Imagen: "La lección" (Picasso, 1934)
En 1971, Vivian Trías publicó una de las mejores investigaciones sobre el poder económico en Uruguay. “Imperialismo y rosca bancaria”, tal el nombre del libro, donde mostraba con precisión cómo la burguesía era la dueña de la tierra y de la banca.
En 1987, los economistas Luis Stolovich, Juan Manuel Rodríguez y Luis Bértola, publicaron su investigación llamada “El poder económico en el Uruguay actual”, en la que se apreciaba una diversificación empresarial notable.
En esos 16 años, dictadura por medio, muchas cosas habían cambiado. El poder económico se había trasladado a los medios de comunicación, transporte y sectores industriales significativos como frigoríficos, molinos, automotriz y laneras. Seguían controlando la Banca y al sector financiero, mantenían la propiedad de la tierra y desarrollaban otros cultivos como el arroz. Es decir, su poder había crecido y consolidado. Pero entre un año y otro, los nombres no eran muy diferentes.
Treinta años después el único banco uruguayo es el República; el 33% de la tierra está en manos extranjeras; la única industria que aporta en forma significativa al PBI es la celulósica.
Doce de esos treinta años, transcurrieron bajo gobierno del Frente Amplio. Y aunque no resulta sencillo hoy identificar con nombre y apellido, como en el pasado, a los dueños del poder económico, tal vez sea más fácil afirmar que nada ha cambiado. La estructura sigue siendo la misma, solo que ahora son los hijos y nietos asociados al capital transnacional.
Es cierto que en estos doce años hay logros importantes. Bajaron los índices de pobreza, se conquistaron libertades; se desarrolló la actividad sindical a caballo de los consejos de salarios; creció significativamente la actividad turística; se expandió el área comunicaciones-tecnología y mejoró notoriamente la ecuación Deuda Externa – PBI. Sin embargo el sistema se sostiene, precisamente, con el crecimiento de la deuda externa y la inversión extranjera. Después de todo, mucho para tan poco. Porque la mayoría de los trabajadores perciben salarios basura; porque la infraestructura es deficitaria; porque la educación está en crisis y porque el sistema previsional puede colapsar.
Tres gobiernos, tres Frentes
El primer gobierno del Frente Amplio debió poner la casa en orden después de la crisis del 2002. Había que sacar de la pobreza a la tercera parte de la población. Y también había que cambiar el perfil de la deuda externa sacándose de arriba a organismos internacionales que como el FMI y el Banco Mundial, tenían por metodología intervenir en nuestras decisiones soberanas. En medio de esa dura batalla estalló el conflicto con Argentina por la instalación de la ex Botnia, que complicó gravemente a varios sectores de actividad.
El segundo gobierno frentista apareció como el promotor del desarrollo y basándose en las empresas públicas más importantes comenzó lo que pareció ser una revolución industrial. En 5 años UTE cambió la matriz energética; Antel desarrolló sus productos para ponernos al nivel del primer mundo en materia de comunicaciones; Ancap era el nervio motor de ese desarrollo, construyendo nuevas plantas y modernizando las existentes, llegamos a soñar con proveer de gas a nuestros vecinos del Plata. Pero al decir del entonces presidente, resultó una “chamboneada” mayúscula. Los resultados son muy públicos. Tanto que el tercer gobierno frentista lucha, sin decirlo, con una herencia maldita en todos los frentes.
Resulta casi obvio señalar que nunca hubo una revolución y que el Frente Amplio aceptó convertirse en un mejor administrador del capitalismo. El poder nunca estuvo en riesgo porque parece convencido de haber encontrado a un socio político mucho más confiable. Por eso lo apoya financieramente en las campañas electorales; por eso se suma al clamor gubernamental de que sólo con inversión extranjera podremos crecer y desarrollarnos; por eso estimula la bancarización y el consumismo.
En todo este tiempo lo que nunca cambió fue la estructura del poder. Los ricos se hicieron cada vez más ricos. ¿Y los pobres? Bien, gracias.
*Carlos Peláez – Periodista