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  • Hemisferio Izquierdo

Editorial: La cuestión agraria hoy


Dibujo de tapa: Federico Murro

En más de un siglo la cuestión o problema agrario ha sido un tema recurrente en el debate de las izquierdas a nivel nacional y global. Desde el intercambio epistolar entre Karl Marx y Vera Zazulich (1880) hasta el más reciente y eufemístico “conflicto del campo” (2008) en Argentina, pasando por la oleada revolucionaria latinoamericana del período 1960-1980 de fuerte base rural, los debates sobre “lo agrario” han tenido un lugar importante, cuando no central, en la agenda socialista. Entre los principales tópicos de esa agenda destacan, entre otras, las particularidades del desarrollo capitalista en la agricultura, el papel del campesinado en la estrategia de transformación social, la necesidad de reformas agrarias para desarrollar las fuerzas productivas y el rol de la renta de la tierra en los procesos de acumulación.


En el Uruguay, no obstante su temprana urbanización e industrialización, el problema agrario tuvo y tiene una relevancia medular en tanto su forma primordial de inserción en el circuito de acumulación global está dada por la producción de mercancías agrarias (tasajo, carne, lana, cueros, lácteos, arroz, soja, pulpa de celulosa y un largo etcétera). Esta particularidad del proceso económico uruguayo, compartida con buena parte de las economías latinoamericanas, prohijó una estructura de clases con fuerte peso de los propietarios de la tierra, una clase que gracias a la apropiación de renta del suelo ha tenido un rol protagónico en la historia nacional. Así, los problemas del agro atravesaron siempre los debates intelectuales y las disputas políticas a lo largo de nuestra historia, aunque de modos e intensidades distintas.


Las primeras dos décadas del siglo XX tuvieron como uno de sus ejes la disputa entre el reformismo batllista y el poder de los terratenientes ganaderos, al punto que el “alto de Viera” (1915) marcó el fin del primer batllismo como experiencia reformista.


En la década de 1940 se (re)instala el debate en torno a la necesidad de transformar la estructura agraria, al influjo de varios estudios y proyectos concretos de reforma. La creación del Instituto Nacional de Colonización en 1948 es una clara expresión de ese proceso. Poco después, en los años ´60 Vivian Trías, en una de las expresiones más acabadas del pensamiento socialista en Uruguay, abordó con especial detalle el problema de la rosca oligárquica, cuyo pivot era la aristocracia terrateniente. Por la misma época, la “aparición” de los “peludos” de la UTAA, el influjo de la revolución cubana y el crónico estancamiento ganadero evidenciado por el informe de la CIDE, impulsaron una nueva oleada de debates en torno a la necesidad de una reforma agraria, tanto desde posiciones modernizadoras como las de la CEPAL, como desde posiciones revolucionarias que veían en ella una vía al socialismo.


Como es conocido, la ofensiva reformista se frenó bruscamente con la dictadura, y las subsiguientes “modernizaciones” de cuño neoliberal fueron corriendo el eje del debate agrario hacia aspectos de índole más técnico, oscureciendo el debate en torno a los sujetos y a las relaciones sociales determinantes del proceso económico agropecuario. Esto en un contexto mundial que cambiaba a pasos acelerados, haciendo que las posiciones anti-capitalistas pasen de la “moda” al descrédito casi absoluto. Eran tiempos de “celebración” por el desarrollo de rubros emergentes (lechería, arroz, cebada) y la superación de un estancamiento ganadero secular. Con honrosas excepciones, se dejaron de discutir problemas como la concentración de la tierra, la apropiación de la renta del suelo, la expulsión de la pequeña producción mercantil o la progresiva extranjerización de la tierra, que cobró nueva forma en los ´90 con la expansión de la industria forestal.


La era progresista, no obstante las mejoras salariales y los avances legislativos en materia de derechos de los trabajadores (rurales y urbanos), no alteró significativamente la situación y el debate en torno a la cuestión agraria. Ello en parte porque el progresismo aceptó (por convicción o necesidad) que la expansión del capitalismo agrario bajo el formato de los agronegocios era una realidad deseable para montar sobre este su “pacto distributivo”: crecimiento económico con mejora salarial y políticas sociales focalizadas. Sin embargo, la intensidad y la magnitud de los cambios que atravesó el sector agropecuario en los últimos 10-15 años, hicieron inevitable la re-emergencia de debates en torno a la cuestión agraria. Es más, se incorporaron temáticas ausentes en los ‘60 como la ambiental (vinculada a la contaminación de aguas y la erosión de suelos), las referidas a la salud de trabajadores y habitantes del medio rural por la exposición a plaguicidas, u otras ligadas a los “derechos de los consumidores” como los debates en torno a los organismos genéticamente modificados.


A la discusión de estos temas se aboca este número de Hemisferio Izquierdo, recorriendo legados, debates y posturas en torno al sentido y la vigencia de la cuestión agraria en pleno siglo XXI.

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