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  • L. Nicolás Guigou*

La tentación fascista


Ilustración: Cabeza contemporánea IV, L. Nicolás Guigou

La tentación fascista vuelve al mundo, en buena parte para vengarse de él. El fascismo, en tanto expresión transparente de la cultura tanática del capitalismo del Siglo XXI, tiene por vocación la destrucción. La escena del fascismo - contemporánea escena final de lo simbólico de carácter agonístico y desesperado-, se asienta en la permanente desimbolización de lo social, en la cosificación simbólica de nuestras sociedades, cuyo último asesinato en esas arenas se expresa en la desaparición de la figura humana. La misma se vuelve espectral bajo su subsunción a sistemas hiper- abstractos de comunicación, acoplándose (más que ingresando) a un entramado laboral signado por el pos-trabajo de la robotización y la automatización, o bien desdoblándose en su biologicidad mediante la mezcla con otras especies o con máquinas que prometen la eternidad, o al menos una vida larga y vigilada.

Nuestros mundos sociales, especialistas en la mutilación e instrumentalización simbólica, dejan un único margen a la reemergencia de lo humano por medio de un extraño gesto vitalista -el fascismo- que se manifiesta en su calidad de gesto simbólico definitivo, augurando así la destrucción total. Ese humano mutilado, cosificado, irradiado por la profunda y radical irracionalidad de las diferentes matrices culturales capitalistas, puede únicamente sostenerse en el fascismo, en sus regresiones simbólicas, en sus atavismos. La vuelta al terruño, al nosotros, a una mismidad que marca el encierro y la expulsión de aquello considerado extraño.

El fascismo en la contemporaneidad, vuelve a enunciar a la totalidad de manera concluyente, marcando sus límites y eliminando a cualquier sospechoso de otredad. El fascismo anhela reconfigurar a la humanidad, a la familia, a la sociedad, a la religión, como si él mismo no fuese conformado por la falsa irracionalidad de lo real, por la continua eufemización de la profunda irracionalidad y desimbolización que lo vienen gestando.

El fascismo es ambiguo porque proviene de una matriz ambigua, portando y sobreactuando la extraña idea de las democracias liberales, que entienden haber conformado sociedades con cierta racionalidad. La sociedad post-humana y fascista, comienza con la persecución, expulsión y asesinato de toda clase de extranjería, pero no es su final. Su inscripción tanática, lleva consigo la destrucción total, siendo el fascismo del Siglo XXI la configuración social, cultural y política del potencial destructivo de nuestras sociedades, mostrando a las claras en su maldita vigencia, los resultados que se obtienen cuando se pretenden volver racionales sociedades que intrínsecamente no lo son.

En este sentido, las posibilidades que le quedan a la especie humana parar evitar el fascismo son reducidas. Esto se debe a que la actual licuación de la democracia liberal – su rutinización y cosificación- reflejan tanto los efectos de las intervenciones simbólicas post- humanas, así como la permanente absorción de la irradiación de la irracionalidad de lo real. Una de las pocas posibilidades de evitar el fascismo, podría estribar en entregarse a la titánica tarea de desmontar todo el andamiaje de una racionalidad social cosificada, desdoblada y ambigua. Dado que esta labor exigiría una profundidad absolutamente ajena al espíritu de superficie e instrumentalidad de nuestra época, una de las pocas posibilidades descansa en colaborar a descosificar la democracia, atendiendo los pactos básicos que la constituyen, a la racionalidad (e irracionalidad) que subyacen a los mismos, fortaleciendo así las mitologías democráticas. Este podría ser, tal vez, un buen inicio de descosificación anti-fascista.

(*) L.NicolásGuigou es Profesor Titular del Departamento de Ciencias Humanas y Sociales, IC, FIC, UDELAR.

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