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  • Maria Noel Clerici* y Gabriel Gil**

Sobre la corona del virus: ensayo sobre la ceguera en tiempos de colonialismo digital


Ilustración: María Noel Clerici

Empezamos a escribir este artículo luego de las recientes manifestaciones y levantamientos populares en Chile, hoy, en medio de la crisis provocada por el virus Covid-19, es innegable que muchas de las cuestiones levantadas cobraron otra dimensión. La idea era en un comienzo proponer una reflexión sobre lucha y resistencia en tiempos de dominio GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft), entender los límites de la organización del activismo y militancia política en redes sociales, dados los peligros inminentes y el desconocimiento popular sobre el funcionamiento de las propias plataformas digitales que llevan a la ciega cesión de nuestros derechos fundamentales por los que históricamente luchamos como sociedad. El uso de las plataformas digitales viene siendo problematizado desde movimientos sociales latinoamericanos y desde la academia, ya que naturaliza y envuelve la legitimación de las nuevas lógicas del capital, maquillando bajo un “tecnoptimismo” la desigualdad e injusticia social y el retroceso de grandes luchas, más allá de su superficie seductora de falsa horizontalidad.

En un principio, como consecuencia de observar la calle, notar las transformaciones que fuimos viviendo en los últimos años en nuestros relaciones laborales y con los otros, nos propusimos entender los aspectos sistémicos de los conflictos con los que nos topamos cara a cara en el cotidiano. Buscando entender apelamos a libros, medios alternativos, artículos y papers que trajeran discusiones. Revisitamos viejos conceptos, clásicas teorías, leímos, observamos, nos pusimos a nosotros mismos bajo la lupa. Lejos de llegar a respuestas, empezamos a entender, encontramos grupos, colectivos, organizaciones con importantes proyectos, denunciando, construyendo alternativas. Fue ahí que nos deparamos con un escenario nada positivo en cuestión de derechos humanos y tecnología en América Latina. Y entonces llegó la pandemia, y esta vez ya no desde la calle sino que desde casa, asistimos una secuencia acelerada de acontecimientos que pusieron en evidencia de la forma más atroz e inesperada todo aquello que veníamos debatiendo y que pensábamos demoraría un tiempo en llegar.

Nos propusimos así un ejercicio, si buscamos las palabras mas asociadas a coronavirus en los medios de comunicación, qué encontramos? aislamiento social, cuarentena, incertidumbre, miedo, muertes, China, EEUU, Europa, OMS, fronteras, fakenews, homeoffices, trabajadores informales, ayuda fiscal, impuestos, delivery, cursos online, streaming, videojuegos, lives, redes sociales, netflix, aplicaciones. En líneas generales, pudimos reconocer un escenario (además de la anglicanización de nuestro idioma), todo gira entorno a la nueva geopolítica de la tecnología, a la manipulación emocional de la población, al capitalismo autoritario de la “era digital” -como la llaman los chinos- que pasa por la conexión virtual.

Según datos de la CEPAL, en América Latina más de un 60% de la población utiliza internet, de los cuales 80% accede principalmente a las redes sociales usando el celular como medio. De repente no estar conectados se volvió un problema social, la brecha digital parece guiarnos a un futuro de mayores desigualdades. Para eso, en diversos países como Chile, Colombia, Brasil se anuncian medidas para que “internet” llegue a las poblaciones más pobres, entendiendo internet como sinónimo de plataformas, lo que entre otras cosas rompe las normas internacionales de neutralidad de la red. Internet no es sinónimo de plataforma y mucho menos de red social. Pero así no lo piensan ni lo difunden las empresas y gobiernos, sus intereses pesan mucho mas en este contexto.

La realidad es que estamos frente a un nuevo campo de batalla que se instaló en el siglo XXI, basado en el control de los datos, de la información y del mundo digital. Los usos sociales y políticos de las nuevas tecnologías constituyen un escenario decisivo en la lucha de clases, que debemos de colocar en debate.

Censura algorítmica, desinformación, riesgos a la privacidad y uso de tecnologías digitales para vigilancia masiva en Internet son algunos de los problemas que distintas organizaciones de derechos digitales vienen denunciando hace algunos años pero que, frente a la pandemia, se volvieron más evidentes. En prácticamente todos los países empezaron a tomarse medidas concretas y en gran escala para la virtualización de nuestras vidas. En el ámbito laboral con el teletrabajo, en la educación a través de las aulas virtuales, en todo lo relacionado a transacciones financieras, pago de cuentas, comercio de todo tipo de bienes y servicios que nos permitan -o nos limiten- no salir de casa. Lo mismo con las relaciones sociales, estar conectado ahora es sinónimo de contacto, de vínculo. Nuestras relaciones y virtudes son medidas cuantitativamente de acuerdo a visualizaciones, interacciones, comentarios, emoticones, likes.

El coronavirus se transformó en la excusa ideal para la imposición masiva y concreta de nuevas normas sociales y económicas. Las corporaciones vieron el camino libre de obstáculos para imponer sus servicios digitales. Las propagandas, los discursos, comentarios, imágenes, todo juega un papel estratégico en la gestación de esa transformación en la estructura del poder mundial. Por miedo y desinformación estamos permitiendo la reglamentación de nuestro control y vigilancia por parte del Estado y las corporaciones de las que éste pasa a depender (consideremos que América Latina es una de las regiones más dependientes del mundo en términos de tráfico de datos, 95% de los datos pasan por Estados Unidos en el Network Access Point de las Américas [1]), creando peligrosos vínculos de poder que acentúan nuestra posición subalterna en el mapa político.

Como ya alertó Ulises Mejías profesor e investigador “Algo importante está sucediendo con los datos. Es una idea común, tanto en la literatura no crítica que aborda las tendencias de negocios, como en los argumentos mucho más críticos que ven en el procesamiento de los datos masivos el mecanismo que abre una nueva etapa del capitalismo”. Mediante lo que llaman "relaciones de datos" nuevos tipos de relaciones humanas que permiten la extracción de datos para la mercantilización, la vida social se convierte en un recurso "disponible" para la extracción.

Ambiente digital: ¿qué son los datos y qué ocurre en internet con nuestras informaciones?

El capitalismo digital se guía por los principios de organización de la automatización digital, el procesamiento de la información y la comunicación. Se basa en la consolidación de las relaciones de explotación del trabajo digital basadas en la flexibilidad y generación de precariedad. Se beneficia esencialmente de los datos del usuario cada vez que éste acepta los términos y condiciones de uso, que como dice U. Mejías son como las nuevas cartas “civilizadoras” que los españoles leían -en español- a los nativos de nuestro continente -que apenas entendían la lengua- para imponer las reglas en las nuevas colonias.

Cada acción ejecutada en internet asociada a alguna de las empresas GAFAM produce información que es almacenada, conocida popularmente como “datos”. Los datos están asociados a quien los produce, es decir, cada uno de nosotros, de forma que van siendo almacenados dejando un registro completo de nuestras acciones, construyendo así nuestras “huellas digitales”. Para explicar la dinámica de funcionamiento de una de estas empresas tomaré como ejemplo la red social mas utilizada en el mundo: Facebook.

Según los términos de servicio de Facebook, los datos producidos en la plataforma son propiedad del usuario que los produjo, pero la compañía tiene una "licencia global no exclusiva, transferible, sublicenciable y libre de regalías para usar cualquier contenido" publicado o asociado con la plataforma. La compañía almacena la totalidad de datos de los usuarios. Además de la información del perfil almacena metadatos como “la fecha y hora de conexión, el dispositivo utilizado, las direcciones IP desde las que se conectó, la información del navegador, las cookies almacenadas, así como la cantidad de veces en conexión, los gustos e intereses, las aplicaciones que usa, todas las conversaciones de chat realizadas, todos los me gusta, visualizaciones, los recursos compartidos, todas las fotos y videos publicados y sus metadatos, los grupos que participan o participaron, todas las búsquedas que realizó y toda la información eliminada” [2]

Como si fuera poco Facebook también recopila datos de terceros, es decir, de los sitios y aplicaciones que usan los servicios de Facebook. La compañía recibe y almacena información de socios externos sobre las actividades del usuario, por ejemplo de aplicaciones o páginas que requieren su acceso cuando ingresamos o compramos, así como los metadatos colectados por los sensores de los aparatos donde son utilizados como la geolocalización. Con esto, la empresa obtiene un histórico completo de la vida de cada ciudadano, sus intereses, valores, relaciones, estado de salud, posibilitando todo tipo de análisis. ¿Para qué? Para venderlos. ¿A quién? A cualquiera que pague. Dado que continuamente estamos produciendo datos que son almacenados, vendidos y comprados por empresas para todo tipo de fines, el mercado se mueve en sinfonía de clicks. La lógica es que cuanta más información es generada mas nichos económicos son creados.

Posteriormente la red pasa a funcionar por la conexión relativamente independiente de los usuarios por una sociabilidad inducida por algoritmos mediante el proceso de sus datos y preferencias personales [3]. Los algoritmos de estas plataformas de red social ”guían” a los usuarios sugiriéndoles amigos, exponiéndolos a determinados contenidos, así como induciéndolos a insertar nuevas informaciones y confirmar otras, estimulando que los mismos se mantengan el mayor tiempo posible conectados [4]. Los algoritmos funcionan con reglas definidas por las empresas. El propósito de la venta es diverso, incluyendo manipulación emocional y cognitiva para direccionamiento de los individuos a consumir servicios, bienes o insumos específicos y, mas recientemente para manipulación política.

La cuestión es que las plataformas no son construcciones neutrales o sin valor. Vienen con estándares y valores específicos inscritos en sus arquitecturas. La dataficación y la mercantilización tienen sus raíces en los principios neoliberales del capitalismo. Los datos son recursos transformados en productos mediante procesamiento algorítmico. Una arquitectura que no deja espacio para los sectores públicos, los valores públicos y el espacio público y que por sobre todas las cosas, no es neutra [5].

El aspecto sombrío no se resume al control y vigilancia de las grandes corporaciones, sino que también a las consecuencias subjetivas del uso de estas tecnologías en el individuo en particular. Las redes sociales dan la falsa impresión (e insisten en colocarla) de que la horizontalidad de las interacciones equivale a un contexto más democrático, sin embargo las redes son contextos desiguales y jerárquicos resultado de una disputa que busca proyectar en el individuo una experiencia de realidad direccionada y motivada por objetivos económicos y políticos subyacentes a la propia estructura social.

Si iniciamos por cuestionar la concepción misma de tecnología y la despojamos de su supuesta neutralidad y objetividad, podemos encontrar un camino para darnos cuenta de cómo la tecnología se convierte en una forma de estar y relacionarse con el mundo culturalmente construida y cuáles son las relaciones de poder que forman parte de los discursos sociales en red. Las redes tienen un poder invisible controlado por pocas empresas sobre billones de personas. Pocas empresas concentran el poder de colectar informaciones sobre los individuos, consiguiendo hacer predicciones comportamentales e influenciar la formación de opiniones, valores y procesos de toma de decisión. No es sin razón que el centro de la economía capitalista global pasó a ser el mercado de información: “los datos son el nuevo petróleo” y ahora más que nunca.

Coronavirus en el cotidiano de América Latina

El coronavirus no demoró en mostrar sus consecuencias a nivel social. Inclusive no es exagerado decir que el órgano mas afectado de la crisis no fueron los pulmones sino el estómago. Además de los siniestros números de trabajadores informales o de sectores de servicios e industria que se quedaron sin ingresos por el cierre masivo del mercado, estamos viendo otras consecuencias, que silenciosamente están generando grandes transformaciones que comprometen el futuro próximo de todos. En Chile la subsecretaria de Telecomunicaciones Pamela Gidi alertó sobre un explosivo aumento del tráfico de internet tras medidas preventivas de aislamiento social contra el coronavirus [6]. Al mismo tiempo también en Chile Movistar anuncia redes sociales gratis, cursos y más beneficios para clientes por cuarentena. En Brasil todas las empresas ampliaron los paquetes de datos “gratis” a través de la descarga de aplicaciones específicas o del acceso y consecuente aceptación de términos a páginas que liberan el uso ilimitado durante distintos períodos de tiempo [7]. Poco después, se hace público que el gobierno puede usar los datos de celulares para combatir la pandemia [8], sin embargo el grupo de Data Privacy Brasil alerta que el marco legal para protección de los datos personales de cada ciudadano solo entra en vigor en agosto de este año y que mismo estando en vigor, no existe ninguna protección específica sobre privacidad y preservación del anonimato del ciudadano. Luego llega en Uruguay y al resto de los países de la región el CoronApp, que no es nada más y nada menos que una de las herramientas adoptadas para control y vigilancia en Corea. Según expertos, la aplicación no aclara con qué terceros se va a compartir la información y datos recogidos. Y aunque dice garantizar el máximo nivel de protección en el acceso que estos terceros tengan a los datos e información facilitada, lo cierto es que no deja realmente claro nada.

Entonces, como lo cuestiona el Instituto Panameño de Derecho y Nuevas Tecnologías (IPANDETEC) qué ocurre con la privacidad de los datos personales ante el coronavirus? Once organizaciones de la sociedad civil y la academia de diversos países de América Latina y el Caribe que trabajan por fortalecer los derechos humanos en el contexto digital piden a gobiernos que tecnologías digitales aplicadas ante la pandemia COVID-19 respeten los DDHH, una vez que el ambiente digital se transformó en centro de la vida tras la pandemia [9].

Vigilancia, control y coronavirus

Estábamos atravesando antes del virus, un cambio social y político. Como coloca el filósofo Byung Chul Han, hoy estamos pasando de una forma de control disciplinario regulado por el paso por las instituciones disciplinarias (escuela, fábrica, iglesia) a una forma de control que pasa por un conjunto de tecnologías biomoleculares, estéticas, digitales y de transmisión de información.

El coronavirus ha legitimado y extendido esas prácticas estatales de vigilancia y control digital normalizándolas y haciéndolas “necesarias” para mantener una cierta idea de inmunidad. Vemos crecer un peligroso autoritarismo disfrazado, maquillado de solidaridad, caridad, prevención, salud. Sin embargo, lo que ha aumentado no es la inmunidad del cuerpo social, sino la tolerancia ciudadana frente al control digital estatal y corporativo. Por otro lado, las corporaciones (GAFAM) que hoy tienen el completo dominio y control de datos vieron su camino sin más obstáculos, ahora estar en casa, comprar, trabajar, estudiar virtualmente y estar físicamente separados es obligación. ¿Quién tiene entonces la corona?

Dado que nos encontramos ante una obligación impuesta por las autoridades con el fin de evitar la propagación del virus, que requiere un especial control de las personas a fin de adoptar las medidas oportunas debemos prestar cuidadosa atención. La organización Derechos digitales en América Latina alerta que “adecuación y proporcionalidad en la respuesta tecnológica es lo que separa una crisis de salud global de una renuncia de los derechos fundamentales” tejido básico de sociedades como las nuestras, que se han jugado su sangre e historia por escapar del autoritarismo y garantizar una vida digna para todos, y continúan “Las tecnologías pueden jugar un rol coadyuvante en el monitoreo y control de la pandemia, pero su implementación irresponsable puede impactar negativamente el ejercicio de los derechos humanos”. Terminan diciendo y enfatizando “El combate de una pandemia no es ni puede ser antónimo del respeto de derechos, ni la puerta al autoritarismo del que nuestro continente ha luchado tan duro por escapar.”

Hace un tiempo en una entrevista de la Universidade de São Paulo al sociólogo J. Couldry sobre el colonialismo de datos, el mismo dijo parafraseando la obra de Saramago Ensayo sobre la ceguera “Una enfermedad ocurre y todos quedan ciegos, con excepción de algunos. Personas intentan fingir que no están ciegas y dicen “nosotros podemos ver, sabemos para donde ir”, pero eso no es verdad y luchan contra si mismas hasta la muerte, sin conseguir colocar sus fuerzas en otro lugar más que en sí mismas. Para evitar este escenario, debemos como ciudadanos cuestionarnos si estamos entrando en un periodo de ceguera voluntaria”. Por eso debemos comenzar a resistir.

Hacia un nuevo horizonte

Sin duda la cuarentena se volvió necesaria y la mejor solución para mitigar el avance de los conflictos relacionados a la enfermedad. Sin embargo, no podemos ni debemos dejar de lado las cuestiones políticas y económicas vinculadas intrínsecamente al momento. El fenómeno del coronavirus se configura sin lugar a dudas como un punto de inflexión en la historia. Aprovechemos y usemos este momento para pensar. Para interpretar esta crisis precisamos salir de los esquemas tradicionales y leer el mapa económico que viene diseñándose hace poco menos de una década.

El virus no puso en jaque al capitalismo global, el virus representa un ajuste del capitalismo global, quien no se acomoda a la nueva lógica padece. Esta diferencia es fundamental de observar antes de legitimar o naturalizar las nuevas lógicas del capital que se infiltran en nuestra sociedad, y que traen consigo más precarización, desigualdad y violación de nuestros derechos fundamentales. Es por eso que debemos estar atentos a las posiciones que asumimos, a los cambios que planteamos y a las soluciones que son ejecutadas, para primero, no perder ningún derecho.

Jose Martí decía “un pueblo feliz es el que tenga educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos” debemos cuidar la parte mas sensible de esta cuestión, relacionada a la manipulación emocional que direcciona nuestros sentimientos. Desestimar el conflicto que mantiene como protagonista la manipulación emocional es caminar por la senda fría, objetivadora, fragmentadora y racionalmente constituida del pensamiento patriarcal y colonial, que se reifica en el espacio virtual, rompiendo con la racionalidad de las luchas, volviéndolas carente de contenido. La manipulación emocional es tal vez la mayor de las herramientas de control que enfrentamos, dadas las sofisticadas y abstractas formas que asume en el espacio virtual.

Así como aprendemos a escribir y leer, aprendemos nuestros derechos y obligaciones como ciudadanos, debemos aprender las reglas, las normas, nuestros derechos y nuestras obligaciones en los espacios virtuales. Debemos de manera urgente luchar por marcos legales que protejan nuestros derechos y debemos asumir el desafío de pensar la tecnología y la educación. No podemos hablar de democracia, de libertad y de derechos humanos y evitar este debate, que cada vez más conflictos sociales nos depara. Alguien dijo que tener una mirada crítica sobre las tecnologías que usamos a diario es un aporte casi revolucionario en un contexto en el que las grandes empresas que proveen servicios lucran sobre nuestros datos y no respetan nuestra historia de lucha por derechos. No se trata de destruir, se trata de construir a partir de las infinitas herramientas que la red en si misma nos puede traer, la tecnología llegó para quedarse, trae consigo mudanzas en todos los niveles económicos, políticos y sociales, debemos hacerla nuestra y construirla desde abajo, de forma justa e igualitaria.

La resistencia frente a este mecanismo de expropiación de nuestras vidas, nuestros datos y nuestros derechos debe implementarse para la reapropiación de las nuevas tecnologías por los trabajadores y sus intereses y necesidades, difundiendo su conocimiento crítico e impulsando el uso y desarrollo de nuevas herramientas que permitan defender la seguridad digital y multiplicar las posibilidades de funcionamiento democrático y el intercambio de conocimientos. En América Latina, la resistencia y la lucha existen, diversos colectivos y organizaciones están realizando importantes avances, desde la reflexión, el debate, la movilización y comunicación hasta la creación de software libres y alternativos. En varios países este tema está siendo discutido y llevado a instancias públicas, pensando y luchando en los espacios correspondientes por políticas públicas, marcos regulatorios que garanticen nuestros derechos. Podemos encontrar ejemplos en el grupo Derechos Digitales en América Latina [10].

Al fin y a cabo, todo esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad para inventar nuevas estrategias de emancipación y de resistencia y poner en marcha nuevos procesos. La cura y el cuidado sólo pueden surgir de un proceso de transformación política. Como el filósofo Paul Preciado apuntó “así como el virus muta, si queremos resistir a la sumisión, nosotros también debemos mutar, pero de forma deliberada, no forzada”. Sin duda, tenemos las fuerza de resistir y de transformar, como está escrito en la historia de nuestra identidad. No dejemos de luchar por nuestros derechos, por espacios libre de vigilancia, de control y de violencias. Usemos este tiempo para pensar, resistir y luego luchar.

*Investigadora, Ecóloga. estudiante de Doctorado en la UFRN

**Docente, Sociólogo, maestre en Estudios Latinoamericanos

Notas:

[1] clacso.org/la-agencia-de-inteligencia-norteamericana-no-existiria-si-facebook-se-hubiera-fundado-hace-50-anos/

[2] Machado, J. A. S., & Ribeiro, M. M. (2015). Riscos e incertezas no uso do Facebook como plataforma de ativismo político. Cadernos Adenauer.

[3] Van Dijck, Jose. (2016). La cultura de la conectividade. Buenos Aires: Siglo Veinteuno

[4] Machado, J., & Miskolci, R. (2019). Das Jornadas de Junho à cruzada moral: o papel das redes sociais na polarização política brasileira. Sociologia & Antropologia, 9(3).

[5] Van Dijck, Jose. (2016). La cultura de la conectividade. Buenos Aires: Siglo Veinteuno

[6] https://www.pauta.cl/programas/pauta-bloomberg/pauta-bloomberg-explosivo-aumento-del-trafico-de-internet

[7] https://www.uol.com.br/tilt/noticias/redacao/2020/03/18/claro-oi-liberam-mais-banda-larga-wi-fi-publica-e-tv-a-cabo.htm

[8] https://g1.globo.com/bemestar/coronavirus/noticia/2020/04/02/coronavirus-governo-pode-usar-dados-de-celulares-para-localizar-aglomeracao-de-pessoas.ghtml

[9] https://www.derechosdigitales.org/14282/sociedad-civil-pide-a-gobiernos-de-america-latina-y-el-caribe-que-tecnologias-digitales-aplicadas-ante-la-pandemia-covid-19-respeten-los-ddhh/

[10] https://www.derechosdigitales.org/tipo_publicacion/publicaciones/

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