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Escrituras de furia (publicadas y no)

Con toda franqueza

Por:
Apegé

Iconoclastas.

Número 01,
Diciembre 2017.

Llevaré conmigo
esta tristeza
esta carcajada
y alguna
mínima
esperanza
hasta que muera.

 

 

No puedo oírlos. Demasiada ilusión puesta en los cambios. Como siempre. La vida y los hombres siguen su curso con total desparpajo, con toda su inmundicia y crueldad. En los huecos quisiéramos meternos. En la fisura apostamos la esperanza que se rompe la cara contra la pared, enorme muro. Si así no fuera, jamás nacería una de esas flores intempestivas en el cemento. Pero en esencia, insisto, nada nuevo bajo el sol. Y la flor que empecinada nace en el cemento.

La repetición

del Estado

la burguesía

los ricos

los burócratas

de izquierda o derecha.

Los horribles maestros

la madre que castra

el padre que te sueña

o viceversa

un destino.

La bandera

las banderas

todas las banderas.

Esas palabras detestables

emprendedurismo

y también

patriarcado.

Eufemismos

debería decir.

La muerte

del divague

el baile

y la poesía.

Los que niegan

nos niegan

se niegan

a aceptar

con lo irreprochable

de ese verbo

que la vida

esta vida

o esta tierra

no tiene futuro.

Y por eso

también contra ellos:

los que sueñan

con la mierda envuelta

de un futuro mejor.

 

* * *

 

Quiero decir con todas mis letras y ya sin remilgos ni valoraciones históricas que el Frente Amplio se acabó. ¿Quién soy yo, claro, más allá de que firme unas notas y tenga algunos lectores para sostener ese dictamen y, más importante aún, para que a alguien le importe? Nadie.

Por eso, exactamente por eso, puedo escribir que estoy hasta los huesos y las muecas de este gobierno.

Descartado está que no votaría a otros partidos -en el caso de que vote; qué espanto abrir paragüas-, y que los detesto. ¿Hecho algún acuerdo?

Pero decía, quién soy yo. A veces unas voces, una percepción, alguien que lee obsesivamente el Uruguay desde que tiene conciencia política. Y que no sabe de deciles y macroeconomías, que en verdad son las que mandan (algo sé). Soy y debo asumirlo, un escritor que quiere un compromiso con su tiempo, su atmósfera, sus voces, la realidad que ve. Y a veces, muchas, me resulta compartida. Y lo digo con esta prosa arrogante. O más bien con este dolor o ese dolor. Yo estoy y no estoy: hace un año que vivo en México.

Y la verdad, no es nada:

todo el Uruguay corre como río sucio por mi sangre.

Ese río sucio está en mi sangre.

Escribo entonces de ese dolor que pertenece a ese lugar. Y que con algo de distancia me indica que estoy cansado de una agonía. Quiero renovar mis lamentos, en todo caso. Darme de alta por un tiempo. Una licencia.

Estamos muertos, liquidados, no hay proyecto.

Ojalá la criatura hubiese fallecido de muerte súbita, pero no, fue muriendo en agonía, entubada, con esa paciencia perpetua de respiración sostenida artificialmente que los uruguayos le otorgamos.

El repaso de la desilusión o la desidia podría ser detallado y hasta inagotable, pero no apelo al lector susceptible, al militante ciego ni al burócrata, los que me van a tirar cifras como se le tiran limosnas a los pobres. Mi acuerdo tácito es con quienes sentimos y pensamos (creo que existen y son miles los que están callados, derrotados o tristes) que hay algo acabado. Con quienes ya no van a renovar los votos.

Podría hacer una simple lista de promesas que se vendieron como principios o los famosos “buques insignia” de cada uno de los gobiernos del Frente Amplio (FA), y que terminaron en eslóganes vacíos, engaños memorables. Podría hacerlo y, sin aburrir, lo voy a hacer sólo hablando de grandes asuntos (que prometieron) y no de pequeños emprendimientos que más o menos pilotean nuestras existencias culturales, sociales, materiales (espirituales también): el primer Tabaré Vázquez y su temblor de las raíces de los árboles con aquella justísima idea de “que pague más el que tiene más y que pague menos el que tiene menos”; Mujica y su, al menos, revolución habitacional; el segundo Vázquez (y el tercer gobierno del FA) que ya no me acuerdo con qué buque encalló, pero sí que sostenía una idea clara, como único destino, el de la inversión extranjera.

Podemos hacer una lista de logros o cuestiones que anduvieron por el camino de la progresía: un desempleo ajustado; derechos y garantías para las minorías; leyes que beneficiaron a los trabajadores (8 horas en el campo: ¿se cumplen?; responsabilidad penal para los empresarios; algo para las trabajadoras domésticas: una mejora cierta pero qué destino paupérrimo la conquista revolucionaria de que a alguien le paguen mejor por limpiar un traste ajeno); aborto y matrimonio igualitario legales; marihuana. Cada uno puede agregar su ítem a la lista y convertirla, por arte de lista, casi en un panegírico de logros. Que además no le pertenecen a estos gobiernos: apenas recogieron el guante de luchas o reclamos que provienen de colectivos no estrictamente partidarios. Y todos sabemos aunque no lo digamos ni queramos admitirlo, que el Uruguay de los últimos diez años (luego de la primavera del primer quinqueño progresista), se entristeció hasta el tuétano.

No sólo por el dato de que el suicidio volvió a su podio mundial sino porque los grandes temas (no voy a ser la listita de los fracasos: caería en el revés de mi discurso), no fueron tocados, abordados. Ya  sabemos, sí: el gran capital, las finanzas mundiales, la mano negra del mercado. Ese inasible que manda. Pero, ¿no se podía más? ¿Un algo más?

Volvamos a los grandes eslóganes de los dos presidentes de estos últimos 15 años. Los que tienen más, ¿pagan más? Hace unos días (y disculpen la falta de estadística), una muchacha de Salto me contaba que los grandes estancieros de ese departamento defienden con uñas afiladas al FA. Y hace otros días, un número contundente: el 1 por ciento de la población es dueña del 47 por ciento de la riqueza del país.

Los trabajadores y más la clase media, sí pueden comprar más cosas (autos a crédito, sobre todo), pero un boleto sigue saliendo un dólar y un alquiler de mediano pelo y en un barrio obrero, ronda los 12 mil pesos. El salario mínimo nacional, desde  enero de 2017, es de 12265 pesos. “Un alquiler, un salario”. Ante esto y hace alrededor de un año, pero referido a las jubilaciones (unos 9000 pesos como mínimo), un representante de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto y a raíz de un par de notas publicadas en la diaria sobre estos asuntos (salario – jubilación – pobrezas), nos tiró por la cabeza a Soledad Platero y a mí, un recorrido histórico de las jubilaciones y casi que nos trató de ignorantes porque dijimos que esos ingresos seguían siendo una miseria. Que no sabíamos de procesos históricos, que hace unos años hasta había jubilaciones de 300 pesos. Seamos honestos: ¿cuántas?

Maniobrar los números para mentir la realidad, es al menos espurio. Y más si a un periodista o escritor (aquel que intenta percibir su realidad), se le oponen matemáticas despojadas de rostros. Pero en verdad, ¿quién vive con ese dinero? En verdad, de verdad, con toda la verdad. Es que, más allá de ese funcionario, mucho más allá de él y su nombre, también es cierto que estos gobiernos han engrosado el número de empleados estatales y han creado una masa crítica favorable a su discurso que, otra verdad, ganan mucho más que un salario o jubilación mínimas (mucho más que la mayoría de la población).

La segunda promesa, esa revolución habitacional, sigue contando con más de 50 mil casas vacías en Montevideo. Y el tiempo corre y tenemos como espejo a Montevideo, que más allá de retoques y zonas bellísimas, lleva casi 30 años de gobiernos de “izquierda” conservando o haciendo la vista gorda de sus zonas claramente divididas (a veces por una avenida), que muestran una ciudad partida, más partida que nunca.

La Ciudad Vieja se mantiene por inercia. Hubo algunas inversiones públicas y privadas, es cierto. Pero más cierto es que su gloria, sus terrazas y sus  fachadas se caen a pedazos, hasta el punto de que uno siente ganas de llorar frente a esas máscaras derruidas. Y los alquileres, ya fue dicho, son tan caros como en Europa, o como en la Argentina de Macri. No tenemos desaparecidos actuales, es cierto, ni el liberalismo y sus empresarios han entrado con la ferocidad del gobierno vecino, también hay que decirlo. Pero se anuncian y practican medidas represoras por todos lados para “proteger” a la población. Y de nuestros desaparecidos, los de hace 40 años, pocas noticias.

La tercera gran apuesta quizá sí sea la que se ha cumplido a rajatabla: inversores extranjeros que están destrozando las tierras (forestación, minería y soja mediante) sin que nadie ponga el grito en el cielo (nadie de los gobernantes) cuando hasta hace muy poco (y no es un detalle bobo) abríamos la canilla y tomábamos agua pura a piacere.

Y uno, no entiende. No entiende ese cable oceánico de Internet que conecta a Uruguay con Estados Unidos y menos la riqueza inaudita de la empresa de telecomunicaciones estatal mientras los cantes (o su triste eufemismo: asentamientos irregulares) ya no son nombrados (o quizás ya no existan y uno no se enteró) y la pobreza pasa a ser un dato ya superado. No sabemos, esta es la verdad, dónde estamos parados, o dónde sentarnos a la espera de la ahora Finlandia de América, mientras miles de niños y muchachos deletrean su miseria y otros miles practican su violencia acorralados por la cultura que los pare. La negación de todo con la mirada perdida de gran parte de ese partido tímido, cobarde o caduco, al que le crecen hijos que balbucean el idioma o no saben hacia dónde disparar. Con los pies o con las armas. Porque disparan.

Pero bueno, allá vamos. Todos o muchos. Y quizás nada tenga que ver el FA, porque es la sociedad la que vota, compra un discurso o aplaude. Y también la que es estafada. Allá vamos. Al mismo sacrificio de siempre (“nada nuevo bajo el sol”): unos adentro, otros muy afuera y todo un país que por empecinado en ser chico, le queda grande todo proyecto. Todo proyecto que ya no puedo, también es cierto, ordenar más que con prosas dislocadas o esquizofrénicas, con la locura cierta de lo inaprensible en un solo texto. Y más allá de lo partidario, de gobiernos sucesivos, de desilusiones mayúsculas. Lo que no cabe en un plan y se nos derrite en el pecho: ese nosotros mínimo que no está o dejamos ir, el imposible pacto de una sociedad que se destroza  a sí misma, que se mira con recelo, que no encuentra un conducto común de asuntos mínimos pero que contenga a un todos, algo de todos. Por eso, un decir que hasta ponga en peligro mi decir, una sucesión de imágenes que sólo puedo clasificar en fragmentos rotos de una existencia quebrada:

 

Vendo humo.

Esa imagen

difusa

y de niebla

entre tanta palabra.

Ese líquido etéreo

otra vez de cielo

que se escurre

en los dedos

de los tristes

los pensativos

y los borrachos.

Ese humo.

También

cómo olvidarlos

los que inhalan

retienen

y exhalan

con el placer de los dioses.

Trago el humo

de todos los bares

que fueron.

Todos

todos

todos

tomados por la higiene

limpísima

que antes

nunca

impidió un encuentro.

No tomo esa acusación:

!enfermo!

Sólo nostalgio el humo

la vida quieta

o desesperada

en el pecho colmado de los tristes.

Extraño

y soy un nostálgico

de ambientes viciados

del hombre

y la mujer

a veces el niño

que tiran su existencia

en una exhalación de los nervios

profunda.

Defiendo los siglos

o tanta belleza servida

de esa Tabaquería

inasible

dicha por Pessoa

y por Smoke

y todas las obras

y las personas que sostienen

entre dedos amarillos

o boquillas refinadas

un secreto

que se extravía

en los consultorios pulcros

de almas muertas.

 

Y otra ley

 

La izquierda o más la progresía no habla de la mierda de ser proletario. Mi disputa es contra los oradores de izquierda, no contra los proletarios. De ahí vengo, sin orgullo pero a sabiendas, y por eso me animo a levantar el dedo y acusar a la izquierda oratoria (la que miente y la que ora), burócrata o panfletaria. Tampoco digo que no se precisen pensadores, finísimos, excelsos. Quiero decir que los que piensan o pensamos y más o menos nos ganamos la vida con esa práctica, tenemos que ser honestos. No arengar a nadie. Transmitir las razones del pesimismo, la angustia y la desazón. Arengar es una irresponsabilidad mayúscula,  un infantilismo político. Si alguna razón o motivo de existencia tiene el que percibe o piensa la realidad sin interferencias ideológicas per se, son las de enrostrarle la desgracia al acomodado. Y con todo el dolor del mundo, al destinatario de la desgracia. El que nace pobre muere pobre y el que nace rico, lo mismo. Hacia la radicalidad de la vida tendrían que llegar, creo yo, los artistas y los pensadores. Para medias tintas están los burócratas, los afiliados, las agencias de gobierno y publicidad, y los de buenas intenciones. Los estafadores y ilusos. ¿Cómo no hacer acuerdo con esto si cada salir a la calle significa encontrarse con uno o miles de rostros desplazados, esos que nunca conocieron el ego para luego -pero luego- destruirlo?

 

Recuerdo

 

Un día de estos los voy a eliminar a todos. Sí, de Facebook. Soy contemporáneo y tengo ese vicio incorporado, otro vicio.

Algunas letras

aquí puestas

ya fueron puestas allí

en ese parnaso bobo

que uso

en ese ring del presente

que uso

en esa democracia de vértigo

que...

Pero un día quedaré hablando conmigo y con nadie más.

Solo.

Sin noticia ni foto.

Evocando pasados.

Con augurios de encuentro.

Seré presencia viva. O no seré.

La desaparición cierta de un espectro.

Volveré a ningún like

y a todo anonimato.

Y más allá

deseo plumífero

me iré del lenguaje.

Me iría ya mismo si supiera cosechar rosas.

Y si me gustara.

Me haría humo sin la existencia de este sino.

Apagaría todos los conductos.

Todas las llaves que me de dan de comer en esta distancia sin ojos,

sin piel, sin desconfianza que siente.

Rompería el celular y la computadora

y nunca las salas de cine.

Escribiría una página cada dos meses.

Sería rico, digamos. Heredero, claro.

O pordiosero.

Sin el sacrificio de la vida

o sin la muerte de espíritu

cuando produce sin cesamiento.

Soy un hombre que expresa humanidad,

el deseo más puro

(también está el sexo)

de no trabajar nunca,

jamás.

Alguien debería pagar por todo esto. Por mí, esta garrapata sensible.

Por supuesto que soy yo el que paga

y pagará hasta la muerte.

 

Descendencia

 

No puedo decirte que tu hijo

que podría ser el mío

y no lo es

me resulta bello

y erótico.

No puedo decírtelo.

Me acusarías de pedófilo

pedirías perpetua para mi deseo

castración o picana en mis huevos.

Olvidás

o no sabés

de Pasolini

Lolita y Kubrick

esa puta muerte

en Venecia

de Mann y Visconti.

No me condenes

apenas cumplí 40

a la vejez meditada.

No importa la correspondencia

el pacto

(de ustedes)

la madurez.

Importa el ardor

la rabia del cuerpo

y cierto vampiro que

siempre bondadoso

se alimenta de otra sangre

(inocente

quizá

y deseante

seguro)

para que esa víctima

conozca el amor

la rabia

el delirio

y

claro está

la desilusión innegociable.

Se trata de la sangre que no ha muerto

o

más ciertamente

del deseo explosivo

de alguna pureza

siempre entre dos.

No hablo de niños

y otra vez abro el paragüas ante mentes Pavlov.

Digo de un deseo más difuso

y violento en su belleza

que no conoce meses

o cuerpos

de diferencia.

No hay ley para el deseo

ni humano que lo domine.

Su ley

y su control

son lo que perturba.

Nadie sabe del deseo

a través de normas

y sentidos leguleyos.

Nadie sabe cuándo está maduro.

Yo quise acostarme con mi tío

quince años mayor.

Y yo de quince

hace mil años.

Ahí no había cultura

antropología

ni leyes.

Era mi cuerpo

estallando.

Y el de él

sumiso a las reglas de la familia

y del mercado.

Quedó todo trunco

y la posibilidad de un sexo

y un amor

que

por qué no

nos hubiese expandido.

Operó la ley

que es la ley escrita

y el padre

y la madre

y la chusma.

¿Quién no estaba preparado?

Ninguno.

Y así y todo

es uno de mis tantos debes.

Y tampoco:

ese deseo ya fue asesinado por todos ustedes.

Yo

muchachito deseante

me hubiese entregado

con todo el placer

o la intriga

del mundo

a mi tío.

La puta sangre lo impidió.

 

Cómo seguir gritando

 

Estoy considerando convertirme en un artista. Ciertamente, uno. Con todo mi pudor, mi cuerpo y mi verdad. Lleva tanto tiempo esa entrega, demanda tanta alma, tanta víscera, quema los huesos y es tan absoluta que me lo estoy pensando. Y me lo estoy sintiendo. Ese llamado que a veces no queremos escuchar. Y así y todo, grita. Puja como niño de 48 semanas en la panza pronto estriada de su madre. Grita como orgasmo o dolor mutilado de niño herido en una guerra. Grita como no pueden gritar los esclavos. Clama en silencio humilde la caricia de los dioses. Odia como los humanos. Se despierta con el fin del sueño y se enloquece en pesadillas y fantasías. Encuentra la melodía de acordeón, el fétido olor de los burgueses y el del sexo reprimido del hombre encarcelado. La tierra mojada de todos los tiempos.

Voy a ser un poeta olvidado. Ya lo sé. Para los revolucionarios no seré Neruda. Y se acabó la broma. Ahora sí: para los eróticos no seré Kavafis. Para los místicos y existenciales no seré el genio de hombre que escribió el Desasosiego. Para los instintivos o los de la verdad sexual no seré Bukowski, ni Whitman para los conquistados por la Naturaleza. Menos Idea, que precisa con su verbo toda la conjugación de la muerte y el mundo. Y tampoco Alejandra, imposible de alcanzar en sus dimensiones de delirio lúcidas. Soy de pocos poetas, a los que, contra su voluntad más honesta -yo lo sé, porque me escribieron y escriben- veneraré hasta mi muerte. O hasta cometer herejía. Algo que por cierto merecen.

Sigo en todos lados

 

Sobrellevo

en otro país

mandatado por la vida

y acuciado por existir

mejor mi tristeza.

Como bichos y picantes.

Entiendo el cuerpo

bailarín

contorneado

de los latinos.

Festejo la comida

barata y en abundancia

de pasada

por dos dólares

mejor tres

imponente cuatro.

Y las cervezas cada noche

sin culpa

ni por alcohólico ni por pobre

mis treinta cigarrillos diarios

(menos que vos, Zitarrosa)

el putísimo trato

privilegiado

a los del sur.

Y me da miedo

cómo no

la cantidad de milicos en las calles

en el Metro

en los boliches

de trajes diferentes

pero

con el mismo propósito.

La amenaza diaria

el control solapado

de las almas.

No se toma cerveza en las calles

y se bebe

hasta morir

en las casas.

Un lumpen me protege.

Quiere de mí

y de mi amiga

todos nuestros bienes

más cerveza

y un dinerillo para un saque.

Nos protege

y nos da miedo.

¿Cuándo seremos entregados por una mejor apuesta?

Rompo a llorar

(mentira, el Uruguay me secó los ojos)

y ni siquiera

entre paréntisis

puedo mentir.

Me rompen los ojos

me los rompí

me los rompieron.

Estoy en Colonia del Valle

y esto

estrictamente

no es México.

Tengo derecho

o sólo ganas

de algunos placeres sin culpa

de ejercer mi hedonismo

de no caminar amenazado

aunque miles de taxistas

sobre todo en la noche

te roben en las tarifas

es decir tu bolsillo

tu salario.

Por güero

por no usar Uber

porque creen en tu riqueza inexistente

también por ventajeros.

Y así mil mentiras en todo el planeta

acuerdos pour la galerie

o de pacto irrealizable.

El alcholismo que campea

por ejemplo.

Después de las 0 horas

no

en la calle

menos.

Mentira

te lo venden en la cara de los milicos

mientras los uniformados se comen un pancho.

Mentira

dos hot dogs.

Pero tu felicidad vigilada

y el estómago de los pobres

saben de hedonismos.

Ante la masacre

fiesta.

Ante el dolor

carcajada.

Ante las armas

un trajinar respirando.

Y ante la explotación

resignación

rezo.

Sentido de existencia

también.

No soñar amarga y tranquiliza.

Es la vida

exhuberante

errática

miserable

patética

confusa

irremediablemente

sólo para vivirla

(o el disparo en la cabeza

en varios mundos)

y morir

cada dos baldosas

resucitar en las dos siguientes

rabiar y amar en la quinta

aceptar en la sexta

y el olvido en el recodo de la séptima.

Bíblico

y de siete estadios capitales.

Pero es que sólo Dios

encarnado en lo que sea

podrá salvarnos.

 

Vuelvo, me me voy, vuelvo

 

Uruguay:
hipercríticos
pachorros
cabizbajos
y meditabundos.
Drogones
alcohólicos
suicidas
oradores.
Brillantes
muchos
y legalistas
o leguleyos
hasta para el placer
otros.
Ignorantes
del mundo
casi todos.
Ensimismados
ególatras
endogámicos
o provincianos
entonces.
Y
a su vez
con mirada prendida
a revoluciones ajenas
extrañas
y extranjeras
y una propia.
Todas fracasadas.
Hipócritas
de falso testimonio
y amantes
de verdades puras.
Melancólicos
claro está
pero ya lo dije:
suicidas.
Tierra mal parida
y llevada con orgullo
patrio
demasiado
aunque use máscara universal.
Barras bravas
y de las otras
las del afecto.
De ideales amar
y traicionarlos.
Lo que podemos
bahh.
Sin furia
ni rabia
ni protesta
hace mil años
o apenas doscientos.
O sí
todo eso
en papeles
mientras nos comen
o gozamos

la atropofagia.
Un montón de ideas
bellísmas
que nunca
salvo discurso
se hacen carne.
El país de la palabra
cansada
y vuelta a decir.
A la espera
siempre
de otra cosa.
Así
del verbo ser
somos.
Y continúa
ad eternum.

 

Y a propósito

Dejen a la muchacha
o diputada
lo mismo da
que se rió en el Parlamento
y se atacó de risa
por una estúpida
nomenclatura.
Dejen de hablar del hijo
no pródigo
del revolucionario Sendic
o pidan
simple
y llanamente
su dimisión de privilegios.
Dejen que los perros
y sus chips
no sean un asunto nacional.
Dejen de soñar
con un mundial
eterno y lejano
que seguro
no vitoreen
con sede en Uruguay
o Argentina
o en ambos ríos
oscuros y marrones.
El color de la mierda.
Dejen toda alegoría
y todo patriotismo
esos burdos sueños
las estúpidas mezquindades
ese estar
ciertamente
fuera del mundo.
Volvamos
al agua de la canilla
que se nos fue.
Al pobre diablo
y la pobre mujer
con sus ocho hijos.
A decir qué mierda
la riqueza heredada
su ostentación.
Al hombre que padece.
Al suicidio que campea.
Al lúmpen como mono
y a la acusación excelsa
y de banquillo
del esnob
y el artista de cuartos mundos.
Busquemos
también
en el explosivo 900
lo mejor de nosotros,
Reissig
y Robertito
el Batlle que gustaba a todos,
Idea
Onetti
el traje
la aristocracia del gusto.
Respetemos las instituciones dignas
y denigremos las falsas.
Hagamos un repaso
de esta corta estadía
poco más de doscientos años
en los mapas
de este soplido de historia.
Tomemos lo mejor
de todos los tiempos
y hagámoslo propio.
Volvamos
o instalemos
no lo sé
la voracidad por el mundo
el desprecio endogámico
miremos
todo lo que sucede
más allá
de 600 kilómetros a la redonda.
Seamos la Suiza de América
y la Suecia
el Brasil
la Argentina
todos lo mejor
de los continentes.
Pero volvamos
o no nos olvidemos
es preciso
a hablar de lo que toca
hoy.
Este presente desahuciado
el sueño político perdido
ya casi enterrado
o prendido a un respirador
de hospital pobre.
Rompamos
con el cliché
del amor líquido
o la verdad del desamor
por todo.
Es decir
rompamos a llorar.
Digamos
también
o sintamos
el acabose del todo universal
y las declaraciones impertérritas
constitucionales
y vacías.
Sintamos
y nombremos
con Artaud
sin acecho de extinción universal
al otro
que ahora
nos precisa.
Digamos inmigrante
(muchas veces)
puto
travesti
pobre
marginado
negro
mujer.
Sin condescencias
ni lástima
sabedores de que todo ser
encierra un delirio
y un cerdo.
Y digamos capital
capitalismo
monstruo que engulle
almas y conciencias.
Dejemos la oratoria
que se masturba
para los oradores
masturbatorios.
Vayamos al fondo
o al hueso.
No dejemos de decir
esas palabras
radicales
de cajón
que se inscriben en la vida
y serán
contra toda voluntad
la leyenda de nuestros féretros:
Amor y muerte.

 

Arrastrarse

 

Si me arrastro

me arrastraré

ante un hombre

un hombre.

No un empleador.

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