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  • Martín Delgado Cultelli

El Indio Malonero o los Fantasmas de la Revolución y la Contrarrevolución en el Uruguay




En julio de 2020, el artículo de Aldo Mazzucchelli “Espiral” de la revista cultural Extramuros[1] realizó una serie de planteos que me ayudan a reflexionar sobre determinados imaginarios subyacentes en el Uruguay y en buena parte de América Latina. Imaginarios relacionados con la relación historia de los pueblos originarios con los sectores dominantes, así como con los problemas de la Revolución y la Contrarrevolución en el siglo XXI. Estas reflexiones son hijas de este texto y del contexto social y político de finales de la década del 10 del siglo XXI y comienzos de la década del 20. También debo mencionar que las siguientes líneas y su pensamiento han sido muy influenciadas por los diálogos que he tenido con Gustavo Verdesio.


El texto polémico es una ficción narrativa que plantea una situación en donde una serie de protestas asolarían a la capital montevideana, destruyendo los monumentos patrios, saqueando hipermercados y centros comerciales, obligando a las instituciones públicas y privadas a repensar su accionar y su relacionamiento con la sociedad, cambiando la sensibilidad de la ciudadanía, influyendo en los medios de comunicación y desestabilizando el gobierno derechista de Luis Lacalle Pou. Básicamente, la narrativa que desarrolla Mazzucchelli, es lo que podríamos denominar, en términos leninistas, como “situación revolucionaria” y, en términos gramscianos, como “crisis orgánica”[2]. Sea cual sea nuestra corriente revolucionaria preferida, claramente Mazzuchelli describió una “Revolución” en pleno siglo XXI en el Uruguay. Y hay que reconocer la claridad con la que describe determinadas dinámicas revolucionarias en el contexto del siglo XXI, un contexto social muy alejado del de las revoluciones del siglo XX o del siglo XIX.


Lo curioso de esta narrativa es que plantea que la hegemonía revolucionaria en esta crisis orgánica la tendrían los colectivos charrúas. O sea, la vanguardia moral del movimiento insurreccional es la indígena. Esto no quita que sean mencionados otros actores del campo popular como algunos sindicatos, gremios estudiantiles, colectivos de mujeres, grupos afrodescendientes, autoorganización barrial y organizaciones que luchan contra la impunidad de la última Dictadura Cívico-Militar. Sectores que cualquiera que conozca el campo popular uruguayo, sabría identificar. Pero lo más curioso es que el autor menciona a las reivindicaciones charrúas como ejes centrales en estas protestas. Lo cual es bastante curioso, porque cualquiera que conozca el campo popular uruguayo, sabría que los únicos movimientos con capacidad de generar una crisis orgánica y hegemonizar al movimiento popular, serían el sindicalismo y el feminismo. La causa charrúa está muy lejos de vanguardizar al campo popular. Apenas es legitimada por otros actores sociales e incluso muchos actores del campo popular son contrarios a las reivindicaciones charrúas, generando un silenciamiento hacía el tema indígena, siendo reproductores de los discursos hegemónicos de las clases dominantes que son absolutamente anti-indígena.

De ahí viene la gran pregunta de este artículo ¿Por qué Mazzuchelli utiliza a los pueblos originarios y sus reivindicaciones para hablar de una supuesta Revolución en el Uruguay del siglo XXI?


Se debe mencionar que el articulo, al ser una ficción narrativa, incurre en esas zonas grises, tan comunes en el contexto de la reacción conservadora como lo sostiene el colectivo Entre[3], en las cuales no se sabe si el autor está hablando de su pensamiento político genuino o si es tan solo humor. Esas zonas grises entre la ficción, el humor y el pensamiento reaccionario, han generado mucha controversia en los últimos años en el Uruguay. Como muestra, basta ver los debates que se generaron en torno al “cuplé de Rivera” del Rafa Cotelo. Asumimos sin problemas que esta obra de Mazzuchelli pueda ser simple y pura ficción humorística. Aunque eso también habla de determinados imaginarios en la sociedad.


Sin embargo, hay que aclarar que Aldo Maccuchelli ya había escrito un artículo sumamente critico hacía el movimiento charrúa y sus reivindicaciones. El debate que tuvo con Verdesio evidencia su posicionamiento anti-indígena[4]. Este antecedente anti-charrúa nos hace desconfiar de que el articulo sea pura y simple ficción de entretenimiento. Parece, más bien, una proyección de determinados temores del autor y de determinado sector de la sociedad nacional.

Debemos mencionar que, si bien el autor describe una “Revolución” en esta ficción, su descripción de esa “Revolución,” más que utópica, es distópica. Es un relato trágico de la destrucción de un Uruguay. Su narrativa contrarrevolucionaria se vislumbra también por plantear situaciones muy lejanas a las dinámicas de los movimientos sociales y el policiamiento del Estado que ocurren en el mundo real. Describe, además, cosas que solo existen en el pensamiento de aquellos que están en contra de los movimientos sociales. Por ejemplo, presenta un Uruguay donde no hay represión policial, cosa que, como sabemos, no solo no es cierta, sino que se va a poner peor bajo el ministerio de Larrañaga. Se olvida, por otro lado, de los recursos constitucionales con que cuenta el Estado, como las Medidas Prontas de Seguridad y el Estado de Guerra Interno, ya utilizados en varios momentos de la historia del país para reprimir y contener protestas masivas y fuertes.


También suena ridículo el presentar un Uruguay en el que los medios de comunicación masivos se pongan del lado de los manifestantes y no del gobierno, dado que los medios masivos de comunicación, en la realidad, siempre satanizan las marchas y, en los únicos momentos que apoyan a movimientos de protestas, es cuando estos están dirigidos por grupos empresariales, como el caso de Un Solo Uruguay. También llama la atención que en el relato se organicen patotas afro-indígenas que dan palizas a cualquier ciudadano caucásico, cuando en los hechos esa metodología es utilizada, en realidad, por grupos fascistas y de extrema derecha contra ciudadanos de grupos minoritarios. Por otro lado, el hecho de que no mencione la ocupación de tierras, la promulgación de legislación de tierras indígenas u alguna otra forma de reforma agraria (reclamos históricos de los movimientos indígenas de todo el continente), puede deberse a que el autor es claramente un sujeto urbano y capitalino, que no tiene ninguna relación con la tierra y que no problematiza la tenencia de la tierra en el Uruguay.


Debemos decir que este tipo de pensamiento refleja cabalmente lo que es el “conservadurismo” en sentido estricto, pues busca “conservar” el estatus quo, el establishment. También podríamos caracterizarlo como de “derecha”, siguiendo el planteamiento de Entre, ya que “es una política reaccionaria, que se define como una oposición a los intentos reformistas, radicales o revolucionarios que desafían jerarquías sociales dadas, sean de clase, raza o género” (p 34).

Es el viejo temor a la Revolución. Esa Revolución que lo va a destruir todo y a todos. Esa Revolución que terminara instaurando un “Terror Rojo”. Desde que han existido revoluciones en el mundo, ha existido su temor y se ha invocado a los cielos la necesidad de la contrarrevolución. Este temor lo han provocado desde los jacobinos y el artiguismo, pasando por la Comuna de París, hasta los bolcheviques y la Revolución Cubana.


No es casualidad que el texto comenzara con una cita (bastante descontextualizada, por cierto) de 1984, de Orwell. Es la vieja utilización de los liberales anticomunistas, que jugaron un papel central en la Guerra Fría del lado de la Geopolítica Imperial de Estados Unidos, de los textos anti-estalinistas de Orwell. Sin mencionar nunca que la Dictadura Orwelliana no solo estaba basada en la Unión Soviética de Stalin sino también en el régimen nazi de Hitler y en la manipulación mediática que realizaba el mismo gobierno liberal británico para legitimar sus guerras.


¿Pero sobre qué Revolución alerta el texto? Al final del articulo hay un subtítulo que dice “LA ESPIRAL ANGLOSAJONA EN IMÁGENES” en donde aparecen innumerables referencias a las actuales protestas en Estados Unidos, así como del movimiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan). Incluso la imagen de portada de este artículo es la de una estatua de Cristóbal Colón descabezada como parte del movimiento desmonumentalizador. Así como en los años 20 del siglo XX se alertaba sobre la posible influencia que ejercería la Revolución Bolchevique, y así como en los 60 y 70 del siglo XX se alertaba sobre la influencia de la Revolución Cubana, hoy en día parece que el temor a la influencia revolucionaria es el temor a Black Lives Matter, Antifa y las protestas de Estados Unidos. Cabe aclarar que, en la región, estuvo el ejemplo de las protestas de Chile, muy similares y muy disruptivas de los órdenes establecidos. No olvidemos que en Chile también se destruyeron los monumentos a los conquistadores españoles y colonialistas internos del propio Chile. Es interesante ver cómo el pensamiento conservador y defensor del establishment ve en el ciclo de protestas de 2019-2020, y más concretamente las que tienen lugar en Estados Unidos, un centro del capitalismo internacional, un ejemplo de “amenaza revolucionaria” en el presente. No olvidar que según parece el movimiento Black Lives Matter es el movimiento más grande en toda la historia de Estados Unidos[5]. El autor parece buscar la versión “criolla” de estos ciclos de protesta del 2019-2020. ¿Será porque el movimiento charrúa es el único movimiento que ha planteado formalmente la desmonumentalización de los símbolos del colonialismo en la ciudad que el autor nos vuelve la versión criolla de Black Lives Matter? ¿Sera porque el movimiento indígena es uno de los pocos movimientos sociales del país que cuestionan las estructuras fundacionales del Estado que el autor nos construye como vanguardia moral de la hipotética Revolución?

El temor al “Terror Rojo” es común a todas las sociedades estratificadas, jerárquicas y capitalistas. Sin embargo, la utilización del indígena como sujeto central de esta supuesta Revolución merece un análisis en particular. Y sin temor a exagerar, responde a características muy propias de Latinoamérica y del Uruguay. Es así que la utilización del “indio” como ejemplo de Revolución trasnochada y barbárica que lo va a destruir todo, habla mucho de determinadas subjetividades profundamente arraigadas en esta parte del mundo.


Las sociedades Latinoamericanas ciertamente se han construido bajo tres siglos de colonialismo hispano-portugués. A este colonialismo clásico se le debe agregar las continuas intervenciones imperialistas de británicos, franceses y norteamericanos en los últimos dos siglos. Básicamente, este es un continente marcado por el saqueo colonial. Y ese saqueo colonial no hubiera sido posible sin la gestación de un orden social que legitimara ese colonialismo. Este orden social se siguió reproduciendo en el tiempo más allá de la conformación de las Repúblicas Criollas. Este orden social histórico del continente es lo que el sociólogo peruano Anibal Quijano ha denominado “colonialidad del poder”[6]. Es debido a esta colonialidad del poder que las elites criollas del continente tienen un temor profundo al empoderamiento y rebelión de los sectores indígenas, populares y campesinos. Y es por eso que, en muchos países latinoamericanos, para mantener esa colonialidad, se recurre constantemente a la represión sanguinaria de los movimientos indígenas, afros y campesinos.


Este temor a la rebelión de los “condenados de la tierra” se puede rastrear desde la época colonial hasta nuestros días en todo el continente. Se puede ver en el horror y asco con que las autoridades coloniales, civiles y religiosas, vieron al movimiento milenarista del Taky Onkoy en los primeros años de la Colonia. La podemos ver en la paranoia que generaron las rebeliones de Tupak Amaru II y Tupak Katari en el área Andina, en la “Guerra de Castas” en el México del siglo XIX e incluso en la idea del “indio comunista” en la década del 30 del siglo XX en El Salvador, ya entroncado con el relato anticomunista más global, y que sirvió de aval al Genocidio del pueblo nahua pipil por el General Hernández Martínez[7]. Más contemporáneamente y siguiendo la Geopolítica Imperial del “Combate al Terrorismo,” lo podemos ver en la imagen del “terrorismo indígena,” utilizado en países como Argentina, Chile y Bolivia para criminalizar al movimiento indígena y, más concretamente en el caso boliviano, usado por la dictadura de Añez para perseguir a los simpatizantes de Evo Morales y el MAS.


En este relato tiene un papel central la idea del “Fantasma” usada por Marx[8] en El Manifiesto Comunista. En ese texto, le sirve para hablar del carácter de la clase obrera y su potencial revolucionario. La clase obrera cuenta con tres características que la volverán un “Fantasma” para el régimen burgués. Es invisible, porque las élites burguesas no la consideran como sujeto y jamás la tienen en cuenta—es un sujeto no visto y no reconocido. Es inclasificable, porque para el régimen burgués no hay lugar para el obrero, pues el régimen se diseñó excluyéndolo. Y la tercera es que aterra: el potencial desestabilizador de la clase obrera asusta a las elites. De ahí que el potencial revolucionario y su capacidad invisible, inclasificable y aterradora para los poderes instituidos, es lo que Marx denomina como “Fantasma”. Estas mismas características que describe Marx para la clase obrera pueden ser extrapolarlas al movimiento indígena en el contexto de la colonialidad del poder en América Latina. El potencial revolucionario de los pueblos originarios es invisible, inclasificable y aterrador para las élites criollas.


Estas características revolucionarias y espectrales del movimiento indígena las podemos ver en las recientes olas de protesta de finales del 2019 en Ecuador y Colombia, donde el movimiento indígena realmente jugó un rol central en ese ciclo de protestas en esos países. ¿Pero existirían esas características espectrales en el movimiento indígena de Uruguay? ¿Los charrúas realmente tenemos ese potencial revolucionario y disruptivo del orden imperante? Para pensar eso, es necesario hacer un repaso del relacionamiento histórico entre los pueblos originarios y los sectores dominantes en el Uruguay.


En un artículo de mí autoría publicado en ZUR[9], mencioné cómo la dinámica de fronteras y guerras, desde finales del siglo XVII y a lo largo de todo el siglo XVIII en la Banda Oriental, fue lo que terminó gestando al Estado. Un Estado Colonial que progresivamente irá incorporando un espíritu modernizante y modernizador muy fuerte, que dará como resultado un Estado Moderno Colonial. Y es que las lógicas de frontera en la Banda Oriental de los siglos XVIII y XIX marcarán constantemente los límites entre lo “civilizado” y lo “bárbaro”. En el Uruguay y en la Argentina, lo “civilizado” buscó eliminar lo “bárbaro”. Esta ideología fue descripta a la perfección por el intelectual y político unitario argentino Domingo Faustino Sarmiento, en su influyente libro “Facundo Quiroga o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas”.


Esta dinámica de guerra permanente entre charrúas y otros grupos indígenas contra las fuerzas coloniales, que irá determinando las características de la conformación del Estado en la Banda Oriental, también generará el miedo psicótico de los colonos hacía el malón, táctica de resistencia indígena por excelencia. El “indio malonero” o “indio matrero” o “indio infiel” o “indio bravo” será el icono de la barbarie y el salvajismo en los siglos XVIII y XIX. La dinámica de guerra feroz y autonomista de los malones, hará que sea imposible instrumentalizar al malón. De ahí que se irá gestando la idea de que la única solución posible es el Genocidio. De ahí que la primera gran política de Estado tras jurarse la primera Constitución en 1830, es la “pacificación de la campaña”; es decir, es combatir al charrúa y demás grupos indígenas hasta casi su exterminio.


Esta gestación del poder colonial estatal en el Río de la Plata ha sido bien descrita por autores como Jeff Erbig y como Gustavo Verdesio y corresponde a un modelo de colonialismo caracterizado por la búsqueda del desplazamiento y exterminio indígena, posibilitando que sean los propios colonos europeos los que exploten la tierra. De ahí también la búsqueda constante del blanqueamiento poblacional del Estado en el siglo XIX y principios del XX. Un modelo de colonialismo que compartimos con los Estados Unidos, el que se ha denominado como colonialismo de colonos (settler colonialism) o colonialismo de poblamiento.


Este miedo colonial al “indio malonero” derivó hacía el miedo a las montoneras en el siglo XIX. Esto se debe claramente a la importante participación indígena en el ciclo de guerras de independencia, desde Artigas hasta la conformación del Estado Oriental del Uruguay. También en la participación de pequeños grupos de “indios” en las guerras civiles de mediados y finales del siglo XIX. Un ejemplo nos lo da la referencia de un marinero Genovés durante el segundo sitio de Montevideo, durante la gesta artiguista. El marinero, que había estado primero con los realistas y luego con los revolucionarios, se sorprende de las huestes revolucionarias, ya que tiene oportunidad de ver las diferencias existentes entre la realidad y las paranoias de los realistas montevideanos. Sin embargo, es un fiel reflejo del pensamiento conservador de principios del siglo XIX en lo que luego sería el Uruguay. A propósito, nos dice “dice q.e en la Plaza oyo q.e eramos todos Indios gentiles barbaros sin religión, q.e habíamos degollado y esclavizado a todos los blancos” (p 259)[10]. En el ejercito artiguista, sin embargo, no eran ni todos “indios”, ni todos “barbaros sin religión” y mucho menos tenían como proyecto político-económico el “esclavizar a todos los blancos.” De eso se dio cuenta enseguida el genovés y de ahí su sorpresa. Sin embargo, la importante participación indígena en el ejercito artiguista fue determinante para que los realistas montevideanos vieran en la montonera artiguista el fantasma del Malón.


Las montoneras decimonónicas de gauchos, “indios” y “negros” y su “Democracia Barbara” caracterizada por el Caudillismo, son caracterizados como una “verdadera máquina de guerra, en el sentido deleuziano” (p 56) según el colectivo Entre. Al respecto nos dicen: “Si los hombres sueltos del campo y sus caudillos fueron deleuzianos, los liberales ligados al comercio y necesitados de un Estado que garantizara el libre movimiento de personas y mercancías fueron hobbesianos” (p 57). La caracterización de los liberales conservadores constructores del Estado Moderno Colonial como hobbesianos reafirma los planteamientos que yo hiciera en un artículo para un Dossier de LASA Cono Sur, organizado por Mariela Rodríguez[11]. En dicho texto yo analizaba el monumento al “Entrevero” (forma típica de lucha de la montonera y el malón) en la Plaza Fabini de Montevideo. En mi análisis, el monumento corresponde con la ideología hobbesiana del Estado (y de los constructores del Estado y sus herederos) que concibe a los pueblos indígenas y a cierta diversidad cultural como una época primitiva pre-cultural de violencia absoluta, caracterizada por la guerra permanente. De ahí la necesidad de un Leviatán que imponga la Civilización y borre la herencia indígena de la sociedad.


No es casualidad que la racionalidad hobbesiana de concebir al Estado y a la sociedad como entes homogéneos, amortiguados y jerarquizados, haya estado detrás de muchos de los militares criminales de lesa humanidad de la última Dictadura Cívico-Militar (1973-1985). El Capitán R. Jorge Tróccoli, procesado en Italia por crímenes de lesa humanidad en una mega causa por el Plan Cóndor (coordinación represiva de las Dictaduras de la Seguridad Nacional en Sudamérica), escribió un libro justificando el Golpe de Estado de 1973 y las violaciones a los derechos humanos cometidas en los 70. Su libro se titula La Ira del Leviatan y utiliza una perspectiva hobbesiana para justificar las peores atrocidades cometidas en los últimos 80 años de historia en el Uruguay. En uno de los capítulos de su libro, el criminal de lesa humanidad se dedica a realizar paralelismos entre los “caudillos insurrectos” del siglo XIX y la izquierda revolucionaria de los 60 y 70. Argumentando que, así como en el siglo XIX la montonera evitaba la consolidación y desarrollo del Estado, en el siglo XX la izquierda y las guerrillas estaban horadando y destruyendo la institucionalidad del Estado. Ellos se conciben como “salvadores de la Patria”. Y ellos conciben que su gesta fue tan heroica como la de los militares genocidas que en el siglo XIX combatieron al indígena, al gaucho y a la montonera y construyeron el Estado Moderno (Entre, pp 91 – 92).


No es casualidad que se compare a la izquierda revolucionaria de los 60 con los fantasmas de las montoneras decimonónicas. La izquierda uruguaya en los 60 realiza una serie de transformaciones ideológicas y culturales con respecto a los años previos. Empieza a tener una interpretación más latinoamericanista (en parte por un proceso de maduración propio y en parte por la influencia de la Revolución Cubana), a identificarse con las historias de luchas anticoloniales del continente y a dejar de tener siempre un marco de referencia puramente europeo. Tal vez las referencias más cabales de esto sean los editoriales de la revista Marcha, el diario Época (detrás del cual había un pacto entre varios grupos revolucionarios que sintetizan lo que era la izquierda latinoamericanista) y la organización armada Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T). La propia reivindicación del término “tupamaro,” utilizado para establecer una continuidad entre la lucha de la organización y las montoneras artiguistas y con la rebelión de Tupak Amaru II, es prueba del giro conceptual.


Sin embargo, el espectro del malón y la montonera más puro en los 60 y 70 fueron las organizaciones de sindicatos rurales y sus marchas a Montevideo. Las más grandes y fuertes fueron las del sindicato de cortadores de caña de azúcar UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas). Las luchas de los “peludos” (así se autodenominan los trabajadores, por compararse con el armadillo tatú peludo que vive sucio, encorvado y escarbando la tierra) le golpearon en la geta a cierto Uruguay burgués y occidentalista que vivía comparándose con Europa y Norteamérica. Mostró que en la “Suiza de América” había esclavitud rural y situaciones de desigualdad social y marginalidad como las de la mayoría de los países Latinoamericanos. Al mismo tiempo, Bella Unión (ciudad central de la industria azucarera) es junto con Tacuarembó uno de los lugares del país con mayor herencia indígena. Las marchas de los 60 mostraron que la revolución campesina, de rasgos aindiados y latinoamericanista, era posible en el Uruguay. De este proletariado agrícola semi-campesino y las brutales situaciones de desigualdad en que vivía, es que surge el MLN-T. Por supuesto que en el proceso de conformación del MLN-T también estuvieron los intelectuales blancos de clase media, pero eso no quita el componente semi-campesino y de precariado que también estuvo. Muchos charrúas de hoy somos hijos de charrúas que participaron en estas luchas agraristas por la dignidad de los más humildes.

Como bien sostiene Gabriel Delacoste[12], después de los 80 la izquierda se asimiló al orden político-social de la Democracia post-Dictadura, razón por la cual ha buscado desvincularse totalmente de la experiencia de los 60. Se aceptó el relato sanguinettista de que el “pecado original” de la izquierda en los 60 había sido la radicalización extremista y su latinoamericanismo, lo cual habría llevado a que los militares se sobrepasaran y dieran el Golpe de Estado de 1973. Es por eso que la nueva izquierda post-Dictadura para ser aceptada en la Democracia debía dejar sus relatos de la Revolución Latinoamericana.


Más recientemente, la derecha política y los sectores conservadores utilizaron el discurso de la “latinoamericanización” para criticar y desprestigiar al gobierno progresista del Frente Amplio, lo cual terminó llevando al triunfo de un gobierno compuesto por una coalición de partidos derechistas que actualmente gobiernan el Uruguay. Este relato de la “latinoamericanización” del Uruguay era para hablar de una pérdida de los valores fundacionales del país que había generado corrupción, narcotráfico, violencia social y los nuevos indeseables de la sociedad, los migrantes provenientes de países Latinoamericanos. Todos estos males de la sociedad habían sido supuestamente generados por el discurso trasnochado de la fuerza política centro-izqueirdista, de que Uruguay es parte del continente Latinoamericano, que es atrasado, corrupto y de color.


Pero no hay destilado más puro del discurso reaccionario acerca de la “latinoamericanización” del Uruguay que un editorial del diario El País (uno de los multimedios más grandes y poderosos del país, fuertemente asociado al Partido Nacional y a la oligarquía rural) del 26 de agosto de 2019 (pleno año electoral que terminó con triunfo de la derecha), titulado “Sandeces de Izquierda.”[13] El editorial parte de la conferencia dada por la antropóloga argentina Rita Sagato en las Jornadas Feministas 2019, donde participó el Intendente de Montevideo, Christian Di Candia, integrante del Frente Amplio. Allí la antropóloga habló del Genocidio Charrúa, de la Masacre de Salsipuedes y de la importancia de reconocer y dar voz a los pueblos indígenas y afro-descendientes. Para los editorialistas de El País, la asociación entre un político progresista y un discurso indigenista es la vuelta del viejo latinoamericanismo de los 60. Por lo tanto, es un discurso trasnochado, son “sandeces de izquierda”. Hay dos párrafos que sintetizan muy bien el carácter racista y reaccionario de este discurso y que merecen ser transcritos en su totalidad:


“Esa ceguera solo puede entenderse por la ideologización extrema en la que viven los izquierdistas. Niegan realidades elementales, fácticas, concretas, indudables. El discursete americanista- progre- liberador- patriagrandense precisa hacer creer a todo el mundo que Uruguay forma parte de una Latinoamérica sufriente. Que aquí también se escucha el lamento del bombo y el charango, y que simplemente hemos silenciado nuestra cultura indígena multitudinaria, o hemos escondido a los negros detrás de quién sabe qué cordillera hecha de odio contra el oprimido, porque somos una especie de colonizador europeo que ve con buenos ojos al hombre blanco (y, ya que estamos en este asunto, se agregarán a piacere los calificativos de heterosexual y patriarcal).

Son todas tonterías. Aquí cuando se juró la Constitución de 1830 no había más de 80.000 personas en todo el país; jamás hubo ninguna cultura indígena del porte y la atención que podía entreverse en Ecuador, Perú o Bolivia; nunca hubo el racismo institucionalizado que se verificó en el Caribe o en Estados Unidos; y somos, en la inmensa mayoría, descendientes de barcos, hijos de inmigrantes que vinieron de distintas partes de Europa a hacerse la América. ¿O acaso Di Candia es de origen quechua?”


Es evidente que cierto pensamiento conservador del Uruguay no quiere que ningún político se comprometa en la lucha anti-racista de forma seria y comprometa al Estado en políticas reparatorias hacía los pueblos originarios. Cierto sector de la sociedad dominante ve en las reivindicaciones de los colectivos indígenas, afrodescendientes y feministas el fantasma de los 60.


Es claro que el fantasma del “indio malonero” se reprodujo en el fantasma de la montonera, que también está en el de la “izquierda sesentista” y está, a su vez, en los discursos interculturales y decoloniales contemporáneos. Pero más allá de los contextos y relatos contemporáneos, en el corazón de estos espectros sigue estando el Malón.

Pero debemos pensar que los sectores dominantes también se organizan frente al Fantasma. Ver fantasmas también sirve para que las élites se organicen y desarrollen una agenda para limitar el potencial revolucionario de un sujeto puntual. Y muchas de esas veces, la señalización de un fantasma por parte de un intelectual orgánico del establishment significa el aval para políticas represivas. Significa la utilización del Estado Integral para el policialimiento de ese sujeto. Por lo cual, cuando vemos que se señalan fantasmas, debemos no solo identificar el potencial disruptivo de ese sujeto, sino también ver cómo se va a articular la reacción conservadora contra ese sujeto. Y eso vale tanto para los colectivos charrúas como para el movimiento Antifa y Black Lives Matter.


Ciertamente, los colectivos charrúas estamos muy lejos de lograr ni tan solo la décima parte de lo que describe Mazzucchelli. El campo popular en el Uruguay está muy lejos de lograr una situación revolucionaria y mucho menos que esté vanguardizada por el movimiento indígena. Sin embargo, está claro que el movimiento charrúa guarda un potencial enorme para cuestionar los poderes hegemónicos. Y es que lo indígena en el Uruguay es un Fantasma absoluto. Es invisible ante el poder, pero ahí está y se organiza. Es inclasificable en las estructuras de poder y gobernanza, pero exige reconocimiento y se mueve. Es aterrador porque cuestiona las bases fundacionales del Estado, el origen de la propiedad privada, la concentración de la tierra y el poder blanco y monocultural del Estado Integral. Es el espectro más terrorífico y problemático para el Uruguay. Algunos defensores del estatus quo lo saben, por eso alertan sobre él. Por eso llaman a combatirlo. Por eso vuelven a construir la Frontera entre la Civilización y la Barbarie.

[1] Mazzucchelli, A. 2020. Espiral. Nº 4, Julio 2020. Ver en: https://extramurosrevista.org/espiral-2/ Consultado 14/7/2020

[2] Dal Maso, J. 2016. El marxismo de Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la Cárcel. Ediciones IPS, pp 79 – 80, Buenos Aires.

[3] Entre. 2019. La Reacción. Derecha e Incorrección Política en Uruguay. Estuario Editora. Montevideo.

[4] Verdesio, G. 2014. Un fantasma recorre el Uruguay: la reemergencia charrúa en un “país sin indios”. Cuadernos de Literatura VOL. XVIII Nº 36, pp 86 - 107

[5] Ver: http://www.laizquierdadiario.com.uy/Black-Lives-Matter-puede-ser-el-movimiento-mas-grande-en-la-historia-de-los-Estados-Unidos?fbclid=IwAR3NbbjTnwBQXtWr6QdLGiUEKnOdt2NlQn1ATQOOSkT930wNWWTW9kf6T00 Consultado 14/7/2020

[6] Quijano, A. 2014. Colonialidad del Poder, eurocentrismo y América Latina. En: Cuestiones y horizontes : de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder. Buenos Aires : CLACSO,

[7] Gutiérrez Chong, N y Villagrán Muñoz, C. 2011. La Lucha Memorial en El Salvador y el Uruguay: El uso político de las masacres genocidas para demandar reconocimiento y derechos como Pueblos Originarios. En: La Memoria Histórica de los Pueblos Subordinados, pp 183-2012, Edición Digital EUMED.NET

[8] Derrida, J. 1998. Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva Internacional. Editorial Trotta. Madrid.

[9] Ver: http://www.zur.org.uy/content/%E2%80%9Cguerra-contra-el-indio%E2%80%9D-fronteras-y-gestaci%C3%B3n-estatal Consultado 16/7/2020

[10] Petit Muñoz, E. 1950. Artigas y los Indios. En: Artgas, pp 253-268. Ediciones de El País. Montevideo.

[11] Delgado Cultelli, M. 2017. Violaciones históricas a los derechos de los pueblos originarios en el Uruguay: una mirada introspectiva. En: Dossier Reemergencia indígena en los países del Plata: Los casos de Uruguay y de Argentina. Conversaciones del Cono Sur. Vol. 3 Núm. 1 https://conosurconversaciones.wordpress.com/

[12] Ver: https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2017/08/12/La-izquierda-ochentista Consultado el 16/7/2020

[13] Ver: https://www.elpais.com.uy/opinion/editorial/sandeces-izquierda.html Consultado el 16/7/2020

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