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  • Leticia Arriola*

Tiempo para repensar el uso de la vivienda y la ciudad.


Foto: Leticia Arriola

Sostener la economía, parece ser la principal preocupación del gobierno uruguayo (aunque vale decir, que parece ser una cuestión mundial). La vida debe continuar, la producción no puede parar y las personas debemos acostumbrarnos a convivir con un virus más.

De manera paulatina se está instaurando un nuevo concepto de vida, empezando por el – no tan inesperado – cambio en la modalidad de trabajo productivo, el cual se desarrollará en buen porcentaje desde el hogar.

Varias empresas privadas están evaluando (o ya decidieron) no volver a rentar áreas destinadas a oficinas, principalmente orientándose por el ahorro del alquiler, ya que este constituye su mayor gasto fijo. A su vez, trabajando a distancia logran efectivizar mejor las tareas mediante redes virtuales. Mientras tanto, otro porcentaje de empresas o instituciones públicas, valoran la idea con la finalidad de realizar cambios de su diseño interior. Probablemente se volverán a colocar barreras entre trabajadores y clientes, reaparecerán los cubículos y particiones entre escritorios, se redistribuirá el mobiliario para mantener la separación aconsejada y, en algunos casos, se colocarán sensores en el piso que servirán como alertas de distancia. Habrá rotaciones en los días de trabajo por funcionario y se promoverá el trabajo desde la casa, con la finalidad de abaratar costos sin perder productividad.

Estos cambios - que ya empezaron de manera intempestiva - en el modo de producción, afectarán de manera directa la vida doméstica tal cual la conocemos. Hoy en día, estamos presenciando una confluencia de tareas en la esfera privada, tareas que en ningún tiempo fueron previstas a nivel de diseño y que están afectando, en muchos casos, la convivencia.

Dicha convivencia se complejiza, cuando en el mismo escenario se trabaja, se juega y se viven las instancias propias de la vida cotidiana para las que sus habitantes no están preparados. La sobrecarga, agudiza algunas reacciones, que generan situaciones de violencia física y psicológica mayormente sobre mujeres y menores.

De este modo, la vivienda como espacio privado, debe responder a un sinnúmero de actividades, a las cuales se le añaden situaciones nuevas. A la alimentación, descanso y recreación, ahora debemos sumarle espacio para deportes, enseñanza y trabajo, entrañando esto último, una clara invasión de la privacidad personal y familiar.

Por otro lado, el confinamiento ha permitido resignificar o revalorar espacios del hogar, sobre todo los que permiten disfrutar del aire libre. Es así que, balcones, patios y azoteas han cobrado central uso y significación.

De todas maneras, es evidente que las viviendas actuales, no están preparadas – en su gran mayoría – para sobrellevar

esta “nueva normalidad”. Pero ¿cuáles son sus falencias y cómo se pueden solucionar a mediano o largo plazo?

Las transformaciones en la escena doméstica nos llevan a pensar en la necesidad urgente de reorganización espacial, pero no basta con pensar en cambios de mobiliario, si el área mínima no permite el desarrollo de tareas. Correspondería incluirse una zona productiva dentro de la casa, un espacio independiente que permita, por un lado, la concentración y tranquilidad debida para trabajar, y que, por otro, no contamine el resto de la vivienda. Separar el espacio de trabajo para poder preservar la intimidad resulta fundamental.

Cabe señalar que no todas las viviendas admiten iguales cambios, para algunas familias lo esencial sería, en primer lugar, solucionar el hacinamiento en el cual viven. Cuando apenas existe una casa, cuando apenas existe un techo o está a medio construir, cuando no hay comida para llevar a la mesa o electrodomésticos para conservarla, cuando no hay conectividad ni lo mínimo necesario para realizar las tareas domiciliarias o laborales, se vuelve impracticable la idea de “quedarse en casa”, de producir desde la misma y menos realizar cambios para que todo se desarrolle con normalidad.

Otro tema a atender, dentro del habitar, son los espacios de uso colectivo. Es decir, las pensiones, residencias estudiantiles, lugares de institucionalización de niños/as y jóvenes y también las prisiones. Aparecen situaciones que no son desconocidas, sino por diversos motivos desatendidas, como el caso de los ámbitos de reclusión, los lugares de estadía, de niños, adolescentes y ancianos. Cada uno de estos espacios sociales, colectivos, requieren ser re diseñados de modo que la finalidad para la que se organizan cumpla sus cometidos.

¿La casa nos cuida? ¿Debería hacerlo?

La arquitectura, tiene como finalidad modificar tanto el espacio como el ambiente físico, para así, satisfacer las necesidades de las personas. La normativa constructiva, por otro lado, debe velar para que determinadas medidas mínimas de habitabilidad y salubridad se cumplan. Entonces, si realmente, esta pandemia va a significar un cambio substancial e inevitable en nuestros hábitos de vida, es imprescindible que ese cambio vaya a acompañado de un seguimiento profesional e institucional. Se debe asegurar confort, ventilación y asoleamiento natural, pero sobre todo se deben rever las áreas mínimas actuales y adaptarlas a los nuevos requerimientos sociales. Que el bienestar sea más equitativo y la vivienda digna para todos y todas.

Cabe resaltar, que sería prudente que la normativa edilicia no afecte solamente a las construcciones nuevas, sino también a las preexistentes. Se hace necesario considerar que un gran porcentaje de las viviendas responden a reglamentos anteriores, y que por la misma razón no presentan en la actualidad, ni la ventilación ni la iluminación mínima necesaria en todos los locales habitables. Para esta realidad se requerirán proyectos específicos de re estructura.

Por otro lado, vinculando el tema habitacional y la casi obligatoriedad de trabajar desde casa, la situación de pandemia ha puesto en discusión diferentes temas que deberán ser asumidos de modo grupal en atención a diferentes colectivos.

Se vuelve evidente la necesidad de contar con espacios productivos dentro del hogar, sobre todo en viviendas de interés social. Sin duda que sería un gran beneficio para las familias monoparentales (¿o deberíamos decir “monomarentales”?), franja de la población bastante olvidada a la hora de dictar resoluciones de ayuda económica de parte del Estado e incluso, en temas de control de seguridad más mundanos, como, por ejemplo, la negativa a ingresar con menores de edad en las grandes superficies comerciales.

Otro tema a atender, es ¿qué pasará con las hipotecas y alquileres? Y ¿cómo afectará esta situación a la hora de acceder a una vivienda? Los sectores vulnerables son quienes viven, generalmente, en espacios menos resilientes. Es preciso encontrar soluciones para todos los sectores de la población y recordar que la vivienda decorosa, en Uruguay, es un derecho constitucional.

¿Vivir aislados?

Sabemos que la vivienda tiene un vínculo social con el entorno que la rodea. A su vez, cada habitante necesita de ese sentir comunitario, saber que pertenece a un barrio, área o territorio para poder apropiarse del mismo.

La planificación urbana tiene un impacto directo en la salud física y mental. Para favorecer este equilibrio emocional se necesita, por ejemplo, una ciudad que cumpla con brindar determinada cantidad, mínima, de área verde por habitante, que incentive el encuentro, el movimiento y el juego, que tenga en cuenta las necesidades de toda la población – y que esto abarque a todas las edades –. Del mismo modo, es imprescindible descartar el urbanismo que apuesta al automóvil privado como medio de transporte masivo y central.

El nuevo virus, además de transformar la vida doméstica, modificará incluso, el espacio urbano y el medio físico en el cual vivimos. Por lo tanto, se deben plantear cambios necesarios en los espacios públicos existentes, que permitan el desarrollo de actividades seguras y habitables, así como proponer nuevas áreas libres en los barrios carentes de las mismas. Veredas amplias que permitan la circulación del peatón y fomenten los recorridos a pie. Bicisendas que conecten toda la ciudad. Núcleos de abastecimiento en todos los barrios. Descentralización de las instituciones públicas. Disminución del uso del auto privado y reorganización del transporte público masivo. ¿Y cómo se puede adaptar este último? Posiblemente, aumentando las frecuencias, reduciendo el tamaño de los vehículos y a su vez, disminuyendo la cantidad de pasajeros por viaje.

Estas medidas, además de ayudar a conectar a las personas, permitirían generar una consciencia ambiental y poner énfasis en un nuevo modelo sostenible de desarrollo urbano.

No sería la primera vez en la historia (150 años por lo menos), que la arquitectura y el urbanismo deben cambiar y adaptarse para favorecer la calidad de vida de los habitantes. El cólera, la tuberculosis, la fiebre amarilla y otras enfermedades fueron erradicadas gracias a la investigación, avances médicos y a los cambios logrados en el habitar: purificación del agua y sistema de desagües, ampliación de calles y veredas, construcción de plazas y parques, ampliación de áreas mínimas en viviendas, todo con la finalidad de mejorar la calidad del aire, mediante el asoleamiento y ventilación natural.

Ahora, nuevamente la humanidad se enfrenta a un desafío sanitario a resolver. Esperemos que las fronteras internacionales no se conviertan en murallas impenetrables. Así como también, que las propuestas incluyan la anhelada visión de género tan postergada. Que los espacios públicos sean neutrales e inclusivos. Áreas que se diferencien dependiendo de las diversas maneras de habitar y usar los espacios, sin necesidad de mecanismos de control que estandaricen los modos de vida ni de que prevalezca una arquitectura defensiva, que colabore en excluir a las personas que viven en situación de calle, para las cuales las calles son su vivienda.

* Arquitecta. Mg. en Planificación Territorial y Gestión Ambiental. Activista feminista. Integrante de la Mercada Feminista Uruguay.

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