top of page
  • Agustín Lucas*

Cultura de Barrio: Waston, Miramar y Villa Española. Una forma de hacer cultura, un forma de hacer b


Foto: Cantina Sócrates

Es viernes de noche y la aduana está a oscuras. Un apagón se apoderó de todos los brillos. Desde la puerta de la Ciudadela, el Solís, el viejo Mundo Afro; desde ahí para adentro todo está a oscuras. Digamos desde ahí a la escollera. Me meto por la calle Buenos Aires. Está inhóspito. Corre el año 2012. Llego a la calle Maciel y enfilo a la izquierda. No hay nada, todo quieto. Apenas una puerta de lata con un tiburón pintado a mano. El resto, silbidos lejanos. Empujo la puerta crujiente, adentro hay luces que tiemblan. En la cantina del Guruyú Waston, otrora equipo de waterpolo, devenido en histórico club de basquetbol, me esperan el Turco y su viejo, su mujer, sus hijos y su vieja. Apostados en el mostrador cinco parroquianos: vino rosado hasta el tope, servilletas cuidando el estaño del llanto de los vasos. Hay una vela por bebedor, entonces cinco velas, rojas incluso, de brujería, que regalan un halo amarillento, que se refleja en las caras también rojas. Apenas entro me preguntan si soy el poeta. Soy el foráneo. En efecto lo soy, el foráneo y el poeta. Me llenan un vaso y me arriman la vela. La familia me regala abrazos que contagian a los parroquianos que ya se paran de los taburetes y se prestan al saludo. Sin más me pongo a recitar poesía en un rincón. Los aplausos retumban en la cantina recién pintada. Hay una salamandra encendida que avisa que es junio, que el invierno se nos viene. En plena lectura, achinando los ojos y tratando de que la vela quede quieta, la puerta se abre estrepitosamente y una tipa -los estragos de la lata reventándole los ojos-, entra a los gritos pidiendo vino y puteando al mundo en balbuceos. Clavé mis ojos en los suyos porque me lo pidió el alma, y continué recitando, la voz arrastrando el diafragma; la tipa se sentó mientras la poesía, alguien atinó a servirle un vaso que amansó las ansias de quemar. Ese fue el puntapié inicial, para una sucesión de toques, milongas, teatro, la murga ensayando, poesía. La coronación fue una biblioteca popular que supo nombrarse Moisés Amón, viejo parroquiano del lugar, abuelo de la familia tras el mostrador, feligrés entre los feligreses. Juliana Manoukian y el Panky Breventano, Andrés Deus, Hernán Poloni Gruler, el Bicho Corrente -otrora presentador de la Matineé-; Hernán Planchón, Elder Silva, Pato Hidalgo, si hasta payadores hubo en la vuelta. Recuerdo un payador joven, hijo de un viejo payador latente, que me enseñaba una puñalada en el vientre, posterior a haberle cortado las cuerdas de la viola al otro por haberse zafado con el verso.

En mis años mozos en Miramar Misiones, la cantina estaba en la calle Rivera, la atendían dos Jorges, el flaco y el gordo, uno en la parrilla, otro en el Bar. Para esas familias mi cariño para siempre. Con los años, los avatares del fobal nuestro, la cantina se vendió y nunca se supo quien cobró. Lo que sí es que duele hoy, hay una cosa de nostalgia instalada, ver un cinco estrellas sobre los escombros de aquello. Consiguieron un sucucho frente a la plazuela que lleva el nombre del cuadro, frente al ombú de Anador, y luego, se erigió sobre el viejo mercadito de la plaza Viera, la nueva cantina.

Meses atrás había abierto sus puertas Radio Pedal. Una radio que nació de un sueño, de la necesidad de independencia, de autogestión y de cooperativa. La situación del club era crítica y nosotros habíamos dejado de entrenar por atrasos en los míseros salarios. Pensando también en la autogestión, concluimos los jugadores en el vestuario, en hacer un toque para recaudar la base de un fondo común, y aventurarse en un programa de radio donde contar las peripecias de ser futbolista. La Radio Pedal nos abrió un mundo. El programa se llamó Monos con Gillette y fue llevado adelante por jugadores del plantel principal del club durante todo el año con entrevistas a invitados del propio plantel, autocríticas al aire del partido pasado, y reconocimiento de viejas glorias del club. El elegido para el toque fue Mandrake Wolf, quien asiduamente acude a la tribuna Héctor De Fazzio del Parque Méndez Piana. No recaudamos un peso, pero hubo esa magia conceptual entre la cultura y el barrio, un lugar para la voz que del barrio emana, y el fútbol atravesándolo todo, en el reflejo de viejos trofeos y en las caras de los pibes. Corría el año 2015. Sería difícil hacer un listado de la innumerable cantidad de bandas y propuestas que pasaron fin de semana tras fin de semana por la cantina, albergando más de cien personas cada vez, luego de ese toque inaugural de Mandrake. La aparición del colectivo murguero Correla Que Va En Chancletas terminó de armar la cofradía. Las peñas folklóricas y las fonoplateas con el programa en vivo desde la mismísima cantina, marcaron el camino. Los muchachos de la murga le brindaron a Miramar Misiones un programa de radio también partidario que se llamó Se Grita Cebrita, que nació de los relatos en vivo que por primera vez se hicieron desde la cancha de Miramar y para el mundo. Buceo Invisible, Pitufo Lombardo, Pinocho Routin, Fernando Henry, Hermanos Hernández, Toto Yulelé, Mabelita y los Antiguos, Contra las Cuerdas, entre otras tantas propuestas sonaron en ese circuito de comunicación y cultura que fluía mientras el campeonato. La pelea por los derechos de los jugadores en el vestuario prosiguió a la vez que la cultura emanaba del barrio ofreciendo un punto de encuentro por demás inclusivo. A los dirigentes, no les gustaba ni una cosa ni la otra: la cuestión cultural que se sucedía fin de semana tras fin de semana generó en algunos de los directivos la idea barata de que nosotros hacíamos guita con eso. Y la pelea por los derechos (los más básicos como cobrar y morfar antes de jugar), hacían pensar a los directivos que nosotros estábamos en contra de ellos o que no podíamos entender la situación. Era todo lo contrario, estábamos aprendiendo sobre ser trabajadores, mientras generábamos a través de la cultura cuestiones que tienen que ver con la identidad y la pertenencia.

Hace unos meses y cada tanto, a Villa Española la tildan de zona roja. Es tan hostil el manejo de los medios de comunicación masivos, en realidad el sistema del flujo de la información, que es incapaz de pintar al barrio de otro color menos sangriento. Por eso lo pinta su gente. Ser como todos es no ser nadie, reza una pared de las viviendas de la calle Varela llegando a Corrales. Cuando nos corrieron de Miramar por hacer tanta cultura, el concepto que se venía tejiendo, se mudó en el 79 hasta su última vuelta, y nos dejó en la puerta. El concepto de Cultura de Barrio encontró asidero en una mersa de gurises y gurisas que golpe de tambor y fuego esquinero fueron abriendo el camino para que la cultura hermane. El Alemán, Mandrake que ya es un símbolo, los vecinos de Zarzo el Bandón, Arnicho, Pitufo de nuevo, Tabaré Cardozo, Panky Breventano (hay gente que siempre te devuelve la pared); Comparsa Mandinga, la Comisión de Cultura, el boxeo, el atletismo y el fútbol cortejando lo que pasa, la gente en movimiento, la gurisada creciendo mientras un tambor hace madera. Cultura de Barrio no es una marca, es una forma, no es solo nuestra, tampoco la patentamos. Hacemos uso de, o nos hacemos parte, de lo que el barrio brinda.

*Agustín Lucas (Montevideo 1985), futbolista y escritor. Tiene tres libros de poesía y tres de narrativa futbolera. Defendió varias casacas, gritó campeón con la IASA, Liverpool, y Albion. Escribe para Túnel y para La Diaria. Forma parte del equipo de coordinación de Pelota de Papel, libros de cuentos escritos por futbolistas

bottom of page