empresas colectivas. La violencia política contra el imaginario de transformación ha producido este escenario de acción minúscula, que toma el modelo de la cooperación corporativa para asegurarse un lugar en el mundo de la competencia.

HI: Una característica trasversal de estos años fueron los procesos contrainsurgentes y la llamada “guerra sucia” llevados a cabo bajo influencia de Estados Unidos. En este marco ¿cuáles continuidades y rupturas se pueden establecer en la política externa de Estados Unidos para América Latina?

DI: Una de las lecturas que más ha limitado el entendimiento de los procesos de la violencia política en América Latina, es la del imperialismo estadounidense como el actor todo poderoso que está detrás de los proyectos contrainsurgentes. Si bien el papel de las agencias estadounidenses es central para entender la época, no es suficiente. Hay un conjunto muy complejo de dinámicas internas que tenemos que estudiar para tratar de entender las contradicciones internas que hicieron posible el autoritarismo social que validó la presencia castrense o contrainsurgente en los gobiernos. Por ejemplo, hay que pensar en los cambios y continuidades en: los bloques de poder locales, en la organización de la lucha social, en la cultura conservadora, en la vida social cotidiana. Estos son elementos mínimos sobre los que se montan y con los que tienen que negociar las políticas de Estados Unidos para la región.

Pero atendiendo a la pregunta, para pensar en las rupturas y continuidades de la política estadounidense para América Latina, hay que pensar en seis grandes líneas: 1) las transformaciones de la geopolítica mundial y en el interés estratégico de los territorios latinoamericanos; 2) las metamorfosis de las formas de la guerra; 3) el avance del poder corporativo transnacional; 4) el cambio en los bloques de poder y su acelerada internacionalización; 5) el cambio en las formas culturales y la mímesis precaria del modelo estadounidense de vida; y 6) las mudanzas de la lucha social en la región.

En cuanto al cambio geopolítico, es importante reconocer las trasformaciones en los bloques de poder mundial y la disputa por la hegemonía, que han rediseñado las territorialidades a nivel mundial, y en especial América Latina. La región es una de la reserva más importantes de bienes naturales en el mundo, en especial petróleo, agua dulce y biodiversidad. Para controlar esto bienes se siguen procedimientos combinados, junto con el despojo y el desplazamiento explícitos, hay formas de cercamiento por medio de construcción de infraestructuras que segmentan y organizan el territorio. Según el tipo de proyecto es el tipo de sujetos que participan, directa o indirectamente vinculados con las políticas estadounidenses. Pero además del papel de las agencias estatales estadounidenses hay que pensar el papel de las grandes corporaciones, muchas de las cuales no tienen su sede corporativa en Estados Unidos, pero se benefician de los proyectos regionales de gran escala (como las mineras canadienses, para quienes los proyectos de infraestructura son muy benéficos).

En términos geopolíticos, América Latina es muy distinta a hace 50 años. La importancia de la región para Estados Unidos es clave, no sólo como zona de contención, sino como zona de reserva de bienes naturales, de mano de obra y de territorios por colonizar. También es una barrera ante el avance de los poderes orientales (China y Rusia). Esto hace que los proyectos sobre la región vinculen escalas nacionales con escalas regionales, haciendo más difuso el origen y beneficio de los mismos, porque se han presentado como segmentos de un gran rompecabezas para el continente, que vistos desde las escalas locales y nacionales no dan cuenta del entramado continental del que son parte.

Por otro lado, las transformaciones en la forma de la guerra también han modificado radicalmente los proyectos estadounidenses en la región. La llamada revolución en los asuntos militares y el privilegio de la guerra de alta tecnología, ha abierto la puerta a la privatización de la presencia militar estadounidense en territorios latinoamericanos, en actividades muy diversas, que van desde la seguridad privada hasta el entrenamiento de grupos de mercenarios.

Esto se combina con el entrenamiento diferido de las fuerzas militares y policiales de los países de América Latina, ya no son sólo los militares estadounidenses formando militares latinoamericanos, ahora hay una terciarización a través de Colombia y Chile, que han construido escuelas de entrenamiento de cuerpos de seguridad, bajo la asesoría estadounidense, pero ejecutadas por cuerpos locales. Al mismo tiempo han aumentado los ejercicios militares conjuntos en la región, promoviendo lógicas de integración cada vez más fuertes entre los militares del continente. Lo que se acompaña de amplios financiamientos al desarrollo local de las fuerzas armadas.

Un cambio muy importante, dentro de la lógica de la guerra y el papel de las agencias estadounidenses, es el vínculo entre comunicación y control social. El control de las informaciones y el espionaje definen parte de la trayectoria bélica en la región, dando paso al asesoramiento de compañías privadas especializadas en inteligencia y a la presencia de miembros de la CIA, el FBI y la DEA en los países del continente, encabezando o asesorando operaciones. En términos concretos, se traduce en persecuciones selectivas de activistas, bloqueo de informaciones y siembra de pruebas falsas.

En cuanto a la trasformación del poder corporativo, hoy como nunca, los proyectos de Estado Unidos en la región están asociados a los intereses de las grandes corporaciones. Si bien siempre la presencia estadounidense sirvió para abrir terreno y proteger a las inversiones capitalistas, hoy lo hace de la mano de los proyectos y necesidades de las grandes corporaciones, que son las que están detrás de los proyectos estratégicos en energía, banca, infraestructura, alimentos y fuerza trabajo. El caso de Chevron en Ecuador es una muestra clara de este poder empresarial.

Esta mudanza ha generado una burguesía internacionalizada en algunos países de América Latina, que más que disputar a las grandes transnacionales aprende a convivir con ellas de manera dependiente, sin lograr acercarse a las ganancias que generan las megacorporaciones. Pero esta nueva burguesía apoya los procesos de desnacionalización económica, de desindustrialización y de redoblamiento de la dependencia con las metrópolis. Y en casos de inestabilidad social, juegan a favor de las demandas estadounidenses, generando presión al interior de los países vía el boicot, el acaparamiento y la amenaza. Juegan un papel relevante en el ordenamiento continental.

Los bloques de poder al interior de los países experimentan un tránsito de las formas de gobernanza que va de las viejas tradiciones y escuelas políticas locales hacía los internacionalizados gabinetes económicos. Hoy tienen más poder los ministros de economía y hacienda, así como los representantes de los bancos centrales, que los diputados y ministros de la corte. Los gabinetes económicos son los que gobiernan el continente desde hace 40 años, las disputas políticas entre partidos y tradiciones políticas dejan prácticamente intactos estos espacios de poder. Lo peculiar en ellos es que casi todos han sido educados en las universidades estadounidenses, han aprendido ahí el modelo de economía que debe imponerse en la región a sangre y lodo. Este gabinete cuenta con el respaldo de la burguesía internacionalizada, que en su pequeñez sueña con vivir en un mundo de consumos obscenos y de islas de progreso aisladas de los crecientes mares de miseria en el continente.

Es esta alianza desigual entre burguesías la que genera geografías del consumo y la exhibición que nunca antes habían existido en la región: zonas segregadas del resto de las ciudades en las que pareciera existe el sueño del mundo capitalista realizado. Aquí se instala con mucho éxito el deseo de la modernidad americana, la del consumo desmesurado, la del lujo inservible y recambiable. Esta es otra forma exitosa de presencia de Estados Unidos en la región, que a través de sus mercancías, sus estéticas y sus deseos genera proyectos de sociedad en América Latina, que vive aceleradamente un cambio en las formas de la vida cotidiana, que intentan emular los espacios estadounidenses de consumo, generando copias degradas de un mundo desconocido, pero anhelado. Como nunca el control cultural estadounidense resulta exitoso, modelando cuerpos, prácticas, imaginarios, futuros.

En el terreno cotidiano, el consumismo es el proceso más exitoso de contrainsurgencia en el siglo XXI. Esto ha permitido desmovilizar amplios sectores de jóvenes y marginados, que a pesar de vivir una lógica de expulsión, siguen anclados en los deseos de un mundo que nunca podrán habitar. Esto produce una de las expresiones más claras de control que es el endeudamiento social, individual o público, que se asume como necesario para poder alcanzar el sueño americano, para poder vivir a imagen y semejanza del mundo televisivo. Antes que la represión política, se usa la represión cultural y la guerra contra los imaginarios y las prácticas cotidianas, que avanza hacia una homologación que vacía de historicidad la vida. Ante esto el control social es cada vez más simple, aunque aquello que promueva sea cada vez más inaccesible. La doctrina de seguridad nacional ha sido sustituida por la religión del capital.

Por último, habría que pensar en los cambios en la forma de la lucha social y el papel de los Estados Unidos en la represión. La atomización de la lucha social, su fuerte anclaje local y la defensa de proyectos más o menos locales permite una represión que combina varias formas, a través de las cuales se oculta la participación de las agencias estadounidenses.

Hay un conjunto muy amplio de actores y mediaciones para enfrentar a las luchas y resistencias, desde las organizaciones no gubernamentales que son financiadas por las distintas entidades del gobierno estadounidenses, que generan proyectos de desarrollo, educación, sustentabilidad, que sirven como desmovilizadores sociales, hasta los cuerpos paramilitares entrenados por agencias privadas o por militares estadounidenses. La falta de proyectos políticos de gran escala permite la represión difusa por múltiples vías.

En el caso del enfrentamiento con gobiernos incómodos, las estrategias combinadas también funcionan. En casos excepcionales se usa al golpe de estado como alternativa, antes de ello se recurre a la desestabilización política interna y externa. Internamente se adoctrinan e impulsan a sectores sociales y representantes gubernamentales para dislocar procesos. Externamente se usan a los organismos regionales, como la OEA y los bloqueos económicos para presionar a los frágiles procesos gubernamentales. En todos los casos se aprovechan las enormes contradicciones internas, que ninguno de los llamados gobiernos progresistas quiere reconocer.

En términos generales no hay una amenaza regional ni continental como la que tuvieron que enfrentar en la época de la actualidad de la revolución en el siglo XX. Ante el escenario de diversas formas de lucha se ensayan diversas formas de represión, con las consecuencias esperadas de un reparto desigual de poder.

* Daniel Inclán es investigador asociado del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM.

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