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  • Por: Alfredo Falero*

Cuando la inestabilidad se vuelve dominación: desafíos para el campo popular


Ilustración: "Los asustan los fantasmas", de Nelson Romero (2002)

1) De transiciones e inestabilidades

La idea de transición sistémica no es novedad desde el punto de vista conceptual y numerosos autores con nombres variados han apelando a esta figura para promover explicaciones de problemáticas globales muy diversas. Además las propias sociedades experimentan que las cosas cambian muy rápido y que se está en tránsito hacia algo nuevo sin tener nada claro de que se trata. Esto no puede generalizarse abusivamente, pero es un hecho que ocurre. Y el punto es que en la historia contemporánea muchas veces sucedió lo mismo. Para comprobarlo, bastaría revisar algunos análisis de autores durante el siglo XX.

Para este artículo interesa rescatar a Schumpeter quien poco antes de la crisis de 1929 en “la inestabilidad del capitalismo”, decía que éste estaba viviendo un proceso de metamorfosis muy visible y que el punto no era discutir tal aseveración sino el modo de interpretar este proceso (Schumpeter, 1928). Hoy se podría decir exactamente lo mismo ya que inestabilidad parece una buena descripción de lo que está ocurriendo a distintos niveles (macro y micro sociales).

Para empezar, se puede decir que permanentemente el capital desestabiliza al propio capitalismo aunque naturalmente sin afectar sus bases y dinámica general de reproducción. Es decir, en este caso no se trata de pensar inestabilidad en un sentido de provocar debilitamientos que lleven al colapso. Esta es otra tesis vieja con distintos nombres que aquí no se discutirá. Se propone inestabilidad para aludir a la generación de desequilibrios y reequilibrios precarios recurrentes, sistemáticos, en un corto período.

Si la economía-mundo sufre fluctuaciones rápidas y frecuentes, hasta por declaraciones públicas de dirigentes políticos de potencias hegemónicas que muchas veces son simples fuegos artificiales requeridos por juegos políticos –el caso del presidente Trump más que una “anormalidad” en tal sentido constituye más bien su radicalización- si hay algo que parece claro es que la confianza económica sobre el futuro está más corroída de lo que se admite públicamente.

Y por supuesto, no deja de ser una ironía de la historia que el protagonismo principal en este contexto sociohistórico de inestabilidad y desconfianza sobre el futuro no lo tenga un sujeto antagonista como fue el movimiento de trabajadores. Evidentemente, no siempre ocurrió así. Y además muchas cosas importantes pueden seguir sucediendo directa o indirectamente por dinámicas de resistencia y lucha de trabajadores todavía hoy. Lo que no es posible afirmar todavía es que el movimiento de trabajadores sea actualmente el gran desestabilizador del capitalismo en el sentido clásico de Marx.

De hecho, más bien sería extraño que ante mutaciones profundas de la acumulación capitalista en el siglo XXI, las dinámicas sociales de resistencia y proclives a la transformación se hubieran mantenido como se vivían y pensaban a partir de la revolución industrial y durante el siglo XX, particularmente después de la segunda guerra mundial. Por ejemplo, generando y proyectando confianza sobre transformaciones y sujeto posibles.

Actualmente es preciso visualizar las resistencias y luchas de los trabajadores más allá del movimiento de trabajadores clásico y considerarlos en una diversidad actuante. ¿Tal aseveración discute la importancia del trabajo como estructuradora social? Para nada. Pero considerando las evidencias disponibles, la política emancipatoria del siglo XXI no será producto de un agente social en particular. Como tampoco será el producto de varios agentes actuando en forma descoordinada, cada uno aferrado a su “demanda” sin tener claro las dinámicas de dominación comunes que enfrentan.

Este arco de agentes de transformación puede ser representado como campo popular, utilizando campo en el sentido básico del sociólogo Pierre Bourdieu (por ejemplo, 2007) y de desarrollos posteriores de esa perspectiva. Esto implica integrar todas las propiedades de cualquier campo y por tanto visualizando también allí fuerzas dominantes y dominadas, pero también caracterizando las singularidades que supone un “campo popular” que como tal no fue estudiado por Bourdieu.

Pero, siguiendo el razonamiento, se puede decir que todos los integrantes de este campo comparten la illusio de lo “emancipatorio”, de lo “alternativo” o del “cambio social” hacia un orden más democrático e igualitario, implicando diferentes proyectos de sociedad, incluso contradictorios entre sí, diferentes estrategias de avance y diferentes intereses. No es el lugar aquí para desarrollar esta idea, sino simplemente conectar estas dos ideas: inestabilidad social a nivel global y campo popular para pensar el futuro.

Pero para llegar a ello, es preciso explicitar un nudo central de lo enunciado desde el título que es precisamente el tema de la inestabilidad corriente a nivel de procesos económicos y sociales. Y como ello, más que conducir a cuestionamientos severos que arrinconen y obliguen a cambios sustantivos a los tomadores de decisiones con poder global, hoy se traduce en eficaces formas de dominación.

Bajo estos supuestos, se propone primeramente un breve recorrido en tres partes. En primer lugar, deben considerarse algunas mutaciones globales y las razones por las cuales se puede decir el propio capital genera permanentemente inestabilidad sobre el capitalismo. En segundo lugar, se deben entrar en algunas figuras y formas de la dominación que permiten reestabilizar continuamente la reproducción social a pesar de lo anterior. Una vez cerrado este trayecto, en tercer lugar, se pueden presentar algunos elementos sobre el campo popular y sus desafíos en este contexto.

2) Inestabilidades sistémicas en clave siglo XXI

Existen varias formas en que el capital está desestabilizando al capitalismo contemporáneo. Por supuesto corresponde aclarar que no se trata de plantearlo en forma dicotómica: antes era estable y ya no lo es. El capitalismo vive de transformarse permanentemente y eso provoca conflictos. Además todavía es fácil caer en una visión eurocéntrica para apreciar transiciones e inestabilidades asociadas, porque nunca debe olvidarse que también en el investigador operan esquemas arraigados de apreciación cognitiva.

Por ejemplo, cuando se apela al par “fordismo – posfordismo” (en un sentido amplio, no de simple organización del trabajo) y se señala la estabilidad social que emanaba de lo primero después de la segunda guerra mundial, subyace un cuadro de lo que ocurría en Europa del oeste y en Estados Unidos en general. Pero América Latina fue poco estable políticamente durante el mismo período, para comenzar por los permanentes y sobradamente comprobados métodos (en plural) de intervención por parte de Estados Unidos. Además de que todavía sobrevivía en general el colonialismo económico y político más descarnado.

Pero también es cierto que existía un peso mayor de las fracciones industriales del capital y la capacidad de regulación de los Estados-nación podía permitir ensayos nacional-desarrollistas. Tal proyecto ya no es posible. Para permitir ponderar la magnitud de lo que está ocurriendo y visualizar esta oclusión como proyecto de sociedad, es preciso repasar rápidamente algunos ejes globales de transformaciones e inestabilidad. Al menos, se pueden identificar tres: el científico-tecnológico, el de la intensificación de la concentración del capital y sus efectos en las estructuras regulatorias del Estado-nación y del fortalecimiento de la capacidad de movilidad del capital y sus efectos territoriales.

Se puede decir que es una distinción puramente esbozada para promover el análisis. Pues existe una profunda interrelación entre los tres ejes y lo financiero cruza todo. De hecho, nada puede explicarse sin el capital financiero. Como en trabajos anteriores, se apela al concepto de revolución informacional (Falero, 2011) para englobar los tres ejes y visualizar la reorganización social en curso a escala planetaria.

Con tal concepto se procura marcar continuidades con lo anterior pero también un salto cualitativo considerando la importancia que adquiere la información entendida como conocimiento organizado. No se procura fomentar una visión determinista o apologética, sino incentivar una comparación sociohistórica: así como la revolución industrial requirió y produjo una reorganización social para disponibilizar fuerza de trabajo, hoy no puede pensarse una revolución informacional sin observar el mismo fenómeno. Y por supuesto, generando formas brutales de dominación –a escala global- sobre los trabajadores, reestratificando, dividiendo, promoviendo y marginando alternativamente, según los casos.

En cuanto al primer eje de la revolución informacional, no es novedad que el capitalismo actual requiere cada vez más de desarrollos científicos-tecnológicos. Y resulta igualmente evidente que la informática es un elemento central. De hecho permite tejer innumerables conexiones transversales entre producción material e inmaterial y no hay actividad que para proyectarse pueda quedar al margen de ese desarrollo.

Sin embargo, este es solo un aspecto de esta revolución informacional en curso. Se está ante un desarrollo de fuerzas productivas materiales y humanas mucho más complejo que antes en tanto ya se es capaz de manipular las propias bases de la vida (biotecnología) y la propia estructura de la materia (nanotecnología) o de generar interfases entre seres humanos y máquinas cada vez más sofisticadas. De ello se pueden derivar proyecciones optimistas y aterradoras al mismo tiempo.

Un indicador interesante de cómo se vive el contexto actual es que los propios libros de divulgación científica, suelen hacer comparaciones sobre como el desarrollo tecnológico cumplió, se acercó o superó lo que se mencionaba en alguna novela o saga cinematográfica de ciencia ficción. Pero en este sentido si algo queda claro es que nuestra imaginación, nuestra capacidad de proyectar el futuro, es mucho más lineal de cómo se termina cristalizando en la realidad.

También es preciso recordar brevemente que los desarrollos informáticos no estuvieron pensados para el “desarrollo humano”, por colocar una expresión que genera consensos positivos pero inocuos. A lo ya conocido sobre la conexión original entre internet y la guerra, no debe olvidarse que en la década del ochenta, la mayor apertura a los movimientos de capitales, la desregulación financiera, exigía un cambio tecnológico que procuraba plasmarse en capacidad de digitalización, optoelectrónica (fibras ópticas y transmisión por láser), redes de alta velocidad, aumento de la capacidad de las memorias y todo ello paralelamente a la reducción de costos como lo indicó Mattelart en su momento (por ejemplo, 2002).

Todo lo anterior, está claro, son apenas titulares de procesos enormes que se concentran en los centros globales de acumulación. De los cuales, dicho sea de paso, la zona del pacífico con China a la cabeza, ya no está al margen. El punto central es que la cada vez más rápida integración y aplicación de un desarrollo tecnológico, genera inestabilidades sociales sin antecedentes. Actividades económicas enteras pueden modificarse, mutar enormemente o directamente desaparecer y se debe estar muy atento para captar efectivamente por donde viene el cambio y hasta donde llega.

En los últimos tiempos, el caso de UBER fue paradigmático. Se habló de la “uberización del mundo” (Morozov, 2016) porque la conexión Wall Street y Silicon Valley llevó a conmociones en todos los países por el futuro del negocio de la movilidad física, particularmente por lo que significaba para el taxi y los entornos asociados (incluso mafias y corporativismos). Todos debieron moverse rápidamente y tratar de acomodarse a la nueva situación.

Pero está claro que se trata apenas de la punta del iceberg de algo mucho más profundo que excede el rótulo de “economía colaborativa” que alude a la proyección de las “aplicaciones”. En los próximos años actividades enteras se van a transformar profundamente. Y con ello, las presiones de inestabilidad sobre la fuerza de trabajo serán igualmente mayores. Y aún suponiendo que todo fuera más imaginario que real, el efecto de pensar que un sector entero puede quedar desplazado de la actividad económica resulta un potente disciplinador social.

La segunda inestabilidad sistémica a mencionar es la generada por la intensificación de la centralización y concentración del capital. Sobre el poder de las transnacionales no se puede agregar mucho que no se conozca o al menos no se intuya. Considerando datos recientes de OMAL (Observatorio de las Multinacionales en América Latina), de las cien mayores entidades económicas mundiales en 2016, 69 eran corporaciones y 31 Estados [1]. Hace pocos años atrás, se hablaba de 50 y 50. La tendencia pues es inexorable. Con frecuencia aparecen informes de fusiones de empresas que transforman el mapa de control por agentes globales de actividades enteras: energía, laboratorios, alimentos, transporte, en fin, la lista es larga.

Si en lugar de medir la concentración por empresas, se hace por concentración de riqueza en personas los datos son igualmente escalofriantes. Por ejemplo, a comienzos de 2017 un informe de la BBC -a partir, a su vez, de un nuevo informe de la organización contra la desigualdad Oxfam- indicaba que las ocho personas más ricas del mundo, todos hombres, acumulaban en sus carteras más riqueza que la mitad de la población del mundo más pobre, es decir unos 3.600 millones de personas. También en este caso, basta revisar los mismos datos sobre cuantas personas tenían el equivalente de la riqueza de la mitad de la población mundial y se verá que la cifra de la elite ubicada en uno de los extremos se vino reduciendo.

Este proceso de concentración naturalmente no solo tiene efectos económicos, sino sociales y políticos. El poder sobre las instituciones y políticas de los Estados-nación es enorme. Nuevamente aquí solo se pueden introducir titulares. Las grandes empresas acumulan no solo capital económico sino político y simbólico. Este último refuerza a los anteriores (Bourdieu, 2005). Es simbólico porque existe ya una asociación automática positiva de que la inversión extranjera directa es la que genera empleo y hasta permite directamente resolver problemas sociales locales. Los Estados no solo les conceden derechos y prerrogativas sino que compiten entre ellos (y entre regiones de un mismo Estado) para atraerlas.

El punto es que así como pueden instalarse empresas nuevas, es frecuente la compra de activos “nacionales” ya funcionando (la década del noventa fue paradigmática para América Latina en tal sentido y particularmente por parte de empresas españolas). De este modo, áreas enteras de actividad pasan a estar integradas en cadenas globales y las decisiones de apertura y cierre de plantas, políticas de comercialización, estrategias de posicionamiento global en general, entre muchas decisiones desestabilizan a las instituciones estatales en su capacidad de regular y proyectar políticas dentro de los países. Es más, se puede decir que es el propio Estado que hace posible su desestabilización.

Para América Latina, en tanto si algo queda claro es que no es un centro de acumulación global, esto supone pensar que la inestabilidad que se genera en función de cambios coyunturales pueden ser muy importantes. Cambios en los precios de materias primas o commodities en general alteran rápidamente inversiones generando cierre de plantas o la clausura de proyectos. Lo que en un año se visualizaba como un gran negocio de futuro, puede pasar a ser rápidamente un problema. La industria láctea es un ejemplo cuando se escriben estas líneas. En el lenguaje económico dominante, se puede pasar rápidamente de la euforia de la “apertura de mercados” a la baja del “mercado mundial de lácteos”.

Hay que recordar que la historia está llena de burbujas económicas y euforias especulativas (piénsese en lo que ocurrió con los bulbos de tulipán en la Holanda del siglo XVII, por colocar un simple ejemplo de lo que una vez fue un centro hegemónico global, antes de pasar a serlo Inglaterra). Pero la volatilidad actual tiene otra dimensión más expansiva y profunda, las fluctuaciones son la norma y los Estados-nación viven las mismas matizando cuando es posible problemas más hondamente globales que han contribuido a expandir.

Existe además un conjunto de mecanismos que corroen la capacidad de los Estados –nación de diseñar políticas. En ello colaboran no solo agencias globales sino –nuevamente- los propios Estados. Los tratados de protección de inversiones son uno de esos mecanismos. Muchos países latinoamericanos que los han firmado, o ven limitados su capacidad política o enfrentan un creciente número de demandas millonarias.

De acuerdo a datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), mientras que en el periodo 1987-1999, solo se conocían 38 casos globalmente; entre 2000 y 2012, se presentaron un total de por lo menos 480 demandas inversor-Estado [2]. Esto tiene profundos efectos sociales que no necesariamente las sociedades visualizan cuando se firma el tratado. Pueden ser efectos reales como cuando un gobierno minimiza simbólicamente un problema ambiental para no caer en un incumplimiento de un tratado, pero también la mera amenaza latente –incluso no explícita- resulta un poderoso disciplinador.

El punto remite al problema de los litigios y el negocio implicado para estudios de abogados estrechamente ligados a transnacionales, árbitros de los tribunales y fondos de inversión. Un gran protagonista ha sido el CIADI o Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones, dependiente del Banco Mundial. Nuevamente se trata de un caso paradigmático del cambio: desde cuando fue creado en la década del sesenta hasta la década del ochenta su actividad fue muy limitada. Pero desde la década del noventa se convirtió en un tribunal arbitral muy usado para disputas entre “inversores” y Estados (algunas cifras sitúan entre el 60 y el 65% de todos los casos).

El retiro del CIADI -cosa que hizo Bolivia en el 2007 y luego Ecuador y Venezuela- supone que las demandas se canalicen por otras vías globales.

Ningún partido político –es decir, ningún agente que compita dentro del campo político, de izquierda o derecha- con posibilidades reales de controlar el poder ejecutivo o ya haciéndolo, está dispuesto a comprarse problemas alegremente y perder posiciones dentro del campo. Por ello, y puede sonar duro, las sociedades que solo visualizan el cambio social aferrándose a la competencia entre partidos políticos no entraron en el siglo XXI.

Una última cosa a señalar en este segundo eje: el congelamiento o la incertidumbre sobre negociaciones futuras de los grandes tratados a partir de la asunción de Trump -aquella trilogía conformada por el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), el TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión entre la U.E. y los EE.UU.) y el TISA (Acuerdo Internacional para el Comercio de Servicios)- no puede entenderse como la reversión de una tendencia global que tiende a quitar capacidad de regulación de los Estados-nación. Por lo que nadie puede esperar que la inestabilidad ceda paso a un período de estabilidad relativa.

El tercer eje, por último, refiere al fortalecimiento de la capacidad de movilidad del capital y sus efectos territoriales. En relación directa con los dos puntos anteriores, las transnacionales deslocalizan instalaciones de diverso tipo desestabilizando territorios en un proceso continuo, sin antecedentes. Detroit es un caso clásico en Estados Unidos por lo que constituyó como centro de la producción de automóviles. Pero los ejemplos a nivel global son innumerables y bastante menos conocidos.

Tempranamente David Harvey alertaba como la aniquilación del espacio por medio del tiempo era el centro de la dinámica capitalista lo que permite poder explotar hasta pequeñas diferencias en aquello que el espacio contiene en términos de oferta de trabajo, recursos, infraestructuras, etcétera: “el dominio superior del espacio es un arma todavía más poderosa en la lucha de clases, ello se vuelve uno de los medios de aplicación de la aceleración y de redefinición de las habilidades a fuerzas de trabajo obstinadas en la resistencia” (Harvey, 1993: 265).

Y en este sentido, debe pensarse que si se consideran las últimas décadas, se verá que la incorporación -más intensa que antes- a la lógica de acumulación global de China y el sudeste asiático, India y lo que era la antigua Unión Soviética, ha llevado al menos a duplicar la fuerza de trabajo global. Sumado a las corrientes masivas de refugiados, desplazados o simplemente flujos de trabajadores en búsqueda de un futuro un poco mejor, el “mercado global” de fuerza de trabajo se vive en continua transformación. Territorios a escala global han cambiado enormemente en función de las deslocalizaciones.

Sabemos igualmente en este contexto de “fábrica global”, todo lo relacionado a logística e infraestructuras de transporte, sobre todo puertos, cobra una importancia mayor. Y ello igualmente redefine territorios y obliga a acuerdos para llevar proyectos de conexión transnacional adelante. Que no se entienda esto como que las infraestructuras son “malas”. La idea es que América Latina como suministradora histórica de materia prima es muy sensible a la desestabilización de regiones en función de decisiones de infraestructura que son resultado de intereses globales. Y por tanto fuente crónica de conflictos por la redefinición del uso del territorio.

La expansión del agronegocio agrega otra fuente de inestabilidad sistémica (no solo por el precio de la tierra), pues la producción de alimentos queda atada a decisiones de transnacionales y grandes capitales. Datos recientes de la FAO indican que el uno por ciento de los propietarios de América Latina concentra más de la mitad de las tierras agrícolas y que la región registra la distribución de la tierra más desigual del mundo [3].

Además, en los últimos años se vive un boom de lo que puede caracterizarse como “excepcionalidades territoriales”, es decir, cerramientos a los que se le generan condiciones especiales en relación a las que rigen en el resto del Estado-nación y no solo vinculadas a la exención del pago de impuestos, para la instalación de toda clase de actividades económicas. En tal sentido, en otros trabajos anteriores se ha recuperado la categoría de enclave para dar cuenta de este “viejo” y a la vez “renovado” proceso que incluye pero excede a las zonas francas y las “zonas económicas especiales” (por ejemplo, Falero, 2015).

La revolución informacional tiene efectos directos e indirectos. Indirectos por lo ya dicho, pero directos porque actividades de procesamiento de información son ahora deslocalizadas a los países periféricos. Por ejemplo cobran auge las vinculadas a consultoría, gestión y administración en un sentido amplio y es de uso regular expresiones en inglés como outsourcing, back office o call centers. Desde actividades de call centers precisamente hasta la generación de programas de computadoras o la deslocalización del diseño de edificios, la gama de actividades posibles de los enclaves informacionales es enorme (Falero, 2011).

Los enclaves son muy sensibles a lo que ocurre globalmente porque la conexión es precisamente directa con transnacionales y centros globales de acumulación y no con las “economías nacionales” de los países receptores. El punto es que la “vida” y “muerte” de localidades y regiones parece haber adquirido un dinamismo mayor paralelamente a la menor capacidad de las instituciones estatales de planificar territorialmente. Por supuesto existen especificidades locales y nacionales y sensibilidades mayores o menores en función de costos políticos y luchas sociales, pero también se puede ver como una tendencia general que produce una exposición a la inestabilidad con efectos en la desestructuración de tejido social y la organización social cuando existe.

3) Inestabilidad y figuras de la dominación

Si algo puede extraerse como conclusión parcial del cuadro anterior es que la inestabilidad es la consecuencia de procesos estructurales del capitalismo no solo por la complejización que significa la actual combinación de actividades sociales globales, sino porque la producción se vuelve social en un sentido mucho más profundo que antes. Como sugieren numerosos autores, todo el tiempo de vida humana ha sido “vampirizado” por el de la producción social [4] y en ese marco es posible pensar en la recurrente desestabilización de subjetividades.

La dominación se puede expresar en este contexto en variadas formas. Una vinculada a lo que se venía tratando es la continua precariedad laboral. Eric Olin Wright recordaba a la economista Joan Robinson de la Universidad de Cambridge entre las décadas de 1930 a 1950, que al parecer señaló con puntería: “hay una cosa peor que ser explotado en el capitalismo y es no serlo”. Con la broma, aludía obviamente a que el paro es una condición peor que ser explotado laboralmente (Wright, 2014: 294). Y la desocupación o el peligro de ella es siempre una eficaz forma de dominación cuando el campo popular está controlado.

Ahora bien, aquí más que hablar de mecanismos o “formas” de dominación, se hablará de figuras de la dominación teniendo como contexto lo antes desarrollado de la revolución informacional. Es decir, se trata de “viejas-nuevas” figuras porque todas tienen sus “predecesores”. La idea es que con sus prácticas y la forma de visualizar y entender la sociedad que se termina promoviendo a partir de las mismas, se pueden considerar como agentes de reestabilización social.

La primera sería la del emprendedor. El empresario en clave siglo XXI ya no puede tener las características del empresario industrial clásico. Si habría que buscar figuras globales icónicas, ya no se trata de proyectar una construcción simbólica a lo Henry Ford sino a lo Steve Jobs, conocido co-fundador de Apple, fallecido en 2011. Ford podía ser el empresario de la época de la estabilidad del centro de acumulación, Jobs es el emprendedor flexible y permanente de la época de transición del centro hegemónico y de la inestabilidad global, el innovador que nunca puede descansar a riesgo de desaparecer.

La figura del emprendedor se construye con un conjunto de atributos o actitudes personales que incluyen características de creativos, transgresores, rupturistas con lo establecido, tentados por el riesgo, que desarrollaron un sentido de la oportunidad, que articulan en su capacidad de gestión el liderazgo y la negociación [5]. No aparecen o se minimiza el capital social (integración en redes de poder, para ser explícito) asociado a sus trayectorias. Por extensión, también puede ser lo que antes se consideraba un “micro-empresario” y el “self-employment”. Si era alguien con un pequeñísimo comercio que debe cerrar, seguramente no era un emprendedor. Se trataría de alguien con escasa visión de futuro que no tuvo el talento de anticiparse a los cambios. Es decir, el concepto de emprendedor puede llegar a ser muy amplio.

En segundo lugar, si bien los Estados pierden capacidad de regular lo que ocurre y de matizar internamente la inestabilidad global, las administraciones públicas siguen siendo un ámbito por excelencia de producción simbólica. Siguen teniendo una fuerte capacidad para seguir apelando a la “adaptación” en este mundo global, para no quedar afuera de la “sociedad del conocimiento”, para apostar al “desarrollo”, entre muchas fórmulas posibles.

Aquí la figura del “técnico” o el “experto” es clave. Puede ser en economía, en educación, en manejo de problemáticas sociales o en lo que sea, puede ser claramente un tecnócrata liberal o adoptar la forma de un “progresista chic”, pero lo que es condición sine qua non es que debe recortar la problemática que trabaja a medidas específicas, concretas y despojarla de mediaciones con la economía y la sociedad en general.

Aparece siempre como la figura que trasciende elencos y recambios políticos, incontaminada figura representante del saber técnico. Porque si se constituye en alguien que expresara una visión alternativa y de conjunto (por ejemplo que fundamentara que los problemas de la educación es imposible que se solucionan solo con medidas educativas porque de fondo hay un enorme problema de fractura social), inmediatamente dejaría de ser el referente técnico para convertirse en un “ideólogo”, es decir alguien poco confiable, un interlocutor no válido para el intercambio “riguroso”. El técnico se convierte así en una figura estabilizadora frente a lo inestabilidad.

En tercer lugar, las propias grandes empresas han dado un salto cualitativo en la gestión no solo de lo que ocurre adentro sino afuera. Existe toda una renovación en las formas de gestión que no supone meramente un discurso organizacional que pregona valores de la “empresa” para visualizarlos como universales y ahistóricos. Las formas de gestión actualizadas de “recursos humanos” están planeadas con la incorporación de conocimiento científico y expropiación de saberes sociales.

Aquí la figura clave es el “cuadro” y por excelencia el CEO (chief executive officer). Allí hay cristalizado un conocimiento transmitido con frecuencia por universidades privadas que apuestan –con una ecuación que mezcla la educación como mercancía y un intrínseco proyecto de sociedad- a la formación de nuevas elites. Este es un aspecto organizacional de la revolución informacional. Una credencial educativa muy importante para plasmar ello es el MBA (Master in Business Administration) que se expandió desde Estados Unidos al mundo.

En verdad, no solo se trata de incorporación de conocimientos específicos de gestión sino de habitus en el clásico sentido de Bourdieu (2007). Se puede decir por tanto que la literatura managerial promueve determinadas estructuras cognitivas, da pistas en el uso de tecnologías sociales que permitan configurar personalidades colonizadas por el capital pero también debe generar predisposiciones específicas de actuación. Por ejemplo, hoy ya no es incompatible cierta postura de transgresión bajo determinados límites al tiempo que resulta clave tener la capacidad de adaptación a cambios rápidos y saber promoverlos.

En cuarto lugar, la gestión para estabilizar lo social requiere de administradores de la pobreza y de la solidaridad que generen “ciudadanos-clientes”. Esto va más allá del “experto” o del “técnico” porque también requiere integrar a administradores en otras escalas de actuación. Además no solo involucra a distintas instituciones estatales sino a organizaciones no gubernamentales que compiten por el “mercado” de la pobreza y a las propias empresas con sus mecanismos de responsabilidad social empresarial y voluntariado corporativo a nivel territorial (Falero, 2013). También pueden intervenir otros agentes como iglesias de distinto tipo, fundaciones, en fin la lista es larga.

También aquí cabe alertar sobre una confusión posible. El punto a considerar no es un juicio moral sobre resolución de necesidades sociales y las personas involucradas, sino visualizar articulaciones y articuladores –que varían según gobiernos- como construcciones ad-hoc de estabilización social. Y, derivado de ello, abrir la discusión sobre como el campo popular puede tener aquí una participación activa, testimonial o nula. Los casos varían mucho.

Está claro que aquí no se termina el análisis posible sobre la relación entre inestabilidad y dominación. Pero con lo dicho, ya se está en condiciones de ingresar al último punto que precisamente antes se aludía: ¿qué puede hacer el campo popular frente a este panorama?.

4) Inestabilidad y campo popular

Frente a un mundo cambiante, de generación de inestabilidades permanentes, de flujos crecientes de información en todos los sentidos, ¿cómo se manifiesta lo alternativo en el actual contexto?, ¿hasta dónde el campo popular puede neutralizar la inestabilidad configurada como dominación?, ¿hasta dónde los agentes del campo tienen la capacidad de promover lo alternativo? De hecho, sin entrar en discusiones profundas pero teniendo como base todo lo anterior, lo que sigue propone intentar responder estas preguntas.

La primera premisa a plantear es que lo alternativo y lo emancipatorio no se canalizan a través de visualizar horizontes con referentes claros. En una palabra, “estables”. Pero se cuenta con varios insumos para guiarse.

Uno es el que se relaciona con las experiencias históricas. Tomando el siglo XX, obviamente están los aprendizajes de los procesos revolucionarios que tuvieron su expresión en transformaciones de los Estados-nación. Sobre todas las experiencias del siglo XX está extendida una visión inequívoca de fracaso total que dificulta la claridad sobre el alcance real de los problemas pero también el alcance de lo alternativo y emancipatorio que quedó por el camino por uso de la fuerza. Un ejemplo son las experiencias comunitarias de la España pre-franquista.

Otro insumo es de las experiencias de gobiernos en América Latina desde comienzos del siglo XXI. Entre las mayores falacias de las Ciencias Sociales actuales, está el generar patrones explicativos asimilando las experiencias socialdemócratas europeas de pos guerra, en un marco de guerra fría y de expansión del capitalismo industrial consolidado, con las experiencias progresistas y nacional-populares de América Latina, en un marco de disputas hegemónicas globales y de un capitalismo en transformación.

Esto ocurre cuando se toman para el análisis criterios políticos autonomizados de dinámicas estructurales del capitalismo. Ahora bien, si se privilegia demasiado el criterio del extractivismo, se genera igualmente una dificultad en la captación, porque todo queda sobredeterminado por la inserción global de la región. El gran componente entre ambos es el conflicto social y la capacidad o no de ser neutralizado.

El último insumo a mencionar son las experiencias organizacionales del campo popular. Tomando como criterio las luchas sociales de las últimas décadas, han emergido experiencias cooperativas y emprendimientos autogestionarios, movimientos sociales de diverso tipo para construir formas alternativas de resolución de necesidades sociales o promoviendo derechos, redes transnacionales de movimientos y organizaciones, sindicatos y movimientos de trabajadores y de organizaciones de base territorial urbana o rural que generaron y aún generan tejido social alternativo. Si bien la imagen posible es la de “fotos” o trozos de película de lo alternativo cuando se consideran como experiencias aisladas (con sus contradicciones, que las tienen), en su conjunto se puede ver como una película que aún no terminó.

Y entonces se puede decir que ésta es la forma principal –pero no única- que se manifiesta lo socialmente alternativo o emancipatorio en la actualidad. Un solo ejemplo. Se aludió que el perder una inserción laboral formal es siempre una eficaz forma de dominación cuando el campo popular está controlado. Se vive como un problema personal, de no haber hecho lo suficiente a nivel individual, entre otros elementos. La inestabilidad laboral se vuelve dominación cuando se vive de esa forma. Pero lo interesante es que esto cambia cuando se vive como un problema colectivo. La desocupación no buscada puede volverse emancipatoria cuando el campo popular adquiere protagonismo y se visualiza como parte un problema social y económico de fondo, producto de políticas económicas equivocadas, de corrupción sistemática o similar pero de la sociedad en su conjunto. Y se generan formas de organización colectiva en tal sentido.

Argentina demostró cuando llegó a su crisis del 2001 que si los desocupados se nucleaban –el llamado “movimiento piquetero”- si articulaban la resolución de una necesidad inmediata (la alimentación en primer lugar) con la construcción de lo colectivo demandante de derechos, se podían generar formas de lucha efectivas. Se puede decir que en ese contexto, los sectores dominantes debieron llegar a aceptar políticas económicas heterodoxas que generaran expansión del empleo (el gobierno de Néstor Kirchner). En base a elementos como éstos, lo alternativo y lo emancipatorio se puede representar con la imagen de relámpagos antes de una tormenta tropical y que puede o no disiparse rápidamente. No podía ser de otra manera cuando la inestabilidad es la norma.

Además, si el capitalismo actual lleva a mutaciones contantes y rápidas, también están en la misma situación lo referido a las formas organizativas y experiencias concretas de las construcciones colectivas. Cambian los agentes protagonistas, se reconfiguran, se modifican las posibilidades de experiencias colectivas, cambian las articulaciones, pero el campo popular permanece. Y en ese marco, ¿hasta dónde los agentes del campo tienen la capacidad de promover lo alternativo?. Esto lleva al último tramo del planteo.

5) Reflexiones finales

Al observar la complejidad global –que apenas aquí se rozó- se observan tendencias cada vez profundas y mayores a la inestabilidad permanente que tienen efectos concretos y reales en el tejido social: desconfianzas cruzadas, incertidumbres sobre el futuro, responsabilidades que parecen como difusas o lejanas, idea arraigada de limitaciones severas a la hora de tomar decisiones. Si se conecta esto con la capacidad del campo popular de imprimir otra direccionalidad, se identifican al menos dos elementos centrales a tener en cuenta: educación entendida como formación que conecta lo teórico con lo práctico, lo cotidiano con un proyecto de futuro, lo técnico con una visión de sociedad y construcción de redes transnacionales.

Por un lado, la fugacidad de los conocimientos, la acumulación exponencial de información, las construcciones discursivas que se reproducen a partir de figuras “exitosas” como el emprendedor, el experto o el CEO, la capacidad de generar brújulas de orientación más allá de “fogonazos” de lo alternativo, requiere formación continua. Por otro lado, si la debilidad en la capacidad de regular que tienen los Estados es cada vez más ostensible, los agentes del campo popular requieren conectarse transnacionalmente para operar en sus demandas. A la vez, ambos elementos pueden articularse como demuestra la escuela Florestan Fernandes del Movimiento de trabajadores rurales sin tierra de Brasil.

Por supuesto, es muy fácil decirlo y difícil llevarlo adelante. Para empezar, existen varias visiones de lo alternativo y lo emancipatorio y por tanto de las prioridades y esto hace variar lo que se entiende como conocimiento necesario y el tipo de conexión transnacional. Haciendo una distinción gruesa, se pueden identificar dos grandes bloques de visiones.

Uno coloca el centro en lo productivo, propone un desarrollo alternativo al hegemónico, incluyendo la idea de participar activamente de la revolución informacional (más allá de nombres posibles). El problema es que se suelen omitir las contradicciones que produce el proceso. La exportación de materias primas sigue siendo inevitable para generar excedentes y en buena medida el proyecto si no recrea rápidamente experiencias y alineamientos alternativos, sigue quedando atado al desarrollo del capitalismo global con sus inestabilidades y arrastres. Además de las inestabilidades políticas ad-hoc inducidas.

El otro coloca el centro en lo medioambiental, propone visiones al estilo de “buen vivir” insistiendo en el carácter civilizatorio de la crisis y la imposibilidad de lo alternativo mientras se sigan reproduciendo los mismos parámetros de siempre como exportación de materias primas, pues esto implica desestabilizaciones territoriales y ambientales permanentes. Aquí el problema es que sus énfasis lo llevan a no captar en sus propuestas cierto ludismo implícito en clave siglo XXI y a omitir, por ejemplo, formas de dominación tradicional que se expresan a través de algunos movimientos indígenas.

Pero ambos bloques de proyectos de sociedad pueden generar conocimientos de lo alternativo o emancipatorio. Por ejemplo, del primero se desprenden movimientos como fue el software libre. Del segundo se desprenden movimientos como el de la proyección de agroecología y dinámicas alternativas al agronegocio. Es decir, existen desarrollos de uno que el otro no puede desconocer.

La pregunta final para alguien que aún pertenece al mundo académico es ¿hasta donde los agentes de este campo pueden y desean apoyar procesos de síntesis en tal sentido? Tema de otro trabajo y seguramente algo que cada vez genera más dudas. Pero la necesidad de generar conocimientos que conecten los elementos técnicos con otro proyecto de sociedad resulta esencial. Afortunadamente, varios movimientos sociales en América Latina tienen en cuenta tal necesidad.

No hay un solo camino ni un destino inexorable para las mutaciones de alcance global. Están avanzando entre inestabilidades y reestabilizaciones permanentes, entre contradicciones viejas y nuevas, reabriendo agendas políticas (la propiedad intelectual, por ejemplo) y en lo posible cerrando, invisibilizando o reabsorbiendo intentos alternativos de organización. Se abre camino, en suma en el marco de lo que antes se solía llamar lucha de clases. En ese marco las instancias de formación permanente y la actitud de conexión transnacional pueden verse, en suma, como dos elementos centrales para promover prácticas que vuelvan la inestabilidad formas y figuras de la emancipación.

Notas:

1) Véase http://omal.info/ También véase el artículo de Enric Llopis “El poder de las transnacionales y la rapiña global en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=224141

2) En términos de divulgación, véase el excelente informe de ALAI (América Latina en movimiento) N° 485, “Tratados de inversión: Estados en la cuerda floja”, mayo 2013

3) “Distribución de la tierra en América Latina” de Diego Rubinzal, Suplemento CASH de PAGINA 12, 30 de abril de 2017.

4) El punto no es nuevo. Por ejemplo, Antonio Negri en 1989 en “Fin de Siglo” visualizaba la tendencia: “El trabajo abandona la fábrica para hallar en lo social, precisamente, el lugar adecuado a las funciones de consolidación y de transformación de la actividad laboral en valor” (1992: 81). Claro que esta afirmación general es solo un punto de partida de aperturas temáticas variadas y trayectos teóricos-metodológicos diferentes.

5) Se sintetizan aquí hallazgos de una investigación específica, Falero, 2017. Véase por ejemplo el siguiente pasaje de un artículo de Richard Branson donde bajo el título de “¿Todos son emprendedores? autoanaliza su trayectoria: “cuando inicié mi carrera hace más de 40 años, si alguien me llamaba “emprendedor” estaba insinuando que era poco confiable”. Fuente: Revista Seis Grados N° 53, El Observador, Montevideo, febrero 2016.

Bibliografía

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Bourdieu, Pierre (2005) [1989] O poder simbólico, Rio de Janeiro, Editora Bertrand Brasil Ltda.

Falero, Alfredo (2017) El nuevo sentido común emprendedor y las batallas por la subjetividad colectiva, en El Uruguay desde la Sociología N° 15, en prensa.

Falero, Alfredo (2015) La potencialidad heurística del concepto de economía de enclave para repensar el territorio en Revista NERA, N° 28, Edición Especial (pp 223 – 240). UNESP – Universidade Estadual Paulista.

Falero, Alfredo (2013) El papel de la responsabilidad social empresarial en la regulación del tejido social. Aperturas analíticas para el caso uruguayo, en El Uruguay desde la Sociología XI, Montevideo, Dpto. Sociología – FCS – UDELAR.

Falero, Alfredo (2011) Los enclaves informacionales de la periferia capitalista: el caso de Zonamérica en Uruguay. Un enfoque desde la Sociología: Montevideo: CSIC – Universidad de la República.

Harvey, David: (1993) A condiçao pós-moderna. Uma pesquisa sobre as origens da mundança cultural, San Pablo, ed. Loyola (1a edición en inglés, 1989).

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Morozov, Evgeny (2016) La uberización del mundo, en Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, Edición Nro 201 - Marzo de 2016,

Negri, Antonio (1992) Fin de siglo, Barcelona, ediciones Paidós.

Schumpeter, Joseph (1928) La inestabilidad del capitalismo, reproducido en Economic Journal, setiembre 1928, Véase:

Wright, Erik Olin (2014) Construyendo utopías reales, Madrid, Ediciones Akal.

* Alfredo Falero es Doctor en Sociología, docente e investigador de la Universidad de la República de Uruguay.

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